Sunday, January 20, 2019

Cómo los judíos se convirtieron en "demasiado blancos y demasiado poderosos" para el activismo progresista en los Estados Unidos - Sara Yael Hirschhorn - Haaretz



Perseguido por un año de acusaciones de antisemitismo el liderazgo de la Marcha de las Mujeres, la protesta popular que surgió a raíz de la elección de Donald Trump, y recientemente abandonado por una larga lista de importantes aliados después de un nuevo conjunto de acusaciones, algunas de sus más controvertidas líderes han acudido a la televisión nacional para enfrentarse a sus críticos.

Cuando la copresidenta de la Marcha, Tamika Mallory, apareció en el programa de entrevistas estadounidense "The View", fue criticada por asistir a los eventos de Nation of Islam y publicar una foto de ella en Instagram con Louis Farrakhan al que identificó como "el (líder) más grande de todos los tiempos".

Mallory, quien en varias ocasiones a lo largo de la entrevista de diez minutos se negó repetidamente a responder a una apelación directa a condenar los comentarios de Farrakhan, declaraciones que comparaban a los judíos con "gente malvada y falsa", una especie de "termitas" (y ella sólo tenía que decir que no se reconocía "en ese lenguaje"), Mallory sin embargo rechazó la petición diciendo: "No lo llamé el mejor de todos los tiempos debido a su retórica. Lo llamé el mejor de todos los tiempos debido a lo que ha hecho por las comunidades negras". En última instancia, Mallory concluyó reafirmando su activismo: "Donde quiera que esté mi gente, ahí es donde debo estar".

¿Quién no ama a un hombre o una mujer de su propia gente que además es un devoto custodio de su comunidad? Innumerables protagonistas han invocado las supuestas injusticias que sufren sus sagradas comunidades para lastimar y abusar de otras. Ese es un camino resbaladizo que los extremistas conocen bien y los progresistas deberían evitar.

Donald Trump insiste que lo supedita todo al "América, ​​primero". David Duke afirma que ha hecho grandes cosas por la "comunidad blanca" del KKK. Incluso Robert Bowers, el autor asesino de la masacre de la Sinagoga del Árbol de la Vida proclamó que "a la mierda las ópticas, mataría para proteger a sus hermanos y hermanas nacionalistas blancos".

Las palabras y los hechos reprensibles de Louis Farrakhan, una figura pública con un impenitente carácter antisemita, no pueden ser excusados ​​o justificados por el bien de la construcción de la comunidad negra.

La Nación del Islam puede ser una secta religiosa e identitaria significativa dentro de la comunidad afroamericana (sus actividades, como los programas de rehabilitación de prisioneros y eventos como la Marcha del Millón de Hombres, han tenido importancia en la construcción de la identidad y la solidaridad negras). Pero la Nación también es considerada un "grupo extremista" por el Southern Poverty Law Center, una conocida organización a la que no se le puede achacar una fuente de hostilidad hacia la comunidad afroamericana.

El uso constante de la retórica antisemita por parte de Farrakhan y los ataques a los "otros" como una forma de crear una cohesión grupal, recurriendo a dañar a otras comunidades para reforzar la "fuerza" de su propia comunidad, no puede ser una forma aceptable de hacer políticas de identidad para el campo progresista.

Sin embargo, está claro que la "construcción de la comunidad" dentro del movimiento progresista actual tiene el coste del dolor judío.

En los últimos años, los judíos sionistas progresistas han sido eliminados de manera efectiva, ya sea a través de un lenguaje deliberadamente excluyente, de la violencia verbal o el malestar físico del activismo progresista.

Por ejemplo, la plataforma Black Lives Matters requirió que sus partidarios respaldaran la afirmación de que la ocupación de los palestinos por parte de Israel es un "genocidio". En la Marcha del Dyke de Chicago, a una activista judía que agitaba una bandera del arco iris con una sola estrella judía se le dijo que estaba "haciendo que la gente se sintiera insegura ...colocando a los otros en peligro al estar ella aquí con su bandera". En protestas contra la prohibición a una inmigración musulmana decretada por Trump y a sus políticas de separación familiar, grupos judíos como Judíos de Tucson por la Justicia fueron reprendidos, y otros activistas exigieron que denunciaran el "genocidio" de los palestinos como un requisito previo para su participación.

Las mujeres judías que se identifican con el sionismo han visto comprometida su compatibilidad con las opiniones de los círculos feministas activistas influidos por las líderes de la Marcha de las Mujeres como Linda Sarsour, y los progresistas judíos incluso han sido objeto de boicots ruidosos por ser "sionistas gentrificadores" que participan en "acciones progresistas como forma de lavar su historial"

El hostigamiento al "otro (judío)" y la expulsión de los judíos sionistas de la izquierda es una larga historia que se remonta a las consecuencias de la guerra de 1967. Sin embargo, el campo progresista ha dirigido ataques cada vez más contundentes contra los judíos estadounidenses que se identifican como no sionistas e incluso como antisionistas. El objetivo ahora parece ser el de los judíos como pueblo (su existencia como tal), sin hacer referencia a las posiciones específicas de un individuo en cuestiones de nacionalismo judío o de Israel.

En particular, los activistas judíos asquenazis han sido categorizados como "judíos blancos" y han sido atacados por la propia Mallory por "defender la supremacía blanca", y han sido acusados ​​de desempeñar un papel históricamente dominante en el comercio de esclavos y en el encarcelamiento masivo en los Estados Unidos.

Además, para la izquierda progresista el antisemitismo ya no puede seguir siendo una forma diferente de discriminación, sino más bien una rama menor en el árbol de las intolerancias generales. Algunos incluso cuestionan si el antisemitismo pertenece a la familia del prejuicio y minimizan su impacto. La propia Sarsour afirmó que el antisemitismo "afecta a los judíos estadounidenses, pero es muy diferente al racismo negro o a la islamofobia porque no es sistémico".

Los judíos son vistos como una minoría demasiado integrada institucionalmente, demasiado exitosa (en sí misma como un típico tropo antisemita), o, en otras palabras, demasiado blanca (y por lo tanto demasiado beneficiaria del "privilegio blanco") para que se tome el antisemitismo seriamente. 

Hay algo más que unos pocos ecos de los Sabios de Sión ("demasiado poderosos y demasiado representados") en los comentarios atribuidos a las líderes de la Marcha de Mujeres en relación con la participación de mujeres judías, una crítica a esas "demasiadas" mujeres judías que desean participar en el activismo progresista. Y es que "los mismos amos de la opresión no pueden quejarse de dicha opresión", afirmación que se usa contra los judíos cuando se oponen al antisemitismo al que se enfrentan.

Sarsour, observando que el problema de Farrakhan había resurgido "repentinamente" después de la masacre de la sinagoga de Pittsburgh, sugirió que se estaba redirigiendo la culpa de Bowers, el asesino supremacista, hacia Farrakhan: "La desviación se ha dirigido hacia un hombre negro que no tiene el poder institucional de los supremacistas blancos". Habiendo descartado al ADL y al periodista judío Jake Tapper como fuentes de la controversia de Farrakhan, es difícil imaginar que esos "amigos" que Sarsour cree que se lo han inventado, como agentes de la supremacía blanca, sean judíos.

La izquierda parece cada vez más sorda al "trauma judío". En un hilo reciente de Facebook, Sarsour le dijo a una interlocutora judía que se sentía molesta por los vínculos de Farrakhan con las líderes de la Marcha de las Mujeres, que ella entendía su "dolor histórico" y la instó a "compartirlo" con el colectivo en aras de la "solidaridad". (A pesar de que parece poco probable que una mujer judía "sin dolor" sea aceptable para la mayoría de los progresistas en este espacio político de la identidad).

Sin embargo, agregó: "Si te sientes cómoda, no estás en la coalición", pidiéndole a las participantes judías de la Marcha de las Mujeres que "se comprometan a trabajar contra el dolor".

Sin embargo, el dolor no parece ser una calle de doble sentido. Los judíos que desean permanecer en solidaridad dentro del espacio progresista parecen necesitar "trabajar a través" de un manifiesto antisemitismo mientras toman una responsabilidad exagerada por pertenecer al privilegio blanco, pero otros grupos identitarios pueden intercambiar su propio dolor con ganancias políticas, incluso infligiendo daños a otros, y todo por el bien de ese mismo espacio progresista.

Las políticas de identidad se han convertido en una especie de Olimpiadas de la opresión en las que los judíos asquenazís, al menos porque "pasan" por blancos y pueden ser beneficiarios del privilegio blanco, nunca podrán competir porque sus graves traumas históricos y los actuales como el asesinato en Pittsburgh se han vuelto irrelevantes.

Lo inclusivas y acogedoras que puedan ser las coaliciones para los judíos, representa al canario en la mina de las democracias liberales. La cuestión del antisemitismo en la Marcha de las Mujeres bien puede revelar los límites del liberalismo dentro de dicho movimiento y el profundo fracaso de la política de identidad para proporcionar una inclusión completa de todos los grupos.

Si bien la agenda de la Marcha de las Mujeres y otros movimientos progresistas siempre ha sido el empoderamiento, lamentablemente durante gran parte de la historia judía moderna la promesa de una emancipación total y una verdadera alianza comprometida dentro de una comunidad más amplia ha sido menudo mucho más difícil de alcanzar.

Si otros grupos identitarios han decidido operar en el marco de "resulta bueno para nuestra comunidad", es probable que no haya pasado mucho tiempo para preguntarnos: "¿También es bueno para los judíos?".

¿Vale la pena luchar para ser incluido en coaliciones asimétricas e incluso abusivas de supuesta progresista "solidaridad" cuando el precio supone fracturar a nuestra propia comunidad? ¿No sería mejor buscar ese famoso "tikkun olam" dentro de un marco que también tome en serio nuestras propias preocupaciones y construya asociaciones en nuestros propios términos?

Cualquiera que sea el camino que podamos elegir, los escándalos de antisemitismo dentro de la Marcha de las Mujeres también tienen mucho que enseñarnos sobre los peligros de descender en nuestro propio particularismo. Lo que es "bueno para los judíos" también debe servir a un bien mayor.

La responsabilidad del poder judío y el activismo progresivo actual debe ser doble: reconocer tanto el privilegio como la impotencia de nuestro pasado y presente, al tiempo que protege al presente y al futuro judío.

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