Monday, February 25, 2013

El odio árabe y la identidad árabe – Petra Marquardt-Bigman – Warped Mirror



Hace unas semanas, el diario saudí con sede en Londres Asharq Al-Awsat publicó un artículo titulado "El Israel que desconocemos”. El autor, Amal Al-Hazzani, un profesor asociado a la Universidad King Saud de Riad, argumentaba que era "triste decir que Israel - el invasor, el estado opresor, el ocupante - vive entre nosotros, pero aún no lo conocemos".

Si bien el artículo no hacía mucho para mejorar esa situación, al parecer generó una gran cantidad de comentarios negativos, y una semana más tarde, Al-Hazzani incidía nuevamente con un segundo articulo titulado "Conoce a tu enemigo":
"Me gustaría dar las gracias a los que me han invadido con un torrente de correspondencia enojada por mi artículo anterior sobre Israel, acusándome de promover una normalización de las relaciones, promocionar la lengua hebrea y glorificar el liberalismo israelí".
Esa respuesta era de esperar porque violaba un tabú. Sin embargo, siento tener que decir a esa gente que a pesar de mi aprecio por sus opiniones, su indignación no cambiará la realidad. Israel seguirá siendo como es, un pequeño Estado pero más fuerte que el resto del mundo árabe".
Es probable que esta respuesta fuera una apuesta segura para recoger nuevamente una gran cantidad de reacciones furiosas. Lo que me pareció más sorprendente del segundo artículo de Al-Hazzani es su conclusión, cuando escribe:
"Hay que entender que los israelíes conocen cómo les evaluamos. Las guerras no se pueden ganar por los sentimientos de odio por sí solos, de lo contrario los árabes habrían dominado el mundo hace mucho tiempo".
Es fácil imaginar las protestas que se desatarían si un articulista no árabe escribiera en un medio de comunicación occidental que “… las guerras no se pueden ganar por sentimientos de odio por sí solos, de lo contrario los árabes habrían dominado el mundo hace mucho tiempo".

Y tengan en cuenta que ya no sólo se refería a Israel.

Sin embargo, representa sobre todo un problema para Israel el que el odio árabe hacia el Estado judío - percibido como un implante occidental en el Oriente Medio árabe-musulmán - sea generalmente ignorado por los medios de comunicación. La convencional sabiduría "políticamente correcta" dice que si Israel se comportara de manera diferente, el mundo árabe estaría dispuesto a aceptar el Estado judío.

Pero de vez en cuando, incluso los mismos medios que apoyan sin cesar esa “sabiduría convencional” nos proporcionan una idea, tal vez de manera involuntaria, de la intensidad del odio árabe a Israel. Eso es lo que le ocurrió hace poco al articulista del Ha'aretz Zvi Bar'el, al informar de una entrevista al escritor e intelectual egipcio Ali Salem. Salem había sido rechazado por los medios de comunicación egipcios desde que viajó a Israel en 1994, pero ahora, casi 20 años después, Al-Ahram publicaba una entrevista con él.

Según Bar'el, entrevistador de Salem, Bahaa Al-Hussein, prologaba su entrevista diciendo:
"No puedo permitirme expresar ninguna satisfacción por la visita de Salem a Israel. A pesar del hecho de que estoy impresionado por su talento, no estoy convencido de que los demonios [los israelíes] puedan ser buenos hermanos, que quieren la paz o que están dispuestos a pagar por ella un precio. Sin embargo, no le hemos entrevistado desde el punto de vista de un juez, ahora que el polvo se ha asentado tratamos de entender sus motivos".
El propio artículo de Bar'el con una cita del entrevistador de Al-Ahram diciendo a Salem:
"Cuando estoy solo, todavía sueño que echamos a Israel al mar".
Salem le respondió diciéndole que ese sueño era poco realista y por lo tanto era una idea "romántica". Hay mucho más en el artículo Bar'el, pero quedémonos durante un momento con esa frase e imaginemos que esas palabras procedieran de la otra parte, es decir, que un reportero de un respetado diario israelí entrevistara a un disidente israelí que representara una voz "ultraminoritaria favorable a la paz", y que le dijera: "Cuando estoy solo, todavía sueño que echamos a los palestinos al mar", y que el intelectual y pacifista israelí le respondiera tranquilamente que era poco realista y por lo tanto era una idea "romántica".

Por supuesto, Salem destaca que "no hay otro camino que la negociación", y Bar'el lo describe como un "ferviente defensor de la paz" que ha pagado un alto precio por su “locura", porque, por supuesto, entre los intelectuales egipcios se le considera un paria loco por apoyar la paz con Israel, mientras que los intelectuales israelíes suelen condenar al ostracismo a cualquiera que no sea un ferviente partidario de la paz con los palestinos.

Bar'el explica que Salem permanece asociado a un término odiado por los intelectuales egipcios: la "normalización", y enumera varios recientes ejemplos que ilustran como las élites egipcias siguen obsesionadas con oponerse a cualquier "normalización" con Israel, entre ellas una resolución aprobada en enero por una conferencia de escritores egipcios en Sharm el-Sheikh, la cual declaraba que "La identidad de Egipto debe ser preservada, junto con su diversa y tolerante cultura, y la posición de principios, según el acuerdo aprobado por todos los intelectuales y escritores egipcios, es rechazar cualquier forma de normalización con el enemigo sionista".

Eso sí: se trata de una declaración de las élites de un país árabe con el que tenemos un tratado de paz durante más de 30 años. ¿Cuánto tiempo tardarán esas élites árabes en darse cuenta de que su oposición a una "normalización" con Israel en primer lugar previene que su propio país se convierta en normal?

Como bien se señala en Bar'el:
"La revolución en Egipto aún tiene que cambiar bastante la forma en que la mayoría de los intelectuales del país se relacionan con Israel. Liberales, laicos, izquierdistas y derechistas - en su mayoría figuras vistas como hostiles a los Hermanos Musulmanes y todas las ideologías político-religiosas moderadas -, ven la oposición a una normalización como un pilar fundamental de su identidad árabe (árabe, como opuesto a egipcio) .Esta identidad todavía considera el conflicto israelí-palestino (que a veces se describe a través de consignas habituales de a década de 1950, tales tal como "un cáncer en el cuerpo de la nación árabe) como un pilar político".
Eso es definitivamente digno de mención cuando viene del veterano analista israelí de los asuntos del Oriente Medio del Ha'aretz:
"La oposición a un proceso de “normalización" con el más exitoso y moderno estado de la región es un pilar fundamental de la identidad árabe...".
Por supuesto, el mismo Bar'el Zvi también suele ignorar ese muy habitual y oficial odio árabe hacia Israel y prefiere centrarse en los pocos incidentes - que en Israel son ampliamente condenados - donde se afirma falsamente que "un buen judío debe odiar a los árabes".

Mientras que el racismo está presente en todas las sociedades, los incidentes racistas en Israel a menudo obtienen una cobertura prominente a nivel global. Al mismo tiempo, el odio generalizado hacia Israel procedente del mundo árabe, el cual es incluso promovido por las élites locales, se ven como algo normal y son cortésmente ignorados por esos mismos medios globales, poniendo de manifiesto en realidad la intolerancia de los medios de comunicación occidentales. No puede dudarse de que daría lugar a un auténtico tsunami de noticias, artículos y comentarios si una reunión de intelectuales israelíes declarara su fiel compromiso a "la posición de principios, según el acuerdo aprobado por todos los intelectuales y escritores israelíes, que rechaza cualquier forma de normalización con el enemigo árabe".

Claro que, supuestamente, el odio árabe a Israel se justifica por el conflicto no resuelto con los palestinos, a los que por cierto no se les ofreció ni concedió ese anhelado Estado propio cuando sus hermanos árabes tenían el control de Gaza y la Ribera Occidental. Por supuesto, hay un sinnúmero de otros ejemplos que ilustran perfectamente como la “causa” palestina vale la pena solamente cuando puede ser utilizada para atacar a Israel.

Imaginemos por un momento cómo esta reciente noticia del New York Times se leería si fuera Israel la implicada:
"El ejército egipcio está recurriendo a una nueva y picante táctica para cerrar los túneles de contrabando que conectan el Sinaí y Gaza: inundarlos con aguas negras. Junto con el hedor resultante, este enfoque está planteando nuevas preguntas acerca de las relaciones entre los nuevos líderes islamistas de Egipto y sus aliados ideológicos de Hamas que controlan la Franja de Gaza".
Si en vez del ejército egipcio esa táctica hubiera sido empleada por el ejército israelí, a nadie se le ocurriría describirla alegremente como "una nueva y picante táctica". Si la hubiera utilizado el ejército israelí, “sería escandalosa, indicativa de un estilo propio de los nazis, repleto de prejuicios racistas, un crimen contra la humanidad en suma al poner en grave riesgo la salud de los palestinos, y constituiría una grave amenaza para el abastecimiento de aguas de Gaza”.

Pero como se trata de los egipcios, simplemente refleja su “legítima determinación” de cerrar los túneles para así bloquear el flujo desestabilizador de armas y militantes hacia el Sinaí desde Gaza. Sería realmente algo muy normal y para las élites de Egipto no representaría nada con lo que obsesionarse, y no sería ni mucho menos algo comparable con una "normalización” con el enemigo sionista.

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