Sunday, November 20, 2016

La resaca electoral que se avecina: La reacción negativa al triunfo de Trump puede poner en peligro a Israel y al sionismo - Gil Troy - JPost



La desagradable elección americana está produciendo actualmente una resaca electoral bastante fea. Con el ataque de nervios en su apogeo en los Estados Unidos, y la comunidad judía estadounidense imitando la polarización (aunque no en esas proporciones), los israelíes deberían andar con cautela. La euforia inicial de la derecha israelí con la victoria de Donald Trump carece de gracia y de buen juicio.

Y es que una América dividida, el mejor amigo de Israel, implica una mayor inestabilidad en el Oriente Medio. Por otra parte, el odio contra Trump puede volverse fácilmente en odio contra Israel y contra el sionismo.

La hipocresía de la derecha y la izquierda americana es atroz. Antes de las elecciones, cuando prácticamente se coronaba a Hillary Clinton, sobre todo gracias a su control de los colegios electorales, los demócratas predicaban acerca de la necesidad de tratar con cierta gracia a los perdedores, sobre todo por miedo a la posible respuesta violenta de los seguidores de Trump, y hablaban acerca de la importancia de respetar el resultado electoral - incluso si el ganador de colegio electoral tuviera menos votos populares -. Los Clintonitas respondieron a las observaciones de Trump de unas "elecciones manipuladas" reprobando esas declaraciones por socavar la democracia estadounidense. A continuación, Clinton perdió por 74 votos electorales tras haber cosechado seis millones menos de votantes que Obama en 2008.

El sector más liberal de los demócratas - ¿la alt-izquierda por contraposición de la alt-derecha? - se volvió loco, con disturbios en Portland y Oakland. Se repartieron dibujos y carteles donde se llamaba a Trump la "Naranja Hitler" y un nazi. Para ser justos, Clinton y el presidente Barack Obama hablaron amablemente tras la derrota y la mayoría de las protestas fueron pacíficas, y algunos votantes de Clinton intentaron impedir los graffiti de los hooligans en Portland. Pero los ataques e insultos atacando la legitimidad democrática por parte de los demócratas contrastaban con sus alegaciones en las semanas previas anticipando ese tipo de reacciones por los republicanos.

La reacción judía fue igualmente embarazosa. El viernes el Haaretz informaba que "algunas sinagogas americanas invitaban a los judíos americanos a mostrar su contricción tras la victoria de Trump". La misma edición tenía este titular para uno de sus artículos: "Cuando un racista llega al poder, los cosacos nunca se quedan atrás". Otro calificaba la victoria de Trump como "La mayor victoria del antisemitismo en los Estados Unidos desde 1941", ilustrado con una foto de una tienda judía objeto de vandalismo durante la Kristallnacht.

¿Qué pasó con la proporcionalidad, con la premisa sionista de dejar de sentirse débil y dejar de asustarse, y con la santidad con la que debemos tratar el Holocausto evitando analogías baratas e interesadas? Al mismo tiempo, a pesar de un discurso de victoria amable y de un cálido encuentro con Obama, Trump perdió una gran oportunidad de mostrar liderazgo. Su silencio en medio de informes de violencia esporádica por parte de vándalos de la derecha fue tan despreciable como la hipocresía de sus enemigos demócratas. Por otra parte, virando no sólo a la derecha, sino a la alt-derecha con el nombramiento de Stephen Bannon, nos sugiere que Trump no va a seguir el ejemplo de Ronald Reagan y girar hacia al centro. Como resultado, la tradicional paz característica de la transición de poderes puede ser reemplazada por un combate continuo después de la campaña y controversia.

En medio de tanta furia, los políticos israelíes celebraban el futuro retiro de Obama y el silenciamiento de los "hacedores de la paz" clintonitas, polarizando aún más a una comunidad judía estadounidense que dio el 70% de sus votos a Clinton.  Los llamamientos a ampliar los asentamientos y enterrar la solución de dos estados alejarán a la mayor parte de los judíos de América, a la mayoría de los demócratas y, posiblemente, al presidente electo. que puede querer imponer un acuerdo de dos estados para pulir sus credenciales como el gran negociador que pretende ser.

Incluso si Trump es pro-colono y pro-Netanyahu, tal como sueña la derecha israelí, Israel debe proceder con mucha cautela, teniendo cuidado con los otros dos peligros. Trump sigue siendo radiactivo para muchos de los 62 millones de votantes de Clinton. Si abraza a Israel con demasiado ardor, tratándolo como un activo del partido republicano, su abrazo resultará aún más tóxico que el de George W. Bush. Se intensificará la obsesión con unos "neo-con" a las ordenes de Israel, el apoyo a Israel se verá como un proyecto exclusivo de la derecha en lugar de un proyecto de todos los americanos, dando lugar a un Estados Unidos dividido en lugar de unido a un enfoque bipartidista. (Miren a la izquierda demócrata, el impulso a Keith Ellison para presidir el Comité Nacional Demócrata supone impulsar a una especie de Berni Sanders/Barack Obama muy escéptico con Israel, y sugiere lo que muchos demócratas piensan de los enfoques bipartidistas).

Lo más preocupante es que la campaña de Trump, como el movimiento del Brexit, corre el riesgo de provocar que el nacionalismo americano sea propiedad de la derecha. A pesar de que Clinton es una patriota y agitó banderas rojas, blancas y azules en todo el país, nadie la llama nacionalista. En el vocabulario de los más modernos y liberales medios de comunicación, el nacionalismo está ahora vinculado a palabras como autoritario, intolerante, racista, xenófobo, deplorable y defensor de la supremacía blanca.

Ese aluvión deja al sionismo, es decir, al nacionalismo judío, en compañía de lo más desagradable. En lugar de contemplar al nacionalismo como una herramienta que puede dirigirse hacia la izquierda o la derecha, en lugar de apreciar el poder del nacionalismo para aprovechar la energía colectiva y ennoblecer a las democracias liberales, la sensibilidad universalista de la universidad está invadiendo América, allí donde viven la mayoría de los judíos de la diáspora.

El desprecio que Trump se ha ganado producto de su tosquedad y de su campaña electoral, y que aún tiene que disiparse con una disculpa post-electoral, arriesga a convertirse en contagioso, provocando que todos los que son orgullosos nacionalistas se vean como neandertales. Esta distorsión pone aún más presión sobre nosotros como sionistas, debiendo mantener nuestra tienda acogedora, grande y amplia, de izquierda a derecha, para que el sionismo sea el modelo actual de un nacionalismo moderno.

América puede que no se cure y que no se adapte bien al incremento de una visión nacional. Sin embargo, Israel no puede progresar sin una visión nacional vital e inspiradora. Nosotros, los sionistas, debemos jugar un juego interior-exterior. Debemos celebrar nuestro nacionalismo no para complacer a los demás, sino para enseñar a los demás. Así que, primero, debemos cerciorarnos de que estamos cumpliendo con nuestros estándares éticos más altos y que expresamos nuestros valores democráticos nacionales de una forma constructiva. Entonces podemos intentar arreglar el mundo, incluyendo a los Estados Unidos de Trump, la cual necesita desesperadamente del modelo constructivo de un nacionalismo no intolerante, no polarizador, no demonizador de los liberales, es decir, el ph sionista que falta en América.

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