Sunday, January 15, 2006

Sharon ya no esta - Horacio Vazquez Rial

Horacio Vazquez Rial es un escritor argentino que vive y trabaja en Barcelona y que va a contracorriente. Crítico feroz del nacionalismo catalán, de la izquierda reaccionaria (pálabras estas que son el título de uno de sus libros) que acoge en su seno todo movimiento, del tipo que sea, que favorezca su única ideología y valor persistente, el antiamericanismo (y aquí el asunto no es tratar de defender la política de los EEUU).
Por que este es, en definitiva uno de los pilares del actual antisionismo de la izquierda, la identificación de EEUU e Israel, todo ello unido a los rescoldos de ese antisemitismo que proviene del antijudaísmo de Marx, Proudhon y del llamado "socialismo de los imbeciles" y claro es, los residuos de la vieja ideología anticolonialista y altermundista, de entre los cuales la vieja alianza de la extrema izquierda armada con los distintos grupusculos terroristas palestinos es un eslabón definitivo.


Sharon ya no esta - Horacio Vazquez Rial - LibertadDigital


Tal vez no hubiese sido siempre así, y esa fuerza se hubiese ido construyendo con el tiempo y las circunstancias: la guerra, las calumnias, los ataques de rivales políticos y de enemigos declarados. Pero lo cierto es que la poseía. En esas fechas, hace algo más de dos años, Sharón era Israel. Se percibía, y lo percibían inevitablemente sus opositores de dentro y de fuera del Likud. La fundación del Kadima fue, en este sentido, la culminación de la larga marcha hacia el centro de Simón Peres, y también la del camino de Benjamín Netanyahu hacia su exclusión de las grandes decisiones sobre el porvenir de Israel.
En torno del Kadima se han ido reuniendo personalidades hasta ahora difícilmente conciliables, procedentes de sectores pacifistas, de la izquierda laborista y de la Histadrut, y del sector liberal del Likud, tan alejado del proyecto desregulador de un Estado en guerra que sostiene Netanyahu como de las alianzas con los partidos religiosos, que hasta ahora se justificaron por la gran fragmentación del Parlamento en un país de democracia rabiosamente proporcional.
Sharón había llegado a ser la representación de Israel, su summa política, del mismo modo en que antes lo habían sido David Ben Gurión e Isaac Rabin: asumiendo como propios, sin matices, los intereses permanentes del Estado. No otra cosa son los grandes hombres de Estado, sino aquellos cuya acción se dedica a los intereses permanentes de su nación: eso fue también Winston Churchill, y por eso se permitió por dos veces cruzar la Cámara de los Comunes, del Partido Conservador al Liberal y de éste, nuevamente, al Conservador, atendiendo únicamente a la forma en que cada uno de ellos sirviera mejor, en unas u otras circunstancias, a Inglaterra.
Mucho aprendieron de Churchill los grandes dirigentes de Israel. El propio Sharón había iniciado su vida política en el laborismo, para pasar más tarde al partido liberal que acabó por fundirse con el Likud. Nada sorprendente en la vida de un país avanzado: también Ronald Reagan inició su vida política en el Partido Demócrata.

Ciertamente, fueron los enemigos los primeros en comprender todo esto, de modo que los antisemitas de toda la vida, los que venían diciendo que ellos no eran antisemitas sino antisionistas, acertaron a modificar levemente su discurso para decirnos a quienes seguíamos empeñados en la defensa de Israel: "Bueno, sí, Israel sí, pero no estarás de acuerdo con Sharón, con la política de Sharón, de quien se sabe que es la extrema derecha, etcétera".
Ellos mismos habían ido edificando a lo largo de los años la imagen de un Sharón extremista y, lo que es aún peor, habían llegado a creérsela. La piedra de toque de esa perversa fantasía política eran los sucesos de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, y lo eran hasta el punto de que todavía hay gentes de buena voluntad convencidas de que Ariel Sharón masacró a no se sabe cuántos palestinos en el Líbano. La realidad es que la masacre fue perpetrada por los falangistas del sur, como represalia por las incontables masacres precedentes de cristianos a manos de palestinos, y que el papel de Sharón, que fue avisado de lo que estaba ocurriendo, se limitó a no intervenir, habida cuenta del deterioro que la intervención acarrearía a sus propias fuerzas. No obstante lo cual, fue juzgado por ello en Israel y se retiró del ejército.
Por supuesto, la unidad nacional en torno de Sharón no obedece a un milagro ni a su indudable carisma, sino a una cuestión que se sitúa más allá de cualquier definición ideológica: lo que une a viejos pacifistas, izquierdistas tradicionales llevados al centro por la historia y liberales históricos en el Kadima es la comprensión de que la supervivencia de Israel está inextricablemente ligada a la creación de un Estado palestino limítrofe y, por tanto, a un proceso negociador. Tanto el sector Netanyahu como los partidos religiosos se oponen a cualquier negociación con los palestinos. La desconexión de Gaza dividió a la sociedad israelí en dos partes desiguales: una mayoritaria, partidaria de la retirada, y una menos nutrida, opuesta a ella. A esta última contribuyeron no pocos izquierdistas.

Ahora, sin Sharón como garantía de cualquier acuerdo político duradero que dé larga vida al Kadima, habrá que esperar la redefinición de todas las partes: a sus 82 años, Peres ha cedido posiciones ante sus compañeros de partido y ha dejado el campo libre a Olmert, bendecido por todas las encuestas. Es de agradecer, porque la capacidad negociadora de Peres frente a los palestinos está marcada por un largo historial de fracasos. Y sería igualmente de agradecer que los demás coaligados del Kadima hicieran lo mismo.
Es cierto que Mahmud Abbás no es Arafat, pero también es cierto que no posee todo el poder en la ANP, y que dista mucho de alcanzarlo, con una policía en crisis –que el pasado 2 de enero tomó oficinas del Gobierno en Rafah para protestar por "la falta de medios destinados a poner fin a la anarquía y la inseguridad generalizadas" [El Mundo, 3/1/2005] en Gaza desde la retirada del ejército israelí– y la actividad constante de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, de Hamás y de Hezbolá, todas ellas organizaciones terroristas financiadas desde el exterior –por Siria e Irán– y, en más de un caso, con apoyo europeo: ahí tenemos a Moratinos bregando por la exclusión de Hamás de la lista de organizaciones terroristas de la UE.
Abbás no es Arafat, pero desde la llegada de Ahmadineyad a la presidencia de Irán y la negativa de los sirios a comparecer en la ONU por el asesinato de Hariri las cosas han ido de mal en peor: Irán boicoteará cualquier negociación con Israel, y lo hará con eficacia, que para eso paga a sus terroristas, y Siria mantendrá abierto el frente libanés todo el tiempo que haga falta. Abbás no tiene las manos libres y, si no lo sabe desde siempre y es tan ingenuo como para tomarse en serio las consignas de sus correligionarios, ahora aprenderá que Palestina no existe para los países árabes, que usan a sus paisanos en la zona como punta de lanza para alimentar un conflicto eterno, y que la única posibilidad de que la ANP se convierta finalmente en Estado palestino está en Israel.
Si su papel es realmente distinto del de Arafat, Abbás negociará. Por la parte israelí, la gran esperanza es Ehud Olmert. Él, por su papel, nada sencillo, en la alcaldía de Jerusalén y por su condición de número dos de Sharón a lo largo de todo este complejo proceso, está en condiciones de dar continuidad política al nuevo partido, de sentarse con todos y cada uno de los sectores que han confluido en el Kadima y de llegar a acuerdo internos tan difíciles como necesarios. Olmert tiene las llaves del futuro de Israel, en un sentido real –ya es el receptor de facto de toda la información de la que disponía Sharón– y en un sentido simbólico. En ese proceso tendrá que construir su popularidad.
Si el Kadima no se consolida el riesgo de radicalización, tanto hacia la izquierda como hacia la derecha, es real en Israel. Ambas posibilidades excluyen la política en sentido estricto, la comprensión de que Palestina es sólo la representación local del mundo árabe musulmán si Israel no hace de ella un verdadero Estado nacional; la idea de que lo que se adquiere con la retirada israelí de determinados territorios no es una paz abstracta, sino precisamente la oportunidad de que en ellos se construya ese Estado, la única garantía de una paz duradera.
No es fácil entender eso: yo mismo lo aprendí con la observación de la práctica de Sharón, porque fue él quien, después de años de reiteración de la absurda consigna "paz por territorios" (¿qué paz? ¿asegurada por quién? La paz se hace entre Estados), le dio sentido a una política territorial concesiva.


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