Thursday, November 11, 2010

Los judíos de San Nicandro - Adam Kirsch - Tablet


Los judíos italianos de San Nicandro. Cerca de un centenar de campesinos católicos italianos se convirtieron al judaísmo en la Italia fascista y emigraron a Israel


La historia que John A. Davis nos relata en “Los judíos de San Nicandro” cae bajo la categoría de "la realidad es más extraña que la ficción". ¿Quién iba a creer, si no fuera una fábula o tal vez una broma, que en la Italia fascista un grupo de varias decenas de campesinos católicos espontáneamente decidieran convertirse al judaísmo, se consideraran judíos - y todo ello en una Italia que introducía leyes antisemitas de estilo nazi-, se pusieran en contacto con soldados judíos procedentes de Palestina que prestaban servicio en el ejército británico que había invadido el sur de Italia durante la Segunda Guerra Mundial, y que, finalmente, después de dos décadas de dedicación y de dificultades se sometieran a la circuncisión ritual y emigraran en masa al recién creado Estado de Israel? Sin embargo, todo eso sucedió realmente en la ciudad de San Nicandro, en la alejada y empobrecida región de Gargano, en el sur de Italia.

Según Davis, profesor de historia de Italia en la Universidad de Connecticut, los judíos de San Nicandro representan "el único caso de conversión colectiva al judaísmo en Europa en los tiempos modernos”. ¿Por qué sucedió en ese momento, en la hora más oscura de los judíos europeos, y en una región donde no habían residido verdaderos judíos? La respuesta está en el genio religioso o la locura de Donato Manduzio, el fundador del grupo de San Nicandro. Nacido en 1885, Manduzio creció entre la típica y extrema pobreza del sur de Italia de la época, y nunca fue a la escuela. De su infancia se sabe poco, excepto que su padre le dio el apodo de "Shitface" ("aunque a juzgar por una fotografía de joven", objeta Davis, "parece haber sido muy atractivo"). Su primer contacto con el resto del mundo se produjo durante la Primera Guerra Mundial, cuando fue reclutado por un regimiento de infantería y contrajo una enfermedad que le paralizó las piernas.

Después de su regreso a San Nicandro, Manduzio desarrolló una reputación de curandero y vidente. Este es uno de los varios elementos de su historia que le hace parecer más una figura de la Edad Media que del siglo XX - y de hecho, nos dice Davis, la vida de los pobres italianos del sur era aún en muchos aspectos pre-moderna -. Ciertamente, la forma en que descubrió el judaísmo tiene un cierto sabor a la Reforma. En la década de 1920, Manduzio leyó la Biblia por primera vez. Incluso a esas alturas del siglo, la Iglesia católica en Italia desalentaba la lectura de la Biblia por parte de los laicos, y no fue hasta que los protestantes evangélicos comenzaron a distribuir una edición en italiano, cuando las escrituras se convirtieron en accesibles (Estos protestantes, escribe Davis, a menudo eran italianos que habían pasado algún tiempo en los Estados Unidos, y donde habían estado expuestos a las sectas cristianas, tales como los pentecostales y los adventistas del séptimo día).

La lectura del Antiguo Testamento sorprenderá a Manduzio. Él estaba convencido de "que Jesús había sido un profeta pero no el Mesías" y de que el estado de decaimiento del mundo, tan lleno de pobreza y sufrimiento, era una prueba de que el Mesías no había llegado aún. Cuando leía que Dios había establecido como día de reposo el sábado, no podía entender por qué los cristianos lo celebraban el domingo. La salvación, como decidió, "se basa en el seguimiento de la Ley del Dios de Israel, ya que había sido entregada a Moisés en el Sinaí. Aquellos que buscan la salvación y la comodidad deben aprender por lo tanto a observar la Ley del Dios de Moisés, renunciando a otros dioses e ídolos, y siguiendo el camino de los justos".

Este es exactamente el tipo de experiencia que propicia la conversión y que dio lugar a que tantos protestantes en el siglo XVI, tras rechazar las iglesias establecidas, identificaran a sus propias sectas con el antiguo Israel. Aunque Manduzio fue más allá que ellos, pues su decisión en realidad fue revivir la religión de Israel. Porque lo más notable de su historia es que cuando tuvo estas revelaciones en la década de 1920, en realidad desconocía que existieran más judíos en el mundo. Como Davis escribe, "Manduzio creyó al principio que todos los judíos habían perecido tras el diluvio bíblico y que había sido llamado por el Todopoderoso para revivir una fe que hacía tiempo que había desaparecido de la faz de la tierra".

En consecuencia, Manduzio, que ahora utilizaba el nombre de Leví, se dedicó a convertir a un pequeño número de sus vecinos, inicialmente 19 adultos y 30 niños, a su autoinventado judaísmo. Él les dijo que no comieran carne de cerdo y no trabajaran en sábado - normas que en ese momento y lugar eran muy difíciles de cumplir - y les ordenó que dieran a sus hijos nombres bíblicos: Sara, Ester, Myriam, y Gherson, entre otros. De hecho, la cuestión de los nombres dio lugar a uno de los cismas más graves del grupo. Cuando Concetta di Leo, discípula favorita de Manduzio, dio a luz a un hijo, su marido quería ponerle el nombre de Vicente, como el de su padre, pero Concetta insistió en que se le diera el nombre de un profeta bíblico (se comprometieron finalmente con Giuseppe o Yosef). Este episodio da una idea de cómo Manduzio dominaba totalmente a su pequeña secta. Paralizado y postrado en la cama – durante todo el tiempo que fue el guía de los judíos de San Nicandro nunca salió de su casa-, Manduzio se basó en sus visiones y sueños para comunicarse con Dios y establecer la ley de manera que sus seguidores la hicieran cada vez más suya.

Hubiera sido muy fácil que el grupo de San Nicandro se limitara a ser un culto más a la personalidad y terminara dispersándose en postreras divisiones, como suele suceder. Pero con el tiempo, Manduzio conoció a través de un vendedor ambulante que había otros judíos en Italia, y comenzó a escribir a las organizaciones judías en las grandes ciudades pidiéndoles orientación. Las organizaciones se mostraron reacias a contestarle, lo que Davis considera “como fácil de entender. Cualquiera que leyera esa correspondencia de inmediato habría sido consciente de los antecedentes sumamente humildes del redactor, y probablemente hubiera podido sospechar algún tipo de broma".

Incluso las veces en que Angelo Sacerdoti, el rabino jefe de Roma, entró en correspondencia con Manduzio, se mantuvo cauto. "Usted y sus compañeros han expresado a menudo su deseo de convertirse al judaísmo", le escribió el rabino, "y siempre he dejado en claro lo mucho que eso me sorprende. Le he preguntado muchas veces cómo llegó a esa convicción, ya que no han tenido contactos previos con judíos y saben muy poco acerca de lo que es el judaísmo". Sacerdoti también se refirió a “ciertas tendencias espirituales que no tienen nada que ver con el judaísmo", y es que resulta inconfundible hasta qué punto el lenguaje y el pensamiento de Manduzio estaba lleno de cristianismo. Su servicio del sábado, por ejemplo, consistía en leer un pasaje del Pentateuco y cantar el Padrenuestro. ¿Cómo podía ser de otra manera, si el catolicismo era la única religión que había conocido?

Pero los sannicandresi eran persistentes, y con el tiempo su sinceridad comenzó a ganarse a los miembros de la clase dirigente judía. En este punto, el relato de Davis recoge un amplio retrato de la comunidad judía italiana y de un muy pequeño grupo de asimilados que mantuvieron en líneas generales unas buenas relaciones con el régimen fascista hasta finales de 1930. Prominentes judíos se interesaron por San Nicandro, especialmente la pequeña pero influyente comunidad sionista italiana, que valoró la devoción de estos judíos hechos a si mismos como un excelente ejemplo para los judíos en general. Uno de sus principales patrones fue Raffaele Cantoni, un valiente luchador contra el fascismo, cuyo trabajo en favor de los refugiados judíos antes y después de la guerra le puso en una buena posición para ayudar a los judíos de San Nicandro. Buena parte del final del relato de Davis se desarrolla a través de la correspondencia entre Cantoni y sus protegidos, y en donde trata de mantener el equilibrio entre su apoyo cauteloso y la impaciencia generada por sus luchas internas y sus demandas de ayuda.

La guerra, que fácilmente podría haber significado el fin de los judíos de San Nicandro, en realidad facilitó la realización de su causa. La casa de Donato Manduzio estaba ubicada cerca de una carretera utilizada por una unidad de transporte del ejército británico, el cual ocupaba la región después de septiembre de 1943. Esta unidad, la compañía 178, estaba compuesta por judíos de Palestina alistados en el ejército británico para luchar contra Alemania (Su comandante, el mayor Wellesley Aron, es una de esas fascinantes personalidades judías que aparecen en la historia de Davis). Cuando sus camiones pintados con la Estrella de David pasaron por San Nicandro, los “judíos locales” les recibieron con su propia bandera con la estrella de David.

De esta manera, Davis nos muestra como los sannicandresi llamaron la atención de la red de activistas judíos - italianos, palestinos y británicos – que se ocupaban de organizar en toda Italia la estancia de los refugiados judíos y su posterior viaje a Palestina. Los judíos de San Nicandro fueron inspirados sobre todo por sus contactos con Enzo Sereni, un judío italiano que fue un destacado activista de la Haganá. La foto de Sereni en San Nicandro, rodeado de unos hombres de aspecto solemne portando la bandera sionista, fue la última que le tomaron antes de lanzarse en paracaídas tras las líneas alemanas en una misión que le llevó a la muerte.

Lo que significaron estas experiencias para los judíos de San Nicandro propiciaron la transformación de su judaísmo casero en un apasionado sionismo. A partir de 1944, el objetivo de la comunidad fue emigrar y ayudar a construir el Estado judío. Esto no era fácil, y el paciente Cantoni se lo recordaba constantemente: los británicos tenían la intención de mantener a los inmigrantes judíos fuera de Palestina, y los escasos permisos disponibles serían para los supervivientes del Holocausto, no para los “judíos relativamente acomodados” de San Nicandro. Sin embargo, en noviembre de 1949, tras una serie de enfrentamientos que documenta Davis, y después de la muerte de Donato Manduzi – lo que incrementó la alienación de su rebaño -, los judíos de San Nicandro hicieron su aliyá. Davis nos describe con moderación su experiencia en Israel, que fue al parecer tan difícil como para la mayoría de los inmigrantes del nuevo país. Pero quizá esta dificultad sea la mejor prueba de que habían logrado su ansiado objetivo: convertirse en unos judíos como los demás.

Labels: ,

3 Comments:

Blogger Renton said...

Wow, realmente la realidad supera a la ficción!

:O

3:35 AM  
Blogger ele de lauk said...

Fantástic historia. Gracias!

1:26 PM  
Blogger Toma y lee said...

Me ha conmovido leer esta historia...realmente es impresionante.Pondría mi nombre al lado de los suyos si fuese para mi tan fácil acceder a la conversión al judaismo, lamentamentemente hoy es mucho más difícil que para ellos..en fin tendré que esperar y ser paciente..

6:56 PM  

Post a Comment

<< Home