Tuesday, January 06, 2015

Soumission, Marine le Pen en el café de Flore - Laurent Jouffrin - Liberation



Houellebecq es un escritor, uno de verdad. La historia es fuerte, tejida con una perversa ironía que hace indecible la intención del autor, de la cual no sabemos si aprueba o si teme lo que él describe, con este falso estilo plano que se traduce en literatura en el lenguaje trivial de hoy.

Entonces, ¿de dónde viene esa sensación de incomodidad que experimentamos al cerrar el libro? De una simple observación: la aparición de Soumission no es solamente un acontecimiento literario que debamos juzgar únicamente por criterios estéticos. Volens nolens, la novela tiene una resonancia política clara. Una vez apagada la interferencia de los medios de comunicación, permanecerá como un hito en la historia de las ideas que marcará la aparición - o el retorno -  de las tesis de la extrema derecha a la gran literatura. Cualesquiera que sean las contorsiones intelectuales que se utilizarán para defenderla, la fábula de Houellebecq juega un papel en la ciudad: ella incorpora las ideas del Frente Nacional, o las de Eric Zemmour, en el corazón de la élite intelectual. Introducidas por un ídolo de la crítica, les da el reconocimiento que les faltaba en el cuadrilátero real de la edición francesa. En una palabra, permite calentar el lugar de Marine Le Pen en el Café de Flore [N.P.: café donde se reunían históricamente los intelectuales para ver y ser vistos].

Retomemos el argumento de Soumission: al final del segundo mandato de François Hollande, los partidos de gobierno (de izquierda y derecha) bloquean la subida al poder del Frente Nacional aliándose con el partido "Fraternidad Musulmana", un partido islamista cercano a la Hermandad Musulmana. Aunque Marine Le Pen realiza una hermosa apelación a los valores laicos y republicanos (!), es Mohamed Ben Abbes, una especie de Morsi a la francesa, quien se convierte en el presidente. El partido islamista muestra su parte más edulcorada dejando los ministerios más señalados a sus aliados (de izquierda y derecha), y simplemente se contenta con quedarse con el Ministerio de Educación. Por lo demás, parece respetar las libertades civiles y mantiene un discurso de moderación. Además se preocupa principalmente por mejorar la economía y por expandir la influencia de Francia, negociando para ello la ampliación de Europa a los países musulmanes. A cambio de todo ello, la Hermandad toma el control del saber y del conocimiento islamizando la universidad, pone fin a la igualdad de género mediante la promoción del regreso de la mujer al hogar, aprueba la poligamia y generaliza el velo islámico.

El héroe de esta historia edificante es un universitario melancólico especialista en Huysmans, de amores tristes o retribuidos. Descartado de una universidad islamizada, se convierte al Islam para recuperar su trabajo, pero también porque encuentra cómodo casarse con dos o tres mujeres jóvenes y obedientes.

Se trata de una fábula política, por supuesto, un cuento moderno que juega con sutiliza con los temores franceses. Pero es también una descripción precisa, realista y minuciosa de un futuro hipotético e inquietante donde el Islam, la religión simple y atrayente, conquista sin violencia el predominio en un viejo país republicano de la Unión Europea. Así las tesis más absurdas de la británica Bat Ye 'or (citada en el libro), vedette de Internet y de la extrema derecha, que predice la transformación de Europa en una "Eurabia" entregada a los musulmanes por un acuerdo entre unos demócratas ingenuos y los líderes islámicos, o las profecías de Renaud Camus, quien denuncia el "Gran Reemplazamiento (Sustitución)" de la población cristiana del Viejo Continente por una población musulmana joven y conquistadora, o las fantasías machistas de Eric Zemmour, quien ha diagnosticado mucho antes que Houellebecq los supuestos males del feminismo en el hombre occidental, recibiendo la consagración en el noble mundo de las letras.

Así pues, los musulmanes de Francia, en su mayoría pobres y sin influencia, discriminados, y que buscan preferentemente encontrar un lugar en el sol, son designados por un escritor reconocido como enemigos de la República. Gracias a ellos...

Los seguidores de Houellebecq gritarán sacrilegio. "Usted no entiende nada, se trata de literatura", dirán con un aire altivo o piadoso. Como si este argumento estuviera cerrado a la discusión, como si la literatura fuera una actividad etérea sin relación con la realidad social, un puro formalismo del que discuten un puñado de especialistas alrededor de una taza de té verde, en la comodidad de su torre de marfil. Mientras tanto, las buenas novelas están siempre con la vida, hablan a los hombres y mujeres de su existencia admirable o patética, como resulta ser casi siempre, y lo hacen por diseño, por la fuerza de su evocación o por su toma de posición. Zola, Hugo, Tolstoi, Dostoievski, Barres, Malraux, Camus, Solzhenitsyn, puros literatos, estilistas desencarnados, ¿no podemos discutir de sus ideas? Venga ya. Esto es un sofisma puro que utilizan los críticos inconsecuentes par justificar que elevan a la cima al escritor opuesto a los valores siempre defendidos por sus periódicos.

Es posible reconocer en un escritor su calidad como autor y combatir a la vez sus ideas, como se hace con Céline, Morand o Chardonne. Por otro lado, los críticos de la derecha no se equivocan. Ningún recurso al segundo grado en sus interpretaciones del libro. Alain Finkielkraut considera que Houellebecq describe "un futuro que es incierto, pero que es plausible". "Los periodistas", ha añadido, "denuncian lo que consideran nuestros miedos irracionales y nuestras fantasías de una inmigración de reemplazamiento. En estas condiciones, es con la literatura, o al menos con los escritores valientes, cuando lo real vuelve en herencia". En otras palabras, Liberation y otros se equivocan cuando refutan los argumentos de la extrema derecha sobre la inmigración. Es Houellebecq quien dice la verdad.

La misma historia en el Point. Jérome Béglé ve en Soumission una requisitoria contra "la ceguera, el silencio, la pasividad y, finalmente, la complicidad de los medios de comunicación y de los intelectuales de centro izquierda ante el acceso al poder de la Fraternidad Musulmana". Sus defensores de izquierda leerán con pena que el propio Houellebecq ya anunciaba estas ideas, cuando entrevistado en 2011 por el canal de televisión israelí Guysen TV decía: "Existe un extra de protestas y de exigencias por parte de los musulmanes en los últimos años, y eso no se puede negar [...] Reclaman el poder llevar a su gusto el velo integral [...] La mentalidad de colaboración con un poder peligroso, en este caso el fundamentalismo islámico, se plasma en la tendencia dominante en Francia a colaborar con ellos, algo que se encuentra en muchos medios" ¿No es un anticipo de Soumission?

Houellebecq describe una democracia sin cuerpo, decadente, donde todo lo progresista es ridículo, donde la izquierda es cómplice de las peores tendencias fundamentalistas, donde la emancipación de las mujeres no tiene otro efecto que el de hacer la vida de los hombres más difícil, donde el individuo sin referencia y sin raíces se encuentra abandonado a unos placeres mediocres para, finalmente, tener que encontrar refugio en el Islam, como hizo un Huysmans, desilusionado, cuando su héroe, Des Esseintes, encuentra la paz en el catolicismo. Vieja tesis reaccionaria de la que conocemos la respuesta.

Al disolver la singularidad de las culturas, invirtiendo los principios tradicionales, la filosofía de los derechos humanos conduce a la era del vacío, a la soledad del individuo sin ideales ni herencia, a la melancolía de una humanidad abandonada a sí misma. Solo hace falta leer a Burke hace más de dos siglos, a de Maistre, Barres, Maurras y hoy a Muray y Finkielkraut. ¿Democracia decepcionante? Sí, Soy. Como la libertad. A menudo conduce a la incertidumbre y a la ansiedad. Pero morimos por ella.

Labels:

0 Comments:

Post a Comment

<< Home