Sunday, March 01, 2015

Estados Unidos e Israel: La crisis fabricada por el presidente Obama - Elliot Abrams - Weekley Standard



La crisis entre los Estados Unidos e Israel ha sido fabricado por la administración Obama. La construcción de una crisis hacia arriba o hacia abajo está dentro de los poderes de la administración, y ha optado por construirla. ¿Por qué? Por tres razones: dañar y derrotar a Netanyahu (al que Obama nunca ha tragado simplemente porque él está a la derecha mientras que Obama está a la izquierda) en su campaña electoral, impedir que Israel afecte el debate existente en los Estados Unidos con respecto a las políticas de Irán, y la peor de todas, para disminuir la popularidad de Israel en los Estados Unidos y especialmente entre los demócratas.

Supongamos por un momento que el discurso de Netanyahu ante el Congreso es un error, una violación del protocolo, una maniobra para la campaña electoral israelí, de hecho todas esas cosas malas a las que apela la Casa Blanca. Estando de acuerdo con eso, por el bien del argumento, y aun así el comportamiento de la administración Obama sigue siendo inexplicable. Es evidente que hay mucho más detrás de su conducta que un mero pique sobre un discurso.

Primeramente está la relación personal y el deseo de ver como Netanyahu pierde las próximas elecciones israelíes. Recordemos que Obama llegó a la presidencia antes de que Netanyahu se convirtiera en primer ministro, y es obvio que el disgusto fue a la vez personal y político, y eso antes de Netanyahu hubiera hecho nada. A Obama no le gusta la gente de la derecha, ya sean estadounidenses, israelíes, australianos o lo que sean. Obama también optó inmediatamente, tras asumir el cargo, por comenzar una pelea con Israel y hacer de la construcción en los asentamientos y Jerusalén el tema central de las relaciones entre EEUU e Israel. Recuerden que designó a George Mitchell como su negociador especial un día después de asumir la presidencia, y Mitchell fue el padre de la exigencia de que la construcción se detuviera totalmente, incluyendo incluso la construcción para dar cabida a lo que Mitchell llamó "crecimiento natural" de las familias en los asentamientos. Un enfrentamiento era inevitable, y era deseado por la Casa Blanca.

Obama ha exagerado bastante sus tendencias, en el sentido de que según las encuestas los israelíes afirman no apoyar su política en Oriente Medio. Históricamente, un primer ministro israelí pierde apoyo interno cuando no sabe manejar las relaciones con Washington. Este año puede ser la excepción, ese momento en que los israelíes prefieran a un primer ministro que sepa oponerse a las políticas estadounidenses que ven como peligrosas para ellos. También pueden creer que la administración Obama es simplemente tan hostil hacia Israel que ningún primer ministro podría evitar la confrontación.

Recuerdo muy bien la forma en que en la administración Bush manejó la mala relación personal entre el presidente Bush y el presidente francés Jacques Chirac. En el período 2004-2005, especialmente, los dos hombres no se llevaron demasiado bien (discutiendo principalmente sobre Irak y simplemente porque no se gustaban personalmente), pero se quiso evitar que la mala química personal perjudicara las relaciones bilaterales. Así la Consejera de Seguridad Nacional (NSC) Condoleezza Rice, en 2004, y luego su sucesor Steve Hadley en 2005, crearon una solución temporal. El asesor de Seguridad Nacional francés, Maurice Gourdault-Montagne, viajó a Washington casi todos los meses y llegó a la Casa Blanca. Allí, el embajador de Francia en los EEUU, Jean-David Levitte, se unió a él para las reuniones con los principales funcionarios de NSC, del Departamento de Defensa, y del Departamento de Estado. En 2005, la secretaria de Estado Rice se unió a Hadley y varios de nosotros en el Consejo de Seguridad Nacional, y en el curso de medio día revisó todos los temas que enfrentaban a Estados Unidos y Francia. Fue un tiempo de compromiso serio para los funcionarios estadounidenses y franceses, pero eso se debió a que estábamos decididos a poner en cuarentena la mala química personal y evitar que infectara toda la relación, un objetivo fijado por el propio presidente Bush.

Es bastante obvio que el presidente Obama no tiene tal objetivo. Las autoridades israelíes se han quejado ante mí desde hace varios años por la falta de contactos y comunicaciones con la Casa Blanca. Susan Rice ha determinado que su trabajo también incluye empeorar las relaciones bilaterales, y no ha establecido ninguna relación con su homólogo israelí Yossi Cohen. Así que el problema no es sólo de mala química en la presidencia, se trata de una administración que ha decidido crear una relación tensa y negativa de arriba hacia abajo.

La segunda razón es la política de Irán. El gobierno busca desesperadamente un acuerdo con Irán en unos términos que hasta hace poco eran inaceptables para una amplia franja tanto de demócratas como de republicanos. Una tras otra, las exigencias estadounidenses o "líneas rojas" han sido abandonadas. Es evidente que la administración Obama está preocupada por si las posibles críticas de Israel (no sólo de Netanyahu, sino también israelíes) al posible acuerdo nuclear de Irán se popularizan. Por lo tanto, ha adoptado la táctica de personalizar la crítica israelí. Los argumentos críticos que son compartidos por todo el espectro israelí - que el probable acuerdo con Irán no dice nada sobre su desarrollo de misiles balísticos, que tampoco dice nada sobre el desarrollo de cabezas nucleares, que no requiere que Irán cumpla las exigencias del OIEA, que permite a Irán miles de centrifugadoras, que permitirá a Irán escapar a todo monitoreo y a las limitaciones después de unos diez años - se asignen exclusivamente a Netanyahu y a su campaña electoral. Así que a los demócratas se les dice que deben oponerse a tales argumentos, los cuales se atribuyen solamente a Netanyahu, para que no contribuyan a su reelección, algo que por supuesto es totalmente engañoso. E irresponsable cuando se trata de la cuestión mortal del programa de armas nucleares de Irán.

La tercera razón por la que la administración Obama ha construido esta crisis también es muy seria: utilizar la tensión actual para perjudicar el apoyo a Israel en los Estados Unidos permanentemente. Todos los sondeos de opinión en los últimos años muestran una gran ventaja partidista en ese apoyo: el apoyo general a Israel es constante y alto, pero su composición está cambiando. Cada vez son más los republicanos los que apoyan a Israel, y la brecha entre los niveles de soporte entre demócratas y republicanos está creciendo. El presidente Obama actúa como si éste hecho constituyera un acontecimiento magnífico, uno que debe ser reforzado tanto como sea posible antes de que deje el cargo. De esta manera no sólo dejará tras de si el acuerdo favorable a Irán, sino que debilitará el apoyo a Israel contra Irán y todo lo demás. El apoyo a Israel se convertiría menos en un asunto bipartidista y más en un tema que divide a esos dos partidos. No es difícil imaginarse a Obama tras su retiro uniéndose a Jimmy Carter como un crítico frecuente de Israel y empujando al partido Demócrata a alejarse de sus décadas de gran apoyo al Estado judío.

Quizás esta crisis fabricada disminuirá después del discurso de Netanyahu, donde es probable que diga cosas con las que muchos demócratas todavía estarán de acuerdo. Tal vez disminuirá si Irán rechaza cualquier acuerdo, incluso en los términos que la administración Obama les está ofreciendo. Quizás Netanyahu pierda las elecciones y un nuevo gobierno encabezado por los laboristas gobierne en Jerusalén. Pero lo más probable es que los 23 meses restantes de la administración Obama seguirán siendo meses de tensión entre Israel y los Estados Unidos. Esto se debe a que la administración Obama desea esa tensión y la ve como productiva. El problema no es el discurso de Netanyahu, que oportuno o no representa un factor de menor importancia y que pasa en las relaciones bilaterales. Los verdaderos problemas son más profundos y mucho más graves. El presidente Obama ha fomentado una crisis en las relaciones, ya que hace avanzar sus propios objetivos políticos. Eso es lo que sus subordinados y muchos demócratas en el Congreso no parecen comprender.

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