Monday, January 01, 2018

60 años de apuesta intelectual dentro de la izquierda francesa en contra de Israel y de los judíos - Simon Epstein - JForum



Desde hace muchos años, Francia se ha distinguido por las frecuentes diatribas intelectuales de naturaleza antisemita y por una cobertura mediática hostil a Israel. Los orígenes del antisionismo intelectual francés se remontan, por así decirlo, a la creación del Estado judío. Si queremos obtener una perspectiva de los problemas actuales, debemos tratar de comprender mejor la evolución histórica y la naturaleza de esa oposición del intelectualismo francés.

Primeramente debemos distinguir entre dos fuentes del antisemitismo intelectual de la izquierda y la extrema izquierda en Francia, la de los comunistas y la de los trotskistas.

Los comunistas franceses

En lo que respecta a los comunistas: en noviembre de 1947, en las Naciones Unidas, la Unión Soviética votó a favor de la creación del Estado judío. Como resultado, los intelectuales comunistas franceses inicialmente adoptaron una actitud positiva hacia Israel. Cuando, unos años más tarde, la Unión Soviética adoptó posiciones antisionistas y antisemitas, el punto de vista de los comunistas franceses siguió naturalmente dicho cambio.

En enero de 1953, el diario Pravda reveló la noticia de la acusación dirigida contra nueve médicos, en su mayoría judíos. Fueron acusados ​​de provocar la muerte de altos dirigentes soviéticos por un tratamiento inapropiado y la planificación de "otros asesinatos". Hubo entonces un estallido de violencia verbal por parte del Partido Comunista Francés, que participó con entusiasmo y determinación en la intensa campaña para denunciar los "crímenes" de los doctores judíos soviéticos. El partido movilizó a sus activistas en la denuncia conjunta del "cosmopolitismo judío" y el "sionismo".

Los intelectuales comunistas franceses convocaron a una manifestación de solidaridad a gran escala en París para apoyar la postura oficial soviética contra la trama de las "Blusas blancas (los médicos judíos)". Los organizadores se aseguraron de que hubiera muchos judíos en la plataforma. El mensaje transmitido por los oradores fue aberrante. Muchos de ellos explicaron que tenía sentido pensar que los doctores judíos podían envenenar a las personas, para eso bastaba con recordar el papel de Mengele en Auschwitz. Si él pudo hacer todo lo que hizo, ¿por qué otros médicos no podrían utilizar también veneno? Un médico judío fue uno de los que defendió públicamente este punto de vista. Como médico, autenticó que la acusación, en sí misma, no era absurda. Él también basó su razonamiento en la conducta criminal de los médicos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, diciendo que no podía descartar que algunos judíos, por no hablar de los "sionistas", hubieran decidido envenenar a los líderes soviéticos. Unos años más tarde, se arrepentirá de sus palabras con amargura. En cuanto a los médicos acusados, finalmente serían liberados y rehabilitados después de la muerte de Stalin, en 1953.

Podemos concluir que los intelectuales judíos comunistas, en particular, eran muy obedientes y más obedientes que nunca, como lo confirmó el papel que jugó Maxime Rodinson en esta sombría campaña de enero y febrero del 1953.

Muchos lemas antisemitas utilizados a principios de la década de 1950 resurgieron en campañas posteriores a la Guerra de los Seis Días de 1967. Con el paso de los años, los comunistas franceses se alinearon totalmente, lo que no tiene nada de sorprendente, con la política exterior soviética. Sin cuestionar abiertamente el derecho de Israel a existir, multiplicaron las campañas hostiles en 1967 y 1973, luego en 1982, durante la primera guerra del Líbano y en 1988, durante la primera intifada.

Fue precisamente durante esos años 80 y 90 cuando se produjo el dramático declive de la influencia política de los comunistas franceses. Esto, bajo el doble efecto de un factor interno (la restauración de la preeminencia del Partido Socialista tras la elección de François Mitterrand como Presidente de la República en 1981) y un factor externo (el colapso del imperio soviético en 1990).

Reducido su estatus al de un pequeño partido, el Partido Comunista ha acentuado su antisionismo en aplicación de una estrategia de supervivencia de la que no es difícil captar su objetivo esencial: seducir lo que constituye, a sus ojos, el nuevo proletariado francés, a saber, los hijos y nietos de la gran inmigración islamo-magrebí de los años 60 y 70.

Para hacer esto, los comunistas se han involucrado en una escalada de antisionismo basado en la propagación de las mentiras más primarias y groseras y las más aptas para acrecentar la indignación de la comunidad musulmana en el seno de la cual veían su futuro. Su periódico, L'Humanité, ya propagó disciplinariamente en el pasado todas las aberraciones de la era estalinista, por lo que en la actualidad no tiene dificultad para explotar su pasada experiencia "antisionista" y sacar provecho de su conocimiento para derramar su virulencia sobre el Estado judío, sobre sus habitantes y sobre aquellos que, judíos o no judíos, lo apoyan.

Además, los comunistas siguen vituperando el racismo antiárabe y la "islamofobia" que, según ellos, amenazan con abrumar a la sociedad francesa. Predican la indulgencia judicial sobre las violencias desenfrenadas en los suburbios y barrios problemáticos poblados por esa comunidad. Abogan por el aumento de los pagos sociales a las poblaciones de origen inmigrante y que se ubican, por supuesto, en la parte inferior de la escala social. Finalmente, para no ofender las costumbres y tradiciones vigentes en esas poblaciones, relativizan en escabrosos compromisos ideológicos el principio de la igualdad entre el hombre y la mujer, o sobre otros principios fundamentales que una vez valoraron... En total, el antisionismo radical no es el único elemento de esta empresa compleja destinada a conquistar el electorado musulmán, pero es un elemento central.


Los trotskistas franceses

Una segunda fuente de antisionismo militante se encuentra en el progreso electoral de los trotskistas en los últimos veinte años. Cuanto más disminuyen los comunistas, más aumentan los trotskistas... Ellos se han beneficiado de una sorprendente fase de expansión, hasta el punto de que conforman hoy, a pesar de sus divisiones, el componente más importante de la extrema izquierda francesa.

Sin embargo, los trotskistas producen un antisionismo que se remonta a la década de 1920 y nunca fue moderado por las fases pro-israelíes que experimentaron los comunistas en 1947 y 1948. Históricamente permanecen exentos, por así decirlo, de cualquier expresión de apoyo al Estado de Israel, cuya existencia nunca aceptaron. Al igual que los comunistas, y por razones similares, practican en la actualidad una carrera frenética hacia los sectores árabe-musulmanes de la sociedad francesa. Su objetivo es claro: reemplazar una clase trabajadora que está en proceso de desaparición sociológica y que, en sus fracciones residuales, se ve cada vez más atraída por la extrema derecha y el Frente Nacional. Esta estrategia genera un vehemente antisionismo que a menudo va más allá de la ferocidad de los comunistas.

Sin embargo, existe un factor que separa a los comunistas de los trotskistas y de otros componentes de la extrema izquierda francesa. Es su relación con la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, y este hecho merece una atención en detalle.

Los comunistas han permanecido apegados a una narrativa histórica que, en sus fundamentos constitutivos, es una narrativa antinazi. Es cierto que esta narración ignora los dos años transcurridos entre la firma del pacto germano-soviético (agosto de 1939) y la agresión alemana contra la URSS (junio de 1941). Es cierto también, que esta narrativa a menudo tiende a referirse a las "víctimas del fascismo" en términos generales, sin mencionar que estas víctimas fueron en buena medidad judías. Sin embargo, el antinazismo, en todas sus implicaciones, es parte del patrimonio ideológico y cultural de varias generaciones de comunistas franceses. Nadie olvida, por lo tanto, que fue a iniciativa de un diputado comunista, Jean-Claude Gayssot, que en 1990 se aprobó una ley que permitía la represión judicial de la negación del Holocausto.

La situación es diferente con los trotskistas. Permanecieron esencialmente fieles al principio de neutralidad que dictaba la actitud del trotskismo francés durante la Segunda Guerra Mundial. Este principio de neutralidad surgió de la idea de que el proletariado no tomaba partido en la lucha titánica entre dos imperialismos detestables como el imperialismo alemán y el imperialismo anglo-americano. "!!Son iguales!!", era el titular del principal periódico clandestino trotskista durante el desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944. La idea de la equivalencia de los dos bandos en conflicto llevó a los trotskistas, en su gran mayoría, a tener que alejarse de la resistencia anti-nazi y abstenerse de cualquier actividad contra el ocupante. Algunos trotskistas, entre aquellos que no eran judíos, se volcaron en la colaboración y el nazismo. En cuanto a la Shoah, el matemático Laurent Schwartz confirmará, en sus memorias, que los trotskistas se comportaron total e incluso demostrativamente indiferentes al destino de los judíos en la Europa ocupada.

Después de la guerra, la narrativa trotskista - todas las tendencias confundidas - permanecerá fiel a esta teoría de la paridad de los dos campos imperialistas que se enfrentaron. Para que esta tesis - cuyo carácter absurdo es obvio - pueda ser creíble, para poder afirmar que Roosevelt y Churchill no eran mejores que Hitler y Mussolini, los trotskistas se prohibieron cualquier referencia a la matanza de seis millones de judíos, así como otras atrocidades nazis. Mencionar Auschwitz, en efecto, supondría arruinar la tesis de la equivalencia, y la solución es simplemente actuar como si no existiera Auschwitz... Esta es la razón principal de que el Holocausto - en 1950, 1960, 1970, 1980 - no aparezca ni en los discursos, ni en la prensa, ni en las publicaciones, ni en los programas de entrenamiento militante, ni en las conmemoraciones de las diversas fracciones trotskistas. El Holocausto y los horrores nazis permanecen deliberadamente ignorados por lo trotskistas, quienes, sin embargo, no tendrían palabras lo suficientemente fuertes en los años 1960 para criticar los "crímenes imperdonables" cometidos por el imperialismo estadounidense en todo el mundo...

Hay una razón secundaria para esta ocultación de la Shoah por parte de los trotskistas. Se deriva del hecho de que una cantidad impresionante de líderes trotskistas, hasta la década de 1980, eran judíos. Trataron, por supuesto, de olvidar su primera identidad mediante la adopción de nombres de familias francesas, pero esos nombres no impidieron que esa realidad fuera conocida por todos: los partidarios como los enemigos, los periodistas como los políticos. Abstenerse de cualquier mención de la desgracia judía ayudaba - eso pensaban - a ocultar su origen y hacerse pasar por auténticos militantes internacionalistas... Sin embargo, el ocultamiento del Holocausto por los trotskistas responde principalmente a consideraciones doctrinales: no quieren que el recuerdo de Auschwitz socave seriamente su análisis de "paridad" y "equilibrio" en la Segunda Guerra Mundial. Inclusive algunas corrientes negacionistas nacerán dentro de la extrema izquierda, y la extrema derecha no tendrá un monopolio, lejos de eso, en la negación del Holocausto.

Pero cuidado, cuando lo consideren necesario, o cuando surja la necesidad, la extrema izquierda francesa está lista para introducir el genocidio de Hitler en sus temáticas y campañas públicas. Observemos dos casos, repletos de significado y que proceden de la misma lógica.

El primer caso se manifestó durante el resurgimiento de la extrema derecha francesa, a raíz de los éxitos iniciales del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, en 1984. La reacción de la extrema izquierda fue aún más vehemente que el Frente Nacional, el cual a la vez que utilizaba sus "pequeñas frases" contra los judíos hacía campaña contra la inmigración árabe-musulmana. Se utilizaron varios métodos para movilizar a la opinión pública contra Le Pen, pero la estrategia que se consideró la más eficaz en los medios y la más políticamente justificada fue evocar la Segunda Guerra Mundial. La masacre de los judíos se utilizó así con la idea de que su memoria llevará a los jóvenes franceses a comprender los peligros vinculados con el ascenso de un partido de extrema derecha. Previamente indiferentes a la desgracia judía e insensibles al Holocausto, algunos intelectuales repentinamente comenzaron a indignarse por las atrocidades de Hitler, con el objetivo fundamental a sus ojos de combatir el racismo antiárabe... En la mente de los trotskistas, y más generalmente en el espíritu de la extrema izquierda francesa, el Holocausto finalmente encontró su utilidad histórica. Permitió estigmatizar la ignominia del racismo y así proteger a las comunidades afro-magrebíes-musulmanas contra la extrema derecha francesa.

Una segunda oportunidad para exhumar el Holocausto de su anterior inexistencia y reintroducirlo en el arsenal del argumentario trotskista fue proporcionado por la primera y, especialmente, por la segunda Intifada. Esta vez, fue para dar rienda suelta a su antisionismo radical al explicar que los israelíes actuales le están haciendo a los palestinos más o menos lo que los nazis le hicieron a los judíos durante la guerra... Las atrocidades nazis se utilizaron así para una nueva función histórica, esa que justifica por completo que la prensa de extrema izquierda y la retórica pro-palestina la evoquen públicamente, en voz alta y con toda la emoción que se requiere. Gracias a ello permitieron volver el Holocausto contra los judíos y demonizar a los israelíes, al tiempo que difundían una visión aberrante y fantaseada del conflicto del Oriente Medio... La evocación del Holocausto servía aquí para defender a los árabes de Palestina tanto como pretendía, en el ejemplo anterior, proteger a los árabes de Francia. En ambos casos, los sufrimientos judíos se instrumentalizan al servicio de una estrategia de complacencia hacia la población árabe-musulmana de Francia.

La fascinación que el marxismo ha ejercido sobre sectores importantes de la izquierda francesa atrajo a un porcentaje mucho mayor de intelectuales que en cualquier otro lugar de Occidente, con la posible excepción de Italia.  Las innumerables desviaciones del intelectualismo francés de izquierda se derivan de sus características generales, es decir, de su propensión al extremismo. El intelectualismo francés de izquierdas afirma que encarna una moralidad absoluta. Siente que su análisis es el único correcto. Su palabra debe ser radical y confrontativa, debe designar enemigos, sabe dónde está el bien y dónde está el mal. No tiene el sentido de las posiciones intermedias ni el de los equilibrios matizados, excepto, como hemos visto, cuando trata con los alemanes y sus "equivalentes" estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

Otra característica es la forma en que el intelectual se expresa a sí mismo. El lenguaje que usa debe ser complejo y multiplicar movimientos retóricos con elevadas acrobacias linguíasticas. El pensamiento se despega de la realidad y se materializa en construcciones teóricas que no tienen nada que ver con la lógica de las cosas. La combinación de estas características genera las más burdas falsificaciones y deformaciones intelectuales. Este hiperintelectualismo de la izquierda conduce directamente a las estupideces más angustiosas.

En este siglo, la explosión del antisemitismo intelectual ha aumentado enormemente en intensidad. El "silencio ensordecedor" que inicialmente rodeó a los violentos eventos antisemitas desencadenados en 2000 y 2001, fue acompañado por una ráfaga de ataques verbales contra Israel. Estos solo reciclan viejas fórmulas gastadas, extraídas de las campañas antisionistas de periodos anteriores. Conocidos intelectuales "moderados" han comparado a Sharon con Milosevic, mientras que los "extremistas" lo asimilaron puro y simplemente a Hitler. Hoy en día, para lidiar con el "nuevo antisemitismo", el procedente en gran medida desde la izquierda, es indispensable referirse a estas muchas décadas de historia.

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