Saturday, September 23, 2017

La lucha contra la tiranía - Dror Eydar - Israel Hayom



1.- Un colectivo de hombres y mujeres establece una entidad nacional y nombra jueces para mantener el orden entre los ciudadanos. Cada cuatro años, los ciudadanos eligen un liderazgo para dirigir su barco a través del valle de sombras de la muerte de pueblos y naciones, de peligros y aspiraciones. Los ciudadanos no eligen a los jueces para que los jueces no dependan de hacer las gracias al pueblo. Los jueces no interfieren con las elecciones políticas del pueblo ni están involucrados en los arreglos realizados entre las diferentes facciones dentro del colectivo.

¿Cómo resuelven las personas de este colectivo la aparición de ideas y deseos conflictivos? Establecen coaliciones, unen fuerzas con otras facciones con puntos de vista contradictorios por medio de un compromiso. Estas son las reglas que se fijaron por adelantado. Democracia. Cualquiera que se niegue a aceptar las reglas perjudica esencialmente la capacidad del colectivo de seguir viviendo colectivamente.

No hay mejor manera de alcanzar el objetivo más elevado de la vida colectiva nacional que el diálogo y la toma de decisiones conjuntas que involucran a todos los diferentes grupos en una casa que se estableció precisamente para ese propósito: la Knesset.

Los arreglos de compromiso ciertamente tienen el potencial de volver locos a los socios de la coalición, pero es la única manera de vivir juntos. La coerción inevitablemente socavaría las leyes fundamentales de la vida colectiva, es decir, la única manera posible de conciliar todos los puntos de vista: Arreglos legales y equilibrados por la cooperación de la coalición.

Así fue como el estado fue gobernado durante décadas. La rama judicial no interfiere en los poderes legislativo o ejecutivo, a menos que ocurra algo muy extremo.

Durante mucho tiempo, un grupo gozó de una hegemonía completa en el estado, mientras que otro grupo fue excluido, oprimido, calumniado, pasando muchos años sin poder y/o sin legitimidad en la oposición, hasta que accedió al poder y estableció un gobierno. No fue un golpe de Estado, sino una decisión democrática realizada por la misma población que había colocado al primer grupo que estuvo anteriormente en el poder durante tantas décadas.

Este giro en los acontecimientos horrorizó al primer grupo. En su mente, había construido al Estado sin ayuda y se sentía dueño de todo lo que se había logrado hasta ahora. ¿Qué iban a hacer? ¿Cómo podrían proteger su logro sin parecer que rechazaban las reglas de la democracia? En busca de ayuda, los representantes del grupo derrotado se dirigieron a la rama judicial. Ellos les dijeron: Si bien es cierto que ustedes no fueron elegidos por el pueblo, sí hablan nuestro idioma y están de acuerdo con nuestras creencias básicas. A partir de ahora, les traeremos a ustedes todas las disputas, y ello aunque los debates legislativos y las leyes naturalmente pertenecen a la Knesset, y deberían haber sido acordados entre las diferentes facciones por los votos y el gobierno de la mayoría.

Incluso si los peticionarios ante la Corte no están directamente involucrados en el tema en cuestión, el alcance de la Corte es omnipresente. La Corte Suprema, en su calidad de Tribunal Superior de Justicia, determina el carácter del Estado y la validez de las leyes. No sólo en circunstancias extremas, sino como una cuestión de rutina.

Así que si ustedes piensan que se llega a una decisión mediente el diálogo y el compromiso entre las diferentes facciones y posiciones en la Knesset, piénsenlo de nuevo. Las ramas legislativa y ejecutiva pueden hacer frente a la reacción pública y al desmembramiento de las reglas de la democracia. Pero la Corte los anulará. El resultado: Sin darnos cuenta, hemos designado un gobierno que nunca fue elegido por nadie.

2.- Es importante señalar que el mismo campo político y cultural que esencialmente deshizo el gobierno de la democracia (transfiriendo el poder de decisión del pueblo a un grupo minoritario no elegido), también nos ha dado ese monstruo que conocemos como corrección política. Aquí también, los elementos de control y supervisión son muy dominantes. Aquellos que buscan el control exclusivo no les gusta la idea del diálogo como un método para resolver disputas.

No les gusta la idea de que existe un cambio de opinión legítimo cuando los resultados de las elecciones deberían convencer verbalmente a la parte derrotada de que su camino ha sido derrotado. No. Ellos necesitan supervisar y controlar las opiniones y argumentos de las otras partes. Así implementaron una policía del lenguaje, dictando lo que se puede y no se puede decir. En una etapa más avanzada, también decidirán lo que se puede y no se puede pensar.

Por lo tanto, al instalar un mecanismo destinado a vigilar el uso del lenguaje, el discurso público se controla con afirmaciones de que ciertos grupos tienen más derechos porque son una minoría o víctimas, o cualquier otra excusa para esterilizar cualquier discusión de antemano y hacer imposible luchar por cualquier tipo de verdad compartida. Con el tiempo, el mecanismo de corrección política comenzó a funcionar con la misma capacidad que la Corte Suprema, un lugar para traer (o tal vez sacrificar?) todas las ideas y argumentos que flotan en la esfera pública.

La verdad en sí misma no pertenece exclusivamente a ningún lado. Todos agarramos nuestra parte y nos convencemos de que es toda nuestro. Pero la verdad es un concepto elusivo. Sólo se puede alcanzar a través del diálogo, y debe ser tan abierto y público como sea posible. Tenemos que participar en un debate sano y sin miedo, donde expresar un punto de vista genuino no tiene costo alguno.

El debate no gira solamente sobre las ideas extremas. Con el tiempo, el control impuesto sobre el lenguaje ha penetrado cada vez más profundamente en el discurso, infectando lo que hasta hace muy poco se consideraba como la corriente principal. Aquellos que impusieron su mecanismo de control sobre el lenguaje ahora han caído en su propia trampa: el centro político se ha debilitado y lo que alguna vez fue su franja política no está tomando su lugar. A nadie le importa la verdad. Hoy en día, ciertas ideas son el poder dominante, y el mecanismo de la corrección pública etiqueta cualquier afirmación que cuestione la veracidad de estas ideas como una opinión ilegítima y estrictamente prohibida de formular.

Esto no pasa solamente con un diputado ultra-ortodoxo que se ve obligado a pagar un alto precio personal por atreverse a decirle al mundo que asistió a la boda gay de su sobrino homosexual, prefiriendo a la familia que a la corrección política de su partido religioso. El otro lado de la moneda es igualmente imposible porque este control del pensamiento y del lenguaje es igual de predominante en la llamada parte liberal y progresista de la sociedad. En mi opinión, entre los liberales y progresistas, el control es aún más estricto y rígido, impidiendo ser desafiado.

3.- No se trata solamente de los tribunales, la Corte y la esfera pública, sino también las universidades (la academia) israelíes las que también están bajo el control de un grupo minoritario. Grandes partes de esa academia han abandonado su búsqueda de la verdad en favor de una búsqueda de la justicia social y el cambio. Inherentemente, la búsqueda de la verdad usando métodos científicos está destinada a librarnos de nuestras inclinaciones hacia una u otra opinión porque "nos conviene". Cuando la búsqueda se hace para cambiar el mundo en el sentido de la justicia social, impone esencialmente una idea que fue definida por un cierto grupo en la búsqueda de su verdad (en un punto histórico, cuando ese grupo estaba en el poder de una manera exclusiva y era capaz de dictar qué valores eran correctos y cuáles no).

Con la ausencia de la verdad como pieza central de cualquier trabajo científico, el aspecto científico se debilita y en su lugar se insinúa una agenda, una que controla la curiosidad científica con un marco de ciertos valores. El marco de valores asegura que los investigadores apenas se aparten de unos dogmas adoptados por la llamada comunidad liberal y progresista. Y no se trata sólo de los tribunales y de la esfera pública. También es cuestión de la academia, en otros momentos un bastión de la libertad, la cual ha sucumbido en gran parte a esta ortodoxia política que parece saber lo que es bueno para nosotros, incluso antes de preguntar. Cualquiera que acaricie el pensamiento libre debe luchar contra esta tiranía.

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