Tuesday, November 24, 2009

La pureza asesina - Yves Charles Zarka - Revue Cites



Durante una conversación telefónica que se remonta a hace mucho tiempo, el profesor Yeshayahu Leibowitz se esforzaba en explicarme el motivo de una de sus recientes declaraciones donde, inspirándose en Voltaire, dijo: "El Dios de los judíos es Dios. El Dios de los cristianos es judío. Nació judío, vivió como judío y murió como judío".

El énfasis puesto desde el comienzo del siglo XXI sobre el choque de civilizaciones entre el Islam y Occidente, real o supuesto, parece volvernos insensibles a otro peligro, quizá más real, que el pensador judío Yeshayahou Leibowitz no ha cesado de señalar: la extrema confusión en los espíritus sobre lo que envuelve a la idea de una "herencia judeocristiana común" o a los "valores comunes" de las dos religiones. Leibowitz, muerto en 1994, evidentemente no llegó a conocer la expansión universal del tema del choque de civilizaciones, pero había reparado en el sincretismo mental y en la confusión religiosa y cultural, en las cuales la idea de civilización occidental era el vector. No solamente Occidente habría inventado el Oriente, como su imagen inversa, sino que se habría construido a sí mismo según una moda también imaginaria a partir de la idea de una herencia judeo-cristiana común. Es necesario, por lo tanto, deconstruir ese doble imaginario, el que es constitutivo de Oriente y el que está en el origen de lo que nosotros hoy entendemos por Occidente, a fin de reencontrar la realidad de las identidades religiosas y culturales judía y cristiana.

Esta deconstrucción la lleva a cabo Leibowitz a golpe de martillo. El martillo no es el de Nietzsche, cuyo anticristianismo estaba fundado sobre una filosofía del poder, entendida como una estética de la vida creativa, sino por un pensador, Leibowitz, cuya anticristianismo, de hecho, es una denuncia de la negación del judaísmo, negación de la que siempre ha sido portador el cristianismo y que, en última instancia, le es consustancial en su constitución. En el cristianismo, "el mundo idólatra habría logrado alcanzar plenamente dicho objetivo - la mencionada negación - mediante un hábil apoderamiento de elementos del judaísmo, a los cuales se habría alterado intencionalmente su sentido original, haciéndoles decir exactamente lo contrario que en el judaísmo”.

La negación del judaísmo tomó dos formas, una ideológica, a través de la concepción del cumplimiento o consumación de la primera alianza por la segunda, es decir, la realización del judaísmo en el cristianismo, lo que revelaría tanto la verdad como atestiguaría la caducidad del judaísmo, o lo que viene a ser lo mismo, a través de una lectura figurativa y presuntamente espiritual del “judaísmo carnal, obstinado y ciego” en su propia verdad que, si de veras lo hubiera asumido, le hubiera conducido a negarse a sí mismo en el cristianismo. La otra forma de negación del judaísmo fue práctica: las diversas formas de persecución, la aplicación concreta de la voluntad de erradicar de hecho a los judíos - la conversión o la muerte -, los cuales no tienen más razón de existir, pero que sin embargo se obstinan estúpidamente en continuar queriendo existir.

Leibowitz también estigmatizaba de manera virulenta las recientes versiones de un cristianismo ecuménico, tanto más peligrosamente asimilador al presentarse con una apariencia de mayor “suavidad”, así como también se oponía de una manera aún más radical al judaísmo liberal, el que prevalece en los Estados Unidos en particular, porque “entraba” en el juego de esa asimilación buscando su reconocimiento e identidad a los ojos del cristianismo. Para Leibowitz, bajo el paraguas de una aproximación judeo-cristiana, no existiría nada más que una forma aún más insidiosa de negación de lo que es específico de la religión judía, el geocentrismo. El geocentrismo se opondría en efecto al antropocentrismo cristiano, como la ligadura (el sacrificio de Isaac, o más bien el “no sacrificio” de Isaac) a la cruz. De un lado, Abraham responde, por temor y por amor a Dios, a la demanda que éste le dirige de sacrificar a su hijo, el ser que le es más querido, terminando sin embargo con una descendencia múltiple tal como le había sido prometida. Del otro lado, del cristianismo, es el mismo Dios que deviene, sacrificando a su propio hijo, el instrumento de la satisfacción de la necesidad de redención del hombre.

La tesis, podemos verlo, es poderosa y provocativa. También es injusta, puesto que apega al cristianismo a la idolatría, al sexto estado de la religión griega, un producto del helenismo degenerativo. Y resulta aún muy verosímil en la afirmación de que el cristianismo habría podido existir, tal como lo conocemos, exento de toda relación con el judaísmo.

Sin embargo, esta provocación es quizás saludable: su objetivo es despertar, tanto a los judíos como a los cristianos, de su sueño religioso contemporáneo. ¿Acaso en el mundo de las democracias occidentales no existe una disolución progresiva de las referencias, tanto de los dogmas como de las prácticas religiosas? Este fenómeno, que Tocqueville había perfectamente comprendido y analizado en la América de su tiempo, Leibowitz lo ve reforzarse en la segunda mitad del siglo XX en detrimento del judaísmo, a pesar de la existencia del Estado de Israel, y afectando a la religión mayoritaria en ese mismo estado. Hay por lo tanto cierta verdad en esa provocación, pero conviene determinar exactamente los límites, pues de lo contrario ese despertar de los espíritus a la verdad de su propia tradición podría suscitar y generar confusiones aún mayores que las que él denuncia, incluso despertando odios funestos.

Hay dos escollos a evitar cuando se trata de la relación existente entre el judaísmo y el cristianismo: la ideología de la pureza y su contraria, la ideología de la confusión. La primera, ya sea reivindicada por el judaísmo, como lo hace el propio Leibowitz, o por el cristianismo, en la tradición de Marción, es a la vez falsa y peligrosa. La ideología de la pureza religiosa, cultural,
étnica o de otra índole, es virtualmente persecutoria y mortal. Y llega hasta allí cuando dispone del poder.

Ese punto no es simplemente una verdad contemporánea, basta con recordar las terribles persecuciones que se desplegaron en España, pero también en Francia y en otros lugares en los siglos XVI y XVII, en nombre de la verdad y de la pureza religiosa, ligadas (en España en particular) con la pureza de sangre. Ninguna religión permanece exactamente idéntica a sí misma, perfectamente pura de cualquier aporte exterior. Esto, evidentemente, también es válido para el judaísmo, cuya tradición rabínica se ha alimentado de interpretaciones y comentarios influidos por los aportes del pensamiento y las formas culturales de los lugares y épocas en que se ha desarrollado. El ejemplo de Maimónides, al que comenta tan a menudo Leibowitz, es particularmente esclarecedor. La importancia que desempeña en su pensamiento la referencia a Aristóteles bastaría para atestiguarlo. Se podrá ciertamente objetar que Aristóteles está presente en los textos filosóficos de Maimónides, pero que no juega ningún papel con respecto a los textos relativos a los comentarios y a las prácticas del judaísmo, a los cuales Maimónides permanece completamente fiel.

A eso yo responderé: fidelidad sí, seguramente, pureza no, radicalmente. La pureza exige que se permanezca idéntico a sí mismo, sin relación con los otros de los cuales podría provenir la impureza, la “mancha” en la fe o en la religión. La fidelidad, por el contrario, es el mantenimiento del “” en su relación con la diferencia, en desafío a la tentación misma. No se trata de una clausura sobre si mismo, de un “encerramiento” en una esfera colectiva sectaria y autista con respecto al resto del mundo, considerado como impuro y hostil, sino la multiplicación de las interpretaciones, la integración de los aportes exteriores. Permanecer fiel a sí mismo, a la propia identidad religiosa, a la tradición, supone “mantenerse no a su pesar, sino a través de los cambios culturales y sociales”, etcétera. Es esta fidelidad, este mantenimiento que testimonian Maimónides y otras grandes figuras judías del pensamiento y de la historia judía, una historia que no puede reducirse a una mera historia de sufrimiento y de lágrimas.

El segundo escollo es la ideología de la confusión religiosa, cultural o de otro tipo. Esta confusión ideológica, que es denunciada por Leibowitz bajo la denominación común de “herencia judeo-cristiana común”, es el resultado de un empobrecimiento religioso y cultural, el cual nos devuelve un judaísmo y cristianismo bajo unos trazos comunes muy generales: son las religiones de la revelación, de los monoteísmos, las religiones de Abraham (que, obviamente, es compartido con el Islam). Ahora bien, nosotros estamos precisamente en la época de la confusión de los espíritus, de la desculturación, de una ignorancia cada vez mayor con respecto al contenido de las religiones, de su desintegración y presos del dominio de la indiferencia.

Si la ideología de la pureza conduce a la negación del otro, la ideología de la confusión conduce al olvido y a la negación de sí mismo. Es necesario darnos cuenta de esta confusión en los mensajes religiosos, ya sean judíos o cristianos, no solamente a través de corrientes realzadas por el liberalismo radical o por la voluntad de adaptar la religión al mundo contemporáneo, sino también, y quizá aún más, por la tendencia de los representantes o dignatarios de las religiones constituidas en organizaciones concretas en defender unos intereses institucionales, políticos y culturales que, anunciados como comunes, revelan más una búsqueda del poder que fidelidad religiosa.

Una última palabra: la fidelidad religiosa no disimula de ningún modo los peligros de los que son portadores la voluntad de pureza o la resignación confusionista; y es porque la fidelidad está ligada a la tolerancia que conlleva asimismo la idea de una igual dignidad de las religiones: mi fe no es incompatible ni mejor que la suya, solamente es diferente.

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1 Comments:

Blogger Renton said...

En el cristianismo, "el mundo idólatra habría logrado alcanzar plenamente di[...] iéndoles decir exactamente lo contrario que en el judaísmo”.

LOOOOL
El cristianismo es el cumplimiento de las profecías a Abraham, a Isaías, a Ezekiel, a Jeremías, a Malaquías...

La negación del judaísmo tomó dos formas, una ideológica, a través de la concepción del cumplimiento o consumación de la primera alianza por la segunda, es decir, la realización del judaísmo en el cristianismo

Se produjo, pero fue porque muchos teólogos cristianos no entendieron los Evangelios.

El crsitianismo es la culminación de la promesa abrahámica, la cual es anterior e independiente del pacto mosaico.

El pacto abrahámico es espiritual y tiene promesas espirituales, el pacto mosaico no es espiritual y tiene promesas, bendiciones y maldiciones terrenas.

Nunca Dios promete vida eterna a nadie que esté bajo el pacto mosaico, promete que les irá bien en la vida si cumplen Sus mandamientos... nada más.

del cristianismo, es el mismo Dios que deviene, sacrificando a su propio hijo, el instrumento de la satisfacción de la necesidad de redención del hombre

La escena de Isaac anúncia la Cruz, el paralelismo es evidente...

resulta aún muy verosímil en la afirmación de que el cristianismo habría podido existir, tal como lo conocemos, exento de toda relación con el judaísmo

LOOOOL

Ninguna religión permanece exactamente idéntica a sí misma, perfectamente pura de cualquier aporte exterior

Cierto, pero es que el cristianismo no es "religión"...

Toda religión es un constructo humano.

Permanecer fiel a sí mismo, a la propia identidad religiosa, a la tradición, supone “mantenerse no a su pesar, sino a través de los cambios culturales y sociales”, etcétera

Hmm, ningún judío del siglo I reconocería al judaísmo actual... los más cercanos serían los karaítas, pero ninguna otra rama judía guarda el menor parecido con el judaísmo de hace dos mil años.

Si la ideología de la pureza conduce a la negación del otro, la ideología de la confusión conduce al olvido y a la negación de sí mismo.

Totalmente de acuerdo...

mi fe no es incompatible ni mejor que la suya, solamente es diferente.

Tremenda contradicción...

:]

1:33 AM  

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