Tuesday, February 22, 2011

Palestina, una obsesión de los radicales occidentales más que de los árabes - Brendan O'Neill - The Australian



"Hasta que a los palestinos no les sean devueltos sus derechos vamos a tener inestabilidad en todo el Oriente Medio", declaraba John Pilger a la ABC anoche. "Es fundamental para todo (lo que está pasando)".

Sin embargo, una de las cosas más sorprendentes acerca de la sublevación en Egipto fue la falta de carteles a favor de Palestina. Como observaba en directo Amr Hamzawy en la Plaza Tahrir, no había carteles que dijeran "Muerte a Israel, Estados Unidos y el imperialismo mundial" o "juntos hasta liberar Palestina".

En cambio, esta rebelión era acerca de la libertad y las condiciones de vida de los propios egipcios. Sin embargo, en una manifestación a favor de Egipto celebrada el pasado sábado en Londres, se podía observar un mar de pancartas a favor de Palestina. "Palestina libre" y "Fin de la ocupación israelí" decían. Los oradores, que tenían problemas para excitar al público con sus referencias a los acontecimientos en Egipto, tenían que decir en más de una ocasión: "Vamos Londres, puedes gritar más fuerte aún". No obstante, cada mención de la palabra Palestina inducía a una especie de excitación pavloviana entre los asistentes. Cuando la palabra era pronunciada aplaudían con fervor y cantaban: "Libertad, !Palestina libre!".

Esto nos revela algo importante sobre la cuestión de Palestina. En los últimos años se ha trasladado desde el ámbito del radicalismo árabe, donde egipcios y otros pueblos árabes exigían frecuentemente la creación de un Estado palestino, hasta convertirse actualmente casi en propiedad exclusiva de los radicales occidentales de clase media, estilo Pilger.

Vaciados de su vigor y militancia nacionalista, el problema de Palestina, al parecer, ahora resulta de escaso interés inmediato para las protestas árabes y en su lugar se ha convertido en la última y más célebre causa de los activistas progresistas occidentales, que sólo desean tener un pueblo víctima al que mimar.

El poder y el encanto de Palestina en los círculos radicales occidentales es extraordinario. Palestina es el único problema que les emociona. Pero no hay nada de progresista en su fervor por Palestina. No está impulsado por las demandas de un mejor futuro y de un desarrollo económico para una patria palestina en Cisjordania y Gaza. Realmente lo que les impulsa es una visión de los palestinos como víctimas últimas, como una especie de niños desafortunados y patéticos víctimas de un nuevo orden mundial que necesitan amable y urgentemente de unos marchitos y aburridos occidentales para protegerles de Gran Malvado Israel.

El actual izquierdismo pro-Palestina es más antropológico que político. Se trata a los palestinos menos como un pueblo que debería tener sus derechos democráticos y más como una especie de tribu fascinante que debe ser estimulada y preservada. Algunos radicales occidentales han adoptado incluso las modas de su tribu favorita. Si se pasean por cualquier campus universitario occidental o se se unen a una marcha de la izquierda, verán a los jóvenes con su keffiyeh palestina al cuello, una especie de mimetización políticamente correcta.

Esta es más una política de compasión que de solidaridad. Grupos de jóvenes occidentales de clase media se van de vacaciones a la Ribera Occidental y Gaza para sentir piedad por los palestinos. Ellos a su vez vuelven maravillados de la hermosa dignidad de este pueblo sitiado, como esas esposas de los antiguos colonialistas victorianos que descubrieron que les gustaban mucho más las tribus africanas que habían ido a cristianizar. "Nunca he conocido a gente como los palestinos. Son la gente más fuerte que he conocido", bramaba la activista británica por la paz Kate Burton, quien salió en los titulares de la presa en el 2006 tras haber sido secuestrada por una facción palestina en Gaza.

Por supuesto, los occidentales han practicado a menudo este tipo de aventuras o turismo moral en el extranjero, ya sea como misioneros o revolucionarios. Lo que es diferente en este "piadoso" turismo pro-palestino es que estos occidentales no pretenden convertir a los palestinos a su religión políticamente correcta, ni tomar las armas con ellos, simplemente sienten una gran empatía por ellos, y es que necesitan sumergirse en lo que consideran que son "las experiencias de las víctimas por antonomasia". Uno de estos sufrientes occidentales llegó a escribir en el New Statesman acerca de su experiencia de vivir "en un estado de sitio" en Belén: "Estoy empezando a entender lo que es ser un palestino".

Este es realmente el objetivo último de estas visitas guiadas por la empatía, "tener una experiencia" que haga realidad la política de victimismo que muchos de estos activistas occidentales suscriben totalmente. Cuando algunos de estos aburridos y ociosos jóvenes occidentales sienten que en su vida cotidiana falta el entusiasmo o la adrenalina, algunos de ellos viajan hasta Perú para practicar el puenting. En el caso de estos izquierdistas occidentales que sienten la política, y que en sus países se sienten anquilosados por la falta de hechos emocionantes y "revolucionarios" a los que dedicarse, se precipitan sobre los viajes a Palestina.

Hay un profundo narcisismo detrás de todo este movimiento de piedad hacia los palestinos. Cuando la activista estadounidense Rachel Corrie murió a causa de que un bulldozer israelí en Gaza en 2003 (cuando ella trataba de impedir su destrucción de unas estructuras y se colocó en una posición donde el conductor no la podía ver), dio lugar a una obra teatral llamada “Mi nombre es Rachel Corrie”. El asesinato del activista británico Tom Hurndall en Gaza en 2004 dio lugar a una película llamada “El disparo de Thomas Hurndall”.

Todo esto, obviamente, hablaba acerca de ellos, de esos occidentales buenos y puros que fueron a encontrarse a sí mismos en Palestina, en lugar de hablar de esos otros, los palestinos actuales.

Ahora también hay un barco que se llama MV Rachel Corrie, y que fue uno de los asaltados por las Fuerzas de Defensa de Israel cuando navegaba hacia Gaza el año pasado. Todos los que son y desean ser alguien dentro de la Europa progresista parecían interesados en navegar en él. Parlamentarios, pensadores, premios Nobel Premio de la Paz, novelistas..., todos los que fueron en el MV Rachel Corrie hacia Gaza estaban muy interesados en proclamar su decencia moral al ponerse de pie, al estilo de Kate Winslet en la película del Titanic, en la cubierta de un barco que navegaba contra Israel.

Porque ser y manifestarse "por Palestina" es hoy, en última instancia, una manera egoísta de dotarse de buena publicidad, de decir a todos que eres bueno, decente y moral, ya que te opones al "nazismo" actual, ese practicado por el Estado israelí. Para estos activistas históricamente ignorantes, los israelíes son los nuevos nazis y Gaza es el nuevo gueto de Varsovia. Como declaraba el título de una reciente charla en Londres:"¿Un nuevo Hitler para una Nueva Era? El auge del terror israelí".

Estos "sufridores por los palestinos" no tienen tiempo para pensar en el inconveniente de que Hamas sea una entidad política dictatorial e intolerante, que no tiene tiempo para los derechos de los homosexuales o para la igualdad de la mujer. En cambio, todo se reduce a una especie de historia de Narnia, con malvadas brujas y faunos buenos, porque todo esto en última instancia sólo trata de proporcionar mayores sensaciones y un impulso vital a estos aburridos y vacíos occidentales, algo que resulta necesario para sus vidas, y no se trata tanto de desenredar una realidad política desagradable.

Es muy revelador que Palestina se haya vuelto menos importante para los árabes y en cambio sea de una gran importancia simbólica para los radicales occidentales, y ello al mismo tiempo. Con el pueblo palestino algo desalentado, la cuestión de Palestina puede llegar a ser el perfecto argumento político para todos esos radicales occidentales a los que les gusta disfrazarse de víctimas.

The Australian

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