Thursday, February 10, 2022

Eugénie Bastié - "El wokismo, producto del alma desarmada" – Le Figaro












¿Una actriz que cuenta "los negros presentes en una sala" donde se realiza una entrega de premios cinematográficos, pronombres neutros para no ofender, un auto de fe de cómics considerados racistas, una obra prohibida, una conferencia cancelada, retratos de antepasados desenganchados, estatuas sin negritas, baños transgénero...? no pasa un día sin que el activismo woke sea noticia.

"Privilegio blanco", "masculinidad tóxica", "gruesofobia", "interseccionalidad", "heteronormatividad": su pretenciosa jerga invade el espacio público. Sus posturas radicales son tan fantasiosas que uno termina preguntándose si es una amenaza constante o una minoría de activistas sin poder real. La lectura del ensayo de dos intelectuales estadounidenses, Helen Pluckrose y James Lindsay, "El triunfo de las imposturas intelectuales" nos muestra que debemos tomarnos muy en serio la teoría que anima a estos nuevos utópicos. Repleto de referencias (nuestros autores se han tomado la molestia de leer a todos los profetas de la teoría crítica) y escrito en un estilo poco literario pero extremadamente claro, este bestseller estadounidense es el libro que debe leerse para entender todo sobre las raíces y la escala del movimiento.

Inconsistencias e incongruencias en abundancia

Al principio está la teoría de procedencia: el posmodernismo. Pluckrose y Lindsay se remontan a los orígenes de este movimiento intelectual nacido en Francia en la década de 1960 (y llamado "French Theory" en los Estados Unidos) cuyos padres fundadores fueron Michel Foucault, Jacques Derrida y Jean-François Lyotard. Un credo: la deconstrucción. Y dos principios fundamentales: el principio posmoderno del conocimiento, con un escepticismo radical sobre la posibilidad misma de un conocimiento objetivo (todo es construcción social, incluido el conocimiento), y el principio político posmoderno de que la sociedad está estructurada por sistemas de poder (patriarcado, privilegio blanco, etc.). Poder en todas partes y bajo todas las formas, verdad en ninguna parte. Esta "conspiración sin conspiradores", para usar la fórmula de Boudon hablando de Bourdieu, se convierte en un delirio paranoico: nuestras democracias, lejos de ser sociedades igualitarias donde se ha desarrollado un progreso único en el mundo para las mujeres y las minorías, serían el teatro de una opresión tan poderosa como tortuosa.

Pluckrose y Lindsay identifican cuatro grandes temas posmodernos: la difuminación de las fronteras, el poder del lenguaje, el relativismo cultural y finalmente el fin del individuo y lo universal. En la universidad, la Teoría (así se la identifica) está al servicio de la causa de la justicia social, se despliega en varios departamentos: poscolonialismo, teoría de la raza, teoría queer, estudios de género, "estudios sobre los gruesos" (o "estudios sobre la corpulencia", sic). ¿Qué tienen en común estas áreas de investigación? Indexando la ciencia con el activismo, y basando la investigación en la nueva "víctima cogito": "Sufro opresión, así que soy y existo... como también existen la dominación y la opresión".

Todo envuelto en un lenguaje deliberadamente obtuso y abstruso ya que se trata de trabajar en lo indefinible. "Si por un tiempo, la astucia del deseo es calculable para los usos de la disciplina, pronto la repetición de la culpa (...) de autoridades y clasificaciones espurias y falaces pueden verse como el esfuerzo desesperado por normalizar formalmente el desbarajuste de un discurso divisivo que viola las afirmaciones racionales e ilustradas de la modalidad enunciativa", escribe Judith Butler, la papisa queer. ¿No entendiste nada? Esto es lo normal: entre los teóricos de la justicia social, simplificar el maniqueísmo va de la mano con una pretendida sofisticación intimidante.

A diferencia de la psicoanalista Élisabeth Roudinesco, que en su libro "Soi-même comme un roi" (Usted mismo, como un rey), intentó exonerar a la French Theory originalmente francesa de las derivas identitarias de sus herederos, Lindsay y Pluckrose demuestran la continuidad entre los grandes discursos deconstructivos de los años sesenta y los frutos venenosos del wokismo. Comparan las tres fases del posmodernismo con un árbol: el tronco es la Teoría, desarrollada en los años 60-70, las ramas son el posmodernismo aplicado (poscolonialismo, estudios queer, teoría crítica de la raza, estudios de género, estudios sobre la grasa), y las hojas del árbol son el activismo actual de justicia social y sus métodos de cancelación de la cultura. "El mundo académico no es como Las Vegas: lo que pasa en la universidad no se queda en la universidad", señalan nuestros autores, que indican que la universidad, tomada por la Teoría, se convierte en "una herramienta de adoctrinamiento cultural nociva como ninguna otra".

Un fracaso del liberalismo

"El nihilismo se ha convertido en moralismo", señalaba Allan Bloom en su obra maestra “El alma desarmada”, en la que ya analizaba los excesos de las universidades estadounidenses en 1987. Lindsay y Pluckrose, en cambio, exoneran completamente al liberalismo progresista de los excesos del posmodernismo, e incluso lo convierten en el antídoto. Se olvidan de las raíces del árbol del posmodernismo que surgió repentinamente en los años 60. Para el conservador Allan Bloom, por el contrario, existe una continuidad entre el principio de apertura radical que propugnan las democracias liberales, la idea progresista de borrón y cuenta nueva y el terreno en el que florecen los sueños furiosos de la deconstrucción. Si la ética mínima promovida por el liberalismo pretende ser una promesa de paz, en la práctica no consigue mantener unida a la sociedad. No existe una civilización compuesta únicamente por individuos. Una sociedad cuyas relaciones están organizadas únicamente por el mercado y la ley, sin tradiciones ni transmisión, está condenada a implosionar. El delirio del woke no es más que una herejía de la religión del progreso.

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