Sunday, March 09, 2014

Cómo hablar de teología puede ayudar a desactivar el activismo anti-Israel en las principales Iglesias - Yishai Schwartz - Tablet



A finales de enero, la Israel Palestine Mission Network de la Iglesia Presbiteriana (de EEUU) publicó un nuevo folleto educativo titulado "El sionismo sin resolver". Ese panfleto ilustrado de 74 páginas declaraba su intención de "terminar con el silencio en torno al impacto del sionismo", acusó a Israel de supremacismo judío, y esencialmente ponía en duda el derecho moral de Israel a existir. Naturalmente, esto provocó una inmediata tormenta de condenas de parte de la totalidad del espectro de instituciones judías norteamericanas. Y una vez más, los líderes de estas instituciones pusieron a trabajar sus relaciones con esa Iglesia con la esperanza de derrotar la próxima campaña de boicot y desinversión contra Israel en la próxima conferencia de dicha Iglesia.

Pero mientras estos líderes judíos estadounidenses se dedican a esa santa labor, su enfoque sigue siendo inadecuado. Esto se debe a que, en el fondo, la crítica cristiana de Israel no es un problema político sino teológico, lo que significa que requiere una solución teológica.

Como debería ser evidente, la Iglesia Presbiteriana de EEUU es, ante todo, una Iglesia. Los autores del reciente panfleto equivocan flagrantemente sus análisis y opiniones en términos teológicos. Se ven a sí mismos como prestando atención al llamamiento de Isaías de proteger a los débiles y emulando el desafío a los poderes establecidos de Cristo. Y ven en el énfasis del sionismo en la Tierra de Israel y en el pueblo judío un "moderno paralelo del privilegio fariseo otorgado a los rituales sin sentido sobre las necesidades humanas". Si con Cristo ya no hay "ni judío ni griego" (según palabras de Pablo), entonces la idea misma de un Estado-nación para un pueblo en particular se convierte en algo repulsivo. Para alguien con esta mentalidad teológica, el canto de sirenas de un mundo cosmopolita y sin identidad nacional no parece ingenuo, utópico o peligroso, sino inminente. Después de todo, Cristo ya dijo (lo que sus evangelistas dicen que dijo) que debía ser así.

El problema, entonces, no es simplemente que un número creciente de cristianos de estas iglesias carecen de una comprensión exacta del conflicto contemporáneo árabe-israelíe y así es presa fácil de denuncias unilaterales del Estado judío (aunque esto también, sin duda, es un problema grave). La cuestión es que la predisposición teológica en favor del universalismo, del utopismo y de las súplicas de los indefensos, convierte a Israel en un blanco particularmente atractivo. En su raíz, por lo tanto, el problema presentado por la Iglesia Presbiteriana no es político. Ni siquiera es acerca de Israel. Se trata de qué tipo de actitud debemos adoptar hacia los estados, las naciones y las diferencias de poder. En otras palabras, se trata de teología.

Entonces la lógica dictaría que aquellos judíos no versados interesados ​​en criticar este tipo de perspectivas, deberían hablar de teología con sus comunidades presbiterianas locales - y de hecho con los miembros de muchas otras iglesias - en un esfuerzo por explicar la perspectiva judía sobre estas cuestiones cristianas. Por desgracia, las conversaciones teológicas de base entre los judíos y los cristianos son extremadamente raras. Parte del problema, por supuesto, es la doble plaga de la ignorancia judía y la dogmática de la ortodoxia. Demasiados judíos son judaicamente analfabetos e incapaces de una conversación teológica de ningún tipo. Y la gran mayoría de los judíos educados como judíos no son receptivos, si no son hostiles, al diálogo interreligioso como una cuestión de principio.

Pero ni la falta de voluntad ni la falta de capacidad son exhaustivas entre los judíos de América. En los colegios Hillel y en las sinagogas de todo el país, seguramente hay un importante número de judíos capaces y comprometidos que pueden entablar conversaciones de base teológica con sus homólogos cristianos. Hacia el final de mi primer año en la universidad, algunos de mis amigos más judaicamente ilustrados y reflexivos comenzaron a reunirse semanalmente con un grupo de la escuela de "cristianos comprometidos con el estudio conjunto de la Biblia". El simple estudio de los textos pronto se transformó en conversaciones electrizantes y de amplio alcance sobre la teología y la práctica religiosa, y, finalmente, en un viaje en grupo a Israel. No hay razón por la que este tipo de experiencia no pudiera ser replicada a una escala más grande.

El problema, sin embargo, es que muchos de nosotros ni siquiera saben lo que es una conversación teológica o algo similar. Nuestros modelos son, o bien las esotéricas reflexiones de teólogos profesionales o los análisis del fin de los días que tanto fascinan a los judíos interesados en el sionismo cristiano evangélico. Algo que por supuesto no es ni remotamente interesante para la gran mayoría de los cristianos estadounidenses o para el caso para muchos judíos. Pero sin duda nuestra teología judía es más importante que cualquiera de las suyas, y eso es tan más cierto como que nuestro sionismo es algo más que los temores ante el antisemitismo o una visión  mística de la tierra.

Bueno, ¿a qué podría parecerse ese diálogo teológico sobre Israel? Para empezar, aquellos de nosotros que creemos que el sionismo tiene en su centro nuestras enseñanzas espirituales y morales, debemos explicárselo a nuestros interlocutores cristianos: si creemos que somos un pueblo con una conciencia histórica y una identidad nacional que no son construcciones obsoletas, sino pistas inspiradoras para llegar hasta Dios, debemos decirlo. Si creemos que tenemos el deber de realizar los sueños y las aspiraciones milenarias de nuestros antepasados, debemos decirlo. Si creemos que las comunidades que comparten historia, textos y una lengua inspiran un sentido de responsabilidad colectiva inalcanzable para las fantasías cosmopolitas, hay que decirlo. Y si creemos que hacer justicia es más complejo que simplemente adherirse a las demandas de los menos poderosos, entonces debemos persuadir a los otros de ello.

Y si nos involucramos, nos daremos cuenta que Israel no es ni el principio ni el final de una conversación mucho más profunda. Incluso el judío más comprometido y observante puede encontrar una gran capacidad de amar y de emular en el cristianismo americano: la espontaneidad de la oración, las relaciones personales con Dios, el énfasis constante en la caridad, la seriedad con la que los fieles se aproximan a su Iglesia, todas estas son lecciones que los judíos harían bien en aprender. Pero también tenemos que enseñar. Y si creemos que nuestro compromiso con Israel fluye de nuestros valores inteligibles y comunicables, entonces tenemos que articular cuáles son esos valores y por qué vale la pena aferrarse a ellos.

No debemos permitir que los cristianos de hoy en día vean a los sionistas de hoy como Pablo veía a los rabinos de la antigüedad. Pero la tarea es demasiado grande y demasiado importante para dejarla en unos pocos rabinos del Comité Judío Americano y del Centro Simon Wiesenthal. Debe ser adoptada por los judíos reflexivos y comprometidos existentes en todas las sinagogas y en todos los campus de la universidad. Y en el proceso, esos muy diferentes discípulos modernos de Isaías podrán descubrir que tienen mucho que aprender unos de otros.

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