Saturday, March 21, 2009

El israelí racista y fascista que hay en mí - Bradley Burston - Haaretz



LOS ANGELES - Yo estaba decidido a pasar ese trago. Estaba decidido a volar a los EEUU para hablar de la situación en Israel y a responder nada más que con una media sonrisa y un "siguiente pregunta, por favor", a todas esas personas leídas y abiertas de corazón que hacen preguntas del tipo de: "Entre usted y yo, ¿qué les pasa a esa gente, a sus amigos, los israelíes?"

Traducción textual de la pregunta: ¿Qué pasa con toda esa lacra que azota a la humanidad? Una gran máquina de guerra que sólo pretende ser un pequeño país; unos ciudadanía militarizada y esterilizada en los que respecto a su moralidad; desprovista de compasión; carente de conciencia; brutal en la guerra y en su ambición imperial; engendro de Goliath casado con la alta tecnología y el armamento; incorregiblemente sectaria y simple en la intimidación; poco más que racistas que votan a racistas; fascistas que se decantan por los fascistas; una vergüenza para Occidente; una vergüenza para los judíos; en suma, una vergüenza para ese interlocutor progresista que me formula la pregunta.

Estaba dispuesto a no decir nada. Sin embargo, en el avión que me llevaba, leo un ensayo sobre Israel y los israelíes que cambió mi mente. Tengo que dar gracias a la extraordinaria novelista Anne Roiphe por la redacción de ese artículo, el cual me hizo hervir la sangre y, a causa de ello, me obliga a decir lo que honestamente pienso.

La Sra. Roiphe, hay que decirlo, es una imperiosa y muy compasiva escritora, preocupada por los israelíes y que conoce casi todo acerca de ellos, salvo lo más básico.

"No podía sentirme peor", confiesa la Sra. Roiphe al comienzo de su ensayo sobre las recientes elecciones israelíes, y especialmente sobre esos judíos israelíes que votaron por Avigdor Lieberman, a quién define en términos peligrosamente demagógicos y profundamente crueles. "Me siento como si mi esposo me hubiera engañado con Mussolini".

Quizás como consecuencia de esto, la Sra. Roiphe asegura que ha comenzado a ver a Israel y a los israelíes con una especie de visión estrecha y oscura, como ese túneles donde no se observa ninguna luz que permita adivinar su final. Ella sugiere que lo importante de las elecciones es que fue un voto en contra de la paz.

"Yo definiría como un hecho patológico el que Israel aún escuche a esos dirigentes que no entienden que el conjunto de la Cisjordania no puede pertenecer a Israel sin que le convierta en una nación paria, sin violar el espíritu de la Torah y la aterrada memoria del pueblo judío".

Con una sonrisa y una bofetada, nos permite saber que ella es de los nuestros. "Comprendo que la paz ha tardado demasiado tiempo en llegar y que los palestinos han hecho cosas estúpidas: la elección de Hamas, el lanzamiento de cohetes contra Israel, burlarse de aquellos de entre nosotros que creíamos que abandonar Gaza podría ser un buen primer paso. Entiendo la desesperación, la frustración y la necesidad de saltar agitando una espada en el aire contra cualquier nube que aparezca en el cielo".

Perdóneme Sra. Roiphe, pero usted no comprende nada. No estoy seguro de que alguien, a miles de millas de distancia, pudiera entenderlo. Examine usted de cerca los resultados de las elecciones y encontrará que una clara mayoría votó a favor de los partidos que han ido favoreciendo un eventual Estado palestino en Cisjordania y Gaza. Además, comprobará como menos del 6% votó a favor de aquellos partidos que rechazan categóricamente esa solución.

Entonces, ¿cómo explicar el comportamiento incomprensible de esta gente, de mis amigos? ¿Qué denominador común que no sea la mala intención puede explicar la continuación de la ocupación de Cisjordania, el riesgo de una catástrofe demográfica, la mal comprendida rabia de un pueblo, expresada como un solo hombre, y si en muchos casos víctima, merecedora víctima por esta fechoría?

No le gustará la respuesta. Pero de toda la cegadora ecuación del complejo bazar que es el Oriente Medio, la realidad se reduce a una palabra: los cohetes.

Los cohetes de Saddam Hussein en 1991, esos que nos condujeron al proceso de paz, y los cohetes palestinos de ahora, esos que día tras día han cavado una tumba a la paz y la cubren con más cieno y escombros cada pocas horas.

El problema fundamental está hoy en día en los cohetes y no en el racismo que se adjudica a Avigdor Lieberman. Y son los cohetes, más que cualquier otro factor, lo que explica lo sucedido con la izquierda israelí, con el Meretz y, en particular, con el Partido Laborista.

Cuando Saddam Hussein disparó 39 misiles balísticos contra Tel Aviv, Haifa y Dimona, cambió radicalmente la manera con la que los israelíes consideraban la importancia de los territorios. De la noche a la mañana la amenaza venía de 1.500 kilómetros de distancia, y entonces, ¿por qué era bueno resistir permanentemente en las colinas de Samaria, en Cisjordania, o en las dunas del norte de Gaza?

Fue esto, tanto como cualquier otro factor, lo que allanó el camino para la apertura de lo que hemos llegado a conocer como el proceso de paz, y que comienza en la conferencia de Madrid en 1991.

En 2005, menos de un día después de que las fuerzas israelíes evacuaran a los últimos judíos de Gaza, los palestinos habían colocado sus lanzacohetes sobre las ruinas de los asentamientos que acababan de ser evacuados. Y tomaron como objetivo no sólo Sderot, sino algunos de los kibutzim que más firmemente han defendido la causa de una Palestina independiente al lado de Israel.

Ese acto, y los miles de cohetes que le siguieron, provocaron que los israelíes cambiaran total y nuevamente sus concepciones. Pusieron un brusco final a la idea de "tierra por paz", porque nadie, ni siquiera los más ardientes defensores de un Estado palestino en Cisjordania, estaban de acuerdo en dejar el aeropuerto Ben-Gurion, Tel Aviv y Jerusalén dentro del alcance de otros cohetes. De repente, hubo un nuevo consenso. Y el proceso de paz, el movimiento por la paz y, con él, el partido Laborista y el Meretz, se fueron quedando a contrapié (al margen).

Hace diez años, Hassan Nasrallah, el jefe de Hezbolláh en el Líbano, electrizó al Islam radical y particularmente a los palestinos cuando dijo que el terrible Israel realmente era tan frágil como una tela de araña.

Presionen a Israel con terroristas suicidas, indicó, y toda la red se colapsará y se derrumbará. Pero esto no funcionó. El terror por medio de suicidas, de hecho, fortaleció y unificó a Israel. A los ojos del mundo post 11-S, el terrorismo suicida convirtió a los israelíes de villanos en víctimas, y la imagen de los palestinos osciló de un valiente David a la de un escalofriante y detestable Goliath.

Pero ahora Hamas está empezando a considerar otra estrategia. En este punto, la mejor forma de destruir a Israel es dejar las cosas tal como están.

Evaluar y ajustar el flujo de cohetes lanzados contra los civiles israelíes hasta un nivel que les vuelva completamente aceptables para el resto del mundo, pero que a la vez resulten totalmente insoportables para los israelíes.

A continuación, sentarse y esperar que la demografía y la desesperación hagan su magia. No es de extrañar que los dirigentes de Hamas supuestamente moderados defiendan una tregua de 50 años. En ese tiempo, los árabes israelíes podría ser capaces de eliminar, votando, al estado judío del mapa.

Una clara mayoría de los judíos de Israel lo sabe también. Pero no me he encontrado con nadie en Israel, incluidos los votantes del Meretz, que esté dispuesto a entregar Cisjordania mientras que como ahora Ashkelon sea un lugar de prácticas para los artilleros palestinos y los cohetes vuelen sin cesar.

He creído durante mucho tiempo que, en términos de sus efectos destructivos sobre las perspectivas de paz, los asentamientos eran los cohetes Qassams de los judíos. Pero lo que no reconocí en un primer momento fue el efecto derivado de los Qassams palestinos, su “consagración” de los asentamientos en Cisjordania y que, más que cualquier otro factor, los protege de su posible evacuación.

En general, el mundo no tiene ni idea - ni siquiera el más mínimo interés - en que cuando un cohete de hasta nueve pies de largo vuela durante 25 millas de distancia a una velocidad de media milla por segundo, con hasta 44 libras de explosivos embalados en su ojiva, puede provocar fácilmente una matanza.

Y esto en la medida en que el mundo sabe que caen cohetes pero sin apenas provocar ruido. Quizá una casa puede ser destruida y los nervios de los niños puedan quedar destrozados, incluso de por vida. Comunidades enteras, ciudades enteras, sufren de estrés postraumático. Pero a menos que maten a 10 israelíes, o 20, estos cohetes nunca existirán para el mundo. 10.000 cohetes lanzados contra zonas civiles, sin protección alguna – y estoy realmente avergonzado de reconocerlo - más que el de los milagros.

Son esos milagros, esos que apenas evitan las catástrofes, literalmente millares de ellas, los que se han convertido en un hecho central de la vida israelí. Es esto, y una ira que nadie fuera de Israel puede conocer o comprender totalmente, y un dolor, una profunda frustración en el alma, siempre tarareando un miedo, una enfermedad y una fiebre ante la proximidad de un próximo e inevitable desastre, así como un sentimiento de abandono por parte de esos que en el extranjero ni esperan ni desean conocer lo que estas personas, mis amigos, están pasando aquí, ni por qué razón.

No es culpa del mundo si éste estima que los israelíes no tienen derecho a la ira. En realidad, el mundo tampoco es verdaderamente culpable de preferir ver a los israelíes como feroces y llenos de odio sin provocación de por medio, sin una causa justa.

El mundo sólo conoce lo que los medios de comunicación eligen revelar. Durante una década, hemos desestimado los cohetes como poco más que una desagradable trastienda, unas molestias poco menos que desagradables, unos cómodos pretextos para más ataques militares israelíes desencadenados por unos políticos israelíes deseosos de eludir cargar con la culpa.

Sin embargo, los cohetes siguieron cayendo. Día tras día, los cohetes palestinos fueron en busca de sus objetivos, y a veces demolieron hogares, guarderías, clínicas, sinagogas, comedores de kibutz, plazas, fábricas, escuelas primarias, escuelas secundarias, casas de apartamentos. Desde hace años, por algún milagro, un enorme número de vidas israelíes se ha librado de ellos. Estas son personas que tratan de vivir su vida cotidiana bajo el fuego, y que no tienen defensa, ni protección alguna, a excepción de la intercesión de una u otra forma de entender la providencia.

El fin de semana en que apareció el articulo de la Sra. Roiphe, me pregunté cuántos de sus colegas neoyorquinos escucharon que un cohete Katyusha se había estrellado en un aula vacía en Ashkelon, cerca de donde los fieles se encontraban reunidos en una sinagoga, y, poco después, otro aterrizó a 600 pies del Hospital Barzilai de Ashkelon y de sus miles de pacientes y personal sanitario. No hubo muertos = No pasó nada.

El mundo hace mucho tiempo que se cansó de los israelíes y de sus lloriqueos. Al mundo le importan aún menos, un bledo verdaderamente, esos milagros diarios que permite salvarlos. El mundo también ha tenido tiempo de crecer y cansarse de sus palestinos.

Pero el mundo debe saber esto: no importa que gobierno progresista pueda haber en Israel, no importa cuán grave sea el sufrimiento de los palestinos en Gaza, sin un final de los cohetes, no habrá proceso de paz y, desde luego, no habrá paz. Mientras los cohetes sigan volando, nada se moverá.

Nada de lo que Israel ha intentado, ni la diplomacia, ni la brutalidad, ha sido capaz de detener los cohetes. Sólo Hamas puede hacerlo. El mundo y Washington podrían haber convertido a los cohetes en una prioridad hace años, y quizás llegado a esta determinación. Pero el mundo tiene otras cosas en que pensar y Washington también.

De regreso a Nueva York, Anne Roiphe parece haber renunciado a sus hermanos de Israel. "En las condiciones actuales, es de vital importancia que los judíos liberales, dignos y democráticos, sigan desempeñando un papel cada vez importante. Puede que tengamos que ser los que llevemos adelante la nación judía, con todas sus inteligentes y morales propuestas".

Desearía tener tanta fe como ella en sus compatriotas judíos americanos, mi pueblo de origen.

Como se puede comprobar, no tengo casi nada en común con mis vecinos directos, inmigrantes judíos rusos a Israel, excepto en el hecho de que, en cierto modo, soy uno de ellos. Mi destino podría haber sido el suyo. Mi familia, que vivía en Rusia antes de la guerra, finalmente no emigró a Los Ángeles, sobrevivió al Holocausto y a Stalin y formó parte de ese millón de judíos de la ex Unión Soviética que se trasladó a Israel hace 20 años, y yo podría haberme encontrado a mí mismo siendo un orgulloso votante de Avigdor Lieberman, enojado con mis compatriotas israelíes que me lo echan en cara como si yo no fuera un israelí más, odiando a los árabes que nos tiran cohetes, furioso contra los árabes israelíes que apoyan el lanzamiento de cohetes y, finalmente, despectivo - cuando yo proclamo repetida e inútilmente mi lealtad – con un lugar donde encima me miran por encima del hombro.

Los nuestros son tiempos terribles. Las nuestras son opciones feas. ¿Quiere ver la paz la Sra. Roiphe? Rece por un milagro. Pero más aún, rece por el suceso que nadie espera, el acontecimiento sorprendente que nadie podía haber previsto, un viaje en el que Netanyahu o Lieberman se asemejen a los Begin y Sadat, o a los de Rabin y Sharon, el acontecimiento que obligue a todos sus colegas hipercríticos con sus típicas perspectivas y frustraciones a reconsiderar la posibilidad de que las personas en la Tierra Santa algún día puedan tener un futuro en común.

1 comment:

  1. Todas las cesiones que se hagan en consonancia con los buenistas de turno sólo serán vistas opr el islam como una nueva victoria que hará que el cerco se achique un metro más , porque como fin último, no nos equivoquemos, no es tener un estado palestino, ni conseguir siquiera una taifa, el fín u´ltimo es expulsar a los judíos primero y seguidamente a los crsistianos. Para posteriormente continuar su invasión. Al tiempo.

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