Saturday, February 23, 2008

Boicotear Durban II - Pascal Bruckner - Le Soir



En septiembre de 2001 se reunía en Durban, en Africa del Sur, la tercera conferencia de las Naciones Unidas contra el racismo, que tenía por ambición el reconocimiento de los crímenes ligados a la esclavitud y el colonialismo. En el programa de esta reunión: el anuncio de un arrepentimiento público por parte de las antiguas potencias imperiales, y la puesta en funcionamiento de unas reparaciones (indemnizaciones) a fin de agilizar el diálogo de civilizaciones y la pacificación de los problemas de la comunidad internacional. Es la humanidad toda entera quien, según el deseo de sus diseñadores, iba, por el medio de esta asamblea solemne, a mirar de cara su propia historia y escribir serenamente la verdadera historia. Desgraciadamente, esta bella intención ha degenerado rápidamente en una inflacción victimista y en una afmosfera de cuasi linchaje al respecto de las ONG israelíes y de toda persona sospechosa de ser judía.

La voluntad de llegar, por una especie de terapia colectiva, a una curación del pasado y de elaborar formas nuevas en materia de derechos humanos, análogos a los de la OMC (Organización Mundial del Comercio) y del FMI (Fondo Monetario Internacional) no ha terminado más que en una explosión de odio que los atentados del 11-S del 2001, ocurridos algunas fechas más tarde, van a borrar de la memoria colectiva.

Todas las heridas del presente se reabren, todos los conflictos estallan, y Durban, contra la voluntad de sus diseñadores, se convierte en una arena verbal donde se apostrofa, se injuria, y donde se juega la comedia de los damnificados de la tierra cara al explotador blanco.

"Por intermedio de sus descendientes, los muertos reclaman que sea hecha justicia (...) porque el dolor y la cólera aún presentes" había afirmado Kofi Anan, el 31 de agosto del mismo año, en un lenguaje sorprendente de parte de un Secretario General, que parece más una llamada a la venganza que al apaciguamiento.

Los delegados, notablemente los provenientes del mundo árabe-islámico, lo entendieron bien de está manera e hicieron de la conferencia, al lado del grupo africano, el lugar de una revancha tercermundista. Occidente, genocida por naturaleza, debe reconocer sus crímenes, pedir perdón y ofrecer reparaciones simbólicas y financieras a sus antiguos dominados.

La cólera crecía, atizada por las imágenes cotidianas de la represión de la segunda Intifada por el Tsahal, y esos reportajes encendieron al conjunto de los asistentes. Se denuncia sin descanso al sionismo, forma contemporánea del nazismo y del apartheid, pero también "la ferocidad blanca" que ha producido"esos holocaustos múltiples que son la Trata de negros, la esclavitud y el colonialismo en Africa".

Israel debe desaparecer y sus dirigentes ser juzgados por un Tribunal penal internacional comparable al de Nuremberg.

La competencia victimista se recrudece, las ONG exigen que la Trata negrera sea considerada como un genocidio y que desencadene reparaciones a la altura de su enormidad, como los judíos las recibieron de Alemania después de la guerra. Las caricaturas antisemitas circulan, así como los ejemplares de Mein Kampf y los Protocolos de los Sabios de Sion. Bajo una foto de Hitler, un texto afirmaba que, si hubiera ganado la guerra, Israel no habría existido y los palestinos no habrían tenido jamás que verter su sangre. Los delegados judíos son amenazados físicamente y se producen llamada públicas a la muerte de los judíos.

La farsa alcanza su cumbre cuando el ministro de Justicia sudanes, Ali Mohamed Osmar Yasin, pide indemnizaciones por la esclavitud, mientras que su propio país la práctica sin vergüenza. Como si el canibal se pronunciara repentinamente por el vegetarianismo, o si Atila hubiera inventado el Premio Nobel de la Paz.

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