Thursday, March 28, 2013

Si el "problema es el sionismo", la paz no está entre los objetivos de los activistas palestinos alabados por el NY Times - Jonathan Tobin - Commentary



Con el presidente Obama llegando a Israel este miércoles, una serie de artículos muy sesgados contra el Estado judío han encontrado su camino natural tanto en la primera plana del New York Times como en la portada de su revista semanal. Hablaré en otra ocasión de otra historia acerca de la responsable de la oficina en Jerusalén de dicho diario, Jodi Rudoren, que trata la construcción de una serie casas para judíos en Jerusalén como un “ultraje que complica" la esperanza de que exista la paz con los palestinos. Pero este último artículo, en comparación, es un modelo de periodismo objetivo con respecto a la portada de la revista.

El título del ya mencionado artículo de la revista, "¿Será aquí donde comience la Tercera Intifada?" promete una investigación sobre las posibilidades de más disturbios y más violencia palestina. Pero lo que su autor Ben Ehrenreich nos ofrece no es tanto una respuesta a esas preguntas como una argumentación sobre por qué "obligatoriamente" debe existir esa tercera Intifada, y de paso un retrato cariñoso de algunos de los que están haciendo todo lo posible para que esto suceda.

El núcleo de la historia de Ehrenreich se basa en su experiencia adquirida en la aldea de Nabi Saleh, donde los organizadores de las violentas manifestaciones palestinas han ido a la búsqueda de enfrentamientos con un vecino asentamiento judío y con los soldados israelíes que lo custodian, además de contra los cercanos puestos de control cada viernes por la tarde.

Su “actividad” se ha convertido en una atracción turística para los izquierdistas europeos y activistas anti-israelíes (tanto es así que sus anfitriones palestinos tienen previstas para los sempiternos detractores exteriores de Israel hasta comidas veganas). Pero, como resulta habitual en la presentación de las noticias de Oriente Medio, lo que falta en esta apología de las proezas y quejas de los palestinos es lo más interesante.

Para entender el reportaje, lo primero que necesitan saber es el punto de vista personal de su autor, Ben Ehrenreich, sobre este conflicto. La segunda cuestión consistiría en examinar las alternativas a la confrontación que los héroes del reportaje no tienen ningún interés en practicar.

Así el reportaje de Ehrenreich resulta una curiosa variante a la alternativa de escribir un artículo en profundidad sobre la lucha entre israelíes y palestinos para una revista supuestamente objetiva como la del New York Times. Si el artículo parece muy sesgado hacia el punto de vista de los palestinos, no es ningún accidente. Ehrenreich no ha hecho ningún secreto de sus puntos de vista sobre el Estado de Israel: él piensa que el sionismo es el “equivalente moral del nazismo” y cree que el Estado judío no debería existir. Así lo afirmó en un 2009, en un artículo de opinión publicado en el diario Los Angeles Times titulado "El sionismo es el problema".

En ese artículo no se limitaba a repetir el bulo de que Israel es un Estado de apartheid, sino que en realidad realizaba una comparación favorable haca el gobierno racista de Sudáfrica con respecto al Estado judío. Su autor piensa que es una injusticia afirmar que "negar a los judíos los mismos derechos que a nadie se le ocurriría negar al resto de los demás pueblos del planeta sea antisemitismo". Fiel a las creencias de sus abuelos marxistas, él piensa que todos los nacionalismos son malos, pero ve la destrucción del nacionalismo judío como una prioridad sobre todos los demás.

La pieza es un fárrago de distorsiones, no menos que la idea de que un único estado secular podría reemplazar a Israel y garantizar los derechos o la seguridad de los judíos allí residiendo. Pero su mensaje principal es que no tiene ningún interés en discutir ni siquiera la posibilidad de una solución de dos estados o lamentar las ocasiones en que se han desvanecido las posibilidades de ese acuerdo. Y es que él está de acuerdo con los palestinos que siguen negándose a reconocer la legitimidad de cualquier Estado judío, no importando cuales sean sus fronteras.

Por eso esta elegía de Ehrenreich a los manifestantes de Nabi Saleh es tan patentemente falsa. La gente del pueblo “sufre” por la existencia de la vecina comunidad judía de Halamish, la cual ha estado allí durante 36 años. Ellos disputan la propiedad de un manantial que existe entre las dos comunidades, aunque el artículo únicamente nos dice que el gobierno israelí sostiene que los judíos no han sido capaces de establecer sus derechos al mismo. Pero su problema real - y no el de Ehrenreich – no radica en el agua, sino en la presencia de más de mil judíos en las cercanías de Nabi Saleh o en la barrera de seguridad que separa Cisjordania del Israel pre-1967.

Aunque el propósito ostensible de las protestas en Nabi Saleh sea deshacerse de los judíos que viven en sus proximidades, así como de los puestos de control y barreras de seguridad en la zona (que se levantaron con el fin de detener las incursiones de los palestinos que en la última Intifada provocaron la muerte de más de 1.000 judíos asesinados por otros "activistas"), el artículo de Ehrenreich es lo suficientemente honesto como para evitar exigir que el camino hacia la paz se conseguiría con una retirada israelí de Cisjordania a las líneas de 1967.

De hecho, su crítica no va tanto dirigida a los colonos o a los soldados (cuyas voces se recogen solamente como un coro que refuerza el sesgo del artículo), sino contra el proceso de Oslo por el cual se creó la Autoridad Palestina. Ehrenreich cita con aprobación las críticas a ese acuerdo de paz como si representara una auténtica barbaridad, ya que se basaba en la idea de que la Autoridad Palestina se encargaría de poner fin al conflicto y detendría las recurrencias del terrorismo. Por supuesto, Yasir Arafat nunca tuvo la menor intención de hacerlo, y en realidad los grupos terroristas fueron subvencionados con el dinero que Arafat recibió de los donantes europeos y americanos (al menos esa parte que él y sus compinches no robaron).

El héroe del artículo de Ehrenreich es Bassem Tamimi, un activista de Fatah y funcionario - algo que no se revela - de la Autoridad Palestina, el cual no tiene ninguna pretensión acerca de la "moralidad" de la no violencia. De hecho. no cree que los terroristas suicidas estaban equivocados, considera que su método era poco exitoso.

Resaltar esto es importante, porque la idea de la legitimidad de las protestas en Nabi Saleh no radica tanto en las injusticias que se supone que sufren los aldeanos (aunque casi todas las dificultades que se relatan tiene más que ver con su decisión de buscar la confrontación con los israelíes en vez de una convivencia  tranquila),  como en que no haya otra alternativa a las sesiones semanales de lanzamiento de piedras y burlas a los soldados.

Esa es la falsedad fundamental en el núcleo del artículo. Después de todo, si la Autoridad Palestina que emplea a Tamimi realmente hubiera querido crear un estado independiente, incluyendo a Nabi Saleh, podría haber aceptado las ofertas de Israel para ese acuerdo en 2000, 2001 o 2008. Decir sí a estas propuestas, muy probablemente, habría supuesto la retirada de la comunidad judía de Halamish, dejando al clan Tamimi libre de disfrutar del manantial a su antojo sin la molestia o humillación de tener que compartirlo con los judíos.

En efecto, si la Autoridad Palestina volviera ahora mismo a la mesa de negociaciones, algo a lo que se ha negado desde que Mahmoud Abbas huyó de las negociaciones con el ex primer ministro Ehud Olmert en 2008, debería enfrentarse a la decisión de aceptar una paz que muy bien podría dar lugar a una oferta que diera una respuesta positiva a las afirmaciones de propiedad del clan Tamimi.

Pero no lo hacen, y ninguno de estos manifestantes palestinos les ha pedido que lo hagan. La razón de esto es simple. Ellos no quieren tener un estado palestino que conviva con Israel, independientemente de donde se dibujen sus fronteras. Al igual que Ehrenreich, quieren un único Estado palestino en lugar de Israel.

Es por eso que artículos como éste, que parecen basarse en la idea de que la falta de progreso hacia la paz (es decir, el fracaso de Israel a la hora de realizar las suficientes concesiones a los palestinos) no deja a los árabes otra alternativa que recurrir a una nueva Intifada, son tan mentirosos. La alternativa a una intifada, ya sea violenta o no violenta, armada o desarmada, es negociar y comprometerse. Y eso es algo que la Autoridad Palestina, los aldeanos palestinos del clan Tamimi y sus porristas extranjeros no quieren hacer.

El sesgo y la parcialidad de Ehrenreich está tan profundamente arraigada  que casi no tiene sentido criticar el artículo sino la decisión de utilizarle a él para escribirlo. Pero existe al menos una frase que nos muestra como los editores de la revista son, o bien tan ignorantes o bien tan parciales, que no han podido ni siquiera molestarse en limpiar los errores más obvios.

El artículo describe la guerra en Gaza en noviembre pasado como habiendo comenzado cuando los "misiles israelíes comenzaron a caer sobre Gaza", y como los activistas palestinos esperaban poder aprovecharlo para realizar amplias protestas. Usted no tiene que ser un fan de Israel o del sionismo para saber que la guerra  fue provocada por la decisión de Hamas de desatar otra oleada masiva de cohetes contra el sur de Israel. Sin embargo, corregir esa frase tan mentirosa o sesgada, o simplemente hacer una referencia neutral a la violencia de ambas partes, no era algo que los editores del New York Times pensaran que valiera la pena.

Un punto más sobre la supuesta no violencia de los manifestantes de Nabi Saleh. El artículo acepta la idea de que lanzar piedras y coctel molotov contra soldados o colonos es una forma de protesta no violenta. Puede ser que esas armas les parezcan menos siniestras a la prensa extranjera que los atentados suicidas, pero la noción de que el uso de esa fuerza letal sea compatible con las creencias de Gandhi o Martin Luther King Jr. es absurda.

El caso es que en el último incidente de este tipo,  las piedras palestinas provocaron que un coche se estrellara contra un autobús en Cisjordania, lo que provocó varios heridos y un bebé en estado crítico. Cuando a los niños palestinos, como es el caso en el clan Tamimi, se les alienta a provocar a los soldados israelíes para que reaccionen violentamente y así para poder filmarlos haciéndolo, y acaban lastimados por la reacción de los soldados tratando de protegerse de las piedras y las bombas incendiarias, esto se considera un ultraje. Cuando los palestinos deliberadamente atacan a los niños judíos, esos mismos activistas lo consideran como una resistencia justificada. Y aunque Ehrenreich considere que la violencia de los colonos no se denuncia, la rutinaria historia de los ataques palestinos contra los judíos en los territorios obtiene aún menos cobertura periodística.

El New York Times a menudo hace caso omiso de las acusaciones de parcialidad contra Israel, pero la publicación de este artículo y su ubicación prominente demuestran cuán virulento y persistente es su problema de parcialidad.

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