Sunday, January 10, 2016

El más letal antisemitismo se originó en la izquierda - Vincent Cooper - The Commentator



(Repesco un artículo de abril del 2015 que tenía guardado para publicar y que fue dejado atrás por otras noticias en su momento más urgentes)

¿Es una manifestación de antisemitismo la oposición de la izquierda occidental a Israel? Esa es una pregunta que muchos en la izquierda sienten que no deben ni tienen que responder.

Con toda esa autoridad moral que se autoconcede, la izquierda niega vehementemente su antisemitismo y recupera como justificación su histórica oposición al fascismo alemán. Los activistas de la izquierda, nos dicen, al igual que los judíos, fueron perseguidos específicamente por Hitler y los nazis. De hecho, afirman en voz alta, muchos de esos activistas de la izquierda eran judíos, por lo tanto, ¿por qué la izquierda debería ser acusada ​​de odio a los judíos y a los israelitas?

Es una defensa pobre. Tener a un enemigo común como fue el caso de Hitler, pudo unir a todos, pero eso no es moralmente disfuncional. Revisando la historia, el hecho es que una forma particularmente mortal de antisemitismo se originó en la izquierda, de hecho, en lo que la izquierda denomina el padre del llamado comunismo "científico", y Karl Marx fue su principal instigador.

Sin embargo, incluso antes de Marx, hubo en el pensamiento socialista precedente una potente cepa de antisemitismo. Desde el estereotipado buhonero judío que vendía por las calles al banquero Rothschild, ambos fueron vistos por los socialistas como unos agentes rapaces del capitalismo. El socialista francés Proudhon (quien conoció a Marx) ofrece un buen ejemplo de tal antisemitismo.

En su último libro, “De la ambivalencia a la traición: La izquierda, los judíos e Israel”, Robert Wistrich [N. P.: profesor de historia europea y judía en la Universidad Hebrea de Jerusalén y recientemente fallecido] nos informa de ello: "el pensamiento socialista estaba contaminado desde sus orígenes con un pesado equipaje de estereotipos antijudíos".

Tal vez por eso no es de extrañar que los primeros socialistas estuvieran embebidos de uno de los estereotipos más amplia y profundamente achacados a los judíos: el "forastero avaricioso".

Después de todo, la emancipación que se pretendía de los judíos de Europa en el siglo XIX estaba determinada por la aspiración de que los judíos perdieran gran parte de su identidad judía. Ellos ya no lo serían exteriormente (imagen, costumbres, vestimenta), y ya no necesitarían ser judíos.

Esa concepción de la identidad judía - ese binomio de estereotipados vendedores ambulantes y rapaces capitalistas - se había interiorizado tan profundamente dentro de la sociedad que fue aceptada como un hecho evidente. El socialismo inicial se limitaba a reflejar "un hecho".

Marx, sin embargo, dio un giro mortal al antisemitismo socialista.

Como Robert Wistrich expuso en un trabajo previo, “Revolucionarias judíos: De Marx a Trotsky”, "solamente Marx fue tan lejos como para equiparar ese supuesto dominio universal del dinero en las sociedades al ‘espíritu judío’, y transformar el problema de la emancipación de los judíos en su antítesis dialéctica: la liberación de la sociedad del judaísmo".

El judaísmo y los judíos fueron, para Karl Marx, cuestiones para nada periféricas. Eran cuestiones centrales, tanto para su personalidad torturada (descendiente de judíos convertidos) como para sus teorías económicas y de clase sobre la sociedad. Llegó a creer que la sociedad, y no solamente los propios judíos, debía ser "desjudeizada" si alguna quería ser libre:

Y es que para él "la emancipación de los judíos significaba en última instancia la emancipación de la humanidad del judaísmo".

Para Marx, el judaísmo y el "culto judío de hacer dinero a la manera capitalista", expresión de ese judaísmo, debían ser erradicados si la sociedad quería progresar.

Con esta creencia de que el judaísmo suponía en realidad un "culto secular de hacer dinero" que había terminado envenenando a la sociedad, Marx creó y potenció algo más que el antisemitismo de su época. Marx creó una patología letal que finalmente fue abriéndose camino para desembocar, por otras vías y junto con otras ideas y prejuicios adicionales, en el nacionalsocialismo de Hitler. El mundo, argumentaría Hitler algo más tarde, debía ser "desjudeizado" si alguna vez pretendía ser libre.

Tanto Marx como Hitler vieron la "necesidad" de dar una respuesta definitiva a la Judenfrage, la "Cuestión judía". Y ambos, Marx y Hitler, propusieron una extrema violencia para lograr una respuesta final.

Marx propuso una revolución asesina que implicaría la "expropiación" (la muerte) de la clase capitalista (incluyendo a los judíos). Hitler estaba de acuerdo con Marx en que "la dominación del dinero" era una parte imborrable del "espíritu judío", y propuso como solución la "erradicación de todo el pueblo judío".

Marx era de origen judío. Pero también era un enfurecido representante del judío que se odia por serlo, un judío con un profundo sentimiento de inferioridad (no poco común entre los intelectuales judíos europeos en aquellos momentos, donde los judíos tenían el acceso limitado a ciertos puestos y ocupaciones), una inferioridad que era muy capaz de proyectar en los demás.

Él se refirió a los judíos polacos tildándolos de la "más sucia de todas las razas" (algo que Stalin y Hitler habrían aprobado), y al socialista Fernando Lassalle le llamó "Judel Itzig", "un negro judío".

Su extremo odio a sí mismo, como judío, provocó que el antisemitismo de Marx, según Wistrich, fuera un elemento importante en la explicación de por qué Marx desarrolló una antipatía venenosa por el capitalismo y por todas las religiones, pero particularmente por el judaísmo, que pensaba que era la encarnación terrenal de la codicia y de la explotación capitalista.

Muchos podrán encontrar muy difícil de creer que la teoría del comunismo de Marx debiera mucho a su imponente rabia por sus orígenes judíos. Pero como muchos críticos han observado, las teorías económicas y sociales de Marx carecen de realismo económico y social, y de hecho son más bien sueños utópicos de carácter cuasi religioso sobre un mundo libre de conflictos humanos, en particular un mundo que ya no sería visto como "judío".

Con tal actitud hacia el judaísmo, Marx también rechazó, por supuesto y de manera enérgica, cualquier sugerencia de una identidad nacional o de una patria nacional para los judíos. Tal solución a la "cuestión judía", a su juicio, sólo perpetuaría un problema que quería resolver permanentemente.

Muchos de los seguidores judíos de Marx, como Rosa Luxemburgo, también rechazaron ingenuamente la necesidad de una identidad nacional judía y de una patria, incluso de cara a los virulentos pogromos. Veían en la Revolución, tal como los marxistas creían y aún creen, la solución de todas las diferencias de clase, que serían abolidas y todo el mundo podría vivir en paz y armonía. En una palabra, el cielo en la tierra.

¿Hubo alguna vez una doctrina religiosa más peligrosa y utópica que el marxismo?

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