Saturday, April 14, 2012

Chelm, la historia seria de una ciudad cómica - Matti Friedman - Times of Israel





¿Me podrías contar como se creó Chelm?

La verdadera respuesta a esta pregunta, dicen, es que Chelm, la ciudad más famosa en el folklore judío, comenzó a existir cuando el Señor envió a un ángel con un saco repleto de almas necias para distribuirlas a través del mundo entero, y el ángel tropezó y derramó todas ellas en el mismo lugar, Chelm.

A eso se debe que, como también nos cuentan, este pueblo de sabios fuera tan sabio como para capturar la luna encerrando su reflejo en un barril de agua, y en el que talmúdicamente adoptaron la engañosa lógica consistente en llevarse los unos a los otros sobre los hombros para evitar dejar huellas en la nieve recién caída.

Los orígenes de hecho de esta ciudad mítica, tal como una investigadora nos está revelando, pueden ser más prosaicos, pero no menos interesantes.

El campo de los estudios sobre Chelm es, tal vez como era de esperar, tan prístino como la nieve de esa historia sobre Chelm, en gran medida inalterado por las pisadas de los estudiosos más serios. Los profesores de literatura sienten tal vez que la palabra "Chelm" no añadiría mucha seriedad a su curriculum vitae. Sin embargo, una erudita, una profesor de literatura en la Universidad de Carolina del Norte, se ha embarcado en un intento de trazar metódicamente los orígenes de Chelm. A través de los archivos de Europa, de los EEUU y de la Biblioteca Nacional de Jerusalén, Ruth von Bernuth ha investigado entre periódicos y libros que datan de hasta hace cuatro siglos en su intento por rastrear los orígenes de las historias sobre Chelm. Estos relatos que habían llegado a ser vistos como un producto puro y auténtico de la cultura judía, resulta que tienen un origen menos simple de lo que nos parecía.

Chelm es una verdadera ciudad, una ciudad de hechuras medias situada en Polonia y cercana a la frontera con Ucrania. Chelm y sus 70.000 habitantes actuales han dado pocas razones al mundo para hacerles notar su existencia.

Su existencia física, sin embargo, nunca fue la cuestión. Para los judíos de ascendencia europea, Chelm es una palabra sinónimo de tontos convencidos de su propia sabiduría, un término que resume una tendencia - una que los judíos podían considerar como particularmente judía -: no dejar que el sentido común interfiera ante una gran idea.

En este Chelm, por ejemplo, cuando el sacristán de la sinagoga era demasiado viejo para que fuera llamando a las persianas de las casas para así despertar a la gente del pueblo para las oraciones matutinas, los ancianos se reunieron y resolvieron el problema: El sacristán se quedaría en casa y todas las persianas que irían con él.

Von Bernuth, la hija de un teólogo protestante, creció en Alemania Oriental. El régimen comunista cayó el año en que terminó la escuela secundaria. Ella conoció el yiddish cuando trabajaba en una tesis sobre la literatura alemana en Oxford, y en el año 2000 un colega le sugirió que mirara hacia Chelm. Ella nunca había oído hablar de esa ciudad. Hoy en día, Chelm requiere casi todo su tiempo.

La historia de las fábulas de Chelm, asegura von Bernuth, comienza en 1597. No comienza, como se podría suponer, con los judíos de Polonia, sino con los cristianos en Alemania. Ese año, un autor alemán desconocido publicó una colección de cuentos sobre una ciudad ficticia donde los hombres sabios se comportaban tontamente. Esas historias se hicieron famosas como los "cuentos de Schildburg", que así se llamaba el pueblo ficticio donde sucedían dichas historias.

Algunas de estas historias son familiares a las que suceden en los cuentos de Chelm. En una, por ejemplo, los ancianos del pueblo tratan de recoger en sacos la luz solar para así iluminar el ayuntamiento, que había sido construido sin ventanas. En otra, para combatir una plaga de ratones, compran una criatura que están convencidos que es una especie de "ratón-perro" - es, de hecho, es un gato, y luego, aterrorizados por el animal, se libran de él pegando fuego a toda la ciudad.

Los libros de cuentos, repartidos entre los países de lengua alemana por los vendedores ambulantes, se reimprimieron más de 30 veces, y cruzaron las líneas culturales que separaban a los cristianos alemanes de los judíos que vivían entre ellos. En 1700, las historias fueron impresas por primera vez en yiddish.

En ese momento, afirma Von Bernuth, los dos idiomas - alemán y yiddish - estaban tan cercanos que algunos estudiosos debaten si sería más apropiado considerar a esas obras "como traducciones o transcripciones". Si las historias se leían en voz alta, los alemanes y los judíos las entendían por igual.

En la primera edición en yiddish y en las que siguieron, la ciudad todavía se llamaba Schildburg. Los personajes todavía eran cristianos que comían carne de cerdo y se iban a la casa de baños el sábado.

En 1800, Von Bernuth encuentra que los intelectuales judíos de mentalidad más moderna, conocidos como maskilim, recogen en una versión posterior las mismas historias y empiezan a contarlas en un contexto judío. Para ellos, los ancianos de ese pueblo necio, con sus pretensiones de sagacidad, reflejan un establishment rabínico arcaico frente a sus propias y nuevas formas de pensar.

Nadie había mencionado todavía a Chelm, que todavía era conocido simplemente como el hogar de una de las más antiguas comunidades judías de Polonia. Otras ciudades, como Praga, eran el blanco de las bromas entre los judíos de aquella época, pero no Chelm. No fue sino hasta 1887 cuando el primer libro en yiddish vinculó de manera explícita a Chelm con dicha locura, y apareció en la ciudad de Lvov, en Galitzia.

Ese libro, Der Khelmer Khokhem, sobrevive en un único ejemplar conocido en la Biblioteca Nacional de Jerusalén, donde Von Bernuth, recién llegada con una beca de investigación de la fundación de la familia Rothschild Yad Hanadiv. El libro incluye la clásica historia del rabino que se establece en Chelm para visitar una ciudad cercana y es escondido debajo de una manta por un carretero que tras hacer un corto trayecto lo deposita de nuevo en el mismo lugar.

La gran ciudad, para gran sorpresa del rabino mientras pasea por ella, se parece mucho a Chelm. De hecho, el mundo entero es Chelm.

Si todas las historias de Chelm se pueden decir que tienen un final gracioso, éste, por supuesto, también lo es.

La razón por la que Chelm fue seleccionada para este papel protagonista aún no está del todo clara. Von Bernuth cree que los narradores, probablemente, sólo necesitaban una especie de ciudad típica de la Europa del Este, y Chelm lo era.

Al albor del siglo XX, las historias de Chelm se propagan. Realmente eran parábolas, subidas de tono de vez en cuando y para adultos, que no eran un entretenimiento para niños. La primera gran colección fue publicada en 1917, incluidas las versiones de las historias originales alemanas y las nuevas incorporaciones.

En la década de 1920, el escritor en yiddish Menachem Kipnis escribió una serie de artículos humorísticos en el diario de Varsovia Haynt en el que se identificaba como un corresponsal en Chelm. Sus artículos fueron tan populares que se dice que una madre que vivía en el auténtico Chelm escribió una carta solicitando que se detuviera su difusión, ya que tenía miedo de que nunca sería capaz de casar a su hija (por ser de Chelm).

Esta anécdota podría ser un nuevo cuento de Chelm. Pero Von Bernuth nos cuenta que, a medida que las historias ganaban en popularidad, la gente dejó de referirse a sí mismos en sus escritos como Chelmeranos. Chelm ya no era solamente el nombre de una ciudad, era una especie de broma, algo que de alguna manera seguía siendo divertido, incluso después de que cientos de habitantes judíos del auténtico Chelm fueran sacados de la ciudad y fusilados por las tropas alemanas a finales de 1939, y otras miles de personas fueran enviadas al campo de exterminio de Sobibor.

"Además del ya mencionado Hersh Welczer, cuya viuda y huérfanos escaparon más tarde de Chelm a Wolyn", se lee en una descripción de los acontecimientos sucedidos en 1939 en un libro conmemorativo posterior publicado por los sobrevivientes, "los siguientes judíos del famoso Chelm fueron fusilados durante la masacre: el Dr. Oks, el fotógrafo Rozenblat, los tres hermanos Lewensztajn - ricos comerciantes en hierro -, Gamulke, un ex teniente en el ejército polaco e Itshe Sznicer, dueño de la perfumería".

"Sus cadáveres fueron entregaron a sus huérfanas familias por aquellos campesinos que los conocían", prosigue el relato, "y el resto fueron enterrados juntos, unos 50, en una misma tumba".

Se hizo evidente mucho antes de la guerra de que el mundo de las historias de Chelm estaba desapareciendo, y que había cambiado su papel: se convirtió menos en una expresiva manifestación cultural y humorística sobre sí mismos, que en una irónica carta de amor a una forma de vida en peligro de extinción.

Sus historias parecen haber sobrevivido, mientras tantas otras manifestaciones de la cultura yiddish se perdieron, gracias a "su lógica absurda, a su buen humor, que les dotaban de una cierta vida", dice Yechiel Szeintuch, un profesor de yiddish en la Universidad Hebrea en Jerusalén (Aunque el interés por la cultura yiddish es cada vez mayor en todo el mundo, y los nuevos departamentos de yiddish se crean en lugares como Lund, Suecia, la Universidad Hebrea cerró su propio departamento en el 2008. Szeintuch llama a esto "una versión moderna de los cuentos de Chelm").

Con el tiempo, Chelm se convirtió popularmente en una de las expresiones más puras de la tradición popular judía en la Europa del Este. Por el contrario, para los estudiosos alemanes de antes de la Segunda Guerra Mundial, las historias en yiddish fueron ridiculizadas como corrupciones foráneas de las originales fábulas de Schildburg.

De hecho, comenta Von Bernuth, la única forma de entender a Chelm es como una creación conjunta de los diferentes pueblos que vivían en un mismo lugar y escuchaban las historias de sus vecinos. "Estas historias son uno de los ejemplos más interesantes de cómo la cultura alemana y el yiddish se influyeron mutuamente. Esto demuestra cuán entrelazados estaban. Para contar las historias de Chelm se necesita conocer la cultura y la literatura alemana. De lo contrario, se permanecería ajeno a sus raíces", nos comenta.

Von Bernuth levanta las cejas para enseñarnos la expresión de los eruditos cuando conocen la tarea a la que dedica tanto de su tiempo. "Algunos de ellos piensan que estoy loca", nos comenta. “Pero también hay ventajas. Cuando me encuentro con algunas personas, especialmente los ancianos, y les digo que estoy trabajando sobre Chelm, me sonríen".

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