Saturday, November 02, 2013

Por si mismas, y para ellas mismas, esas irrelevantes élites - Avirama Golan - Haaretz



Una serie de quejas se han expresado recientemente sobre "el público o población israelí". Todo comenzó en el funeral celebrado a principios de este mes por el fallecimiento del líder espiritual del partido ultra-ortodoxo Shas, el rabino Ovadia Yosef, cuando ciertos respetados comentaristas, sin tener en cuenta al gran número de dolientes, habló con expertos ultraortodoxos como si vivieran fuera de la sociedad, en una especie de reserva para indios americanos. Algunos expresaron su repulsa ante lo que veían como una manifestación que consideraron totalmente irracional, mientras que otros se burlaban de la gente que lloraba como niños por "un hombre de 93 años de edad", como si solamente fuera legítimo penar por la suerte de los más jóvenes y como si ellos mismos no hubieran hecho lo mismo (justificadamente) con sus propias admiradas personalidades que murieron a una edad muy avanzada, como el filósofo-científico Yeshayahu Leibowitz, a los 91 años, y el líder del Partido Laborista, Yitzhak Ben-Aharón, a los 99.

Tras las elecciones municipales de la semana pasada, de nuevo "el público" sufrió parecidas críticas por no acudir de manera masiva a las urnas. Se les tildó de apáticos, consentidos y ajenos a su deber cívico. Y todo ello porque cientos de miles de israelíes expresaron su propia opinión absteniéndose en unas elecciones que no proponían una agenda interesante o un candidato más prometedor que el titular. Y cuando los resultados de las elecciones no se adecuaron a lo esperado por esos grupos de personas que se consideran a de sí mismas como más inteligentes y políticamente correctas que el resto, la culpa y las críticas fueron de nuevo dirigidas contra "la opinión pública", lo que significa que existe un segmento insufrible de la población compuesto por cualquiera, pero que acapara las críticas de las élites

Es como lo que afirmó el propio Ben-Aharon tras la derrota electoral de 1977 que supuso el acceso al poder del Likud y la expulsión del Partido Laborista: "Si esa es la decisión popular, yo no la respeto". Esa declaración era sintomática de la forma de pensar de por aquel entonces, y pasó de ser un desafortunado resbalón linguístico a una oculta y destructiva declaración de principios. Alguien que no concede ningún respecto a las creencias y valores de otras personas que le resultan inaceptables, no puede ser catalogado desde cualquier punto de vista de liberal progresista.

Lamentablemente, desde 1977, el fenómeno sólo ha empeorado. Existe un gran grupo de israelíes que se definen como abanderados en exclusiva del estado de derecho, del liberalismo y la democracia, y de la ilustración, pero que a la vez denigran a cualquiera que no piense, actúe y viva tal como ellos lo hacen.

La definición más aceptada de este grupo es el de "élites" o "la izquierda", pero esas definiciones son irrelevantes. Si hay una conexión entre esta gente en su torre de marfil y una visión del mundo de izquierdas que busca la justicia y la igualdad, es pura coincidencia. Además, ese grupo no ha constituido una élite desde hace bastante tiempo. A pesar de la cómoda vida profesional y económica de los miembros de este grupo, cuando hablamos de puestos clave en los sectores público y empresarial, permanecen aislados de los verdaderos centros de influencia social y cultural. Es por ello que suelen hablar entre ellos sobre si mismos. En la práctica, se han convertido en un sector independiente de la población. En lugar de liderar y servir a la sociedad en su conjunto para ayudar a los procesos de cambio, este grupo ha conducido un combate autojustificador, anacrónico y perjudicial contra los demás sectores de este país.

Un ejemplo especialmente desafortunado de esta disputa se produjo recientemente en el Tribunal Superior de Justicia. Siete jueces de la Corte Suprema acusaron a la opinión pública de tener "los ojos cerrados", y proporcionó una interpretación compleja y oscura de la ley, ordenando a tres alcaldes dimitir en vísperas de las elecciones municipales. En última instancia, se mostraron sorprendidos cuando esa opinión pública, que votó de acuerdo a sus prestaciones municipales y en contra del alto tribunal, los reelegió a los tres, y que aún están bajo acusación.

Los jueces podían haber acelerado las investigaciones previamente o escuchar las peticiones acerca de dejarles participar en la función pública por otros dos meses. O podrían haber recurrido a la Knesset para cambiar la ley y, al hacerlo, demostrar que desean estar con la gente en sus esfuerzos por ejercer su responsabilidad y enfrentarse a los conflictos. En su lugar, sin embargo, optaron por actuar como un sector que utiliza sus propios medios, reprimenda e insulta. Y con ello tienen una influencia cero en la lucha contra la corrupción en los gobiernos locales. Todo lo que hicieron fue impugnar la reputación de la opinión pública.

Este inquietante fracaso no es un asunto privado. Se trata de la democracia de Israel. Al mantener una posición exclusivamente purista, los jueces han tenido en sus manos la suerte de diputados como por ejemplo Yariv Levin, Ayelet Shaked y sus colegas. Sea como fuere, los componentes del "público", que según parece tratan de educar, no son estúpidos. Tampoco es culpa del "público o de la población", pero sin embargo es esa población la que pagará el precio de la incompetencia de estas élites.

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