Tuesday, April 25, 2006

Israelíes y egipcios - Marcelo Birmajer

En mi artículo acerca de Madelaine Albright y Amos Oz, en Libertad Digital, la semana pasada, yo repasaba la sed de paz de Amos Oz, que lo llevaba, como ocurre con los sedientos en el desierto, a ver un espejismo de confluencia de intereses con Arabia Saudita y Egipto. Una sed similar encontré hace unos cuantos años en el libro de Amos Elon, A Blood-Dimmed Tide, en los ensayos referidos a su viaje a El Cairo. En esos textos, el ensayista y periodista israelí se lamentaba de la falta recíproca de amistad entre israelíes y egipcios. Sin embargo, existía un contraste notable entre sus descripciones y sus conclusiones: de sus descripciones se deducía que existían miles de israelíes, de todas las áreas, desde el ámbito cultural al científico, pasando por las actividades primarias, ansiosos por hacer contacto con los egipcios. Mientras que en el mismo libro no se podía encontrar un solo egipcio interesado en comenzar siquiera a conocer a los israelíes. El dato más notable, en el que el escritor curiosamente no reparaba, era que mientras en Israel existían decenas de libros como el suyo, traducidos al inglés y a varios idiomas, llamando a relaciones fraternales con los egipcios, en Egipto no podía encontrarse un solo libro, ni siquiera artículo, convocando a entablar algún tipo de relación amistosa con los israelíes.

En este día terrible, Iom Hashoa (el día del recuerdo del Holocausto) en que tres horribles atentados han segado la vida de más de una veintena de personas en la península del Sinai, Egipto, el terrible odio de las autoridades y la población egipcia contra los judíos vuelve a ser, tácitamente, noticia en los diarios.

Como cada vez que Egipto sufre alguna catástrofe, natural o provocada, Israel reaccionó de inmediato: ofreciendo médicos, ambulancias, insumos de todo tipo. Como en cada una de las anteriores oportunidades, hasta ahora la respuesta de Egipto ha sido el rechazo. Ni siquiera un agradecimiento de compromiso. Sólo la negativa y el silencio.

No es la primera vez, repito, que Israel ofrece a sus hostiles vecinos ayuda humanitaria. Es un secreto a voces que cada vez que alguna autoridad o celebridad de las dictaduras árabes padece algún tipo de mal de salud que los israelíes pueden aliviar, concurren a los hospitales del Estado judío, con todos los honores y todo el secreto. Hace muy pocos años, cuando el terrible terremoto que sacudió a Irán, Israel ofreció todo tipo de ayuda humanitaria, rigurosamente rechazada por los nazis iraníes. Irán no sólo no ofrece ningún tipo de ayuda cuando los atentados suicidas islámicos masacran a la población israelí: los financia. Si alguna enfermedad se ceba en alguna autoridad o celebridad israelí, si algún accidente se cobra la vida de un conjunto de israelíes, Irán y sus secuaces agradecen públicamente a Alá. La utilizan como metáfora de futuras catástrofes contra los judíos: los egipcios ladraban que le arrancarían el otro ojo a Dayan; los iraníes bufan que Israel entrará en coma, como Sharon.

Si bien los egipcios, mayoritariamente, odian a los judíos, afortunadamente aún mantienen su decisión estratégica de no matarlos. Pero esto no quiere decir que valoren más sus propias vidas. En el pasado atentado en Egipto –también ejecutado por fundamentalistas islámicos–, antes que comenzar a buscar a los culpables, los egipcios comenzaron por culpar, con epítetos inverosímiles, a los israelíes. Hoy, antes que apurarse a socorrer a sus heridos con los insumos y las ambulancias necesarias, sin importar su origen, prefieren rechazar a los judíos. El viejo adagio de Golda Meir sigue tristemente vigente: "Habrá paz en Medio Oriente cuando nuestros enemigos quieran más a sus hijos de lo que odian a los judíos".

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