Monday, January 08, 2018

Un breve y gran ensayo de Eliezer Berkovits: Un viejo judío y sus nietos - Lehrhaus




Una tarde de verano cuando estaba caminando por un barrio judío, mi atención se vio atrapada por una interesante escena .

Varias personas estaban sentadas en dos grupos en el porche de una casa de clase media.

Un grupo estaba formado por la figura patriarcal de un viejo judío. Era un hombre entrado en años, obviamente acercándose al final de su peregrinación terrenal. Su cabeza estaba cubierta con la tradicional kipá y su cara estaba adornada con una larga barba canosa. Estaba sentado en un sillón profundamente absorto en lo que era, sin duda, un "sefer" de la literatura tradicional del judaísmo.

A cierta distancia del anciano estaba sentado el otro grupo. Eran personas más jóvenes, aparentemente de la misma familia, posiblemente los hijos de ese anciano judío, o tal vez sus nietos. También estaban en silencio, pero absortos en la lectura de los periódicos que estaban diseminados por todas partes en unas hojas casi innumerables.

El anciano no representaba desde luego a un grupo, al estar completo solo. Aquí había dos mundos en ese porche: el de "Zaide" (el abuelo en yiddish) y el de los hijos y nietos del Zaide. Dos mundos parecidos, y uno al lado del otro, pero uno podía sentir el abismo insalvable que separaba el uno del otro. Había un padre y sus hijos y/o nietos, tan cerca el uno del otro en el espacio pero tan lejos el uno del otro en la comunicación.

El silencio reinaba en el porche, y de alguna manera uno se daba cuenta de lo que significaba: no tenemos nada que decirnos. Sin embargo, había algo adicional además de ese silencio.

Ese silencio podía convertirse fácilmente en un tema de estudio mucho más gratificante. Hay casi tantos tipos diferentes de silencios como de ruidos. Hay, por ejemplo, el silencio de un departamento vacío. "Suena" de forma diferente al silencio de un apartamento que es un hogar, en el que la gente vive y donde se guarda silencio porque, después de un día de trabajo y diversión, padres e hijos se han retirado y la casa está en reposo.

Dos personas pueden guardar silencio porque no tienen nada que decirse, pero también puede haber un silencio de una cualidad completamente diferente entre dos personas que se aman, que no se hablan porque se entienden sin palabras.

Existía un silencio colérico, un "silencio helador", y también otro bondadoso y alentador, que suponía un bálsamo para el corazón.

Los dos grupos en nuestro porche estaban separados el uno del otro, incluso por la naturaleza de sus silencios. Porque la verdad era - y probablemente era la característica más sorprendente de la escena que observé - que allí existían dos silencios diferentes: el que rodeaba al padre o abuelo leyendo su "sefer", y el otro que reinaba alrededor de los hijos y nietos con sus periódicos.

El silencio del anciano tenía una dignidad propia, pues significaba pensar y contemplar, y tenía la fragancia de un vino viejo. Era un silencio muy elocuente, porque si uno escuchaba con atención podía oírle decir: hay tanto en qué pensar, tanto que uno debe esforzarse por comprender. Y resulta bueno sentarse y pensar, y reflexionar sobre lo que otros antes que nosotros, los santos, los profetas y los maestros pensaron y enseñaron..., y de vez en cuando dejar reposar ese gran libro por un momento, y pensar nuestros propios pensamientos y soñar con nuestros sueños, estimulados por el libro.

El silencio del anciano decía todo esto y mucho más, pero sus hijos y/o nietos no lo escuchaban. Estaban muy lejos, vagando inquieto sobre interminables hojas del diario con su letras impresas. Estaban atrincherados detrás de su propio silencio. Y qué silencio tan diferente. Ese silencio revelaba al observador que los hijos y/o nietos acababan de terminar su cena y que era demasiado temprano para su programa de televisión favorito, o ese otro show que planeaban ver esa misma noche. ¿Qué podrían hacer en esos momentos entre el trabajo y el entretenimiento? ¿Conversar? ¿Pensar? ¿Tal vez leer un libro? ¿Acerca de qué? El silencio de los hijos y nietos hablaba de aburrimiento y de un agotamiento mental.

Los diarios que el grupo más joven leía serían desechados a la mañana siguiente, pero el libro en manos del anciano fue leído y atesorado por muchas generaciones en el pasado. El anciano guardaría ese libro para mañana y para el día siguiente, y para más días siguientes. Pero un día el "Zaide", el anciano judío, ya no estaría sentada en el porche. ¿Qué pasaría en el futuro con su libro? ¿Quedaría en un silencio solitario, el silencio de la irrelevancia, frente a esa última y moderna sabiduría de un diario vespertino que inmediamente sería olvidado?

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