Thursday, September 19, 2013

Nathan Birnbaum y la modernidad judía: arquitecto del sionismo, del yiddismo y de la ortodoxia - Kalman Weiser - Marginalia



Es una de las ironías de la historia que el hombre que acuñó el término "sionismo" sea apenas recordado y, en su mayor parte, de manera poco caritativa por la historiografía del movimiento sionista. Nathan Birnbaum (1864-1937) vivió gran parte de su vida en la miseria y murió en una relativa oscuridad. Sin embargo, él fue, como argumenta persuasivamente el erudito y estudioso Jess Olson, un pensador innovador y visionario que fue tomado en serio por los grandes hombres que ahora son figuras canónicas de la historia política judía moderna.

Durante una carrera itinerante que abarca más de seis décadas, Birnbaum defendió a una serie de movimientos que se oponen radicalmente entre si - formas rivales del nacionalismo judío secular, así como una ortodoxia fervorosa -. Sus transformaciones ejemplifican las principales respuestas de los judíos europeos, tanto como colectivo como individualmente, a los desafíos que plantearon a la identidad y a la seguridad judía tanto el mundo altamente politizado de la post-Ilustración, como la emancipación, el capitalismo y la erosión general de la tradición que conllevaron

Basándose en gran medida en las copiosas publicaciones de Birnbaum y en los archivos conservados por sus descendientes en Toronto, Olson traza hábilmente su notable trayectoria por todos los continentes y movimientos intelectuales, desde ser un líder y teórico del movimiento sionista a finales del siglo XIX, a transformarse en un arquitecto de Yiddish que reivindicaba una autonomía nacional cultural para los judíos de Europa oriental antes de la Primera Guerra Mundial, para luego pasar a ser el secretario general del partido fervorosamente anti-secular y antisionista Agudat Israel, y ya por último, convertirse en un crítico fervoroso de todos esos movimientos ortodoxos en sus últimos años . ¿Por qué entonces esta necesidad de que una figura tan dinámica, y con frecuencia imaginativa, cuyas peregrinaciones intelectuales se anticiparon a las fuerzas dominantes en el espectro político del estado moderno de Israel, debe ser rescatado del basurero de la historia?

Las razones, explica Olson, tienen poco que ver con los conflictos ideológicos o las fricciones personales con Theodor Herzl, el padre fundador de Israel. Tampoco se debe culpar a la mentira que incide en la inclinación de Birnbaum a rebasar los movimientos cuyo liderazgo había asumido muy rápidamente gracias a su bien afinada escritura periodística, su expresividad oral y su carisma personal. Más bien, el principal culpable sería ese giro hacia la ortodoxia al acercarse a los cincuenta años de edad. Recientemente, sobre todo en estas últimas décadas, la atracción del fenómeno de la baal teshuvá, del "retorno" a la observancia judía ortodoxa, se ha convertido en un hecho cada vez más común - una de las muchas opciones disponibles para el individuo actual en una sociedad liberal y post-tradicional -. En su momento, sin embargo, cuando era mucho más común que los judíos europeos abandonaran la ortodoxia ya sea en búsqueda de una integración cultural en la sociedad no judía en la que vivía, o bien en búsqueda de alguna forma claramente judía de nacionalismo político o cultural, Birnbaum representó a uno de los miembros de ese pequeño número de prominentes intelectuales que parecía estar nadando contra la corriente de la historia. Su rechazo a la ostentación de sus convicciones seculares anteriores y su opción de colocarse el atuendo hasídico, sorprendieron grandemente a muchos de sus antiguos admiradores y detractores como algo como poco extravagante.

Con la elección de Birnbaum como el objeto de su estudio, Olson refleja algunas de las más recientes tendencias dentro de la historiografía judía tanto en América del Norte, donde una reciente ola de estudios privilegian examinar los “modelos no sionistas del nacionalismo de la diáspora judía”, y en Israel, donde ahora se "estudia a la ortodoxia tanto como al nacionalismo y a la asimilación". Aunque los historiadores han ignorado durante mucho tiempo la ortodoxia como una especie de “fuerza oscura” de la era pre-moderna, ahora se la reconoce precisamente como una más de la "serie de ideologías modernas por excelencia" plenamente activas en el ámbito político. En lugar de contemplar cada una de las transformaciones intelectuales de Birnbaum como fases distintas y transitorias marcadas por una renuncia radical a los antiguos ideales, Olson detecta una continuidad y una coherencia subyacente. Cada fase se caracterizó por una búsqueda de la autenticidad cultural judía, así como de un rol salvífico, ya sea interpretado en términos seculares o religiosos, para el pueblo judío dentro del drama humano en general.

Nacido en la Viena de mediados del siglo XIX en una familia de emigrantes de Galitzia, una provincia pobre de la periferia oriental del imperio Austro-Húngaro, Birnbaum rechazó desde muy temprana edad el camino de la integración burguesa y la asimilación cultural que era la norma general entre la mayoría de la población judía de la ciudad. Inspirado por la revuelta de los Macabeos bíblicos contra la helenización en el antiguo Israel, Birnbaum condenó la asimilación como una búsqueda irrealizable y tragicómica. Estos esfuerzos fueron considerados contraproducentes por la presencia de un creciente antisemitismo dentro de la sociedad europea que veía en los judíos "imitadores" de los gentiles una confirmación de la inutilidad de la cultura y del carácter judío.

En la década de 1880, la idea de que los judíos constituían una nación en lugar de una comunidad puramente religiosa, fue rechazada por los liberales, incluyendo también a los judíos más occidentalizados, no sólo por ser un concepto “tremendamente equivocado”, sino también por representar una “ofensa” a la monarquía de los Habsburgo que había emancipado a sus judíos y los había tratado con benevolencia en comparación con lo que sucedía en la vecina Rusia. Sin inmutarse, Birnbaum emprendió una campaña en la prensa y en la imprenta desde sus días como estudiante a favor de despertar la conciencia nacional entre los judíos, para revivir el hebreo como lengua vernácula y promover los asentamientos agrícolas en la Palestina Otomana como un medio para llevar a cabo la regeneración cultural, económico y física judía.

A pesar de su descarado rechazo al “establishment asimilado judío vienés”, sin embargo compartió muchas de las asunciones e inclinaciones de aquellos a los que tan vigorosamente denunciaba, como acertadamente nos señala Olson. Entre esas inclinaciones se incluía un gran desdén por el yiddish, entonces visto comúnmente por los judíos de habla alemana como una deformación horrible del alemán y un signo de falta de cultura, y las consiguientes actitudes paternalistas hacia sus pobres hablantes a menudo perseguidos.

También contempló a los llamados Ostjuden - los millones de judíos que habitaban en las provincias orientales del imperio y en la Rusia imperial - como candidatos necesitados de la caridad judía occidental y de un liderazgo político, tal como se espera de unas masas pasivas que solo esperaban ser despertadas a una conciencia nacionalista. La actitud de Birnbaum con respecto a los judíos de la Europa oriental y a su lengua vernácula comenzó a cambiar, sin embargo, como resultado de su actividad política en Galitzia. Allí, para su sorpresa, se encontró con un ostjuden o un judío mucho más sofisticado políticamente hablando de lo que había esperado, y en posesión de una cultura única y global para la cual comenzó a expresar su admiración.

A mediados de la década de 1890, cuando Herzl, un recién llegado a la escena política judía, había tomado las riendas del movimiento sionista de la noche a la mañana, Birnbaum ya había dado inicio a una de sus migraciones intelectuales. Esta le alejaría de una comprensión sionista monolítica, la cual consideraba los dos mil años de vida en la diáspora como una deformación física, moral y cultural. En su lugar, adoptó una concepción que defendía al mismo tiempo los derechos judíos nacionales y la cultura judía, incluido el idioma, en la diáspora, aún reconociendo el valor de los asentamientos judíos en Palestina. Esta reevaluación culminó con la campaña política de Birnbaum por un escaño en el parlamento imperial de Austria-Hungría en las elecciones de 1907, como un candidato judío nacionalista en Galitzia. Para ello formó una alianza táctica sin precedentes con los nacionalistas ucranianos, perdiendo solamente el escaño a causa de las argucias del establishment político local polaco, que logró mantener su dominio en esta provincia tan étnicamente diversa. Después de haber dominado el yiddish cuando tenía unos 40 años, convocó la primera (y única) Conferencia del idioma Yiddish en 1908, en la vecina provincia de Bucovina. El evento dio lugar a la proclamación de que el yiddish era una lengua nacional del pueblo judío. Por otro lado, no logró ninguno de los objetivos prácticos de su programa (por ejemplo, la reforma de la ortografía), en gran parte debido a las tácticas obstruccionistas de los socialistas judíos renuentes a cooperar con los nacionalistas burgueses.

Decepcionado en sus intentos de crear una auténtica organización política de masas, Birnbaum se fue trasladando cada vez más desde la agitación externa hacia la contemplación interna. Alrededor de esa época, fue sometido a un despertar espiritual que culminó, por la Primera Guerra Mundial, en un regreso a la práctica ortodoxa y en su rechazo absoluto de lo que condenó como un materialismo racionalista que negaba la realidad de un poder superior.

En una de las secciones más fascinantes del libro, Olson describe cómo Birnbaum fue guiado en este camino por un joven descontento, el vástago de una prominente familia hasídica que puso a prueba la profundidad del compromiso religioso de Birnbaum y lo entrenó en las particularidades de la observancia. Este joven detectó en Birnbaum una voz profética para liderar la renovación espiritual de los círculos religiosos que juzgaba tanto muy mundanos como demasiado insulares. Esta relación facilita la entrada de Birnbaum en la política ortodoxa representada por el partido Agudat Israel, la primera organización política ortodoxa verdaderamente internacional, que anunció el "retorno" religioso de Birnbaum como una prueba más de la quiebra del sionismo y de las visiones del mundo secular en general.

Pero con el tiempo, el propio Birnbaum elevó las críticas a la propia ortodoxia, más preocupada por una observancia ritual escudada en la contaminación del mundo secular que en la adopción de medidas prácticas para aliviar la pobreza entre los judíos religiosos y la lucha por los más altos niveles de santidad, con el objetivo de acelerar la redención mesiánica.

En sus últimos años, Birnbaum actuó ocasionalmente como conferenciante e intelectual en el Lehrhaus dedicado al filósofo Franz Rosenzweig, para disgusto de los líderes ortodoxos, y abrazó una visión romántica que no era tan diferente a la de su juventud sionista. La renovación del pueblo judío debía comenzar por el asentamiento de una élite espiritual en Palestina que participe principalmente en el desarrollo agrícola. La diferencia, por supuesto, radica en su énfasis final sobre la religión, no en la raza o en la cultura, como la fuente de la singularidad judía y como el sine qua non de la existencia colectiva judía.

Su mayor deseo en la década de 1930 fue la creación de un Estado judío religioso como un refugio para la vida y los valores judíos en una época de creciente peligro espiritual y físico para el pueblo judío. (Para Birnbaum, los soviéticos, destruyendo el alma de los pueblos, y el fantasma de la revolución socialista eran la principal amenaza, mientras que los nazis paganos, con sus crudas consignas antisemitas y su vandalismo, se asemejaban mucho más a la repetición de eso odio primitivo de tantos siglos contra los judíos. Lamentablemente, gran parte de su familia, entre ellos uno de sus amados hijos, murió a manos de los nazis.

No obstante, él no permitiría que la pureza de su ideal se viera comprometida por la cooperación pragmática con los laicos, como algunos judíos religiosos argumentaron que era necesario. Tampoco podía imaginarse la inmigración judía masiva a la Palestina del Mandato dada la volatilidad y los desafíos de la vida allí, en la Tierra de Israel, y entre ellos la oposición árabe, ante la cual, sostuvo Birnbaum, tanto los sionistas como la Agudat Israel habían hecho la vista gorda.

El vívido retrato de Olson de Nathan Birnbaum introduce al lector en el conocimiento de un hombre que no sólo propone soluciones utópicas cargadas de un profundo pesimismo, sino que también trabajó febrilmente, para su perjuicio material y físico, para ponerlas en práctica con estrategias innovadoras y a veces radicales. Su constante evolución intelectual y sus múltiples compromisos políticos y culturales desafían cualquier concepción simplista de la fijeza de una ideología en la vida de los personajes históricos. Por último, su vida y obra presagian el intrincado entrelazamiento de religión, nacionalismo y política no sólo en el Israel contemporáneo, donde el debate sobre el papel de la religión en el Estado y el lugar de los no judíos en una sociedad  mayoritariamente judía continúa despertando pasiones, sino también en una diáspora judía cada vez más polarizada.

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