Friday, December 25, 2015

Un artículo muy importante y clarividente: Lo que la izquierda judía americana tiene contra Israel: su carácter judío - Daniel Gordis - JPost


Samantha Power, la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, en la conferencia del Haaretz

El 13 de diciembre pasado. el Haaretz y la macro ONG de la izquierda New Israel Fund, patrocinaron una conferencia en la ciudad de Nueva York - una "nueva discusión americano-israelí" - sobre Israel y los retos a los que se enfrenta. El presidente Obama habló por vídeo, el presidente de Israel Rivlin asistió en persona. Posteriormente, una lista de oradores de una manera muy poco sorprendente se ocuparon de denunciar, entre otros pecados, el papel de Israel en la actual situación de estancamiento en las conversaciones de paz.

Asimismo, también intervino Samantha Power, la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU. Power, quien desde luego no es nada conocida por tener una actitud particularmente cálida con Israel, era un orador natural para este acto. Sin embargo, lo que dijo, al parecer, no fue lo que esperaban los organizadores y buena parte de los asistentes a la conferencia.

Como JJ Goldberg señaló en Forward, Power habló sobre la creciente amenaza del antisemitismo mundial, la manera en que la ONU ha convertido a Israel en un saco de boxeo y las útiles contribuciones de Israel a las crisis internacionales, como el Ébola y el terremoto de Haití. Ella también dejó muy clara la continua oposición de los EEUU a los asentamientos israelíes.

La silenciosa respuesta que recibió, según informaron Goldberg y otros, ha dejado a muchos expertos preguntándose precisamente qué le pasa a la izquierda judía estadounidense. ¿Por qué esa oposición silenciosa a lo que dijo Power? ¿Dónde estaba, después de todo, lo que pudiera ser objetable en sus palabras? ¿Por qué, según señaló Goldberg, estaba allí en la conferencia un representante de Rompiendo el Silencio, pero no había nadie del establecimiento de seguridad israelí, el cual aboga por una solución de dos estados - no porque los palestinos se lo "merecen", sino porque sería bueno para la seguridad de Israel -?

La conferencia del Haaretz y las reacciones que ha suscitado nos proporcionan el momento apropiado para reconocer que, si bien la oposición judía estadounidense a Israel no es nada nueva, ahora ha tomado una forma muy diferente a la oposición anterior.

Puede sonarles sorprendente hablar de una "oposición judía estadounidense a Israel" en vez de a "las políticas de Israel", pero se trata de una definición tristemente exacta.

Durante el debate judío americano sobre si se debía apoyar el plan de partición de la ONU de 1947, muchos judíos estadounidenses se opusieron expresamente a la idea de un Estado judío. Y por supuesto, ellos no eran unos reaccionarios religiosos - al estilo de las sectas ultra-ortodoxas antisionistas extremistas - que sentían que los sionistas estaban usurpando el papel de Dios. La gente que se oponía a un Estado judío eran en buena medida los líderes judíos estadounidenses de cada día, muchos de ellos involucrados en el Consejo Interamericano para el Judaísmo. Aunque afirmaban - y algunos todavía lo hacen - que su oposición a Israel proviene de su creencia de que el judaísmo es una religión y no una tradición nacional, la verdad es que muchos estaban preocupados ante la posibilidad de que un Estado judío expusiera a los judíos estadounidenses a las acusaciones de doble lealtad.

La dirección del Comité Judío Americano o American Jewish Committee (y que es hoy en día una organización muy diferente) fue más explícita y honesta. Escribiendo en 1952, Jacob Blaustein, entonces jefe de la AJC, afirmaba que nos "reafirmamos en nuestro apoyo al nuevo estado... en la convicción de que era la única solución posible para algunos de los cientos de miles de judíos sobrevivientes de Europa".  Es decir, ellos no pensaban en el florecimiento del pueblo judío que haría posible la nueva soberanía judía, ni en el cumplimiento de un sueño de dos milenios de antigüedad, a ellos les preocupaba y movía el liderazgo de la vida judía americana.

Para estos líderes de los judíos estadounidenses "existió un problema en Europa". Cientos de miles de judíos no tenían dónde ir, y la mejor solución para el problema era un Estado judío. Pero advertía Blaustein, "los israelíes no deben malinterpretar el apoyo de los judíos americanos a ese estado". 

"Israel también tiene una responsabilidad en esta situación", continuaba Blaustein, "a la hora de no afectar negativamente a la sensibilidad de los ciudadanos judíos de otros estados por lo que dice o hace". Porque como lo dejó bien claro Blaustein, "Repudiamos enérgicamente la sugerencia de que los judíos americanos estén en el exilio. El futuro de la comunidad judía norteamericana, de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos, está totalmente vinculado con el futuro de los EEUU". Los judíos americanos, insistió Blaustein, "no serían atrapados en la trampa de la acusación de doble lealtad".

Estados Unidos era su hogar e Israel, por su parte, era una solución a un problema europeo.

Con los años, esa actitud cambió cuando los judíos de América se sintieron más seguros en los Estados Unidos, y por lo tanto menos preocupados por las posibles acusaciones de doble lealtad. Después de la guerra de 1967, los judíos americanos pudieron celebrar la victoria del Estado judío sin temor a cualquier acusación de deslealtad (así, esencialmente, se puso fin a la era en la que el Consejo Americano para el Judaísmo era un elemento importante en la vida judía americana).

Los participantes judíos estadounidenses en la reciente conferencia del Haaretz / New Israel Fund son unos estadounidenses que se sienten tan seguros como lo pueda estar cualquier estadounidense. ¿Cuál es entonces la raíz que alimenta esa animosidad que les lleva a oponerse a las palabras de Samantha Power, primero al señalar el hecho innegable de que la ONU se ha convertido, como ya expuso David Ben-Gurión, en un "teatro del absurdo", o al afirmar que el antisemitismo es ahora un problema global? ¿Qué podría llevar a estas personas a sentirse decepcionadas por un discurso en el que Samantha Power se refirió a las contribuciones positivas de Israel a la hora de abordar el Ébola, o su respuesta humanitaria al terremoto de Haití?

La cuestión aquí ya no es la doble lealtad. Nadie lo ha expresado mejor que el propio Peter Beinart, quien por supuesto estuvo presente en la conferencia. Como Beinart escribió en la New York Review of Books hace unos años, "Entre los judíos americanos de hoy, hay un gran número de sionistas... personas profundamente dedicadas al Estado de Israel. Y hay una gran cantidad de liberales y progresistas... gente profundamente dedicada a los derechos humanos para todas las personas... Pero ambos grupos se están distanciando cada vez más".

Beinart tiene razón. El Estado judío siempre será un reto para ese tipo de liberalismo y progresismo en boga entre una buena parte de la izquierda judía americana. Mientras Israel sea un Estado judío, y por lo tanto, un Israel democrático y judío, será un reto para ellos.

Para los judíos americanos más progresistas, la existencia de esos dos aspectos - judío y democrático - supone una tensión desconcertante, y es el carácter judío de Israel - y no su democracia - lo que representa el aspecto inquietante. Para los judíos americanos que no entienden (o no pueden aceptar) que Israel sea una democracia étnica, no una democracia liberal al estilo de los Estados Unidos, sino un estado que pone a la mayoría y al carácter judío en un lugar preponderante - piensen en la Ley del Retorno -, ese Estado judío y democrático siempre será un estado preocupante, si no se convierte en un anatema.

¿Por qué importa este cambio en los sentimientos de la parte más liberal y progresista de los judíos estadounidenses? Es importante porque, siempre y cuando la preocupación se dirigía hacia las posibles acusaciones de lealtad dual, el problema podría resolverse mediante la forma en que los judíos (tanto estadounidenses e israelíes) hablaran acerca de Israel, y con los judíos americanos sintiéndose gradualmente más seguros en los Estados Unidos.

La nueva hostilidad hacia Israel, sobre la base de un compromiso con una forma de liberalismo y progresismo que a menudo se expresa como una oposición fundamental a la idea de un Estado judío, no puede ser tan fácilmente abordada.

Lo que explica el por qué, cuando Samantha Power aún sin decir nada objetable, no se unió a las críticas en cadena en contra de Israel, fuera recibida con un silencio frío como el acero. Haríamos bien en tomar nota.

Debido a que la reacción es sólo una idea de hacia dónde nos dirigimos todos.

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