Sunday, June 26, 2016

Brexit y el final de la inevitabilidad progresista internacional - David French - National Review



¿Hacia donde se dirige la historia ahora? Yo soy lo suficientemente viejo como para recordar cuando la historia había elegido un destino. La historia, según se creía, había elegido la ruta progresista hacia un orden internacional que haría hincapié en la soberanía internacional, elevando asimismo a una élite burocrática y tecnocrática internacional, la cual trataría de resolver todos los conflictos internacionales a través de una combinación de presión moral y económica.

Las naciones que provocaran guerras, a causa de la vigencia aún del nacionalismo (e incluso del patriotismo), tenían que ser anuladas. La democracia requería esa intolerancia, ya que "la gente" solamente tenía razón y realmente importaba sobre todo cuando estaba de acuerdo con esa élite dirigente.

Era un sistema que funcionaba muy bien sobre todo para esas élites dirigentes internacionales. Hombres y mujeres dedicados al comercio y a los negocios que disfrutaban de un acceso sin precedentes a los mercados internacionales. Asimismo, los activistas dedicados a la justicia social global y al nuevo orden internacionalista podían ser muy influyentes en sus sociedades sin enfrentarse jamás a la rendición de cuentas que implicaban las urnas. La lógica del sistema por lo tanto se autoalimentaba. Se trataba del triunfo a través de la fuerza que otorgaba "la virtud autoreclamada y la superioridad moral".

Incapaces esas élites de captar en que grado dicho nuevo orden internacional había perdurado y prosperado, no tanto a través de su bondad intrínseca como gracias a la protección de las armas americanas, se vieron completamente incapaces de afrontar el reto que supuso que los Estados Unidos optaran por retirarse de la intervención internacional.

Vladimir Putin no quiso formar parte de un sistema que marginaba a Rusia y decidió contemplar a su país como una entidad económica y burocrática autónoma dentro del superestado mundial, decidiendo ejercer el poder en bruto para dar forma al mundo. Puso sus botas en el suelo de Crimea, y se atrevió a desafiar al mundo para que lo parara. Ejerció su voluntad en Siria, y desafió al mundo para que le detuviera.

En respuesta, a John Kerry solamente se atrevió a decir: "Ustedes (Rusia) simplemente no viven en el siglo XXI, se comportan de una manera más propia del siglo XIX invadiendo otro país con pretextos completamente inventados". Era un comentario que deseaba ser hilarante pero que sólo demostraba impotencia. Putin hizo lo que quiso y la "historia prefijada" no tuvo nada que decir al respecto.

Al mismo tiempo surgió el ISIS, recordando a un mundo que casi ya había olvidado en gran medida el 11-S lo que significaba la yihad. Para esta gente que creía en el favor divino para llevar a cabo su guerra santa, el nuevo orden internacional significaba sobre todo una gran oportunidad.

Mientras los países europeos competían entre si por el título de "superpotencia moral", el ISIS simplemente les adjudicaba el papel de "objetivos".  Los yihadistas se enfrentaban a un mundo civilizado que había prometido un "nunca más" a nuevos genocidios, y que a pesar de poseer un inmenso poder militar había elegido en gran medida la "compasión y el apaciguamiento" sobre la confrontación, a la vez que abría sus fronteras a oleadas de refugiados entre cuyas filas muchos despreciaban la cultura europea y negaban los valores europeos y los del nuevo orden.

No es de extrañar que los ciudadanos de una de los más grandes y fuertes naciones de la historia humana hayan decido contradecir un orden internacional que principalmente ha demostrado enriquecer a una élite internacional que no ha querido defender y preservar los valores y tradiciones fundamentales de la nación, esas cosas que la hicieron grande y fuerte. ¿Es de extrañar que ciudadanos de otros grandes países se hayan maravillado de su decisión porque ellos también deben lealtad a la misma élite dirigente internacional?

Y así parece que podemos dirigirnos hacia una etapa más en la historia humana, donde lo que era viejo - naciones persiguiendo sus propios intereses - parece nuevo otra vez. En un extremo del continente europeo se encuentra Rusia, una nación que está flexionando sus músculos y tratando de recuperar su poder tradicional. En el otro extremo está Gran Bretaña, una nación que ha recuperado su independencia y que ahora se enfrenta a un futuro incierto en el que debe construir su nueva relación con el mundo.

Al otro lado del océano están los Estados Unidos, enfrentados a su propia crisis. Nuestra élite tecnocrática ha construido su propio sistema, uno que la legitima y enriquece, un sistema semejante al que Gran Bretaña rechazó ayer. Sin embargo, nuestra política es más incierta y caótica que en cualquier otro momento en muchas décadas. No podemos predecir lo que sucederá. Pero una cosa sí sabemos, la historia en realidad no se ha decantado definitivamente hacia una dirección, se trata de una historia de acción y reacción, y ninguna dirección es inevitable.

Gran Bretaña ya ha actuado. El mundo va a cambiar, y la historia no nos puede decir qué será lo próximo.


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