Wednesday, November 09, 2016

La patética distopía que se marca el corresponsal del Haaretz en los EEUU con motivo del triunfo de Trump para "salvar de paso" a los israelíes y a Israel de "si mismo"



Cómo Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, asustó a los judíos (liberales y progresistas) y salvó a Israel - Chemi Shalev

"Una fantasía de pesadilla: Después de la Guerra de Razas desatada a partir del 2016 (en los EEUU), miles de judíos liberales y progresistas huyeron al único lugar que podría aceptarles (Israel), y lo cambiaron para siempre (haciendo que la izquierda israelí se hiciera cargo del gobierno israelí)".

El patético estado de la izquierda israelí y de sus portavoces, en especial del Haaretz, ha quedado nuevamente de manifiesto en el artículo de su corresponsal en los EEUU. Recuerden que Chemi Shalev, el corresponsal de marras, apareció no hace mucho como un auténtico fans en una foto con Roger Waters, el bajista antisemita y anti-Israel de Pink Floyd, mientras se dedica habitualmente a criticar a políticos y activistas pro-Israel en los EEUU.

Extractos finales del artículo, que comienza con el triunfo de Donald Trump y la supuesta deriva racista, anti inmigrantes y chauvinista de la administración Trump y de la población americana favorable al nuevo presidente, mientras la población judía al principio pretendía mantenerse al margen mientras se agudizaba también el antisemitismo:

"Fue cuando el pánico judío se aceleró. A pesar de que la mayoría decía abrumadoramente que Trump probablemente se moderaría y que "¿a dónde íbamos a ir de todos modos?", los demás, especialmente los judíos americanos de la izquierda liberal, fueron arrastrados por la histeria general que se apoderó de la mayoría de los demócratas. "Nuestra complacencia es como la de los judíos en Alemania en la década de 1930", comentó un angustiado líder judío...

Los noticiarios mostraban enormes colas ante la Embajada de Canadá en Washington y el Consulado General en Nueva York: el vecino del norte fue abrumadoramente la primera elección de la minoría de liberales, judíos y no por igual, que decidieron hacer cumplir su hasta ahora frívola amenaza de "irse a Canadá" si Trump era elegido. Desde la elección de Justin Trudeau, Canadá había sido vista como una progresista Shangri-La. Pero su líder Trudeau dio voz a los temores liberales cuando felicitó a Trump por su elección, aunque luego agregara que el nuevo presidente de Estados Unidos debía tener cuidado "en no convertir a los Estados Unidos en un lugar oscuro".

Pero Canadá no estaba tan ansiosa de absorber a los recién llegados como muchos estadounidenses pensaban. En la práctica, resultó que la inmigración a Canadá era un proceso largo y arduo que duraba entre dos y cuatro años, que Canadá en los últimos años solamente había aceptado a unos pocos miles de residentes estadounidenses permanentes al año, que había cerrado la vía de la concesión automática de la ciudadanía basada en la inversión de capital, y que muy pocos judíos americanos eran enfermeros, ingenieros informáticos o ingenieros aeroespaciales, las profesiones que permitían a los posibles inmigrantes entrar por la vía rápida. 

Además, tras una fuerte protesta de la administración Trump, el gobierno de Ottawa anunció que no iba a realizar ningún cambio en sus cuotas de inmigración para satisfacer a las nuevas demandas "y que todo el mundo tendría que esperar su turno". No obstante, las manifestaciones organizadas por nacionalistas canadienses de derechas no disminuyeron en Quebec, así como en Edmonton y Winnipeg, pidiendo al gobierno que les asegurara que "no serían inundados por indeseables, no importando el dinero que trajeran".

Cuando una familia judía fue agredida en Atlanta y su casa incendiada por individuos con sábanas blancas de un grupo hasta ahora desconocido y que se hacía llamar "The New Amerika", una estampida judía estalló y se dirigió al único lugar del mundo que se ofrecía como un refugio inmediato: Israel. Aunque Benjamin Netanyahu se había abstenido de llamar abiertamente a los judíos de América a emigrar - tanto porque se le había advertido que no lo hiciera por parte del embajador de los Estados Unidos y porque era muy consciente de qué tipo de judíos eran más propensos a responder a su posible oferta -, en el primer mes no menos de 8.000 judíos americanos llegaron a Israel, muchos de ellos para instalarse en Tel Aviv, en apartamentos que habían comprado años antes. A finales de enero, después de que dicho Trump dijera en su discurso a la nación que "los Estados Unidos estarían libres de influencias extranjeras, ya sean internas o externas", otros 10.000 decidieron moverse a Israel. Aunque la inmensa mayoría de los judíos de América permanecieron donde estaban, a finales de 2017 no menos de 55.000 judíos estadounidenses habían llegado, residiendo en el centro del país, y desde Ashdod a Haifa. Casi un millar, sin embargo, decidió establecer su residencia en Jerusalén "para que fuera una ciudad verdaderamente abierta con un corazón verdaderamente abierto".

Los recién llegados eran en su mayoría gente cercana a JStreet y a otros grupos izquierdistas políticamente activos que se habían considerado a sí mismos como "sionistas liberales" cuando Obama estaba en el poder, así como médicos, abogados, académicos y varios conocidos periodistas. Su absorción inicial fue bastante más dura de lo que hubieran imaginado, y aún más difícil por los manifestantes ultra-ortodoxos que llamaron al gobierno a "enviar a esos goyim judíos de vuelta a donde vinieron". Los burócratas de los ministerios también trataron de hacerles la vida más dura a estos nuevos olim, convencidos como estaban, tal como desde el Likud se advertía contra esa "quinta columna judía americana" pro-palestina, de que su infiltración en el país era una realidad y no una fantasía febril. Varios miles de recién llegados se rindieron y volvieron a los EEUU, y muchos más les habrían seguido si no fuera por los continuos ataques violentos, y a veces fatales, contra judíos en Brooklyn y en otros centros judíos, así como la virulenta campaña contra los congresistas judíos liberales en el Congreso que ahora eran descritos  desde las radios conservadoras como "los ancianos", como en los Protocolos de los Sabios de Sión.

Por lo tanto, muchos de los recién llegados pronto se establecieron y reanudaron ese tipo de activismo político en el que antes habían participado. Se dio nueva vida a la moribunda izquierda de Israel, dedicándose a la reconstrucción de las ONG y organismos públicos de control progresistas, estableciendo equipos de readiestramiento profesional  de abogados constitucionalistas para desafiar las restricciones gubernamentales, e incluso aportaron esos millones de dólares que se habían perdido desde que Europa decidió que la financiación de la sociedad civil israelí ya no era rentable.

Lentamente pero con seguridad se cambió el estado de ánimo general de la mayoría secular del país y se alistaron a muchos israelíes tradicionales. Adoptaron el viejo lema de Obama "Yes we can" a pesar de las burlas del Likud que les tachaba de ser "el mismo viejo tipo de izquierdistas peligrosamente ingenuos de los que ya hemos tenido suficiente". Los antiguos organizadores de la comunidad del área de Boston superó el muro de cinismo de los sabraa y convencieron a al menos 2.000 israelíes nativos para movilizarse por primera vez en sus vidas. Sin el estorbo del resentimiento y de las ansiedades de Israel, los recién llegados también encontraron que era fácil establecer nuevos canales de comunicación y colaboración con la minoría árabe cada vez más alejada de Israel. 

Los 50.000 nuevos ciudadanos judíos americanos votaron en las elecciones celebradas a finales de 2018. Todos ellos apoyaron a los partidos del centro y de la izquierda israelí, y si bien numéricamente suponían poco más de dos escaños en la Knesset, su impacto se sintió en todo la sociedad. Su capacidad de "promover el voto" y su activismo lograron que miles de israelíes votaran a la izquierda,  en especial aquellos que por vez primera se movilizaron en vez de acudir a divertirse a la playa. Otros israelíes liberales y de izquierda también fueron a las urnas en masa, junto con los árabes a quienes esos judíos estadounidenses ayudaron a movilizar proporcionado autobuses y transporte,  cumpliendo finalmente la infame advertencia de Netanyahu en el día de las elecciones de marzo de 2015. Netanyahu lo intentó de nuevo, pero esta vez los simpatizantes del Likud decidieron no ser tan ingenuos y no cayeron en ese viejo y rancio truco una vez más.

En abril de 2019, se instaló el nuevo gobierno. "Es el amanecer de muchos nuevos días", comentó el nuevo primer ministro electo ante una multitud en éxtasis de cientos de miles de personas en la Plaza Rabin de Tel Aviv, haciéndose eco de la famosa exhortación de Ehud Barak de 1999. Los periódicos informaron que el presidente Trump había invitado al nuevo primer ministro israelí a la Casa Blanca para discutir la situación en el Oriente Medio, la cual, según señaló el portavoz de Trump, "solamente el presidente Trump podría resolver". 

Aceptando esa invitación, según informó el Haaretz, el primer ministro le informó a Trump del plan del nuevo gobierno israelí de abrir 10 nuevos centros de emigración de judíos en peligro en los principales centros metropolitanos en todo los Estados Unidos. Fuentes de la Casa Blanca dijeron que el presidente Trump creía que los judíos de América eran estadounidenses "como todo el mundo", pero que lo consideraría sin embargo ya que "Israel también era su casa". El vicepresidente evangélico era aún más partidario, ya que cuando se le preguntó sobre el plan de Israel de llevar a cientos de miles de judíos estadounidenses a su patria bíblica, su respuesta fue una palabra: "Aleluya".

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