Thursday, May 31, 2012

Decadencia del intelectual demócrata - Féliz Azúa - El Global



¿Realmente merece casi 300 páginas este minucioso análisis de una figura menor del islamismo y sus relaciones con dos periodistas europeos? Cuidado: uno puede equivocarse con el último libro de Paul Berman. Solo su prestigio como uno de los más brillantes intelectuales del New York Times, del New York Review of Books o de la New Republic nos obliga a seguir leyendo, persuadidos de que va a desvelar una verdad difícil de conocer. Y así es, pero solo aparece avanzado el ensayo titulado La huida de los intelectuales, publicado por Duomo en magnífica traducción de Juanjo Estrella.

Todo empieza con un intelectual musulmán, Tariq Ramadan, halagado por el mundo anglosajón, aunque poco conocido en nuestro país. Berman desmenuza las razones por las que a este hombre se le considera uno de los pocos islamistas con quien puede discutirse sobre la modernización del islam, la coexistencia del Corán con la democracia, la renovación de las sociedades musulmanas y otros temas semejantes. Ramadan sería un caso insólito de musulmán ortodoxo que, sin embargo, aprecia la modernización y la cree compatible con la religión coránica. El lector, sin embargo, pronto comprende que es un espejismo. Ramadan, vástago de una notoria familia de personalidades religiosas, comparte, en realidad, los principios de los Hermanos Musulmanes, incluida una estudiada ambigüedad sobre la lapidación por adulterio o la ablación, y está más cerca de lo que parece de terroristas histéricos como los qutubistas, porque mantiene un antisemitismo que de los nazis llegó a los islamistas a través del muftí de Jerusalén, Haj Amín al Husseini, con quien comparte la admiración por Los protocolos de Sión. Como es lógico, Ramadan no lo llama “antisemitismo” sino “antisionismo”, pero el lector verá que es la misma diferencia que hay entre “separatismo” y “soberanismo”. Son modos de suavizar la violencia.

Sin embargo, con ser interesante para nosotros (Ramadan ocupa un lugar similar al de Bildu y aledaños respecto a ETA), este no es el verdadero argumento del ensayo. De hecho, Ramadan, invitado en universidades americanas, entrevistado y adulado por periodistas demócratas, tenido en gran estima por la izquierda (oficial), no sería sino otro ejemplo del creciente poder que van teniendo los ultras, confesos o velados, para imponer sus criterios sobre los demócratas. No en vano el ensayo se llama La huida de los intelectuales.

Una vez ha mostrado el salafismo latente en Tariq Ramadan (que hay que desenterrar en las notas a pie de página de sus ensayos), Berman enjuicia a dos prestigiosos periodistas que le han bailado el agua: Ian Buruma y Timothy Garton Ash. Podrían haber sido otros. Los hay a montones, como los que “comprenden” el terrorismo vasco o los “equidistantes” entre demócratas y abertzales. El caso es que tanto Buruma como Garton han dado incienso a Ramadan, en tanto que, por otro lado, desprecian a Ayaan Hirsi Ali, la luchadora somalí por los derechos de las mujeres musulmanas, a quien, como a Rushdie, persiguen los asesinos islámicos por el mundo entero.

¿Cómo es posible que dos periodistas del prestigio y el talento de Garton y Buruma puedan alabar a un criptofascista y despreciar a una víctima heroica de la lucha contra los islamistas fanáticos? Este es el asunto. Porque, en efecto, los equidistantes, los que “comprenden” a los terroristas, no se quedan en eso, sino que suelen ser los más enconados enemigos de aquellos que se juegan la vida contra el terror, como le ha sucedido a Savater o a Maite Pagaza en el País Vasco. Berman es demoledor cuando analiza la violencia que Garton y Buruma mostraron contra Pascal Bruckner porque osó contradecirles, así como la ocultación en que mantienen a los musulmanes que en verdad luchan contra el terrorismo islamista y que viven escondidos de los asesinos sin apoyo de los intelectuales “comprometidos”. Una repetición de los juicios sumarísimos contra aquellos que denunciaban el estalinismo o el castrismo el siglo pasado.

La conclusión de Berman, no por modesta menos inquietante, viene a decir que solo dos hechos explican esta tolerancia hacia los propagadores de la ultraderecha musulmana en el ámbito liberal y de izquierdas. Y estos dos hechos son, el primero: “El crecimiento espectacular e intimidatorio del movimiento islamista desde el tiempo de la fetua dictada contra Rushdie”. Hay que considerar que en Europa viven 20 millones de musulmanes, casi todos ellos sometidos a la amenaza de los clérigos seleccionados para apacentar el rebaño. Hoy veía yo en el telediario a uno de ellos que apacienta en Tarrasa y recomienda dar buenas palizas a las mujeres. Tratado con exquisito respeto, este bárbaro sigue siendo el dueño de su barrio y nadie se atreve a tocarle un pelo de la barba. Eso sí, los sagaces estudiantes de la Autónoma de Barcelona expulsaron a Rosa Díez al grito de “fascista, fascista”.

El segundo hecho lo conocemos muy bien: es el terrorismo y su capacidad para mover conciencias en dirección contraria a la justicia y la libertad. Su poder para dominar sociedades enteras que de la noche a la mañana se convierten en equidistantes y comprensivas, sobre todo entre profesionales de la izquierda que no quieren meterse en líos. El ensayo de Berman, aunque pueda parecer que trata un punto particular sobre islamistas radicales e intelectuales europeos, tiene una capacidad de elucidación mucho más amplia y nos toca de cerca.

Debo decir que probablemente este comentario va a ser desmentido y ridiculizado por un montón de expertos y especialistas. Como el nacionalismo, el islam mueve a centenares de comprensivos equidistantes, todos progresistas. El lector que tenga alguna duda, desconfíe, en efecto, de mi opinión y diríjase directamente a Berman. No creo que haya mejor guía para reconocer de inmediato al intelectual que sale por piernas.

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