Friday, December 05, 2014

No confundan América con la Tierra Prometida - Samuel Heilman - Haaretz



Un reciente himno a la vida judía en la diáspora imagina un judaísmo que evita el particularismo, se desconecta de su pasado, niega ser un pueblo y rechaza un nacionalismo judío positivo que fomente los valores judíos.

En un reciente artículo en The Chronicle of Higher Education titulado "Dar a la Diáspora su valor", Alan Wolfe (un antiguo colega mío en CUNY, ahora en la Universidad de Boston) argumenta a favor de una celebración de una "vibrante y exitosa vida judía, y por encima de todo muy segura , algo que llegó a ser posible por vez primera en unos estados en los que los judíos son y siempre serán una minoría". Wolfe la considera como una alternativa positiva a la vida en un Estado judío, cuyos “triunfos han dado lugar a nuevas rondas de críticas contra sus políticas y planes hasta llegar a boicotear sus productos y universidades”. En efecto, él sugiere que cualquier judío que considerara esencial y valioso el proyecto sionista y el estado soberano de Israel, es posible que quizás considere lo que una vez fue descrito como la "diáspora", como la antítesis del Estado judío.

Para Wolfe, el lugar donde la vida judía "puede prosperar" y donde los judíos pueden ser verdaderamente "una luz para las naciones" no es en Israel, sino en la diáspora. Para estar seguros, la diáspora que parece tener en cuenta es América del Norte, o al menos aquellas partes de la misma donde los judíos no están sujetos aún a los prejuicios y la exclusión. Citando a Jacob Neusner, afirma: que los "Estados Unidos es un mejor lugar para ser judío que Jerusalén".

La vida judía se celebra "mejor" en América que en Jerusalén por sus "valores universalistas", y no por esos otros que preservan la singularidad, la historia y la tradición judía. El “judío floreciente” de Wolfe es aquel que considera que su pueblo es todo el mundo, pero nadie en particular.

Esa no es, desde luego, el tipo de práctica históricamente arraigada entre mis antepasados judíos, ni la que yo o mis hijos deseamos y respetamos, y espero que no describa el futuro judío de mis nietos. En cuanto a Israel, los únicos judíos allí de valor para Wolfe parecen ser los que son universalistas y cosmopolitas, pues no tiene ninguna paciencia con el resto de "judíos parroquialistas y particularistas".

La celebración de Wolfe de la diáspora no puede referirse, por supuesto, a aquellos lugares de la Europa de hoy - como Francia, Italia o Bélgica, por ejemplo - donde los judíos son insultados, atacados y asesinados simplemente porque son judíos. Tampoco se puede celebrar una diáspora donde las escuelas, los centros y las sinagogas judías deben ser custodiadas por la policía o por personal de seguridad para que no sean atacadas, o bien permanecer ocultas a la vista, como por ejemplo en Turquía, o donde las prácticas judías tales como la circuncisión y el sacrificio kosher están prohibidos o pueden serlo, y los judíos no se atreven a llevar por la calle signos judíos. Ni por supuesto aquellos lugares situados en el Oriente Medio, en los países árabes o Irán, donde los judíos o bien fueron expulsados ​​o ahuyentados después de 1948, y donde los pocos judíos que quedan son objeto de persecución y de prejuicio - o en el caso de Irán, funcionan a veces de rehenes -.

Wolfe se lamenta de una diáspora que demasiado a menudo recuerda el Holocausto y las persecuciones. Por supuesto, nuestra historia como una minoría vulnerable en la diáspora, incluso después de largos períodos de la seguridad, es producto de un pasado de persecución y de expulsiones. Parece que Wolfe necesita aprender más sobre la historia judía. Wolfe afirma que "en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, una vibrante y exitosa vida judía, y por encima de todo muy segura, algo que ‘llegó a ser posible por vez primera’ [las comillas son mías] en unos estados en los que los judíos son y siempre serán una minoría". ¿La primera vez? Antes de 1492, en España también hubo una diáspora vibrante y exitosa, de hecho fue incluso una "edad de oro". Pero llegó la expulsión en 1492 y la Inquisición española puso punto final a todo el resto. Incluso en Persia – el Irán actual – también tuvimos un tiempo de seguridad y vitalidad. En ambos lugares, como en tantos otros, las cosas terminaron mal.

Por supuesto, en su himno a la vida diaspórica americana actual, Wolfe no tiene en cuenta ese benigno entorno social en el que los judíos son amados hasta su muerte (como judíos), víctimas de una asimilación cultural sin precedentes en la historia judía y que les deja indistinguibles del resto de la población mayoritaria en donde habitan.

Wolfe asume que toda "mezcla" enriquece a los judíos, ya que enriquece a aquellos a los que se asimilan. Esto puede entenderse como una "reivindicación de lo judío como idea (válida para los demás)", pero no tiene en cuenta la esencia del pueblo judío, la razón de ser del proyecto sionista. Para Wolfe, "es más importante lo que los judíos creen que el lugar donde habitan", pero por supuesto, lo que ellos "creen es el producto de su historia, de sus tradiciones y de su ser como pueblo". Sin la búsqueda y la preservación de su interacción con el resto del pueblo judío, creando un tejido de vida distintivamente judío, lo que piensen y sean los judíos ajenos a todo ello muy pronto serán lo mismo que piensan y son las mayorías allí donde residen: nada especial.

Wolfe dice no estar preocupado por la posible desaparición de los judíos: "Yo creo que el judaísmo, que ha permanecido tanto tiempo, no va a desaparecer dentro de poco". Pero ese judaísmo cuyo futuro él cree que está asegurado, es un "judaísmo que evita el particularismo, que no habla el idioma hebreo, que sabe poco o nada sobre su historia, que está desprovisto de esos contenidos que generaciones de judíos trataron de preservar", y de los cuales Wolfe ha heredado esos valores especiales que tanto estima. Sin todo eso - que una nación judía crea naturalmente -, lo que los judíos según Wolfe todavía podrían aportar, independientemente de su desconexión con su pasado y con su ser como pueblo, es una fantasía.

Wolfe no ve más que elementos negativos en el nacionalismo. Él no ve cómo puede nutrir los valores judíos, cómo vivir en el lugar donde la lengua es el hebreo, donde el calendario, la historia y la conciencia colectiva es judía, donde la tierra y sus ciudades forman parte de la gran cadena del ser judío, ayuda precisamente a que el pueblo judío haga su contribución a la vida y al mundo. Y eso no se puede garantizar en la diáspora.

Al igual que los muchos que han entendido mal el concepto de predestinación judía, Wolfe concluye que prefiere "un judaísmo que sea especial, aunque no elegido, a uno que sea elegido pero que no sea nada especial", Para ser elegido es necesario ser seleccionado para ser especial, para servir como un ejemplo, para proporcionar la sabiduría y la experiencia de la historia judía al mundo. Eso no viene en la sangre, ni viene del Todopoderoso; se trata del ser que forma parte del pueblo judío y compartir su destino. Eso podría llegar a suceder en la diáspora, pero debe suceder sobre todo en Israel.

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