Sunday, October 16, 2016

Una versión postsionista; Una mechitza, el Mufti y los inicios del conflicto árabe-israelí - Allan Arkush



En uno de los testimonios más escalofriantes citados por Hiller Cohen sobre su relato de los disturbios de 1929 en Palestina, un anciano sobreviviente judío recuerda cómo su madre había intentado protegerlo cuando él tenía cinco años de edad de una turba árabe que arrasa lo que parecía la casa segura de un amigo en Safed. Pero entonces:
Los árabes arrojaron cientos de piedras a la casa, a las ventanas y persianas. Reventaron las puertas y persianas con enormes garrotes y echaron antorchas encendidas a través de las ventanas. La casa comenzó a arder. Las persianas, cortinas e incluso los camisones de la hermana de mi madre comenzaron a arder en llamas.
El narrador de esta historia, Yisrael Tal, escapó por poco del asedio (junto con los otros miembros de su familia) y creció hasta convertirse primero en un soldado británico y luego en un general israelí muy distinguido. Fue también, como señala Cohen, "el padre del tanque Merkava".

"Talik" no fue de ninguna manera la única figura destacada dentro del Ejército israelí que tuvo una experiencia similar en su infancia, o una peor, en agosto de 1929. El futuro general Rehavam ( "Gandhi") Zeevi, que vivía en Jerusalén, comenta que el primer cadáver que vio ese año era el de una de las víctimas de un ataque en Bait VeGan. Y Cohen relata en detalle la historia de Mordechai Maklef, el tercer jefe de Estado Mayor del IDF, cuyos padres y hermanos fueron brutalmente asesinados por los árabes en Motza, y que él mismo fue rescatado de una muerte semejante sólo en el último minuto, tal vez por un rabino de edad avanzada que luego fue sacrificado, o tal vez por un árabe cuya piedad le impidió matar a los niños pequeños, o  tal vez por ambos. Tenemos, como nos cuenta Cohen, dos relatos diferentes y no necesariamente excluyentes sobre lo que dice que le ocurrió.

En otro libro, estos episodios podrían haber servido como unos recordatorios inquietantes de que los judíos estuvieron anteriormente a merced de las turbas antisemitas no sólo en la diáspora, sino también en la Tierra de Israel mismo. Puede ser que supongan otras evidencias más aportadas a la necesidad de un Estado judío, así como una explicación de la aparición de palestinos capaces de dirigir su lucha para combatirlo. En el relato de Hillel Cohen, sin embargo, que representan las consecuencias lamentables, pero inevitables, de la intrusión del movimiento sionista en una zona en la que no era bienvenido y donde no tenía claro su derecho a ser: "Tal como los árabes lo vieron, en el verano de 1929 mataron no a sus vecinos judíos, sino más bien a los enemigos que buscaban conquistar su tierra".

El análisis de Cohen de la situación en 1929 va muy en contra de la narrativa sionista habitual e incluso de la investigación histórica no partidista en lo que respecta a ese período. En ella, el énfasis es puesto por lo general en la forma en que los disturbios del final de la década de 1920 constituyeron una salida más bien brusca de las condiciones de paz que habían prevalecido en Palestina desde 1921. Llegaron en un momento en el que el enclave sionista en Palestina estaba enredado en plena crisis económica, cuando la emigración judía de Palestina superaba a la inmigración, y cuando el proyecto sionista, como el historiador Bernard Wasserstein afirmó en "Los británicos en Palestina: el Gobierno del Mandato y el conflicto árabe-judío, 1917-1929", parecía "una nave presta al hundimiento".

Nadie sostiene, por supuesto, que los disturbios fueran algo sorprendente o inesperado. La mayoría de los historiadores se remontan a una disputa sobre una mechitza, entre todas las cosas, que comenzó el día de Yom Kipur en 1928, cuando agentes de policía británicos desplazaron por la fuerza una división improvisada entre fieles de ambos sexos. Lo que hacían los judíos y lo que no se les permitió hacer en el espacio entonces muy estrecho adyacente al Muro Occidental propiedad de los musulmanes no estaba muy claro, y desacuerdos que habían llevado a altercados entre judíos y árabes se habían producido en el pasado, pero sólo en 1928 el problema se convirtió en una pugna larga y sangrienta. Tanto judíos y árabes incrementaron su retórica y se involucraron en actos de provocación, pero "no puede haber dudas", según Wasserstein, "de que la clave de lo ocurrido en Palestina en 1929 fue la campaña" llevada a cabo desde hace un año por parte del líder musulmán Hajj Ammin al-Husseini, el muftí de Jerusalén, "despertando y movilizando" a los árabes de Palestina para oponerse a una supuesta amenaza a los lugares sagrados musulmanes de Jerusalén. Para ello alegó, por ejemplo, que la mechitza de Yom Kipur era una prueba de una conspiración sionista para apoderarse del Monte del Templo. Wasserstein proporciona una descripción detallada de lo que él denomina una "vasta campaña de propaganda y de acción" del Mufti y la reacción judía indignada y amarga ante ella, antes de describir la violencia entre comunidades que en última instancia se produjo en agosto de 1929, de la que resultó la muerte de cientos de judíos y árabes.

En la narrativa revisionista de Cohen no hay ningún indicio de que el movimiento sionista a finales de 1920 fuera un barco a la deriva  o incluso un barco en proceso de hundimiento. No hay ninguna mención de cualquier cosa que pudiera haber inducido a los árabes de Palestina a dudar de que los judíos tendría el suficiente poder para tomar el control de sus tierras. Y hay poca discusión sobre el Mufti y su "campaña de un año de duración" . Entre su introducción y el cuerpo principal de su texto, Cohen ha colocado una "Descripción cronológica de los acontecimientos", comenzando con el Yom Kippur de 1928 y concluyendo con el regreso de algunos miembros de la devastada comunidad judía de Hebrón a la ciudad en mayo 1931. Esta lista, nos aclara Cohen, "incluye eventos que no se describen en su libro". Uno de estos eventos es una "conferencia islámica presidida por el Gran Mufti de Jerusalén, Hajj Amin al-Hussayni y asistido por clérigos de todo el mundo musulmán", donde se "exigían restricciones a la actividad judía en el Muro occidental".

Cohen nunca cita con detalle los discursos del mufti o de cualquiera de sus acólitos, y nos permite solamente fugaces destellos indirectos de la gran campaña anti-judía que Wasserstein sí nos describió, a través de breves citas de la obra de otros académicos y, en un caso, de un testigo ocular. Se hace una breve referencia a la descripción de Rana Barakat en su tesis de doctorado de 2007 de la Universidad de Chicago de la forma en que el muftí "echó leña al fuego con el conflicto en torno al-Buraq" (el nombre musulmán para el Muro Occidental, donde el animal mitológico que montaba Mahoma, al-Buraq , fue atado legendariamente). Cohen también cita la tesis de maestría de Eitan Wijler de 2005 en la Universidad de Haifa en la que afirma que los esfuerzos de al-Husseini para exportar el conflicto de Jerusalén y sus políticas en general (como las de los revisionistas sionistas) "condujeron a un creciente extremismo y al deterioro de la situación" en los meses previos a los disturbios. Y describe cómo un testigo (con la edad de cinco años) de los eventos en Safed en 1929, recordó (a la edad de 80) a la multitud árabe agitada por la llamada  "Seif al-din Hajj Amin [Hajj Amin (al-Hussayni] a la espada de la fe". Pero esto no le da al lector algo parecido a una imagen completa de la conducta del mufti durante el año al que está dedicado el libro de Cohen.

Otro tema incluido en el recorrido cronológico de Cohen es la entrevista de un periódico hebreo con el Gran Rabino Ashkenazi de Palestina, Abraham Isaac Kook, el 15 de agosto de 1929. Como Cohen expone, el rabino Kook llama en este momento, justo antes de los disturbios, "a la evacuación del barrio magrebí, el barrio árabe junto al Muro Occidental". La declaración apasionada y combativa del Rav Kook es discutida y citada ampliamente en el texto principal del año cero, como es su expresión para designar lo que pasaría tres meses más tarde, para en palabras de Cohen demostrar "su implicación a la hora de avivar las llamas de la controversia sobre el Muro Occidental". Pero de lo que se abstiene de aclarar Cohen es a lo que el Rav Kook estaba exactamente respondiendo.

Cohen claramente desea debilitar 'la extendida y larga convicción entre los judíos de que fueron las víctimas en 1929. Rechazando de la atribución común de los disturbios anti-judíos de ese año a la chocante violencia de los árabes palestinos, trata de ofrecer una visión imparcial de la situación que produjo dicha violencia. En el fondo, insiste, "a pesar de sus excesos deplorables", los palestinos que asesinaron a más de un centenar de judíos en Jerusalén, Hebrón, Safed y en otros lugares, manifestaron su "comprensible frustración con el intento de los sionistas de usurpar su tierra natal", incluso cuando estaban masacrando a los judíos no sionistas del viejo Yishuv. Para el movimiento sionista se había creado una situación en la que "todos los judíos ahora parecían lo mismo para los árabes"

Cohen, en efecto, intenta transmitir a sus lectores el sentido de la indignación que sienten muchos árabes palestinos por los privilegios concedidos a los sionistas por la Declaración Balfour y el Mandato Británico. Se hace un caso razonablemente fuerte de que, desde el punto de vista árabe, había un consenso entre los judíos de que Palestina era suya y que esto fue:

el principal factor ideológico que motivó a los atacantes y asesinos árabes, su justificación para los ataques indiscriminados contra los asentamientos y las comunidades judías, sin importar sus afiliaciones políticas y religiosas.

Cohen señala que algunas de las víctimas ultra-ortodoxas de las revueltas de 1929, en Hebrón por ejemplo, tenían vínculos sustanciales con el movimiento sionista, enlaces que eran lo suficientemente fuertes como para sus agresores llegaran a la conclusión de que las líneas que separaban a los sionistas y a los haredi eran borrosas. Donde Cohen no tiene éxito, sin embargo, en parte debido a sus tendenciosas omisiones, es en  convencer al lector de que los disturbios de 1929 fueron el resultado inevitable de la colisión de dos fuerzas, cuando en primer lugar fue el resultado de las maquinaciones de un demagogo religioso: el Mufti de Jerusalén, Hajj Amin al-Hussayni.

Cohen sigue con su cronología de los acontecimientos de 1929 con una enumeración de las "bajas en los alborotos de 1929". Eso para tratar de demostrar que el número de judíos y árabes muertos y heridos fueron más o menos semejantes, pero también incluye una nota que aclara las maneras muy diferentes en las que los judíos y los árabes encontraron la muerte:
Una gran mayoría de los judíos muertos estaban desarmados, y fueron asesinados en sus hogares por los árabes. La mayoría de los muertos fueron asesinados por los árabes, ya que fueron los que atacaron los asentamientos o barrios judíos. 
La mayoría de los árabes muertos lo fueron por las balas disparadas por las fuerzas armadas británicas, con algunos por disparos de miembros de la Haganá. Como se mostrará, una veintena de los árabes muertos no estaban involucrados en los ataques contra los judíos. Ellos murieron en ataques de venganza y en linchamientos realizados por judíos, o por disparos indiscriminados de los británicos.
Hubiera sido útil que Cohen hubiera diseccionado estos números un poco más y nos hubiera dichi cuántos de los árabes fueron injustificadamente asesinados por judíos, pero si mi cuenta es correcta, el número es de menos de 10, y de estos cinco fueron las víctimas de una ataque de venganza de un único y enfurecido policía judío, Simha Hinkis, en Abu Kabir, cerca de Tel Aviv. Cohen da a Hinkis una cantidad extraordinaria de atención. De hecho, ningún otro judío, o árabe, o inglés para el caso, tiene una entrada en el índice de su libro tan larga como la dedicada a él.

La inclinación de Cohen en poner de relieve una mayor - o al menos compartida - culpabilidad de los judíos en la violencia que tuvo lugar en 1929, nos plantea bastantes preguntas acerca de sus convicciones subyacentes, preguntas que no son adecuadas plantear con respecto al autor de un libro como el suyo. Porque así como el propio Cohen observa, "es imposible hacer frente a los acontecimientos de 1929 sin abordar cuestiones morales", incluyendo, por encima de todo, la siguiente pregunta: "podía la aspiración sionista de fundar un estado judío y así poder curar la enfermedad de los judíos de vivir como una minoría humillada, justificar las lesiones ocasionadas a los habitantes árabes de Palestina". Pero esto, continúa diciendo Cohen, conduce inevitablemente a otra pregunta: "¿tenían los árabes derecho a oponerse al asentamiento sionista? Y si es así, ¿en qué medida podrían haberlo realizado legítimamente?"

Cohen lanza estas preguntas alrededor de la parte principal de su texto, pero ofrece una respuesta solamente en el epílogo del libro:
Los judíos, como un pueblo perseguido cuya propiedad y vidas estaban en peligro constante, tenían derecho a refugiarse en la Tierra de Israel. Sin embargo, este derecho no iba en contra de los propios derechos de los árabes en Palestina, ni puede justificar cada acción y política llevada a cabo por el movimiento sionista para lograr su objetivo más amplio.
¿Pero qué pasa con ese mismo objetivo más amplio, el establecimiento de un estado judío? ¿Estaba justificado? Cohen no dice que sí ni que no. Él no tiene ninguna obligación de hacerlo, por supuesto, en un estudio histórico. Pero sus evasivas con respecto a la pregunta que él mismo ha planteado justifica la descripción que ha hecho Benny Morris de su postura en una revisión de su edición hebrea en la revista israelí Mida, describiendo este trabajo como una "nebulosa postsionista", si es que no se podría llegar a deducir que Cohen parece querer negar la legitimidad de un estado judío en su conjunto.

Y con ello Benny Morris ponía en guardia a los partidarios del Estado judío en contra de las distorsiones que incluso un autor que se esfuerza por elevarse por encima de sesgo nacionalista puede llegar a introducir en su narrativa histórica.

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