Monday, December 17, 2007

Las lágrimas del Mesías - Catherine Chalier



Es en la perspectiva de que el despertar a la alegría no ha expulsado aún los sufrimientos de la vida, como debemos abordar un tema importante de la literatura judía: el de las lágrimas del Mesías. En un capítulo titulado "Tratado de los palacios", el Zohar cuenta que el Mesías se encuentra en un sitio oculto y desconocido del jardín del Edén donde sólo él tiene derecho a entrar. Sin embargo, abandona regularmente este lugar secreto para visitar a los que habitan otros palacios. En el tercer palacio encuentra a "los más enfermos y a los más sufrientes, a los jóvenes alumnos de la casa del Maestro que no han llevado a término sus días, y finalmente a quienes se lamentan por la destrucción del Templo y derraman lágrimas abundantemente. Todos juntos viven en ese palacio donde el Mesías va a consolarlos". En el cuarto palacio, se acerca a "los enlutados de Sión y de Jerusalén y a todos aquellos que han sido exterminados por los otros pueblos. Entonces se echa a llorar e inmediatamente todos los príncipes de la descendencia de David se unen a él y le consuelan.

Pero el Mesías rompe a llorar otra vez, hasta el punto de que surge una voz que se une a la suya, se eleva hacia lo Alto y se queda allí hasta la luna nueva. Luego, cuando la voz desciende de nuevo, la siguen innumerables luces y resplandores que iluminan todos los palacios, y llevan la curación y la claridad a todos los mártires, a los atormentados y a todos los dolientes que han sufrido con el Mesías". Otro pasaje asocia este llanto y esta voz al rechazo de Raquel a dejarse consolar por el Mesías de la perdida de sus hijos (Jr 31, 15). Entonces el Mesías gime y llora con ella, y el ruido de su llanto llega hasta el trono supremo.

El midrás, por su parte, cuenta que el Mesías se halla en la quinta sección del paraíso, "sobre un palanquino de madera del Líbano... Elías le acompaña; coge la cabeza del Mesías, la coloca sobre su seno y le dice: Cálmate, el fin se acerca. Todos los lunes, los jueves y los días de Shabbat y los días de fiesta, los Patriarcas vienen a su encuentro, así como los doce hijos de Jacob, Moisés, Aarón, David, Salomón y todos los reyes de Israel y Judá, y lloran con él, le reconfortan y le dicen: Ten calma y confía en el Creador, pues el fin se acerca".

El tenor evidentemente antropomórfico de las imágenes propias de estos diferentes textos no deben incitar a rechazarlas como si se tratara de un consuelo destinado sencillamente a que los desgraciados soporten su desgracia haciéndoles creer que hay un Mesías que la sufre con ellos, esperando una hora última, pacífica y gozosa, una hora todavía improbable en un tiempo que sigue estando bajo la amenaza de un fin dramático.

La evocación de las lágrimas del Mesías no se reduce en absoluto a un intento de reconfortar a los que lloran, bajo pretexto de que algún día una luz iluminará el largo abismo en el que se hunde tan a menudo la historia humana, privada y colectiva. Estos textos, además de otorgar a las lágrimas una dimensión mesiánica sobre la que conviene reflexionar, incitan a meditar, al compás de su narración ajena a toda especulación, que se impone una última esperanza en el corazón por un ahora demasiado a menudo abandonado a su amargura y a su fatalidad. Las lágrimas significan, precisamente aquí, el rechazo de este abandono y la perseverancia, tan poco razonable, por no decir miserable y vana a los ojos del mundo, en una no resignación ante una situación marcada por la desgracia de unos y la indiferencia de los otros – porque es necesario, dicen, que la vida siga para ellos -.

[...]

Pues, en efecto, en los momentos terribles de una vida nadie decide sobre sus lágrimas; pero cuando éstas llegan (a veces con dificultad mientras la desgracia amenaza con provocar la aniquilación y la fijación de un dolor indecible), exponen al hombre a una pasividad extrema que, salvo que se corra el riesgo de un contrasentido radical, no significa ni inercia ni abandono, sino apertura al secreto invisible de donde proviene toda vida.

¿Por qué llora entonces el Mesías? ¿Por quién derrama lágrimas y a quién se dirige su llanto?

Según estos textos, llora por aquellos cuyos días, a veces a apenas iniciados, fueron detenidos en pleno impulso de la vida o de una tímida esperanza. Llora por aquellos que, torturados por el odio, fueron muy pronto y durante demasiado tiempo habitados por el dolor del duelo, con tanta frecuencia que consideraban como anatema un deseo de felicidad. Llora con ellos y por ellos, sin aceptar un alivio que implicaría resignarse a sus sufrimientos y a sus vidas castigadas. Su llanto se vuelve hacia un pasado que espera su redención, un pasado que no pasa.

Merece aquí pues, el nombre de Mesías, aquel que no se resigna nunca a que haya víctimas de una historia violenta y terrible, el que siente que les debe una reparación (tiqqún). Por otro parte, según el midrás, llora también, hasta en ese lugar del Edén, porque la hora de su venida no cesa de retrasarse y su impaciencia, impotente sin embargo para adelantar la hora de la liberación, debe ser apaciguada por los Patriarcas y por muchos otros personajes bíblicos confrontados también en su tiempo a dolorosas pruebas y que no divisan necesariamente el horizonte pacífico que esperaban. Ese llanto está vuelto, por consiguiente, hacia un futuro redimido que no llega aún.

El llanto del Mesías conduce, así pues, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Bajo el nombre del Mesías, estos textos hacen pensar en la necesidad imperativa de una doble redención: el Mesías no se contenta con anunciar un final feliz a las tribulaciones actuales, ni siquiera con anunciar un final feliz a las tribulaciones inmediatas o actuar eficazmente para ese final, sino que ofrece sus lágrimas como consuelo a los desgraciados de ayer, a los mártires y a las víctimas del pasado. Un porvenir dichoso y pacífico no le basta; el Mesías llora para no resignarse nunca a borrar de un plumazo el pasado, como si para él la alegría fuera aún prematura. Ahora bien, mientras el Mesías derrame lágrimas, el pasado puede esperar una reparación. Esta idea, presentada aquí bajo el prisma de las imágenes del Zohar y del midrás, ha recibido además una clara expresión en la tradición judía.

"El rey Mesías traerá la curación (refuá) al pasado y al futuro a la vez", nos enseña rabí Tsadoq HaCohen. El verdadero consolador (Menajem; Is 51,12), o el que sabe curar (Os 6,1) – nos explica – no se encuentra entre quienes, con toda buena voluntad, se esfuerzan por consolar o curar al prójimo. Ésos no pueden, a pesar de todos sus esfuerzos, reparar el pasado y borrar de los corazones el fermento de destrucción que anuncia ya las desgracias. Tan sólo lo puede aquel que está animado por el aliento divino, ya que como esta dicho: "El soplo de Dios(rúaj Elohim) se cernía sobre la superficie de las aguas"(Gn 1,2).

El midrás sobre el Génesis ve en este soplo la presencia del Rey Mesías, como cercanía de amor invisible a todo lo que es, antes de la creación del tiempo por la palabra divina.

Hay que deducir de ello que las categorías habituales del pasado y del futuro pierden toda pertinencia para el Mesías. O para ser más exactos, Mesías sería el nombre de aquel que espera una curación para el pasado y una salvación para el futuro, el nombre de aquel que ve ahí, y sólo ahí, la verdadera alegría. Pues bien, ese espíritu del Mesías – como nos precisa el rabí Tsadoq HaCohen – no esta lejos ni es inalcanzable, pues su chispa esta presente en todos. Lo cual significa que una chispa de vida espiritual protegida de los azares del tiempo habita en el hombre.

[...]

Extracto de un capítulo del "Tratado de las Lágrimas" de Catherine Chalier (Ediciones Sigueme, colección El Peso de los Días)

"El mundo de las emociones ha sido con frecuencia olvidado por la filosofía. Sin embargo, la tradición hebrea ofrece diversas puertas de entrada a este rico territorio que encierra una parte esencial de lo real. Una de ellas es sin duda el llanto. En este sentido, cuando Jacob, Esaú, José, los profetas o los salmistas derraman sus lágrimas, no están haciendo otra cosa que desvelar una inmensa gama de emociones que van desde la desesperación a la alegría y desde la rebelión a la compasión. Más aún, están mostrando que las lágrimas expresan en el fondo la pregunta permanente por la verdadera naturaleza del hombre: ser portador de la imagen de Dios a pesar de su constitutiva fragilidad.

La tradición oral del judaísmo (el Talmud y el Midrás) guarda además una paradoja radical cuando evoca también a un Dios que llora. ¿Por quién y por qué llora el Eterno? ¿Qué nos dicen sus lágrimas acerca de su relación con los hombres? Tal vez una sola respuesta integre todas las posibles: Dios ha querido ser el compañero de camino del hombre.
"

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