Tuesday, November 24, 2009

Yeshayahou Leibowitz, profeta en su país - Denis Charbirt - Le Meilleur des Mondes



No amaba los honores, aún menos los homenajes, los superlativos o los cumplidos con los que la prensa, incluso sus pares deseosos de expresar su reconocimiento, lo gratificaba. No, decididamente a sus ojos, no era ni "la mala conciencia de Israel", ni "el último profeta de Jerusalém", ni "un imprecador provocador". Si temía las distinciones, no lo hacia por esnobismo o por desdén hacia lo que habría podido calificar como sonajeros a los que los imperfectos humanos son tan aficionados. Mucha de esta desconfianza visceral que mantenía frente del poder provenía de que Leibowitz temía que los reconocimientos finalmente tuvieran un precio: concedidos directa o indirectamente por las autoridades políticas, su función latente era recompensar una obra meritoria, pero él también consideraba que tenían una función latente u oculta, corromper al laureado. Él no culpaba a los jurados que obraban generalmente de buena fe; era sobre todo y ante todo la debilidad del laureado la que temía. Aceptar un reconocimiento o premio suponía para el candidato coronado mostrar su "pata blanca", ya que, asaltado por la gratitud, corría el peligro de ceder ante las sirenas del consenso. ¿Que queda entonces de la independencia del intelectual edificada pacientemente, paso a paso, preservada contra viento y marea?. La independencia vacilaría y se desmoronaría rápidamente.

El premio de Israel. Ese escrúpulo, sin duda excesivo sobre la significación de un premio, tuvo el efecto que se conoce: para resistir a esta amenaza sorda, Leibowitz intentó verificar sobre el terreno su libertad intelectual desafiando al poder, el cual había hecho caso omiso de sus antojos y de sus provocaciones concediéndole, con desgana, en 1993, la mayor distinción otorgada cada año con ocasión del aniversario de la declaración de independencia: el Premio de Israel. Su caprichosa y provocativa analogía entre la acción preventiva de una unidad de élite del ejército israelí y los atentados perpetrados por Hamas, constituía su propia “declaración de independencia” con el fin de permanecer, costara lo que costara, alerta y vigilante, sin miedo y sin tener que reprocharse nada, en una palabra, incorruptible. Decididamente, el sabio y el político no forman parte del mismo mundo y, por una provocación cuyo secreto poseía, Leibowitz esperaba dejar bien claro el "peligro de traspasar fronteras" que este premio hacia correr a sus ojos. Leibowitz renunció finalmente a esta distinción para así mejor poder mantener esa otra distinción entre el poder político y el poder intelectual, el cual apreciaba más que a nada. Y no fue de una obra de Pierre Bourdieu de donde extrajo ese concepto, sino del judaísmo de sus padres, apegado a discernir y distinguir entre lo profano y lo sagrado, entre los días ordinarios y el día del sabbath.

En nombre de la separación de esos ámbitos, del que fue un celoso guardián, no cesó de combatir la confusión, la interferencia de un dominio sobre el otro y recíprocamente. Leibowitz adoraba las categorías binarias y esperaba mantener su pertinencia, es decir, su impermeabilidad, ante el reino de las cercanías y de lo aproximativo. Era este rigor, que algunos tenían por rigidez, lo que explicaba que se encontrará como en su casa en dominios muy diversos y su negativa a medir de la misma manera moral y fe, ciencia y fe, ciencia y valores, valores humanistas y valores transcendentales, Sinagoga y Estado.

¿Un hombre púdico? ¿Quién era este hombre? ¿Cuál había sido su medio familiar? ¿Y su trayectoria intelectual y profesional? No nos asombraremos de leer que el relato de su vida no era precisamente de su interés, por modestia y por pudor, pero también porque tenía como sospechosa la reconstitución a la cual se entrega el hombre maduro, a menudo prestándole al niño o al muchacho que fue unos motivos que no tenía o que aún no había concebido. La distinción – una vez más – entre el dominio privado y el dominio público, entre la vida vivida y la memoria retrospectiva, le había dictado su reticencia, si no su resistencia, a los relatos biográficos. Hablar de sí mismo era a sus ojos sólo una diversión, así como lo entendía Pascal: un entretenimiento agradable pero inútil y, más grave aún, una distracción con respecto a lo esencial.

Leibowitz se prestaba difícilmente a ese ejercicio cuando se le interrogaba por su pasado: su biografía, como toda biografía a fin de cuentas, informaba solamente de una serie de peripecias, una lista de avatares sin gran interés, y para él, a decir verdad, sin ningún interés. ¿Acaso no era, como había escrito otro hombre ilustre, un hombre "hecho de todos los hombres y equivalente a todos y que vale como cualquiera"? Nacido en 1903 en Riga, Letonia, en el seno de una familia afortunada, tuvo el privilegio de realizar sus estudios primarios y secundarios gracias a unos preceptores, mientras su padre se encargaba de proporcionarle una educación religiosa extremadamente precoz, ya que a la edad de diez años el joven Yeshayahou fue iniciado en el pensamiento de Maimónides. Durante la guerra civil posterior a la revolución rusa, su ciudad natal pasó alternativamente de manos de los Rojos a los Blancos, por lo que la familia Leibowitz emigró a Berlín en 1919. Allí se inscribió en la facultad de Ciencias, en Química y Biología.

La idea de subir a Palestina le obsesiona. Finalmente, se dirige hacia allá en 1928, pero regresa a Berlín para emprender estudios de medicina por "gimnasia intelectual". No obstante, a causa de la subida al poder del nazismo, se dirige a Suiza para acabar su (segundo) doctorado y se establece inmediatamente después en Palestina en 1934. Acogido en la Universidad Hebrea de Jerusalém, realiza allí una brillante carrera, especializándose en neurofisiología, sin abandonar por ello el estudio de la tradición religiosa donde se hace ilustre particularmente su hermana Nehama.

Hombre de paradojas. ¿Pero resultaría suficiente relatar los hechos, los acontecimientos, la elección que dio sentido a su existencia, de verificar y cotejar otros testimonios de gente que se cruzó con él, para así profundizar en el misterio Leibowitz, el enigma tanto de la persona como de su éxito? Sin descalificar a una posible futura biografía que espera a su escriba, ésta deberá, para ser válida, ganar su apuesta, revelar tan abundantes paradojas sobre paradojas en el tejido de su vida y de su estatuto que la convertiría, ciertamente, en inasequible. Judío religioso fiel observante de los 613 mandamientos, reivindicaba la separación total entre la religión de Israel y el Estado de Israel. A la vez hombre de ciencia y hombre del Libro, que él no cesó de interpretar, fue también hombre de libros, los cuales poblaban su cerebro de una inmensa biblioteca que cubría numerosos dominios de la actividad intelectual y artística.

El intelectual que ha tancé los primeres ministros, particularmente a Ben Gourion y Begin, sin ahorrar a la institución militar, fue sin embargo un sionista convencido. Anotemos también esa inquietante desviación entre su cultura general que abarcaba múltiples saberes y la extraña impresión que dejaba un hombre al que le gustaba descender a la arena pública a menudo para disfrutar cincelando "frases y afirmaciones definitivas" [N.P.: en buen castellano, irresponsables y crueles], sin vuelta atrás, boutades y ocurrencias tales como definir al Rabinato "como la prostituta del Estado de Israel", decir que el Muro Occidental o Muro de las Lamentaciones se había convertido, a sus ojos, en una verdadera "diskotel", o emplear la famosa frase sobre el patriotismo, "el último refugio de los cobardes", contra Golda Meir y su "vil maldad", o bien calificar a los soldados israelíes en un momento de la guerra del Líbano de 1982 como "judeo-nazis".

Finalmente, estaba el contraste entre su apariencia física – un anciano encorvado y mal afeitado, de aspecto descuidado y arrugas prominentes –, que inspiraba más bien compasión, pero que emanaba al mismo tiempo la sensación de estar ante alguien muy inteligente y capaz, con una vitalidad, energía y combatividad extraordinarias. En definitiva, tantas contiguas y múltiples paradojas que explican perfectamente como pudo fascinar sin dejar nunca de irritar. Prototipo del intelectual judío de la Diáspora que domina múltiples saberes, lenguas y culturas, y que al mismo tiempo era absolutamente israelí por su verbo excesivo y su hablar absolutamente franco (chuptzna), no haciendo concesiones ni permitiendo errores. De cultura extensa y personalidad rica y compleja, ¿no representaba realmente cuatro personas una: un hombre de fe, un hombre de ciencia, un sionista ardiente y un fogoso humanista?

Fallecido hace ya más de quince años, el 18 de agosto de 1994, aún podemos preguntarnos por qué Yeshayahou Leibowitz sigue fascinando y permanece, a los ojos de los israelíes, incluso de sus adversarios, como alguien irremplazable.

Fuente: Denis Charbit en Le Meilleur des Mondes

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