Saturday, April 04, 2015

(Para Miguel) Dejen de excusarse con el tú más y miren de frente al problema: la identidad judía



Tomer Persico es un interesante intelectual israelí que escribe principalmente de temas ligados al judaísmo y a la religión, principalmente en el Haaretz y en su blog Tomer Persico, y que como el mismo relata en este artículo votó al Meretz, por lo que su prospección es una rara avis dentro del mainstream políticamente correcto de Tel Aviv en el que vive la izquierda israelí


La clave para entender el ascenso de Netanyahu en los últimos días de campaña - Tomer Persico

La clave para entender lo que pasó aquí en los últimos días, sobre todo el último, en las elecciones israelíes, es un término: la identidad. Esa es la palabra, eso es lo que cuenta. En estas elecciones, las cuestiones de identidad adquirió un significado adicional, y fueron ellas las que al final decidieron el asunto de una manera dramática. Personalmente, me avergüenza decir que yo no lo vi venir, y que yo también estaba equivocado al pensar que la aversión y el cansancio de una sección importante de la opinión pública con Netanyahu (sobre todo en la izquierda, pero también en la derecha) ofrecían una oportunidad real de cambiar el gobierno. Pero yo estaba equivocado, y es que no entendí la profundidad con la que las políticas de la identidad penetran en el Israel de hoy.

Para empezar, tomemos el ejemplo obvio: los pensadores, artistas y activistas políticos Mizrahim (sefardíes) que votaron por el Shas lo hicieron solamente en función de una conciencia de identidad. El lema "Los votos Mizrahim para los Mizrahim" lo dice todo. Aunque quisieran promover una visión del mundo socialista, estaban subordinados a un bien más importante, que es la fortaleza del grupo o de la tribu. Así es como llegamos a que israelíes seculares, bohemios y activistas feministas, hayan votado por un partido que es decididamente religioso, populista, y patriarcal. En general, no fueron los valores del partido los que apelaba a ellos, sino la promesa de representar / preservar / promover una cierta identidad.

El partido Bait Yehudi (Hogar Judío), que afirmaba representar un nuevo pan-israelismo, también basó su campaña en el elemento de la identidad. El excelente lema que eligieron, "No hay excusas", jugaba con dos niveles de identidad: la etnocéntrica de la derecha en general, harta de la hegemonía aparente de la izquierda cosmopolita ("las viejas élites", etcétera), y la del público religioso sionista, que lleva décadas de sentimientos de inferioridad con respecto al público secular. Naftali Bennet les prometió a estos sectores mantener una postura firme y fortalecer su identidad (religiosa/judía), y tuvo éxito a la hora de atraer a muchos. Sin embargo, la campaña se estrelló en los arrecifes con el asunto Ohana, y comenzó a hundirse cuando su partido no pudo adaptar su enfoque y ya no pudo mantener su lema "No hay excusas" cuando en realidad, y ante este asunto, estaban pidiendo disculpas. Todo el aire salió del globo.

Estos dos ejemplos son solamente casos individuales de una tendencia mucho más importante. Aunque no resultó imperceptible para encuestadores y analistas, no pudieron identificar su influencia, sobre todo en los últimos días de campaña. En el centro de esta tendencia no se encuentra ni la identidad Mizrahi ni la identidad religiosa-sionista, sino la identidad judía, así de simple. No se trataba del judaísmo como religión o como cultura, sino del judaísmo como etnia o nacionalismo étnico.

Netanyahu ganó estas elecciones no porque fuera el más querido por la mayoría de la nación, ni tampoco porque la ideología que defiende su partido sea la preferida de la mayoría de la nación, al menos no de una forma integral, ni de una manera racional. Netanyahu ganó porque prometió a sus votantes que les protegería de las fuerzas que amenazan no sólo su existencia, sino también su judaísmo.

Esta es una vieja historia, y no ha existido ningún rebrote de ella. Digamos que Netanyahu, desde el principio de su carrera, identificó un punto débil en la izquierda israelí, y ese punto débil es su difusa conexión con la identidad judía, un asunto complejo en el mejor de los casos y un factor muy débil en el peor de los casos. Su comentario susurrado en 1999 al rabino Kaduri de que "la izquierda ha olvidado lo que significa ser judío", es una expresión verbal de la percepción que se tiene de que la izquierda israelí está poco conectada a sus raíces religiosas y nacionales, por no hablar de sus querencias geográficas. Así pues, mientras la izquierda ha ido abandonando tales componentes, la derecha se ha aferrado a ellos con firmeza.

Este punto de vista tiene una base sólida. La izquierda ha sido de manera muy significativa e históricamente el bastión de los valores universales, y mientras que una izquierda nacionalista ciertamente no parece poder existir, la identificación con los valores particularistas (nacionales, religiosos y étnicos) es el corazón palpitante de la derecha. Cuando se fortalece el deseo de una identidad particularista, este punto débil electoral de la izquierda sale a relucir.

Ya he escrito en varios artículos que, desde los años noventa, Israel ha estado experimentando una creciente ola de etnocentrismo. Esta no es una revelación sensacional, sino que se basa en estudios y conclusiones que otros investigadores han extraído en el pasado. Esta ola etnocéntrica satisface la demanda de una identidad que ha surgido con la difusión del colonialismo cultural que acompaña al capitalismo estadounidense (aunque el deseo de una identidad distinta no necesita ninguna razón real para despertarse).

Hasta hace poco, Naftali Bennet cabalgaba sobre esta ola de identidad judeo-etnocéntrica con gran éxito, y eso le permitió acariciar hasta 17 diputados según las encuestas de comienzo de campaña, e incluso soñar con el puesto de primer ministro. Netanyahu también montó esta ola de identidad judeo-etnocéntrica, pero en su caso no era suficiente para superar la aversión que sentían hacia él grandes sectores de la población.

Esa era la situación hasta la semana anterior a las elecciones. Cuando las encuestas finales fueron publicadas, resultó que no sólo el Likud arrasaba a la Unión Sionista, sino que la Lista Conjunta (árabe) se había convertido en el tercer partido por diputados. Y es que tras comenzar a extenderse el reconocimiento de que el cambio era una posibilidad real, y que la izquierda tenía una buena oportunidad de ganar, llegaron las declaraciones de un Yair Garbuz sobre una "pequeña minoría" reconocible por "besar mezuzas y visitar las tumbas de los sabios", y en particular, el efecto que supuso un gran partido árabe en la conciencia pública judía, despertando el temor por la seguridad de la identidad judía de "Israel". Ron Gerlitz escribió no hace mucho que, paradójicamente, la violencia que aconteció este verano contra los árabes israelíes derivaba de su integración cada vez más exitosa en los asuntos públicos israelíes. Lo mismo ocurrió en las elecciones: la repentina visibilidad de una lista que agrupaba a los árabes israelíes, la conciencia de que estaban jugando en realidad el juego democrático, y con éxito, fue interpretada como una amenaza para la identidad judía del Estado.

Netanyahu identificó correctamente este miedo, y lo transformó en un impulso para su campaña. En repetidas ocasiones amenazó con que, en la situación actual, el Likud perdería su mayoría ante "la izquierda y los árabes", corriéndose la voz desde el Likud de un gobierno del bloque de la izquierda (Laboristas-Meretz) con el apoyo de la Lista Común árabe. Así la imagen de Ahmed Tibi comenzó a aparecer entre Herzog y Livni en los anuncios del Likud. Netanyahu repitió el mensaje con una especie de fervor religioso y para un público mayoritario, señalando las señales de humo que en el cielo anunciaban el peligro para la identidad judía del Estado. El clímax se alcanzó en la tarde del día de las elecciones, cuando hizo el anuncio (en vídeo, por escrito, y que también se quiso emitir en rueda de prensa) de que "los votantes árabes están llegando en masa a las urnas, y cómo organizaciones de la izquierda les estaban movilizando".

Eso fue suficiente para cambiar la imagen de un extremo a otro. En poco tiempo, el Likud añadió diez escaños de parte de esos israelíes judíos que temían por la identidad judía de Israel, y que estaban convencidos de que sólo Netanyahu, y ​​sólo un fuerte Likud, podría protegerla.

En estas elecciones, Netanyahu tenía un gran problema, y los periodistas y los encuestadores que lo identificaron tenían razón. La razón por la que visitó Mahane Yehuda sin los medios de comunicación no fue tanto porque no esperaba ser recibido con vítores de entusiasmo. La razón por la que se sometió a un bombardeo de entrevistas no se debió a que estaba seguro de la victoria. La razón, según le dijo a la gente a su alrededor, es que tenía un grave problema porque no sabía cómo presionarlos para que votarán por él. Principalmente, la razón por la que se vio obligado a girar hacia la derecha, en rumbo a la derecha dura y tentando a la kahanista, procedía del hecho de que la victoria no estaba clara. Netanyahu logró esa victoria sólo en los últimos cien metros de la carrera, y en ese sentido, las encuestas reflejaban la realidad. Tuvo éxito en hacer girar lastendencias 180 grados cuando utilizó la amenaza existente contra la identidad judía del Estado con el fin de atraer a los votantes.

Como ya he dicho, la izquierda sufre de una grave debilidad estructural a la hora de acercarse a las cuestiones de identidad. Ofer Zalzberg publicó un excelente post sobre su visión de las razones del fracaso de la Unión Sionista:
Su estrategia también fracasó porque la Unión Sionista no tuvo éxito - ni tan siquiera lo intentó - en presentar una visión que hiciera frente a los problemas de identidad judía del Estado de Israel. Se centró en la israelidad y el sionismo, pero no prestó suficiente atención al judaísmo. Hay muchos votantes en el Israel del 2015 para los que ese es el principal problema. Esos que apoyaban la agenda socio-económica que Herzog les proponía no podían sin embargo votar a la Unión Sionista ya que carecía de un claro sentido de que se podía confiar en ella a la hora de asegurar que la educación de sus hijos les garantizaría seguir siendo judíos, es decir, no podían confiar en ese partido para el reto histórico de asegurar la continuidad judía en Israel.
En realidad, las raíces de la familia de Herzog podrían haber servido como una excelente materia prima para crear tal sensación, pero su partido ni siquiera realizó un intento en esa dirección. El hecho de que la Unión Sionista no incluyera ni a un solo representante de los judíos con kipá de punto (religiosos nacionales), desde luego tampoco ayudó, por decirlo suavemente. Hasta cierto punto, la  atención que presta la izquierda, en realidad ajena a una verdadera voluntad o interés, sobre la cuestión de la identidad judía, provoca que siempre parta desde una posición de debilidad. Hasta que la izquierda no sea capaz de suministrar a la identidad judía e israelí una carga emocional distinta, no será capaz de atraer a la mayoría de los israelíes que quieren que permanezca dicha identidad y que además lo exigen.

Cuando el Mapai estaba vigente, el movimiento laborista fue capaz de presentar una sólida identidad judía. Ben Gurion, con su amor por el Tanaj, levantando la bandera de la historia judía y del nacionalismo judío, y con su comprensión republicana-colectivista de la nación y del Estado - y todo esto, a pesar de sus aspectos muy negativos -, permitió a un número significativo de israelíes identificarse con el partido. Posiblemente, la corrección en curso que ha llevado a cabo el partido Laborista tras los fracasos de sus posiciones (en otras campañas) ha dado lugar a un excesivo y exagerado retroceso en su identificación con los valores positivos de esas políticas.

¿Y ahora qué? No es suficiente con visitar unos minutos el Muro Occidental antes de las elecciones. En primer lugar, la Unión Sionista tiene que cambiar su percepción y entender que la identidad judía es importante (muy importante, y no sólo tácticamente). Además, debe trabajar para agregar a representantes del sector de la kipá de punto que hasta ahora se resisten al partido. Yair Lapid fue muy consciente de ello, y añadió a Shai Peron como su segundo al mando y a Ruth Calderón como representante de otra forma de identidad judía, algo por lo que todavía está cosechando recompensas en la actualidad. La Unión Sionista tiene que hablar de "judaísmo". Por supuesto, el "judaísmo" puede ser muy liberal y muy democrático, en los términos de los conceptos bíblicos de "amar al extranjero", de “tener una ley para sí mismos, la cual se aplicará tanto a los extranjeros como a los ciudadanos" y de "no seguir a los que pervierten la justicia". Pero al menos tienen que hablar de ello. El presidente del partido debe ser una figura con una conexión visible con el tema. Como ya he mencionado, esto podría haber sido bastante fácil con Herzog, pero no sucedió. Y por eso muchos votantes tienen una clara preferencia por un líder de origen Mizrahim por razones obvias.

Los izquierdistas que creen que la solución a la difícil situación del bloque de la izquierda es unir a sus filas a los ciudadanos árabes de Israel se equivocan. No desde un punto de vista ético, porque un claro énfasis en la igualdad de los ciudadanos, en la cooperación entre todos los ciudadanos y en el rechazo a una discriminación basada en el origen étnico, resulta algo lógico y apropiado desde el punto de vista democrático y liberal. Pero a menos que haya un cambio de conciencia de proporciones marxistas en el pueblo de Israel, la mayoría de la opinión pública continuará pensando a lo largo de líneas étnicas y no de clases. Para que quede claro: para la mayor parte del público judío en Israel la identidad judía, la suya, la de sus hijos y la del Estado de Israel, es un componente fundamental, central, e insustituible en cualquier visión del mundo o de aspiración para el futuro. Es un error continuar negando esto.

He escrito acerca del fichaje en sus listas de representantes de la población con la kipa de punto, los cuales aún se resisten, pero tenemos que darnos cuenta de que esto no es realmente un problema de representación, sino más bien de imagen. De tal modo que decir que el Meretz, por ejemplo, no puede llegar a amplios sectores de la población judía porque no tiene ningún representante de dichos sectores, resulta una mera estupidez. En primer lugar, el Meretz es el partido con más variedad de etnias y géneros en sus diez primeros puestos. En segundo lugar, los votantes no están buscando una representación. Están buscando la identidad, y con respecto a esto las quejas sobre el Meretz nunca podrán cesar. Esto es algo que Meretz nunca les ha dado, y tal vez no pueda darles.

En este sentido, el Meretz tiene un grave problema. Este partido, al que di mi voto, ha promovido los valores de la preservación y promoción de los derechos individuales y civiles. Tiene además una clara plataforma de promoción de los derechos universales. Pero no tiene ninguna promoción del tema nacional, y desde luego no de los étnicos. En otras palabras, no se trata solamente de que el Meretz no promueve una identidad distinta, sino que trata de desmantelar las diferentes identidades, y todo ello en favor de un sistema ético que sustituya a esas identidades. En resumen, es universalista,  cosmopolita y post-particularista. Ofrece un discurso de los derechos civiles que cruza las fronteras de la nación y de la cultura, y no ofrece ningún discurso de la nacionalidad o del origen étnico distintivo de los derechos de los demás y de otras culturas.

Así, cuanto más universalista se hace el Meretz, cuanto más presenta una amplia gama de identidades y grupos étnicos existentes dentro de la opinión pública israelí, menos atractivo es para un público que no está buscando lo universal, sino lo particular. Así podría suceder que si el Meretz apoyara (Dios no lo quiera) la búsqueda de una primacía de la etnia asquenazí, podría estar traicionando su solicitud de inclusión e igualdad, pero atraería a esos votantes cuya identidad asquenazí es un factor muy importante para ellos. Desde otro ángulo, cuando el Meretz fue decididamente anti ultra-ortodoxo, tuvo mucho más éxito porque despertó y atrajo la identidad secular atea. Cuando evitaron los ataques descarados contra el público ultra-ortodoxo, como lo hicieron (con razón) durante esta campaña electoral, perdieron a esos votantes que hacían hincapié en su identidad secular y atea.

El problema del Meretz es bastante peor que el del partido Laborista, porque la razón de ser del Meretz son los derechos universales, y no es que no tengamos un público lo suficientemente amplio que esté interesado en la promoción de estos derechos, el problema es que antes de la votación surgen otras consideraciones, y gran parte de ese público prefiere generalmente dar su voto a un partido que haga hincapié en su identidad particular. Eso es muy importante para ellos, y tal vez lo más importante. También hay un componente emocional profundo que actúa en el momento de emitir el voto. Y en estas elecciones también, con esos mismos israelíes seculares liberales que votaron por el Shas y que son un ejemplo extremo de una tendencia mucho más amplia.

A muchos dentro de la izquierda, hablar de la identidad judía les provoca malestar. Una identidad particular les despierta imágenes de chovinismo nacionalista, de etnocentrismo racista, de separatismo y de la desagradable arrogancia de la supremacía. Por supuesto, todo esto puede suceder, y a menudo lo hace, con la adopción de una identidad particularista. Sin embargo, debemos entender tres puntos: en primer lugar, no hay ninguna razón inevitable para que eso suceda; en segundo lugar, la anulación de una identidad particularista no es la forma de prevenir esos fenómenos negativos; y en tercer lugar, una identidad particularista tiene muchas ventajas.

Voy a terminar. Parece obvio que no todas las culturas únicas son violentas y arrogantes, y hacer todo lo posible para preservar una cultura única no tiene por qué resultar opresivo para alguien o algo. Al igual que nosotros estamos consternados por la destrucción de la cultura tibetana y su sustitución por esa fórmula única comunista-capitalista del actual régimen chino, al igual que durante nuestros viajes a la India vamos en búsqueda de lugares donde se conserva la cultura local que aún no ha sido distorsionada por la cultura global, al igual que lloramos por la pérdida de la cultura primitiva de los aborígenes australianos, la asimilación de las tribus nativas de América, la eliminación de las tribus de cazadores-recolectores del Amazonas, también deberíamos lamentar cuando la cultura judía se erosiona y se convierte en otra franquicia americana.

La cultura particularista es un tesoro humano que debe ser preservado, pero también es mucho más que eso. Es una necesidad psicológica fundamental para la mayoría de la humanidad. Es la necesidad humana más simple el tener una identidad u "hogar" y una cultura, la sensación de algo conocido y amado. Es también el sentimiento de importancia que se deriva de ser un eslabón en una larga cadena, de formar parte de algo más grande que nosotros mismos. Todas estas son necesidades humanas fundamentales, y toda ideología que se sustenta en el amor por los seres humanos debe reconocerlas y darles su debido lugar.

La cultura particularista no es sólo emocional y psicológica, sino que también es una necesidad social comunal. La cultura particularista fomenta la solidaridad y la ayuda mutua. Sirve como material para la construcción de la creatividad y la filosofía. La cultura particularista también suministra un sistema ético único, una visión del mundo única, que en nuestros días puede ser un punto de vista fresco y vital en contraste con el utilitarismo instrumental del libre mercado y de la superficialidad del discurso moral en nuestro tiempo. Algo que vale la pena preservar.

Una vez más, los peligros del fortalecimiento de una cultura particularista son evidentes. Pero mi argumento es que lo que impide estos peligros no es la negación de toda cultura particularista, sino preservarla mientras se la dirige hacia canales positivos. El esfuerzo por ignorar el particularismo significa abandonarlo a las fuerzas que lo explotan de una manera negativa, que lo convierten en un nacionalismo superficial y lo utilizan como una licencia para robar a otros sus derechos.

Una vez más, estos son sólo puntos de base. Pero si mi análisis de lo ocurrido aquí en los últimos días de las elecciones es correcto, es una indicador de lo que la izquierda israelí debe tener en cuenta si quiere tener una oportunidad sólida de ganar unas elecciones. Estoy convencido de que es posible.

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1 Comments:

Blogger Gabi said...

La izquierda israelí sitúa su discurso en un entorno político que no se corresponde a la realidad, se olvida de la historia judía y de la necesidad histórica de un Estado judío.
Desde una posición de izquierda europea pro-israelí (¡sí! Existimos), es lamentable observar esos olvidos.

12:31 AM  

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