Sunday, June 24, 2012

Lectura recomendada a diasporistas y defensores de un judaísmo laico y cultural (Al borde del abismo - Elliot Jager - Jewish Ideas Daily)



Bernard Wasserstein es un historiador no sionista favorable a Israel aunque critico con sus políticas. Ahora enseñando en la Universidad de Chicago, el londinense Wasserstein ha centrado gran parte de sus energías intelectuales en los asuntos judíos. Lo hace de nuevo en su nuevo libro, "On the Eve (En la víspera)", una rica y matizada historia de los 10 millones de judíos de Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, la cual pretende "captar las realidades de la vida judía en Europa en los años previos a 1939, cuando los judíos de pie, como ahora sabemos, estaban al borde del abismo". El nuevo libro es una especie de precuela de su anterior libro "Una Diáspora evanescente: Los Judíos en Europa desde 1945", publicado hace 16 años.

La sorprendente tesis de "En la víspera" es que incluso antes de que Hitler llegara al poder en 1933, el pronóstico sobre el futuro de los judíos de Europa era desolador: "La trayectoria demográfica era sombría y, con una disminución de la fecundidad, una emigración en gran escala, una exogamia cada vez mayor y una apostasía generalizada, anunciaba la extinción. Los lazo culturales judíos se estaba aflojando..., muchos judíos querían escapar de lo que veían como la prisión de su judaísmo".

Millones de judíos abandonaron Europa en el período de entreguerras, tal vez hasta un 10% de la población judía, y muchos de ellos se dirigieron a los Estados Unidos. Wasserstein elige muy oportunamente para el epígrafe al historiador Simon Dubnow (cuya quijotesca defensa de una Diáspora autónoma basada en el nacionalismo judío es en sí misma una nota histórica a pie de págima): "El acto creativo esencial del historiador es la resurrección de los muertos".

Wasserstein demuestra ser más apto para dicha tarea. Él vuelve a dar vida a las viejas rencillas, tanto políticas como teológicas: Agudas Yisrael Agudas contra la Reforma; ambos en contra de los sionistas; los extremistas hasidim antisionistas de Satmar contra los fanáticos antisionistas de Munkacz; los sionistas socialistas contra los sionistas revisionistas, y así sucesivamente. Económicamente, la mayoría de los judíos se ganaban la vida en el comercio o en las restantes profesiones puesto que las críticas antisemitas prácticamente les cerraban el acceso a la universidad, el gobierno y la agricultura. Demográficamente, en la década de 1930 la mayoría de los judíos en Alemania no se casaban entre ellos.

Contra todo esto, Wasserstein nos retrata la vida en el heder, la composición de las cortes de los rebbes hasídicos, el funcionamiento de las yeshivot de Mir, Lublin, y Ponevezh, y un croquis del movimiento Musar, todo ello mostrándonos a una Ortodoxia en declive, pero ni mucho menos derrotada, enfrentada a su vez a la competencia de menor importancia de los no ortodoxos, cuya escuela rabínica de Budapest, por ejemplo, permitía a sus seminaristas acudir al cine. En gran parte de Europa, el verdadero desafío a la tradición provenía de nuevo acceso al mundo exterior, mientras que en la Unión Soviética era el celoso y envidioso dios Stalin.

El libro no es todo pesimismo. Hay una encantadora parte dedicada a los Luftmenshn, aquellos que no tenían unos medios visibles de apoyo para sostener sus estilos de vida, y que iban desde los más pobres a los acomodados. La notable devoción de los padres judíos por sus hijos también recibe un muy buen trato. Poco a poco, y es que las puertas se estaban cerrando, miles de niños fueron llevados a la seguridad de una joven aliyá en 1932-33, una creación de una heroína poco conocida llamada Recha Freier, la Kindertransport que propició la entrega de 10.000 niños y niñas a Inglaterra.

El tratamiento por parte de Wasserstein de los "judíos anti-judíos" es convincente, dada la abundancia de estos judíos avergonzados de ser judíos que surgen hasta en nuestros propios días. En su Selbsthass u "odio hacia sí mismos", algunos judíos parodiaban los tropos antisemitas. Por supuesto, como bien señala Wasserstein, ellos no se odiaban literalmente a sí mismos, sino que en realidad despreciaban a los otros judíos. Algunos se mostraban abiertamente desdeñosos hacia los nazis, aunque la mayoría fijaba su mirada crítica sobre los temas judíos, y muchos de ellos en última instancia renunciaron al judaísmo y atacaron la solidaridad judía, aunque paradójicamente detestaban la impotencia judía (A excepción de su crítica feroz y gratuita de Zeev Jabotinsky, Wasserstein se acerca al sionismo de antes de la guerra europea con comparativa simpatía). También hay un boceto de esos tempranos judíos de extrema izquierda que habían abandonado la Tierra de Israel para regresar a Rusia tras la Revolución de 1917 para crear colonias judías en Crimea.

No menos fascinante es el tratamiento de Wasserstein de la prensa judía. Un número considerable de diarios eran de propiedad y estaban editados por judíos, los cuales eran leídos religiosamente por una mezcla de audiencia judía y gentil: el liberal de Budapest Pester Lloyd, en Berlín el Tageblatt, y en Viena la Neu Freie Presse, que empleó a un tal Theodor Herzl. Reflejo de nuestros propios días, "estos diarios no se vieron, sin embargo, como publicaciones judías". Añadan a toda esta mezcla las polémicas y la prensa de los partidos de todo tipo que atendían en exclusiva a los judíos. Y en los frentes del yiddish y del ámbito cultural, estaban los compositores, artistas, cantantes, cineastas y autores, cuyos libros irradiaban vitalidad intelectual y artística.

Prescindiendo de una nostalgia sensiblera, "En la víspera" es un retrato desgarrador, descaradamente compasivo, de esos judíos de Europa condenados al fracaso. Wasserstein enfáticamente señala que "no recopila de ninguna manera todos los posibles tipos de judíos. De hecho, muy probablemente fueron el pueblo más variado y diverso del interior del continente". Sin embargo, en ausencia de un Estado judío soberano, se encontraron sin amigos, impotentes y atrapados, y todo el mundo que pudo haberlos ayudado les falló.


La triste contracción de los judíos europeos - David Aaronovitch - TheJC

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De todos modos, en un momento dado, empecé a preguntarme acerca de que las personas con quienes me vinculo - "los judíos" (un pueblo peligroso, a diferencia de la acaramelada expresión la "comunidad judía"), en un sentido histórico. Sobre lo que había ocurrido con los judíos de Europa y qué se había perdido con ellos. Con el tiempo, esto alcanzó el aspecto de un caleidoscopio borrosa lleno de imágenes románticas: los shtetls, el teatro yiddish, los urbanos y asimilados judíos alemanes, los elegantes judíos franceses, los dichos populares, las mujeres pelirrojas, las bibliotecas, los psicoanalistas vieneses y - al igual que mis abuelos - los iletrados artesanos judíos. Todo esto llegó a su fin con el Holocausto.

Esta semana, a través de mi buzón de correos, me ha llegado el nuevo libro del historiador Bernard Wasserstein, "En la víspera: los JudÍos de Europa antes de la Segunda Guerra Mundial". Mientras lo leía, mi romanticismo y las ilusiones que cultivé comenzaron a disiparse. En lugar de sólo ver "lo que se perdió", comencé a tener una visión real de lo que les estaba sucediendo a los judíos europeos de entreguerras.

Wasserstein escribe que los judíos - "definidos inclusivamente como aquellas personas que así se consideran a sí mismas, o que así eran consideradas por los demás" - conformaban una población de unas 10 millones de personas en Europa a finales de 1930. Había 3,2 millones en Polonia, unos 3 millones en la URSS, con grandes comunidades en Rumanía y Hungría. En 1939, había 381.000 judíos en Varsovia - más que en toda la Gran Alemania -. Me encanta este hecho: a pesar de que constituían un tercio de la población total de Varsovia, los judíos en 1925 representaban a menos del 0,01% de los detenidos por ebriedad.

Los judíos en todo el continente europeo estaban insuficientemente representadas en la agricultura, la industria pesada, la administración pública, las fuerzas armadas, las universidades (sobre todo en Polonia), y se concentraban en el pequeño comercio. Muchos se dedicaban a las profesiones ligadas al derecho y la medicina, y muy pocos de ellos eran esos plutócratas que tanta atención recibieron.

A pesar (o quizás debido a ello) de que fueron grandes constructores de instituciones, sociedades y organizaciones benéficas, los judíos europeos estaban divididos. Lejos de existir un lobby judío, los judíos Litvak (lituanos) y Galitzianer (de Galitzia), los hasidim y los mitnagdim, los judíos de la ciudad y los judíos del campo, tenían poco que ver entre sí.

Pero lo terrible es que, incluso antes del Holocausto, los judíos ya estaban en decadencia. "En 1939", escribe Wasserstein, "la judería europea estaba al borde del colapso terminal". Debido al antisemitismo, o a un deseo muy moderno de hacer caso omiso de las viejas costumbres, los judíos se desidentificaron de su herencia. Ya no se casaron entre ellos, emigraron y, o bien se convertieron o bien criaban a sus hijos como no judíos. Dejaron de hablar en yiddish y en ladino ".

Y por todas partes su tasa de natalidad decayó. En ese sentido, nos dice Wasserstein, se "asimilaron mucho menos a los patrones sociales existente que fueron pioneros en la transición demográfica que, durante las próximas dos generaciones, transformaría la sociedad europea en su conjunto". En los ocho años antes de que Hitler llegara al poder, los judíos alemanes se habían reducido en un 11%, en Hungría la población judía declinó de 473.000 en 1920 a 400.000 en 1939. En los enclaves de Lodz y Kovno la población judía se estancó en la pobreza.

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