Sunday, October 21, 2018

Un gran artículo: La nueva crisis (rebrote) de antisemitismo en Occidente: ¿Por qué ahora? - Alexander Joffe - Meforum



Los partidos políticos occidentales están experimentando unas asombrosas crisis antisemitas. El Partido Laborista británico y su líder Jeremy Corbyn han sido expuestos como antisemitas de una manera profunda e irrevocable. El Partido Demócrata de los Estados Unidos acaba de nominar a casi media docena de candidatos para el Congreso que se oponen implacablemente a Israel, y se encuentra al borde de una transformación dirigida por los millennial que le sitúa en una ruta próxima al Laborismo. Las acusaciones de deslealtad judía y conspiraciones israelíes son habituales, al igual que las amenazas de expulsar a Israel de la comunidad de naciones.

La pregunta es ¿por qué y por qué ahora? ¿Por qué no solo el partidos laborista y el demócrata, sino también las universidades y, cada vez más, los medias progresistas interconectados y los complejos de entretenimiento se han vuelto contra los judíos?

Hay viejas y nuevas explicaciones.

La primera es la lógica del socialismo, donde el universalismo putativo y el anti-elitismo se oponen a su némesis tradicional: los judíos, a pesar de una gran participación judía secular en estos movimientos. Los occidentales progresistas acomodados y biempensantes repentinamente han reconocido las bondades del socialismo para sofocar el aburrimiento y su resentimiento interno contra su yo burgués, a la vez que han redescubierto a los enemigos tradicionales: la diferencia judía, que vuelve a ser el enemigo

Dado que la aprobación general de Israel es mayoritaria, al menos en los EEUU, el antisionismo es sumamente transgresor, solo unas pocas paradas más allá de quejarse de la apropiación cultural inherente al uso de un kimono o de hacer té. Y para los jóvenes judíos ansiosos por adaptarse a las cambiantes normas culturales de la izquierda, en las universidades y en la sociedad urbana, el apoyo a Israel se convierte en un lastre obvio. La renuencia de los judíos estadounidenses a conformarse con Israel se convierte rápidamente en un antisemitismo absoluto.

Con el florecimiento de la política de identidad racializada y la "interseccionalidad", versiones localizadas de las doctrinas poscoloniales y de la "alianza rojo-verde" con los islamistas, se ha actualizado el antisemitismo tradicional. Los judíos son llamados repentinamente a desempeñar su papel tradicional: deben rechazar su identidad y unirse a la vanguardia o convertirse en un enemigo del pueblo. Esta ya era una disyuntiva bastante familiar a finales del siglo XIX y principios del XX.

Otra explicación de la actual explosión de un arraigado antisemitismo es a la vez más históricamente cíclica y  habitual. Los judíos son a la vez la minoría occidental más asimilada y más agradecida, incluso de manera única, a las naciones anfitrionas y a la idea del estado-nación y sus oportunidades. Esto es intolerable para las posiciones de izquierda que rechazan al estado-nación, la identidad nacional y el orgullo nacional. El apego judío a Israel agrava la transgresión contra el posnacionalismo, y esta conexión con un mal único y cósmico ratifica una actitud firme como la del antisemitismo viejo-nuevo.

Los judíos tradicionalmente han celebrado las instituciones de cohesión nacional que incluyen educación superior, partidos políticos y, durante la guerra, el servicio militar. Pero a pesar de la estrecha adhesión de los judíos al consenso liberal en evolución, incluido el internacionalismo, nunca pueden ser lo suficientemente críticos del estado y sus instituciones para el ala izquierda. Pero ahora incluso la cohesión nacional es un anatema, de ahí la repentina pasión por un mundo sin fronteras y las migraciones masivas.

Que los palestinos se adhieran a un nacionalismo aún más pequeño y más parroquial no es un problema ya que la condición de víctima representa una virtud primordial para la izquierda. Pero la "blancura" judía y el "poder" de Israel han borrado la condición de víctima judía y han actuado como signos de facto del mal. Considerar a los palestinos como los "nuevos judíos" también resuelve un problema teológico para las denominaciones protestantes y se vincula fácilmente con el supersesionismo y el antisemitismo cristiano tradicional.

El conspiracionismo con respecto a los judíos está prosperando en Gran Bretaña y está creciendo en los Estados Unidos, con acusaciones de doble lealtad y libelos de sangre. Acusaciones como que Israel es un "estado nazi" que ha "creado el ISIS", tienen la virtud de unir conveniente e inequívocamente al villano del siglo XX con el del XXI, ambos completamente anatematizados. El otro gran villano es Estados Unidos, el Gran Satán tradicional de la izquierda británica (con Israel como el Pequeño Satán). De esta manera, los enemigos pasados ​​y presentes se unifican, con un poder ilimitado, como fuentes del mal que exigen justicia cósmica.

En su mayoría son fórmulas procedentes de la élite, pero su licencia se ha extendido con brotes populares de lo que podría llamarse antisemitismo de clase media, expresado de la manera más vívida por cientos, si no miles, de miembros del Partido Laborista. Una repentina erupción de antisemitismo mayoritariamente tradicional de ámbito popular estaba esperando su momento, con una retórica extrañamente familiar: los judíos como desleales, codiciosos, alienígenas, clanicos, manipuladores y conspiradores. Esto es simplemente el antisemitismo del siglo XIX actualizado, ya no teológico, pero aún no racial.

Pero las actitudes antisemitas también se efractan en otro fenómeno: el desarraigo de una amplia franja de la población británica de su britaneidad. Pocas naciones han repudiado su historia con la velocidad y la ira de Gran Bretaña, y la Gran Bretaña posimperial y poscolonial posee un profundo autodesprecio por su historia y cultura. Pocas culturas son tan explícitas acerca de la culpa y el repudio, aunque en esto bien puede compararse con la extrema izquierda estadounidense, que ve la fundación del país como un pecado original. En ambos casos, estas son fórmulas procedentes de las élites que se han difundido en la clase media a través del sistema educativo y los medios de comunicación.

El odio a sí mismo (indistinguible de las expresiones exageradas de justicia propia y amor propio) también explica parcialmente las actitudes británicas y europeas hacia el Islam. El multiculturalismo oficial de la década de 1980 y posteriores fue diseñado precisamente para debilitar la posición de los europeos "blancos" en sus propios países, tanto demográfica como culturalmente, y todo ello bajo el disfraz de un enriquecimiento progresista y una restitución poscolonial.

Al aceptar a millones de musulmanes, especialmente de las zonas más atrasadas y no asimiladas de Pakistán y África, se eligió el instrumento de la auto mortificación nacional. Se produjo una disolución social en forma de partición étnica, con creación de zonas prohibidas, bandas de violadores, terrorismo y violencia, junto con partidos políticos separatistas. ¿Fue esto consecuencia involuntaria de las ideas biempensantes de unas elites europeas acostumbradas a una toma de decisiones basadas en una "autopromoción moralizadora", o una conspiración deliberada, como sugiere la tesis de 'Eurabia'? ¿O quizás fue una elección inconsciente producto del anhelo de autodestrucción? Quizás fueron las tres.

Los resultados para los judíos de Europa han sido calamitosos pero totalmente previsibles. El antisemitismo ha aumentado considerablemente junto con la violencia antisemita, atribuible mayoritariamente a población de origen inmigrante islamizada. Y hablar honestamente sobre las causas, incluso para describir casos individuales en los que los asesinos de judíos han gritado "Allahu Akbar", se evita para evitar condenas por "Islamofobia". Se ha creado un ecosistema mental cerrado que, por defecto, si no se altera, eliminará a los judíos de Europa. Los partidos políticos, a menudo el baluarte contra la discriminación, ahora están liderando el camino. De hecho, siendo los partidos musulmanes, radicales de izquierda y verdes muy francos en su odio a Israel y a los judíos sionistas, los partidos de la izquierda oficial como el laborismo los han seguido.

Y en todo este proceso, lo principal es explicar (víctimas de discriminación social y económica...) y excusar la implacable violencia musulmana contra la sociedad europea en su conjunto. Los musulmanes en Europa son cada vez más la antítesis de sus judíos: culturalmente exigentes, políticamente activos y propensos a las manifestaciones públicas de dominación, como tomar calles enteras para rezar y actos privados de violencia. Las respuestas gubernamentales a estas acciones han sido notablemente uniformes. Tanto los políticos como los funcionarios de seguridad pública denuncian un "malentendido" con el Islam que se traduce en violencia organizada, atribuyendo habitualmente la violencia individual a "problemas mentales y de adaptación". En Escandinavia, en particular, absolvieron el comportamiento alegando malentendidos culturales, como si la violación y el asesinato fueran conceptos contingentes. El antisemitismo musulmán, sin embargo, es cubierto de manera uniforme, particularmente cuando es el motivo de asesinatos.

Quizás se trata de esfuerzos inconscientes para domesticar al Islam europeo mediante exculpaciones y buscar definir con delicadeza los límites conceptuales y los patrones de comportamiento, pero todo eso apenas oculta el miedo aterrador de los políticos europeos a lo que han forjado. Irónicamente, el esfuerzo mayor busca moldear a los musulmanes europeos en algo que ya existe: tratar de convertirles en una versión de los judíos europeos, que son leales, pasivos y obedientes.

Sin embargo, la tendencia actual es la inversa. Los musulmanes europeos, impregnados de antisemitismo teológico y de conspiracionismo, influyen en las culturas mayoritarias y obtienen aún más licencias para desbloquear y normalizar las tendencias antisemitas. Las crecientes minorías musulmanas también hacen que sea políticamente conveniente que partidos mayoritarios, como el laborismo, abandonen a los judíos a cambio de su incidencia electoral.

La compleja dinámica que acabamos de describir también está ocurriendo en los EEUU. Una sociedad exenta durante mucho tiempo de antisemitismo y de violencia al estilo europeo (y oriental). Pero eso ahora va a cambiar. Que las tradiciones políticas y culturales de autocorrección de los Estados Unidos atenúen esto, está por verse. El socialismo y el odio a sí mismos son ajenos a la mayoría de los estadounidenses no elitistas, y las fuentes locales de antisemitismo no son tan profundas como lo son en Europa. Pero los judíos estadounidenses deberían prepararse para tendencias semejantes que nunca han experimentado desde su llegada a este continente. E Israel también debería prepararse.

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