Saturday, November 19, 2016

La llamada de los muecín: Una guerra de conciencia - Ephraim Herrera - Israel Hayom


Cuando Mahoma, el fundador del Islam, instruyó a sus seguidores a llamar a la oración en voz alta cinco veces al día, no existían altavoces. Uno de los jueces más importantes en el mundo salafista en el siglo XX, Saudi Sheikh Muhammad al Uthaymeen, prohibió en una fatwa publicada el uso de altavoces para llamar a la oración. Su razonamiento principal era que perturbaba el descanso de muchas personas y de los fieles en las otras mezquitas.

El uso de altavoces en las mezquitas fue prohibido en Irán, junto con varias otras ciudades en Arabia Saudí y Egipto. En Indonesia y en otros países musulmanes, un intenso debate sobre el tema se está llevando a cabo. El aspecto religioso, por lo tanto, no es el componente central de la demanda palestina para permitir el uso de altavoces cuando se llama a la oración cinco veces al día, incluyendo al amanecer, que a veces se produce a las cuatro de la mañana. Entonces, ¿cuál es el problema?

En una publicación online sobre las mezquitas de Francia, recientemente se ha escrito: "Aunque [la llamada a la oración con altavoces] no está permitida las cinco veces al día, siendo permitida una vez por semana, el viernes, sería recibida con entusiasmo entre los musulmanes, para quienes [la llamada a la oración] es una característica de identificación". No es tanto un recordatorio para venir rezar, sino un elemento de identificación. Y un elemento muy claro: estamos en el poder y podemos hacerlo.

De hecho, desde los albores del Islam, las iglesias, a las cuales se les permitió permanecer en activo, se les prohibió hacer sonar sus campanas en todas las tierras controladas por los musulmanes. El razonamiento era que el Islam es el soberano, y que la "gente del Libro", los judíos y los cristianos, eran inferiores y tenían prohibido exhibir cualquier marca de su religión en la esfera pública. Y cuando los gobernantes tolerantes se lo permitieron, los grandes eruditos islámicos de su época les criticaron, como Ibn Arabi, reconocido como el más grande maestro del sufismo y de la dimensión mística interior del Islam en el siglo XIII.

A día de hoy, el sonido de las campanas de las iglesias sigue siendo inexistente en los países musulmanes, y no se pueden ver procesiones en Pascua o en cualquier otro día de fiesta cristiano. En Europa, los líderes musulmanes que ya se han levantado para exigir que las campanas cristianas permanezcan en silencio han presentado dos argumentos. En primer lugar, el de la igualdad - si los musulmanes tienen prohibido el uso de altavoces para llamar a los fieles a la oración (y las autoridades locales a menudo no emiten una aprobación especial), ¿por qué se debería permitir que las iglesias hicieran sonar sus campanas? En segundo lugar, que ofende la sensibilidad religiosa de otras religiones, en otras palabras, de los musulmanes. Y muchas veces tienen éxito: en Kingston, Inglaterra, el consejo local prohibió a una iglesia hacer sonar sus campanas durante la noche, poniendo así fin a una tradición de siglos de antigüedad.

La tierra de Israel, para los musulmanes, forma parte de la Dar al-Islam, una parte del mundo que siempre pertenecerá a los musulmanes, y en la que las leyes del Islam - no las leyes de los infieles judíos - se aplicarán. La demanda palestina es pues política en su núcleo: somos los soberanos aquí, somos musulmanes, y esta tierra nos pertenece, y una de las señas de identidad será que nuestros muecines harán unas muy ruidosas llamadas a la oración cinco veces al día, incluso si también a veces nos molesta.

Los ministros del gobierno hicieron bien en hacer pasar el proyecto de ley para prohibir el uso de altavoces en las mezquitas, y la Knesset harían bien en ratificar dicha ley. Hoy en día, el peso de la guerra no tiene lugar en un campo de batalla. Egipto está colapsando bajo el peso de sus problemas internos; Hezbolá y Siria están ocupados luchando contra sus propias guerras. Hoy la lucha principal es sobre los corazones y las mentes, y está dominada por la deslegitimación y la demonización del Estado de Israel. Tenemos que aprender muy rápidamente las reglas de esta guerra de conciencia y ganarla, al igual que hemos ganado todas nuestras guerras hasta ahora.

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