Saturday, July 16, 2016

Ha llegado el momento de reconocer la verdad detrás de ese continuo terrorismo islamista en Europa - Robert W. Merry - National Interest


El paseo marítimo de Niza

Francia tiene un problema. El problema es que hay demasiados musulmanes en una sociedad a la que muchos de ellos desprecian. El conflicto de siglos entre el Islam y Occidente está en curso, y entra en erupción de una forma intermitente en suelo francés bajo la forma del ataque a Charlie Hebdo en enero del 2015 (doce muertos), los múltiples ataques de París del mes de noviembre de 2015 (130 muertos, 368 heridos) y ahora el ataque con un camión en Niza (ochenta y cuatro muertos hasta ahora, y más de un centenar de heridos).

Al escribir estas líneas, no sabemos de manera absoluta quienes perpetraron la masacre de Niza, pero en los otros dos casos (y en numerosos ataques menores), los asesinos eran personas, o sus descendientes, que fueron recibidas en la sociedad occidental procedentes de tierras islámicas. Los dos islamistas armados en Charlie Hebdo eran musulmanes franceses de origen argelino. Los responsables de la matanza de noviembre del año 2015 eran islamistas y ciudadanos de la UE, e islamistas franceses ayudaron a organizar la carnicería. Algunos habían estado luchando en Siria y regresaron a Europa como sucedáneos de refugiados.

El presidente Obama quiere hacernos pensar que estas carnicerías no tienen nada que ver con la cultura esencial del Islam, por eso insiste en que el Islam es pacífico en su núcleo y no representa una amenaza en sí mismo para las naciones o pueblos de Occidente. Sólo se trataría de preocuparnos por esas personas retorcidas que distorsionan el Islam para sus propios y nefastos fines. Incluso recibió una gran cantidad de críticas por negarse a pronunciar las palabras "terrorismo islámico radical" u otras derivaciones de ese concepto. Pero él insiste en que el uso de tales palabras sólo agravaría el problema, poniéndose en duda a los musulmanes pacíficos y disminuyendo su disposición para ayudar a controlar a los malhechores.

Esta es una idea estúpida. En cualquier población de musulmanes en Occidente existe una parte que alberga sentimientos islamistas y que desprecia a Occidente como una civilización moralmente inferior, a pesar de su control de muchas tierras del Islam a través de su tecnología superior de guerra. He citado en este espacio las palabras del fallecido politólogo de Harvard Samuel Huntington sobre todo esto, y hacerlo de nuevo nos permitirá captar poderosamente la esencia a lo que nos enfrentamos.

"El problema de fondo para Occidente", escribió Huntington, "no es el fundamentalismo islámico. Es el Islam, una civilización diferente cuya gente está convencida de la superioridad de su cultura y que están obsesionados con la inferioridad de su poder. El problema para el Islam no es la CIA o el Departamento de Defensa de Estados Unidos, es Occidente, una civilización diferente cuya gente está convencida de la universalidad de su cultura y que cree que es superior, y su declinante poder les impone la obligación de extender esa cultura a todo el mundo". También escribió, "algunos occidentales... han argumentado que Occidente no tiene problemas con el Islam, sino solamente con los extremistas islamistas violentos. Cerca de 1.400 años de historia demuestran lo contrario".

En el Atlantic, el columnista Jeffrey Goldberg rechazaba esta percepción. Haciéndose eco de la opinión de Obama, insiste en que hacemos un favor al ISIS al sugerir que el fervor islamista emana del Islam y a la vez rechaza la opinión de que el ISIS es totalmente aberrante. "La guerra que estamos viviendo no es principalmente una guerra entre civilizaciones", escribe, "sino una guerra dentro de una civilización (la islámica)".

Esa es una frase interesante que reclama un poco de análisis sintáctico. Goldberg rechaza abiertamente la famosa tesis de Huntington de que estamos viviendo una época caracterizada por un choque de civilizaciones. No, él nos dice que "solamente se trata de un choque dentro del Islam entre los musulmanes normales que no tienen ninguna queja con Occidente, y que pueden ser fácilmente asimilables y los que albergan puntos de vista radicales e islamistas". Esa es la verdadera batalla de acuerdo con Goldberg. Y sin embargo, se refiere a "la guerra que estamos viviendo", que es una frase tan antiséptica como intrigante para expresar lo que está ocurriendo. Si no es más que una guerra dentro del Islam, ¿por qué nosotros la estamos experimentando? ¿Somos unos meros espectadores inocentes que se acercaron demasiado a esa lucha interna? ¿Deberíamos ser considerados como "daños colaterales" de esa lucha interna? Que se lo digan a la gente que en el maratón de Boston perdieron sus vidas o extremidades en abril de 2013. O bien que se lo digan a las víctimas de San Bernardino, de Orlando, o de Francia.

Huntington tiene razón y Goldberg se equivoca. Existe una tensión natural entre Occidente y el Islam que siempre ha estado allí. Y Estados Unidos ha exacerbado enormemente esa tensión en los últimos años mediante el establecimiento de bases militares en el suelo sagrado islámico de Arabia Saudita, invadiendo tierras islámicas, derrocando líderes nacionales islámicos y exigiendo que los musulmanes en sus propias tierras adopten formas o ideales occidentales.

Al mismo tiempo, muchos estadounidenses se sorprenden cuando alguien sugiere que tal vez deberíamos limitar la afluencia de musulmanes en el país de cara a la amenaza terrorista islamista. Consideren lo que sucedió cuando Donald Trump sugirió, después de San Bernardino, que la inmigración musulmana a los Estados Unidos debería ser detenida en espera de una mejor comprensión de la amenaza potencial que planteaba. La reacción fue inmediata y casi histérica. Republicanos, demócratas, liberales, conservadores, líderes extranjeros y militares, todos ellos se apresuraron a denunciar esa sugerencia como anti-estadounidense, un asalto a "quienes somos" y "lo que el país debería ser". Así lo describía el comentarista conservador Scott McConnell, "desde hace varios días, América experimentó ese tipo de unanimidad propia de la élite del poder bipartidista que solamente pensábamos que podría manifestarse bajo la estela de una tragedia nacional", recalcando que muchos comentaristas sugirieron que el "país realmente necesitaba a más inmigrantes musulmanes para ayudar en la lucha contra el terrorismo".

Mientras tanto, como McConnell también señaló, "América continuaba con su incesante matanza de musulmanes en su propia tierra, resultado de la participación militar permanente de Estados Unidos en el Oriente Medio y en Asia del Sur". Por su parte, Stephen Walt, de Harvard, estimaba que "los Estados Unidos ha sido responsables de la muerte de casi trescientos mil musulmanes en los últimos treinta años, cerca de 116.000 de ellos durante la nefasta guerra de Irak de George W. Bush". Y sin embargo, lo que generó un auténtico sentimiento de ultraje fue la sugerencia de Trump.

¿Qué vamos a hacer de esta extraña dicotomía? Para entender lo que supone esta deformación debemos volver una vez más a Huntington. "La preservación de los Estados Unidos y Occidente", escribió, "requiere la renovación de la identidad occidental. La seguridad del mundo requiere la aceptación de una multiculturalidad global". En otras palabras, "el multiculturalismo doméstico erosiona la capacidad del país para preservar su identidad y el universalismo global exacerba las tensiones de las civilizaciones innecesariamente".

Y sin embargo, y precisamente, es eso lo que Estados Unidos ha estado persiguiendo, "un multiculturalismo interno y el universalismo global". Y esto no puede funcionar, porque tanto el "multiculturalismo interno como el universalismo global niegan la singularidad de la cultura occidental, y ambos amenazan desestabilizar a Occidente así como a todo el mundo".

La población musulmana de Francia representa aproximadamente al 7,5% de la población [N.P.: ante la ausencia deliberada de estadísticas oficiales, algunos demógrafos hablan de más de un 10%, y que para la población de menos de 30 años representaría a más de un 20%], una masa crítica que pone en peligro la lucha interna en curso en ese país. La renovación de la identidad cultural occidental instada por Huntington no será fácil allí. Nuestros corazones deben movilizarse a raíz de episodios como el asesinato en masa llevado a cabo este jueves en Niza. Y nuestros deseos de solidaridad y buenos sentimientos deben dirigirse a todo el pueblo de Francia, de todos los orígenes y credos, ante el choque de civilizaciones que se libra dentro de sus fronteras.

La población musulmana de América, por el contrario, se corresponde con un 1% de la población, aunque los musulmanes representan alrededor del 10% con respecto a las tasas de natalidad de la inmigración legal e impulsará a ese segmento de la población en los próximos años. La pregunta para los Estados Unidos es "si debe tratar de elaborar políticas de inmigración destinadas a prevenir el desafío que ahora confronta Francia". Es una pregunta que la mayoría de los estadounidenses claramente no quieren hacerse, como se refleja en la reacción a la sugerencia de Trump de un cese temporal de la inmigración musulmana. Pero si la tendencia a la violencia islamista continúa a lo largo de su trayectoria actual, aquí y en todo Occidente las sensibilidades políticas sobre este tema podrían cambiar

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