Saturday, April 26, 2014

Historias de Sefarad II: En España, una reunión familiar siglos más tarde - Doreen Carvajal - New York Times



La entrada al barrio judío de Segovia y el palacio de los Arias Dávila


El cementerio judío de Segovia

Al caer la tarde, recorrí un laberinto de casas de ladrillo de color miel en el barrio judío medieval de Segovia, paseando por un camino de adoquines siguiendo los pasos de mis lejanos antepasados de hace 16 generaciones.

Entre las sombras, me recordé a mí misma todos los elementos de su verdadera historia: una lucha por el poder en el Vaticano; un juicio de la Inquisición que confundió la identidad religiosa de nuestra familia durante generaciones; y un barrio infestado de espías, de esbirros de la reina, y de fabricantes de cuero y carniceros.

Estaba a la búsqueda de documentos y monumentos, e incluso de recetas medievales, que pudieran traer a la vida la historia familiar de Diego Arias Dávila, ese rico tesorero real del siglo XV del rey Enrique IV, que fue amado y odiado por los impuestos que recolectaba. Llámenlo turismo ancestral, o una búsqueda de mis raíces, o bien una reunión familiar a través de los siglos.

Mi búsqueda se inspiró, en parte, en la antigua costumbre española de las procesiones religiosas de Semana Santa: cofradías de penitentes con túnicas y capuchas puntiagudas que durante siglos marcharon por estrechas calles en las diferentes regiones del país y en ciudades como Sevilla, Málaga y Segovia. La primera vez que vi una fue en el sur de España, pasando por un antiguo barrio judío de casas encaladas y donde las imágenes me sumieron en una época medieval, cuando los inquisidores también con sus capuchas anónimas se enfrentaron a los presuntos herejes, incluyendo a mis propios antepasados.

Durante la semana de Pascua, las hermandades de Segovia, en el centro de España, desfilan con realistas esculturas de madera de Jesús y de María más allá de la catedral gótica en el centro de la ciudad, mientras el Alcázar permanece iluminado, el imponente castillo de los reyes de Castilla y León.

Siento escalofríos cada vez que paseo a lo largo de las murallas de piedra caliza, frente a una Sierra de Guadarrama de color azul oscuro. Tal vez de alguna manera sé más de la familia Arias Dávila que de mi propia generación. Cuando me enteré de su destino, sentí mi propia identidad alterada y hecha añicos, cambiándome a lo que soy.

Su tragedia se conserva en la carpeta de la Inquisición 1413, N º 7, con su letra manuscrita y alojada en los archivos nacionales de Madrid. Casi 200 páginas están dedicadas a sus hábitos diarios, recogidos por esos vecinos que se volvieron unos espías - rituales de boda, ropa de entierro, oraciones y cómo con frecuencia saboreaban la adafina, el estofado de cordero, garbanzos y canela cocinado a fuego lento sobre las brasas calientes durante la noche, y que se servía en el sabbath.

Por estos rituales, Diego Arias Dávila - y otros antepasados judíos que eran cristianos conversos - fueron investigados por la Inquisición española en 1486 y acusados de herejía. Su crimen religioso fue el mantenimiento de una doble vida judía en secreto.

En este viaje a Segovia, tal vez podría encontrar su tumba, pues sus restos se llevaron lejos para evadir a unos inquisidores en búsqueda de signos reveladores de rituales funerarios judíos. O tal vez podría recuperar fragmentos de la identidad de mi familia, que se convirtió al cristianismo hace siglos para sobrevivir, pero que conservó un legado judío en secreto durante generaciones, desde España a Costa Rica, y de ahí a California.

No muchas personas vienen a explorar las raíces de su árbol familiar en esta ciudad situada en un peñasco, con unos 55.000 habitantes y ubicada entre los valles de dos ríos a 55 millas al norte de Madrid. Pero también hay un montón de turistas que llegan hasta Segovia en autobús y tren, con destino al acueducto romano de granito que se cierne sobre la entrada del casco histórico y a los restaurantes que sirven la especialidad segoviana del lechazo y el cochinillo. La mayoría de ellos desaparece antes del atardecer.

A continuación, el ritmo de la ciudad se desplaza hacia una meditación pausada. Para mí, es ese momento contemplativo donde saborear el encanto histórico de Segovia, de su catedral gótica del siglo XVI y de una plaza arbolada con numerosos cafés al aire libre, donde fue coronada la Reina Isabel, la cual utilizó su poder en 1492 para expulsar a miles de judíos que se enfrentaron a la opción de huir o de convertirse al cristianismo, y/o preservar su religión judía en secreto.

Ana Sundri Herrero, del centro turístico de la ciudad, me dijo durante una de mis visitas durante la pasada primavera y verano que no hay mucha demanda de información genealógica, aunque España tiene una gran diáspora de emigrantes que se remonta a siglos. Otros países con una historia más reciente de una migración masiva, como Irlanda y Escocia, están promoviendo agresivamente sus registros genealógicos en web patrocinadas por el gobierno para así incrementar el turismo. Y las empresas irlandesas y escocesas lo han
aprovechado como una atracción. El Shelbourne Hotel en Dublín ofrece un asesor especial en genealogía para guiar a sus huéspedes. El hotel Four Seasons en Praga también dispone de un servicio de genealogía para sus visitantes como una manera de que puedan rastrear los lugares originales de sus antepasados.

Por mi propia iniciativa, improvisé una estrategia que comenzó con una inmersión emocional en Andalucía, y después de una búsqueda genealógica metódica rastreando mis líneas familiares éstas me llevaron al norte, a Segovia.

Durante un verano, mi marido Omer y nuestra hija Claire nos mudamos al sur de España, a Arcos de la Frontera. Nos instalamos en una de esas casas blancas, un ex-burdel situado al lado de un risco de piedra caliza, y cercano a los restos de un barrio judío y de una sinagoga que se transformó en un orfanato durante la Inquisición.

Me mudé allí para aprender la historia y la geografía del país, a la vez que para entender por qué mis ancestros abandonaron el país o se quedaron, y me sumergí en su identidad. Viajé a Arcos con frecuencia, fascinado por la comida, el arte, la música y la cultura, los cuales podían ayudarme a viajar atrás en el tiempo, especialmente a las hermandades que en algunos casos desempeñaron papeles históricos como ejecutores durante la Inquisición.

Sentí escalofríos ante las agudas notas de las saetas, una música distintiva de la región y cantada a capella en las calles durante las procesiones de Semana Santa. Esa música parece hacerse eco de la elevación y caída del canto del Kol Nidrei judío, una oración de Yom Kippur. Incluso algunos expertos creen que los conversos cantaron saetas al pasar las imágenes de Jesús y María durante Semana Santa para demostrar su lealtad, pero con un doble significado para los iniciados.

No obstante, parte de mi cerebro seguía con mi búsqueda, y me puse a investigar todas las ramas de mi familia. Mi búsqueda se remonta a 2001, después de moverme desde Nueva York a Europa, en una reacción más bien típica de la edad madura, cuando pensamos en nuestras raíces y lo que podemos transmitir a nuestros hijos.

En mi trabajo como periodista, la gente me hacía bastantes preguntas acerca de mi apellido. Carvajal es un apellido judío sefardí que en algunas variantes ortográficas significa lugar perdido, o  persona rechazada. Pero yo no sabía nada sobre el pasado. Mi padre, Arnoldo Carvajal, había crecido en Costa Rica y emigró a San Francisco con su madre y su hermana siendo un adolescente. Se casó, y con mi madre crió a seis hijos. Eramos católicos, asistíamos a la misa de los domingos, comíamos pescado los viernes y ejercíamos de católicos: desde los uniformes de la escuela católica y sus faldas de tela verde escocesa, a los escapularios de estilo medieval alrededor de nuestros cuellos.

Después empecé mi búsqueda, encontrando muchas pistas sobre la sumergida identidad judía de nuestra familia, empezando por golpearme la cabeza contra el muro de la línea genealógica de los Carvajal. Resultó ser un antepasado de Costa Rica del siglo XIX no registrado, al que se le dio el apellido Carvajal de recién nacido al estar registrado como "hijo natural", el término español para los hijos ilegítimos.

Yo había cometido un error crítico al no fijarme en las otras líneas de la familia, haciendo caso omiso de un hábito ancestral entre los matrimonios entre primos hermanos costarricenses. Me di cuenta más tarde que se trataba de una señal de que se casaban entre sí para proteger sus secretos y preservar los rituales, como la menorá que mi primo me dijo que encontró en la habitación de mi tía abuela después de que ella murió en 1998.

La línea por parte de mi abuela Chacón me llevó hasta los españoles que abandonaron una vida próspera en la Andalucía del siglo XVI. Uno de ellos era un juez que murió de un ataque al corazón de camino a la colonia española de Costa Rica, y otro, su hijo pequeño, se ahogó en el mismo viaje en Río Negro, en Honduras. Cada nueva generación parecía encajar en un crucigrama las esposas y los maridos, y de todo ello supe por la búsqueda de certificados de nacimiento y fallecimiento que fueron apareciendo a trancas y barrancas con la ayuda de sitios como familysearch.org o ancestry.com.

Segovia me sorprendió cuando apareció en mi rompecabezas. Yo no sabía de ningún vínculo familiar con dicha ciudad. Pero la línea de mi abuela saltó a una nueva generación en el siglo XVI, con Isabel Arias Dávila, la esposa del primer gobernador de Costa Rica, quién emigró de Segovia durante la Inquisición.

Con ese nombre, rápidamente caí sobre el juicio de la Inquisición que afectó a la identidad de esa familia durante generaciones y les obligó a llevar una nueva vida como conquistadores en las colonias españolas. El patriarca fue Diego Arias Dávila, cuya familia se convirtió cuando él era un niño y cuyo hijo Juan fue el obispo de Segovia durante 30 años.

La lucha política interna del obispo Juan Arias Dávila con el inquisidor Tomás de Torquemada se convirtió en un épico enfrentamiento legal que llegó hasta el Vaticano. El gran inquisidor luchó contra el obispo sondeando los orígenes de la familia y buscando evidencias de su doble vida. Sus padres y su abuela fueron investigados a título póstumo, entre ellos Diego Arias Dávila.

Supe de los contornos de su historia la primera vez que llegué la primavera pasada al barrio judío de Segovia, el cual se remonta al siglo XIII. Hoy en día todavía siento la extraña sensación en algunos momentos que muy poco ha cambiado en las casas de tres pisos, algunas todavía intactas, del barrio judío, allí donde sus antiguos habitantes una vez oraron en una de las cinco sinagogas de la ciudad.

La mansión de Abraham Senior - un contemporáneo de Diego Arias Dávila y un asesor financiero real que se convirtió en 1492 - ha sido meticulosamente restaurada por la ciudad y fue transformada en un museo para el barrio judío en el 2004. Hubo conversos como la familia Arias Dávila que oraron en secreto en una sinagoga privada, de acuerdo con los propios relatos de la época.

Hasta principios de 1990, Segovia no promovió la recuperación de este barrio judío, que se aisló del resto de la ciudad al amurallarse sus arcos de ladrillo para cerrarse durante el siglo XV y así separar a lo judíos de los cristianos. Y es desde entonces que el gobierno local y el estatal han invertido abundantemente para restaurar el barrio. Ahora sus calles tienen un aire de calma: ladrillo limpio y fachadas de piedra, y la rítmica aparición de balcones y de plantas colgantes en las ventanas.

Para restaurar mi propia historia familiar, sabía que necesitaba un tipo especial de guía. Por mi cuenta, había tratado y fallado a la hora de encontrar la desconocida tumba de Diego Arias Dávila, aunque había situado el escudo de armas de la familia en la catedral de Segovia. Normalmente la mayoría de las ciudades de España tienen un cronista, un historiador con una gran pasión por el lugar y sus peculiaridades. Había encontrado uno en Arcos de la Frontera, Manuel Pérez Regordán, un contable jubilado tan obsesivo que él mismo había gestionado la publicación de cuatro volúmenes de la historia de su ciudad a través de cada
una de sus callejuelas.

En Segovia, la oficina de turismo me llevó hasta una profesora de instituto llamada María Eugenia Contreras que estaba investigando a la familia Arias Dávila para un doctorado. Fue María Eugenia quien me guió a través de los tranquilos barrios de Segovia hasta llegar a un parque donde las cigüeñas anidaban en el tejado de un edificio donde una vez estuvo del convento de las Mercedes. Era el lugar de la última tumba oficial de Diego Arias Dávila y de su esposa Elvira, también una cristina conversa. Pero Maria Eugenia tampoco sabía lo que pasó con sus restos. Habían sido movidos demasiadas veces. Ella me proporcionó un regalo
enorme, sin embargo, cuando me habló acerca de un profesor de Salamanca que había transcrito cuidadosamente el manuscrito conteniendo los testimonios de los 200 testigos que la Inquisición utilizó en contra de la familia.

Encontré el libro en un perfecto estado a través de una tienda de libros usados on-line de España. Era una ventana a su vida, a la lechuga y el pan sin levadura que comieron en la Pascua, a sus donaciones de aceite para las sinagogas locales y a la anécdota de que cuando yacíendo en su lecho de muerte a los 86 años, Diego Arias Dávila mandó al diablo a los frailes franciscanos que habían llegado para administrarle la extremaunción.

Vivía en un enorme palacio en la parte sur de la ciudad, dominada por la torre de la fortaleza y construida con los patrones únicos de la piedra caliza de Segovia. Hoy, una calle cercana se llama así por la familia. Una señal informa que la torre es un lugar de interés, pero sin ninguna referencia a la Inquisición.

La primera vez que trate de entrar en el palacio fui rechazada porque era hora del cierre. A la mañana siguiente, el primer piso estaba lleno de gente esperando para pagar sus impuestos. Oportunamente, el palacio Arias Dávila se ha transformado en las oficinas de hacienda del gobierno, un legado perfecto para un tesorero real.

En teoría, debería haber sentido algo, pero no lo hice. Estudié los artesonados del palacio y la talla en piedra del escudo de armas de la familia Arias Dávila, pero la oficina del gobierno podía estar en cualquier parte, con sus mostradores, sillas rojas y burócratas. En su lugar, sentí el dolor de la nostalgia de la casa paterna cuando me senté al atardecer en una pequeña plaza próxima barrida por el viento, y con los muros de piedra  caliza de la ciudad. La plaza se sentía ruidosa con el canto de los pájaros, mientras unos vecinos ocupaban y atestaban unas mesas y sillas de plástico bebiendo un fresco tinto de verano.

Éste era un barrio cercano a la calle Martínez Campos, donde existió una sinagoga ahora desaparecida financiada por la esposa de Diego, Elvira, y donde su presencia, después de leer las transcripciones de la Inquisición, resultaba ineludible. Me pregunté, mientras estaba sentaba en la plaza, si Segovia habría absorbido algunas de sus historias y lugares, y si como las personas podría estar marcado por su historia

Elvira se convirtió siendo niña con toda su familia en el siglo XV, como medio de evitar el antisemitismo. Sin embargo, quedaba claro por el testimonio de la Inquisición que ella anhelaba mantener los lazos familiares: sentía un gran placer acudiendo a las bodas judías y a sus festividades, y dejó unas instrucciones explícitas antes de su muerte sobre quién debía estar al lado de su cama. Esos lazos familiares permanecieron tan fuertes que se las arregló para compartir algo precioso con nosotros 16 generaciones después. Tal vez algunas cosas están destinados a ser así.

Me sorprendió cuando descubrí que su verdadero nombre era en realidad Clara, que cambió después de su conversión. Por coincidencia - o quizás no - llamamos a nuestra hija con su versión francesa, Claire.

Mientras estaba sentada en la pequeña plaza de Segovia mirando los muros de piedra clara y como la noche azul oscura avanzaba, sabía que nada podía cambiar lo que había pasado. Pero sí puedo cambiar la historia que contamos sobre nosotros mismos, y al hacerlo puedo cambiar nuestro futuro.

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