De India a Tierra santa - Le Figaro
De una leyenda, Israel ha creado una historia verdadera. Los Bnei Menashe, originarios del noreste de la India, durante mucho tiempo se declararon descendientes de la tribu de José. Israel organiza su vuelta sobre la Tierra santa. Los seguimos hasta Jerusalén.
Es la historia de un pueblo que cree en una historia, loca y bonita, que tiene 2.700 años: la de las diez tribus perdidas de Israel. Según el Antiguo Testamento, estas tribus, expulsadas por la invasión de los Asirios, en el 721 a. C., se habrían dispersado sobre el planeta, esperando su hora para volver a la Tierra prometida. Los Bnei Menashe, instalados en la selva que confina con Birmania, lo han creído de tal manera que han acabado por regresar a Israel.
Aijal, la capital del Mizoram, cuenta con 700.000 almas. Las calles están rodeadas de casas sobre pilotes que desafían las leyes de la gravedad y el lugar tiene aspectos de ciudad celestial. El Estado es en un 95% cristiano. A principios del siglo, misioneros ingleses vinieron a evangelizar a esta población animista con ritos extraños: sacrifican animales, practican el shabbat y la circuncisión sin saber porqué, conocen el Antiguo Testamento y cantan incluso una canción tradicional que menciona la travesía del Mar Rojo. Los misioneros se asombran, mencionan la leyenda de las tribus perdidas y retornan a su misión de evangelización. Algunos irreducibles, sin embargo, se negaron a convertirse y siguieron creyendo en la leyenda. Son hoy 6.000, en esta zona tribal, los que se declaran judíos y viven bajo la presión continua de unos reverendos que evocan a "unas sectas satánicas y al deseo de verlos a todos quemarse en el infierno".
Daniel y Shorshena, de 60 años, nos acogen con un "shalom" atronador. Durante mucho tiempo han creído en la fuerza de sus brazos. Araban los campos, iban a la iglesia el domingo para hacer lo que todo el mundo. La llamada divina vino más tarde. En 1987, se dejan convencer de que son judíos. Describen ambos ese "mandamiento de Dios, como una evidencia. Y el deseo profundo y violento de practicar". Vendieron sus tierras, y fueron a la capital a estudiar hebreo y la Torah. Hace de eso veinte años y, desde entonces, esperan. Se entrevistaron con los rabinos que vienen desde Jerusalén para dar cursos sobre la "verdadera vida judía" antes de examinar en una serie de pruebas quién es apto para ir a Israel. Daniel y Shorshena no lo hablaban bastante bien. Vieron partir a una chica, luego a dos y finalmente a cuatro hasta encontrarse solos en la India. Janoj Avizedek ha pasado más de un año y medio enseñando el hebreo a los Bnei Menashe. "No intentamos convencerles de que vengan. Podrían muy bien permanecer y practicar en sus casas. Simplemente, sí se lleva la lógica hasta el final, este pueblo vive en el exilio desde hace 2.700 años. Debemos poner fin a este largo periplo", nos cuenta este rabino. Michael Freund, responsable de la asociación Shavei Israel, que se ocupa de buscar las tribus perdidas, hizo del retorno de los Bnei Menashe a Tierra Santa la batalla de una vida, aunque las reticencias son grandes. "¿No ha evocado públicamente el Ministro del Interior, en la radio del ejercito, que Israel no debería abrirse al tercer mundo?", nos comenta con pesar.
Lior tuvo más oportunidades. Sus padres emigran dentro de una semana. Mastica su betel, una pequeña nuez envuelta en una hoja alucinógena que le deforma la mejilla y le colorea sus labios de rojo, explicando al mismo tiempo "que la vida en Israel es más fácil. Nosotros podemos practicar nuestra religión en un medio ambiente menos hostil". Sus padres no hablan hebreo y sólo tienen un deseo, "conocer a sus nietos nacidos en Israel", a los que no han visto más que en fotografías. Dejan atrás una casa de bambú que era su orgullo, la sinagoga, financiada por los fieles, y sobre todo una vida donde la religión se adaptaba perfectamente a unas costumbres locales a veces contradictorias.
Viernes por la noche, día del shabbat. Makabi, 67 años, se ha vestido con sus mejores ropas. Su hija fue por la mañana a purificarse al Mikveh, baño tradicional, construido por la asociación Shavei. Su mujer, Elisabeth, prepara una comida casher a pesar de los gruñidos del cerdo en el jardín. Y aunque las luces permanecen encendidos, Makabi pone todo su corazón en agradecer y bendecir al Eterno por crear la luz. En el salón, se anuncia toda la incoherencia de una vida: sobre las paredes los mapas de Israel, una bandera, la Menorah. Y sobre todo un ejemplar de la Torah abierta en la página más simbólica "Mira, esta escrito en el capítulo XI versículo 12: Voy a reunir todos los que han estado separados". Estamos aquí, pero nuestro corazón está en Sión. Un día, regresaremos todos."
Cambio de decorado, algunos días más tarde en el aeropuerto Ben Gourion de Tel-Aviv. La familia de Lior hace su alya, literalmente "su subida a Israel". En el aeropuerto de vidrio y acero, un padre, emigrante desde hace algunos años, los espera con un globo que dice "Welcome to Israel". Sobre los carros, toda su vida empaquetada y la esperanza de aprovechar sus últimos años. Vivirán en Nitzan, pueblo de campamentos construido cuando se evacuaron las colonias de la Franja de Gaza. Una quincena de familias vive ahí. La ociosidad se pelea con la desocupación. Las mujeres trabajan como cuidadoras o en los hogares. Los hombres quedan en casa evocando su país con pesar. Sobre los estantes en madera, el Deutéronomio coge polvo. "Algunos se hunden en la depresión y en el alcoholismo", reconoce Tzi Khaute, miembro de la comunidad de los Bnei Menashe y ejemplo de una integración perfectamente lograda. Ni verdaderamente indios ni completamente israelíes, los 800 Bnei Menashe sufren la mirada de los sabras. "Es el colmo para un pueblo que se construyó sobre olas de inmigración", añade Tzvi. Los más astutos, como Avi, 23 años, o Tamir Baite, 25 años, han elegido el Tsahal para acallar las críticas. "Batirse por la patria es un honor y facilita la integración" dice Avi. "Es también la más bonita perspectiva de empleo que podía tener aquí: integrar los comandos." Paracaista en la última guerra del Líbano, Avi fue herido seriamente en la cabeza. Después, se ocupa de un check-point al sur de Jerusalén. Detrás de él, el muro en construcción delimitando la línea verde que separa las tierras israelíes de las tierras árabes. "Me rio de la política, todo lo que quiero es vivir tranquilo y feliz." Tamir combate en Gaza. Él recibió una medalla al valor de manos del presidente Moshe Katzav. "Nunca he tenido un sentimiento patriótico cuando estaba en la India, aquí, eso es diferente. Me sentiré totalmente bien cuando toda mi familia pueda estar conmigo".
Dana, Etna, Ruthi o Ketty llegaron en noviembre pasado. Tienen un año para aprender hebreo. El Estado les paga los estudios en centros de acogida sin encanto. La comunidad vive replegada sobre sí misma. "Sabíamos que esto sería difícil. Los rabinos lo habían avisado. Pero se asume nuestra decisión. Es espiritual y reflexiva", dicen a coro. A los amigos y a la familia que han permanecido en la India, les envían fotografías donde sonrien. Al teléfono, se habla de esta "tierra bíblica que se asemeja al paraíso". Pero Dana lo reconoce: "Lo hice por mis niños." Para ofrecerles una oportunidad de futuro. Yo, no me acostumbraré nunca a esta vida y me integraré difícilmente. Es necesario que nos reafirmemos en la idea de que tomamos la decisión correcta." Alya jacta est...
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