Tuesday, April 23, 2013

Es necesario un diálogo israelí basado en la gratitud mutua - Yossi Klein Halevi – Shalom Hartman


El look de los "new haredim", mucho más abiertos, kipá negra y camisa azul

No hay época del año que haga más hincapié en la separación radical del mundo haredi - o la comunidad ultra-ortodoxa - de la corriente principal de la opinión pública de Israel que el ciclo post-pascual de las conmemoraciones que se inicia con el Día de la Conmemoración del Holocausto, continua con el  Día del Recuerdo a los Caídos por Israel y culmina con el Día de la Independencia de Israel. Sin embargo, Pesaj (Pascua) nos recuerda que somos, a pesar de todo, un solo pueblo: casi cada judío israelí asiste a un Seder de una forma u otra. Pero luego vienen esos tres días conmemoratorios de la moderna historia judía para disipar el brillo de la unidad.

Para los israelíes no haredim, esos tres días se experimentan como una trayectoria emocional. En el Día de Conmemoración del Holocausto lamentamos el precio de nuestra impotencia, en el Día del Recuerdo a los Caídos por Israel lamentamos el precio del poder y de la soberanía, y en el Día de la Independencia celebramos nuestra improbable resurrección. Tomados en conjunto, estos tres días ofrecen a muchos israelíes la experiencia más tangible de cumplir el mandato de la Hagadá de Pesaj: nos hace sentir como si nosotros hubiéramos salido de Egipto.

Sin embargo, para la comunidad ultra-ortodoxa, al menos oficialmente, estos tres días tienen poca importancia. Representan, por contra, momentos difíciles, imposiciones de la autoridad secular, conmemoraciones que carecen de legitimidad para alterar el calendario judío sagrado.

Y así, cada año, experimentamos los mismos rituales de alienación mutua. Inevitablemente, en el Día del Recuerdo a los Caídos por Israel las cámaras de los programas de noticias de la televisión israelí se enviarán a un barrio haredi para filmar la última entrega de la Violación de la Sirena. La sirena sonará en este día dedicado al recuerdo y a la memoria, y la cámara perseguirá a esos haredim que van a su negocio o parecen indiferentes a la memoria de los caídos. Luego vendrán las denuncias de los políticos seculares, seguido de las explicaciones de los políticos ultra-ortodoxos de que la sirena es una costumbre secular y por ello no tiene importancia para sus fieles. Y otros se darán cuenta de que muchos haredim prestan el debido respecto mientras suena la sirena, aunque sólo sea para evitarse conflictos intra-judíos y los ataques contra su comunidad.

Este escándalo, en gran medida artificial, esconde otro verdaderamente auténtico: el fracaso de la comunidad ultra-ortodoxa - y en especial de sus yeshivas, cuyos estudiantes disfrutan de las subvenciones del gobierno y evitan servir en el ejército - a la hora de orar regularmente por el bienestar de los soldados de Israel. Si, como los haredim insisten su estudio de la Torah y la oración ofrece protección, ¿cómo negar esa protección a nuestros soldados?

Este fracaso es una profunda expresión de la falta de gratitud haredi para los que nos defienden a todos, incluidos a ellos. Tras el escándalo mediático de la sirena del Día del Recuerdo, llega el escándalo mediático de la quema de banderas durante el Día de la Independencia por el sector haredi más radical. Invariablemente, fotógrafos de algunos de nuestros principales periódicos estarán a su disposición para registrar la quema ritual de una bandera israelí por alguno de los extremistas haredi de los sectores más antisionistas. Aquí también seguirá la indignación secular y la consiguiente explicación por los portavoces haredi de que la quema de banderas es la acción de una minoría muy pequeña y no representativa.

Eso es cierto. Pero una vez más el escándalo evidente esconde otro más profundo. El problema no es de algunos fanáticos que queman una bandera israelí, sino del fracaso de las instituciones haredi para aceptar y enarbolar la bandera, sobre todo en el Día de la Independencia. Mostrar la bandera no es una declaración ideológica o una aceptación del sionismo secular, sino una expresión de simple gratitud hacia el país que ayudó activamente el mundo haredi a recuperarse y prosperar después del Holocausto.

Pero la gratitud, al menos en lo que respecta al Estado de Israel, no forma parte del discurso oficial haredi. Y así, mientras el nuevo gobierno se prepara para volver a examinar el proyecto de exención militar para una mayoría de jóvenes ultra-ortodoxos y para recortar los presupuestos de sus instituciones, la respuesta de los políticos haredi ha estado repleta de indignación e histeria.

Los peores epítetos de los traumas de la historia judía se están utilizando en contra de los políticos que se han atrevido a cuestionar los privilegios que la comunidad ultra-ortodoxa da por sentado, pero que serían impensables en cualquier otra sociedad.

Imagínense si los líderes haredi hubieran vez dicho algo como esto: que las actitudes anti-haredi obviamente nos causan dolor, aunque reconocemos que también nosotros hemos aportado nuestra parte a la creciente incomprensión entre nuestras comunidades. Y queremos comenzar el proceso de curación con una expresión largo tiempo dirimida de gratitud a nuestros compañeros israelíes por llevar la carga de la defensa física de este país, lo cual nos permite llevar el peso de la defensa espiritual del pueblo judío.

Es cierto que ese argumento no sería probable que nos convenciera a la mayoría de nosotros para mantener el arreglo actual entre los haredim y el Estado. Pero el discurso al menos cambiaría, ofreciendo tal vez oportunidades para un compromiso mutuo.

Nosotros también, los no haredim, hemos sido negligentes en la expresión de la gratitud  hacia el mundo haredi. Los haredim merecen nuestro respeto y aprecio por ser la única comunidad en Israel que sacrifica su bienestar económico a sus ideales. Una vez aquí fueron los kibutz los que aceptaron la pobreza voluntaria, y posteriormente y durante los primeros años de su movimiento lo hicieron los colonos. Pero ahora la comunidad haredi es nuestro último modelo de sacrificio material.

Los haredim también merecen nuestra gratitud por la preservación de lo que fue uno de los valores judíos básicos durante miles de años: el mandato de vivir una vida santa, tanto a nivel personal como colectivo. Una vida en lucha por la santidad - la presencia de Dios - no es lo mismo que una vida moral, sin embargo, es sin duda un requisito previo para una vida santa. Santidad significa vivir lejos de los valores efímeros del mundo material, proporcionando uno mismo primacía a lo invisible sobre lo visible. Ya sea así o no, muchos haredim en realidad encarnan ese valor, la comunidad haredi nos recuerda lo que se supone que debemos ser, o al menos lo que los judíos siempre creyeron que debían ser.

Por último, los haredim merecen nuestra gratitud por la afirmación intransigente de la identidad judía con la que respondieron al Holocausto.

En términos generales, los judíos respondieron al Holocausto de dos maneras. La primera fue a abrazar el sionismo - que hasta el Holocausto fue una posición minoritaria dentro de la judería mundial. Después del Holocausto, la mayoría de los judíos entendieron que algo profundo debía cambiar en la condición judía: que un ataque sin precedentes exige una respuesta sin precedentes.

La segunda respuesta – el camino haredi - fue reconstruir y crear réplicas exactas de las comunidades que habían sido destruidas.

Los desacuerdos entre estas dos respuestas son profundos. Entre ello se incluye ¿cómo leer e interpretar la historia judía?, ¿cómo nos relacionamos con el mundo no judío?, si la ley judía debe evolucionar o permanecer congelado en el tiempo, ¿cómo las mujeres son tratadas en el Judaísmo?, y, no menos importante, las responsabilidades de un ciudadano israelí ante la defensa física del Estado.

Estas diferencias no pueden ser borradas mediante llamamientos a la unidad judía. Nuestro debate con el mundo haredi es un argumento que debe ser pertinaz, ya que es, en última instancia, un argumento el 'Shamayim shem, es decir, por el "bien de los Cielos". Pero la pregunta consistiría en ¿con qué espíritu debemos llevar a cabo ese debate?

Para todas nuestras grandes diferencias, necesitamos una nueva conversación entre los haredim y no haredim. Si no estamos de acuerdo en la observación del ciclo de días que marcan la experiencia judía en el siglo XX, tal vez por lo menos podemos reconocer cómo cada parte ha contribuido, a su manera, al sorprendente renacimiento post-Holocausto del pueblo judío.

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