Wednesday, October 27, 2010

La Ley de Ciudadanía y ¿VIII? - Una posición popular, pero problemática - Yossi Alpher - Bitterlemons



N.P.:
No tenía intención de proseguir con la publicación de más artículos sobre la nueva Ley de Ciudadanía, pese a tener en conserva dos artículos más - uno de Gershon Baskin, en Bitterlemons, "El depósito del reconocimiento", y el otro de Alexander Yakobson en el Haaretz, "Un ley innecesaria y una histeria innecesaria" -, pero el de Yossi Alpher es muy interesante por un motivo especial.

Es el único que deja entender a las claras la búsqueda por parte palestina de una autodeclaración de Israel de culpabilidad, por el desarrollo funesto que supuso para la parte árabe la guerra que ellos mismos declararon. Y esa búsqueda de un reconocimiento del "nacimiento en pecado" de Israel tiene dos ramificaciones.

La ramificación interna, la que implica directamente a Israel, busca delimitar su futuro mediante una necesaria "penitencia" y una autoculpabilización prácticamente sin fin - de ello se ocuparía la parte árabe y occidental que apoyan esta "introspección" suicida -.

La ramificación externa tiene dos vertientes: la primera tiene como objetivo exculpar la enorme responsabilidad que tienen los dirigentes árabes y palestinos en el destino de los refugiados palestinos al empujarlos a una miseria constante para así reservarlos como futura baza, mientras que la segunda vertiente permitiría a los árabes no cerrar el conflicto gracias a ese autoreconocimiento interno y externo de una culpabilidad judía que se querría inagotable.

Otro elemento a destacar es la "interpretación de la asunción de la culpa". Dentro de los ámbitos liberales y progresistas occidentales, la penitencia, la asunción de la culpabilidad, tendría "efectos positivos". Y es que frente a unas posibles indemnizaciones o reparaciones más bien mediáticas que materiales, existe la recompensa moral del arrepentimiento: la demostración de la superioridad moral por el reconocimiento de la culpa, la cual, verdaderamente, no implicaría tampoco demasiados sacrificios materiales. El ego, el narcisismo y la superioridad moral de la izquierda estarían presentes.

La otra interpretación de la asunción de la culpa, esta vez por parte de las "víctimas", implicaría su ratificación en el papel acrítico de víctimas, con lo que representa de consecución de un estatus de inviolabilidad y justificación ante las posibles críticas que pudieran surgir con posterioridad ("las futuras culpas y las responsabilidades las tendrían la explotación que sufrimos").



La demanda del reconocimiento de Israel como "Estado judío" o "Estado-nación del pueblo judío" por parte del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu es muy popular entre el público israelí. A la derecha le gusta porque es patriótica y aparentemente "anti-árabe". La izquierda y el centro no pueden oponerse, ya que encaja con su énfasis en acabar con la ocupación a fin de mantener a Israel como un Estado judío y democrático a la vista de la amenaza demográfica. Netanyahu aún puede ganar crédito si obtiene que el presidente Barack Obama respalde la demanda del estado judío.

Si Netanyahu es consciente o no de ello, los orígenes de esa demanda explícita de que los palestinos reconozcan Israel como Estado judío se remonta a las conversaciones de paz de la última década: en Camp David en 2000, Taba en 2001 y las conversaciones de Olmert y Abbas de 2008. Fue sólo en el curso de estos intentos de discutir las cuestiones “existenciales” o el "núcleo" final del estatuto definitivo de los refugiados y del derecho al retorno, junto con la cuenca Santa de Jerusalén, cuando los israelíes fueron muy conscientes de la importación definitiva de las posiciones de negociación palestina.

En estas negociaciones, los israelíes se confrontaron a las demandas palestinas de que Israel reconozca el derecho al retorno - independientemente del número de refugiados repatriados realmente - y a su afirmación de que Israel no tiene derechos sobre el Monte del Templo, porque "nunca hubo un templo [judío] allí". Estas posiciones parecen reflejar una insistencia en que el acuerdo de estatus final entre Israel y Palestina exprese, al menos a los ojos de las futuras generaciones de palestinos, un rechazo fundamental por parte árabe a considerar a los judíos como indígenas de Oriente Medio, gozando por lo tanto del derecho a la autodeterminación en su patria histórica de origen. Israel, parece insistir la OLP, tiene que reconocer que ha "nacido en pecado" [N.P.: y como tal, y al gusto occidental, prepararse para realizar concesiones sin cuenta a costa de la penitencia]

Esta experiencia de negociación, más que cualquier otro factor, explica la creciente demanda expresada bajo diversas formas por el gobierno de Netanyahu de que la OLP, y para el caso, los ciudadanos árabes de Israel y un creciente número de detractores internacionales - todos los cuales se niegan a reconocer los derechos nacionales de los judíos en Israel - reconozcan a Israel como el Estado del pueblo judío.

Lamentablemente, Netanyahu parece estar usando la demanda del Estado Judío más como una forma de intimidar a los palestinos que como un medio legítimo de explicar a los palestinos y a sus partidarios de la naturaleza problemática de sus propias posiciones. Además, desde el punto de vista de la negociación el primer ministro israelí se equivoca: en primer lugar se presenta la demanda del reconocimiento del Estado judío como una condición previa para aceptar las conversaciones, luego se convierte en un elemento esencial de cualquier pacto sobre el estatuto definitivo, más recientemente Netanyahu la exige sólo para ampliar el período de congelación de los asentamientos a cambio del reconocimiento de la OLP de un Estado judío.

Esto explica la sospecha generalizada de que el primer ministro entienda la demanda del reconocimiento del Estado judío como una exigencia conveniente para romper las conversaciones. En lugar de ser presentada esta demanda como un contrapeso legítimo a las intratables e inaceptables posiciones palestinas con respecto al Monte del Templo y al derecho al retorno, parece utilizarla como ejemplo de que una verdadera solución de dos estados es inaceptable para los palestinos.

Tampoco la israelí terminología es consistente. Oímos hablar, indistintamente, de un Estado judío, de un Estado-nación del pueblo judío, del Estado del pueblo judío, etcétera. Cada uno de estos términos tiene un significado y ramificaciones diferentes para, por ejemplo, la situación de las minorías de no judíos de Israel. La Declaración de Independencia de Israel, lo más cercano que tenemos a una constitución, define al país como "Estado judío", pero sólo porque la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas utiliza ese término. Sin embargo, esta confusión subraya el propio fracaso de Israel, tanto para definir su naturaleza judía - histórica, nacional, religiosa - y para persuadir al resto del mundo, y ciertamente el mundo musulmán, de que la visión del judaísmo como nada más que una religión no soberana es históricamente errónea e insultante y pasada de moda políticamente.

Sin embargo, la respuesta palestina también resulta incompatible. Por un lado, se nos afirma la aceptación palestina de una solución de dos estados y de la Resolución 181 de la ONU, lo cual ya incorpora el reconocimiento de un estado judío. Yasser Arafat incluso mencionó una vez a Israel como Estado judío. Por otra parte, los líderes palestinos afirman de forma bastante razonable que no tienen ninguna obligación de definir el carácter étnico-nacional del "Estado de Israel" (nombre oficial de Israel): “Israel puede llamarse a sí mismo como quiera”. Sin embargo, el argumento de los palestinos de que Egipto y Jordania no tuvieron que aceptar a Israel como un Estado judío con el fin de hacer la paz, elude el carácter provocador de las exigencias palestinas sobre las cuestiones fundamentales del acuerdo definitivo: los refugiados y el Monte del Templo, demandas que los israelíes no pueden aceptar.

Hace dos semanas, el Secretario del Comité Ejecutivo de la OLP, Yasser Abed Rabbo, brevemente acordó reconocer a Israel como Estado judío a cambio de un compromiso israelí con respecto a un estado palestino dentro de las fronteras de 1967. Si bien esta afirmación fue rechazada de inmediato por otros dirigentes palestinos [N.P.: y muy significativamente por muchos dirigentes árabes israelíes], podría ser significativo que un alto funcionario palestino no sólo exprese la voluntad de aceptar la demanda de Netanyahu con respecto a Israel como Estado judío, sino que trate de integrarla en el marco de las negociaciones al exigir un “quid pro quo” que muchos israelíes y la mayoría de la comunidad internacional podría apoyar: las líneas de 1967.

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