Thursday, August 18, 2016

Parvenus, parias, soberanos - Shmuel Trigano



La identidad del judío moderno, según Hannah Arendt, no ha sido reconocida inicialmente por Europa más que a título de "excepción". Los judíos que los salones de la Ilustración festejaban no eran efectivamente celebrados más que a título de "judíos de excepción", es decir, porque ellos se despegaban del "resto" de los judíos, que supuestamante no serían más que "judíos del gueto". Estos judíos de los salones de la Ilustración, en general brillantes intelectuales, se tomaban un gran cuidado en diferenciarse de ese "resto de judíos" para así acceder al reconocimiento y a la igualdad: pero no en virtud de un derecho, sino de un privilegio, de una excepción. Lo que no veía Arendt es que era necesario probar que se merecía poder convertirse en ciudadano porque esta condición no estaba incluida en la condición de hombre. Más exactamente, debido a que los judíos no eran considerados naturalmente como "hombres",  tenían que demostrar que “podían ser ciudadanos dejando de ser judíos para convertirse en hombres". Las mujeres eran menos afortunadas aún: en 1789 ni siquiera fueron reconocidas como "hombres", sin género, y no se las convirtió en ciudadanos. El contrato requería la liberación de los judíos mediante una condición individual y anónima (como "sujetos de derechos"), la cual pasaba a través de su renuncia a formar parte del pueblo judío y de su civilización, y no desde un punto de vista nostálgico, sino un punto de vista universal.

Sin embargo, Arendt comprendió perfectamente que el judío no podría, en adelante, tener más elecciones que entre dos identidades ideológicas y desfallecientes. Ya sea para ser “reconocido” (como “hombre”) y así poder entrar en la carrera social, debía ahogar su ser judío y renunciar a él, cultivando el sentimiento de haber dimitido de él mismo. Es la figura del parvenu o recién llegado, el judío "asimilado" que, a pesar de su éxito social, permanece secretamente torturado por la negación de sí mismo que es la clave de su éxito. Ya sea porque no hubiera renunciado a sí mismo, el judío falló en términos de reconocimiento social y se vio condenado a la marginalidad. En esta puesta a distancia del hecho judío, era bastante más que la fidelidad a si mismo lo que estaba en juego. Se llevó con ella no sólo el destino de un pueblo judío, del que habían excluido el reconocimiento de los individuos que lo constituyen, sino también el mensaje espiritual de Israel. Las apuestas en este dilema no son, de hecho, una identidad "comunitaria", sino la visión del mundo que el eterno Israel lleva consigo, incluso cuando no es fiel a sí mismo, es decir, a la llamada a la trascendencia. Tal fue el destino de los judíos modernos, cuando no optan por encerrarse en la ultraortodoxia, reverso caricatural de este estado de cosas, un síntoma de la exclusión del pueblo judío y de su mensaje en el destino remodelado de los judíos.

Uno puede preguntarse si la condición judía ya ha salido de este dilema mortídero. Hemos visto este "mercado" existencial en funcionamiento durante estos últimos 15 años, cuando para un intelectual o una personalidad le era vital y necesario tener que desmarcarse en Israel ( "Sharon", "Netanyahu", "los colonos"), para formar parte de la buena sociedad, o bien destituir al judaísmo de su prestigio para ser reconocido, bajo pena de desaparecer o verse reducido a un interlocutor de segunda categoría, es decir, volver a la condición de parias. Los parvenus "asimilados" son los que hoy abundan sobre la escena, en los medios y en el poder. La acusación de "comunitarismo" lanzada por una parte de las élites judías asimiladas (en todos los países) contra el resto de los judíos, es la misma que la decadencia que se asociaba al gueto en el siglo XVIII. Esa acusación puede asociarse con otras como "racismo", "tribalismo" o "fascismo". Es la misma cosa. Este es el precio a pagar para seguir formando parte la jauría de clanes que decide el orden de los valores. Son hoy el pueblo judío, el judaísmo los que, bajo las acusaciones de las élites gobernantes, están siendo reducidos a la condición de paria, ya sea a nivel exterior (boicot, demandas, la caída de prestigio) como internas.

Lo más concluyente es que este sistema permanece todavía vivo en la sociedad israelí donde habría debido desaparecer. Una parte de sus élites se comportan como élites diaspóricas y no como las de una sociedad soberana. El pueblo judío aún no ha reaparecido con su propia luz en la nación de Israel. La situación es grotesca: la ultraortodoxia está en el galut (exilio) en el mismo lugar de Shivat Zion, mientras que las élites parecen estar en la diáspora en lugar de la soberanía... Nosotros debemos medir la tarea de este siglo: pensar cómo la figura del soberano expulsará y reemplazará la de los parvenus y de los parias. Se trata de una reforma moral que necesitamos.

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