Saturday, June 30, 2012

Y en el séptimo día… (más trolas sobre la Guerra de los Seis Días) – Hillel Halkin - WJS



¿Podría Israel haber hecho las paces, al menos con algunos de sus vecinos árabes, inmediatamente después de su sorprendente victoria en la Guerra de los Seis Días de junio de 1967? La respuesta generalmente aceptada, incluso entre los críticos de las políticas de Israel post-1967, es negativa. En un estado de shock tras su aplastante derrota, el mundo árabe, según esta versión de los hechos, aún no estaba preparado psicológicamente para resolver el conflicto. Por unanimidad contestó con los famosos "tres No" articulados en la cumbre de la Liga Árabe de Jartum, en agosto de 1968: No habrá paz con Israel, no habrá un reconocimiento de Israel, no habrá negociaciones con Israel.

No es así, afirma ahora Avi Raz, un ex periodista israelí que ahora es investigador en la Universidad de Oxford. En su libro "La novia y la dote" afirma que si bien es cierto que Siria y Egipto no estaban realmente dispuestos a sentarse y hablar, ese no era el caso de Jordania o del liderazgo palestino en la Cisjordania perdida por Jordania durante la guerra.

Ambos, según la versión de Mr. Raz, estaban ansiosos por llegar a un acuerdo con un gobierno israelí que rechazó sus propuestas ya que se resistía a renunciar a la Ribera Occidental o Cisjordania ("la novia", como el primer ministro israelí Levi Eshkol jocosamente se refería a ella), a pesar de que Israel también temía anexionarse esa zona debido a su gran población palestina (lo que Eshkol llamaba la "dote").

Al presentar su tesis, el Mr. Raz hace un uso exhaustivo de documentos - algunos recientemente desclasificados - israelíes, americanos, británicos y de los archivos de las Naciones Unidas, así como de una información que, aunque era de conocimiento común en 1967-68, ha sido olvidada durante tanto tiempo que también parece recién descubierta. En los meses posteriores al fin de la guerra, se habían llevado a cabo intensos contactos, y en los ámbitos más secretos, entre funcionarios israelíes y dirigentes palestinos de Cisjordania, y en menor medida entre los gobiernos de Israel y Jordania. Mr. Raz nos muestra que tanto los palestinos como los jordanos habían entendido que tendrían que llegar a un acuerdo con Israel a fin de obtener la devolución de Cisjordania, pero que no estaban de acuerdo entre ellos sobre los términos en los que debía hacerse y a quién se debería devolver la Ribera Occidental. Y nadie en una posición de responsabilidad, ya sea en Cisjordania o en Jordania, estaba dispuesto a realizar las concesiones territoriales que Israel habría exigido para comenzar una negociación seria.

Todo esto es una cuestión de datos históricos. La cuestión es cómo evaluar esos datos, y es aquí donde Mr. Raz deja de interpretar correctamente su bien investigada historia y se convierte en otro autor más de una polémica anti-israelí. Mr. Raz espera que nosotros adoptemos los tres supuestos que él da por sentado, cuando es precisamente su validez lo que exige un debate. El primero de ellos es que los palestinos de Cisjordania (algunos de los cuales querían restaurar el dominio jordano, mientras que otros querían un estado palestino independiente) y los jordanos estaban realmente dispuestos a ofrecer a Israel una paz amplia y completa a cambio de su retirada a las fronteras de 1967. El segundo es que ese compromiso lo hubieran podido llevar a cabo mediante un acuerdo, y que lo habrían mantenido y respetado. El tercero es que Israel se comportó codiciosa e irrazonablemente en su deseo de expandirse más allá de las fronteras de 1967 y en negarse a negociar una retirada.

Cada uno de estos supuestos es completamente injustifible. En cuanto al primero, el propio Mr. Raz nos presenta un ejemplo tras otro de alcaldes y dignatarios palestinos de la Ribera Occidental que declaran su disposición a firmar la paz, “pero no sobre la base de las líneas de armisticio de 1948-67, sino sobre las líneas de partición de la ONU de 1947", lo que habría significado que Israel habría tenido que devolverles, adicionalmente, casi un tercio de su territorio de antes de 1967. Mr. Raz afirma que se trataba solamente de una “dura posición negociadora” de partida, que se habría abandonado rápidamente en unas negociaciones reales. Sin embargo, no proporciona ninguna evidencia seria que respalde esta última suposición, al igual que no tiene ninguna evidencia de que Jordania, que se mostraba más tolerante sobre las líneas de 1967, habría accedido a algo más que una paz parcial y limitada a cambio del territorio que había perdido.

¿Por qué razón, por otra parte, Israel tendría que creer por esas fechas (1967-1968) que, o bien los líderes de los palestinos de Cisjordania o bien el rey Hussein de Jordania, podrían llegar a alcanzar, ejecutar y salvaguardar con éxito un acuerdo de paz global que desafiaba radicalmente el rechazo de Egipto y Siria (y los famosos tres no) y el rápido crecimiento de la Organización de Liberación de Palestina?

El primer país árabe con el que Israel hizo las paces en 1979 era el Estado más poderoso del mundo árabe: Egipto. Los jordanos, por no hablar de los palestinos de Cisjordania, eran muy débiles en comparación. Hubiera sido una locura que Israel hubiera cedido la totalidad de Cisjordania, incluida Jerusalén oriental, por un acuerdo de paz que bien podría haber sido anulado unos años más tarde, ante el aplauso del mundo árabe.

Por otra parte, Jordania atacó a Israel en 1967. Israel, un país de sólo 12 millas de ancho en el punto más estrecho de su densamente poblada planicie costera central, había hecho todo lo posible para evitar que Jordania desatara las hostilidades (y se trataba de un país cuyo gobierno había negado a todos los israelíes el acceso a los lugares más sagrados judíos en Jerusalén y en Cisjordania).

¿Con qué lógica retorcida debería el vencedor devolver cada centímetro de territorio conquistado en lugar de tratar de rectificar sus peligrosas y opresivas fronteras pre-1967 (tal como lo demostró la propia guerra), las cuales además nunca habían sido reconocidas como permanentes por ninguno de esos países árabes que ahora exigían un retorno a ellas? La historia del mundo está repleta de ejemplos de países agredidos que han buscado y obtenido una compensación territorial después de ganar una guerra [N.P.: el cambio de fronteras tras la Segunda Guerra Mundial es un claro ejemplo].

¿Por qué Israel, que sigue siendo aún hoy en día el país más amenazado verbal y militarmente de la tierra, debería ser “voluntariamente” la única excepción a esa práctica habitual?

Mr. Raz afirma varias veces que si Israel hubiera querido “realmente” la paz en 1967 se habría puesto de acuerdo para ceder todas sus conquistas territoriales, incluidas las de Jerusalén. Ni una sola vez considera la posibilidad de que si los árabes, que a fin de cuentas empezaron y perdieron la guerra, hubieran querido realmente la paz, se habrían puesto de acuerdo para ceder a Israel unos cientos de kilómetros cuadrados de la Ribera Occidental y Jerusalén, lo que habría asegurado permanentemente la frontera oriental de Israel, un área que no suponía ni un 0,005% de la tierra árabe en el Oriente Medio.

Es esta doble moral, que Avi Raz proporciona a los habituales hipercríticos de Israel a través de su obra "La novia y la dote", la visión habitual que por desgracia se repite en la mayor parte del mundo occidental, la "sesgada munición que han utilizado para juzgar a Israel en los últimos 45 años".

WJS

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