La invención del pueblo judío por Shlomo Sand - Jonathan Wittenberg - The Guardian
"¿Cómo podemos desnacionalizar las historias nacionales?" se pregunta Shlomo Sand, citando con aprobación al historiador francés Marcel Detienne, antes de enfrentar el desafío según sus propios términos: "¿Cómo podemos detener ese penoso destino pavimentado principalmente con materiales procedentes de las fantasías nacionales?" Esta es la cuestión clave en un libro destinado, desde su título, a ser provocativo.
Los libros incómodos, si son buenos, pueden ser importantes. Las narraciones nacionales tienen necesidad de su deconstrucción, las percepciones diferentes son necesarias para que a menudo no nos ceguemos ante el mundo y nos volvamos sordos ante las justas reclamaciones de los demás. Esto es especialmente cierto en el Oriente Medio, y yo soy uno de los muchos judíos que estaría de acuerdo con Sand en que un factor decisivo en el futuro de Israel será su capacidad para estar mucho más atento a las narraciones y a los derechos de los palestinos y de los restantes ciudadanos no judíos.
Pero el libro representa una gran decepción. Su intento de desmontar toda la historia del pueblo judío desde sus orígenes hasta el Israel de nuestros días y probar que es una invención deliberada, se ve ensombrecida por sus tendenciosas premisas, por su interpretaciones erróneas de los acontecimientos clave y por su desconocimiento de los textos centrales y las instituciones.
Argumenta Sand que todo comienza en el siglo XIX con los conceptos europeos de nación y de conciencia de formar un pueblo a parte. Sostiene que historiadores judíos como Graetz estaban profundamente influidos por las ideas germánicas del "Volk", sobre la que se construyó la idea del Estado moderno. Este tipo de nacionalismo se agudizó con el discurso en auge por aquel entonces, y más tarde en toda Europa, de la raza y la eugenesia, con resultados tan desastrosos para las comunidades judías. Sand traza una línea yendo desde Graetz a los historiadores sionistas que, según él, emplean conceptos bioétnicos e inventan una entidad imaginaria, un pueblo racialmente judío que continua creyendo que fue exiliado de su tierra, por lo que merece volver a ella 2.000 años después. Esa continuidad, sostiene Sand, es una ficción y el pueblo judío, por lo tanto, una "invención".
Un punto clave para Sand es el destino de los judíos después de la destrucción del Templo de Jerusalém por los romanos en el 70 d.C.. Sand intenta demostrar que el exilio de los judíos a continuación de esa y de posteriores derrotas nunca tuvo lugar. Es una "ficción" de la historiografía judía moderna: por consecuente, más tarde, ni las comunidades judías del norte de África, ni las de Europa, pueden ser el producto de una diáspora de exiliados, sino que son el resultado de conversiones en masa de poblaciones multiétnicas. Por lo tanto, no hay continuidad genética entre los judíos de hoy y los que alguna vez habitaron la antigua Judea.
Los fallos en el argumento de Sand son históricos y conceptuales. La idea de exilio, según él sugiere, se adoptó desde el punto de vista cristiano de que los judíos fueron castigados con la dispersión por el delito de matar a Jesús. Pero esto no tiene sentido. El paradigma del exilio y el retorno se encuentran en la Biblia en el Deuteronomio y en Jeremías, en relación con la destrucción del Primer Templo por los babilonios en el 576 a.C.. Por lo tanto, forma parte de la narrativa judía siglos antes del cristianismo. Además, contrariamente a lo que sostiene Sand, los historiadores serios de esa época consideran que los romanos, efectivamente, asesinaron y/o vendieron como esclavos a muchos miles de judíos. Al resto de la población se le prohibió el acceso a Jerusalém, que pasó a llamarse Aelia Capitolina. Esto sin lugar a dudas daría fundamento a un sentimiento de exilio en cualquier pueblo.
Lo que es indiscutible es que las primeras comunidades judías aumentaron por medio de la conversión. Sin embargo, la tesis clave de Sand, que la mayor parte de la moderna comunidad judía de Europa oriental debe sus orígenes al reino de los jázaros convertidos, ha sido ya ampliamente debatida y rechazada, especialmente después del famoso libro de Arthur Koestler sobre el tema. La alegación de Sand de que todo este episodio se mantuvo en secreto al cuestionar la noción de continuidad etnobiológica sionista judía, no puede mantenerse seriamente.
Igualmente importante es lo que Sand no llega a mencionar. Para un gran número de judíos, los argumentos acerca de unos orígenes raciales son desagradables y, más importante aún, carecen de pertinencia. En cambio, la continuidad judía se basa en factores religiosos, incluida la observancia de la Toráh, el estudio del Talmud, la creación de comunidades, la vida de la sinagoga y sus relaciones con la liturgia. Son estos factores los que han conformado los vínculos vitales entre las generaciones de judíos. Y es que examinar la historia judía sin casi hacer referencia a su vida religiosa y a su literatura, es como tratar de debatir acerca del Islam sin mencionar los Hadith, la Shariya o el papel de la comunidad musulmana. Considerando que Sand tiene razón cuando afirma que la vida judía siempre ha reflejado las culturas locales, su afirmación de que "nunca ha existido una cultura del pueblo judío" no puede ser tomada en serio.
Sand ignora prácticamente las persecuciones y el antisemitismo como factores que han contribuido a la formación de los relatos judíos, al igual que no menciona el papel desempeñado por la hostilidad hacia Israel en la configuración de las posteriores actitudes de Israel.
En el último capítulo, Sand ofrece una severa crítica de las limitaciones de la democracia israelí. Es un homenaje al liberalismo del país, que él reconoce a pesar de profundas reservas, que su libro haya sido ampliamente leído allí mismo. Rechazando la viabilidad de un estado bi-nacional, subraya la urgente necesidad de poner fin a la ocupación y de una genuina igualdad con la participación de todos sus ciudadanos en sus procesos cívicos si se quiere evitar conflictos dentro de sus fronteras pre-67. En este sentido, estoy de acuerdo.
Sand deja claro desde el principio que se identifica con los excluidos de la narrativa judeo-israelí. Lamentablemente, el libro carece de la empatía por el Otro, por el "outsider", que uno entonces podría haber esperado. En cambio, su libro está impulsado por una polémica sostenida contra una interpretación errónea del judaísmo impuesta más por el propio autor que por los que denomina "historiadores autorizados", cuya supuesta represión de "hechos poco revelados" Sand se dispone a desvelar. Irónicamente, para un libro destinado preferentemente a desconstruir mitos, bien puede ser juzgado como una elaboración de una mitología alternativa en la que los judíos no tienen derecho a un estado como el resto de los pueblos.
Lamentablemente, esto no sería susceptible de favorecer los intereses de los palestinos o israelíes, o de la paz.
Los libros incómodos, si son buenos, pueden ser importantes. Las narraciones nacionales tienen necesidad de su deconstrucción, las percepciones diferentes son necesarias para que a menudo no nos ceguemos ante el mundo y nos volvamos sordos ante las justas reclamaciones de los demás. Esto es especialmente cierto en el Oriente Medio, y yo soy uno de los muchos judíos que estaría de acuerdo con Sand en que un factor decisivo en el futuro de Israel será su capacidad para estar mucho más atento a las narraciones y a los derechos de los palestinos y de los restantes ciudadanos no judíos.
Pero el libro representa una gran decepción. Su intento de desmontar toda la historia del pueblo judío desde sus orígenes hasta el Israel de nuestros días y probar que es una invención deliberada, se ve ensombrecida por sus tendenciosas premisas, por su interpretaciones erróneas de los acontecimientos clave y por su desconocimiento de los textos centrales y las instituciones.
Argumenta Sand que todo comienza en el siglo XIX con los conceptos europeos de nación y de conciencia de formar un pueblo a parte. Sostiene que historiadores judíos como Graetz estaban profundamente influidos por las ideas germánicas del "Volk", sobre la que se construyó la idea del Estado moderno. Este tipo de nacionalismo se agudizó con el discurso en auge por aquel entonces, y más tarde en toda Europa, de la raza y la eugenesia, con resultados tan desastrosos para las comunidades judías. Sand traza una línea yendo desde Graetz a los historiadores sionistas que, según él, emplean conceptos bioétnicos e inventan una entidad imaginaria, un pueblo racialmente judío que continua creyendo que fue exiliado de su tierra, por lo que merece volver a ella 2.000 años después. Esa continuidad, sostiene Sand, es una ficción y el pueblo judío, por lo tanto, una "invención".
Un punto clave para Sand es el destino de los judíos después de la destrucción del Templo de Jerusalém por los romanos en el 70 d.C.. Sand intenta demostrar que el exilio de los judíos a continuación de esa y de posteriores derrotas nunca tuvo lugar. Es una "ficción" de la historiografía judía moderna: por consecuente, más tarde, ni las comunidades judías del norte de África, ni las de Europa, pueden ser el producto de una diáspora de exiliados, sino que son el resultado de conversiones en masa de poblaciones multiétnicas. Por lo tanto, no hay continuidad genética entre los judíos de hoy y los que alguna vez habitaron la antigua Judea.
Los fallos en el argumento de Sand son históricos y conceptuales. La idea de exilio, según él sugiere, se adoptó desde el punto de vista cristiano de que los judíos fueron castigados con la dispersión por el delito de matar a Jesús. Pero esto no tiene sentido. El paradigma del exilio y el retorno se encuentran en la Biblia en el Deuteronomio y en Jeremías, en relación con la destrucción del Primer Templo por los babilonios en el 576 a.C.. Por lo tanto, forma parte de la narrativa judía siglos antes del cristianismo. Además, contrariamente a lo que sostiene Sand, los historiadores serios de esa época consideran que los romanos, efectivamente, asesinaron y/o vendieron como esclavos a muchos miles de judíos. Al resto de la población se le prohibió el acceso a Jerusalém, que pasó a llamarse Aelia Capitolina. Esto sin lugar a dudas daría fundamento a un sentimiento de exilio en cualquier pueblo.
Lo que es indiscutible es que las primeras comunidades judías aumentaron por medio de la conversión. Sin embargo, la tesis clave de Sand, que la mayor parte de la moderna comunidad judía de Europa oriental debe sus orígenes al reino de los jázaros convertidos, ha sido ya ampliamente debatida y rechazada, especialmente después del famoso libro de Arthur Koestler sobre el tema. La alegación de Sand de que todo este episodio se mantuvo en secreto al cuestionar la noción de continuidad etnobiológica sionista judía, no puede mantenerse seriamente.
Igualmente importante es lo que Sand no llega a mencionar. Para un gran número de judíos, los argumentos acerca de unos orígenes raciales son desagradables y, más importante aún, carecen de pertinencia. En cambio, la continuidad judía se basa en factores religiosos, incluida la observancia de la Toráh, el estudio del Talmud, la creación de comunidades, la vida de la sinagoga y sus relaciones con la liturgia. Son estos factores los que han conformado los vínculos vitales entre las generaciones de judíos. Y es que examinar la historia judía sin casi hacer referencia a su vida religiosa y a su literatura, es como tratar de debatir acerca del Islam sin mencionar los Hadith, la Shariya o el papel de la comunidad musulmana. Considerando que Sand tiene razón cuando afirma que la vida judía siempre ha reflejado las culturas locales, su afirmación de que "nunca ha existido una cultura del pueblo judío" no puede ser tomada en serio.
Sand ignora prácticamente las persecuciones y el antisemitismo como factores que han contribuido a la formación de los relatos judíos, al igual que no menciona el papel desempeñado por la hostilidad hacia Israel en la configuración de las posteriores actitudes de Israel.
En el último capítulo, Sand ofrece una severa crítica de las limitaciones de la democracia israelí. Es un homenaje al liberalismo del país, que él reconoce a pesar de profundas reservas, que su libro haya sido ampliamente leído allí mismo. Rechazando la viabilidad de un estado bi-nacional, subraya la urgente necesidad de poner fin a la ocupación y de una genuina igualdad con la participación de todos sus ciudadanos en sus procesos cívicos si se quiere evitar conflictos dentro de sus fronteras pre-67. En este sentido, estoy de acuerdo.
Sand deja claro desde el principio que se identifica con los excluidos de la narrativa judeo-israelí. Lamentablemente, el libro carece de la empatía por el Otro, por el "outsider", que uno entonces podría haber esperado. En cambio, su libro está impulsado por una polémica sostenida contra una interpretación errónea del judaísmo impuesta más por el propio autor que por los que denomina "historiadores autorizados", cuya supuesta represión de "hechos poco revelados" Sand se dispone a desvelar. Irónicamente, para un libro destinado preferentemente a desconstruir mitos, bien puede ser juzgado como una elaboración de una mitología alternativa en la que los judíos no tienen derecho a un estado como el resto de los pueblos.
Lamentablemente, esto no sería susceptible de favorecer los intereses de los palestinos o israelíes, o de la paz.
Labels: Antisionismo, Mitos judíos, Sand
2 Comments:
la continuidad judía se basa en factores religiosos, incluida la observancia de la Toráh, el estudio del Talmud, la creación de comunidades, la vida de la sinagoga y sus relaciones con la liturgia. Son estos factores los que han conformado los vínculos vitales entre las generaciones de judíos
EXACTO!
Todo ese intento de deslegitimar Israel por argumentos raciales es ridículo.
:|
Shlomo Sand dice salvajadas q alguien q haya leído cualquier texto medieval (cosa q él ha demostrado q no hizo) no diría.
Las sionidas, escritas en España por Yehuda ha Levi no son precisamente del siglo XIX, ni es por asomo el unico texto "sionista" q existe.
Post a Comment
<< Home