Saturday, October 06, 2018

Un mapa de ruta intelectual para el centro-izquierda israelí - Abe Silberstein -. Israel Policy Exchange



Un justo, o incluso un simple observador de la política israelí seguramente concluirá que la derecha del país está en ascenso cuando Benjamin Netanyahu se acerca a su décimo año consecutivo en la residencia del primer ministro en la calle Balfour. No solo todas las encuestas y sondeos apuntan a una victoria decisiva del "campo nacional" en las próximas elecciones, sino que la izquierda sionista se ha visto obligada a discutir en los términos de la derecha. Acabar con el dominio israelí sobre el pueblo palestino ya no se presenta como un imperativo moral o en el mejor interés de la paz, sino más bien en el mejor interés de la seguridad de Israel. Los dos principales partidos de la oposición, el centrista Yesh Atid y el tradicionalmente centroizquierdista Partido Laborista, son muy reacios a ser clasificados como izquierdistas o incluso liberales (en el sentido americano de gente próxima a los objetivos de la izquierda).

Este análisis sucinto, familiar para la mayoría de los críticos de Israel en el exterior, es incompleto sin tomar en cuenta la propia ideología y la retórica cambiante de la derecha sionista, sin la cual su dominio político estaría en duda. Si bien un profundo escepticismo sobre las intenciones árabes y palestinas ha penetrado en el pensamiento habitual de la derecha en Israel desde el establecimiento del estado, sus líderes contemporáneos han abandonado el liberalismo político de los fundadores del movimiento Ze'ev Jabotinsky y Menachem Begin, a favor de una reacción populista frente al proteccionismo liberal de las minorías y los disidentes.

En los últimos años, la corriente dominante de la derecha ha adoptado diversas propuestas que han reducido los derechos de los israelíes que critican las políticas del gobierno, desde la Ley de ONG's hasta el proyecto de ley de "Lealtad en la cultura" recientemente reintroducido. Además, los partidos de derecha se han dirigido hacia la Corte Suprema como una usurpadora de la voluntad del pueblo. Moti Yogev, miembro del parlamento del partido Hogar Judío, llegó a sugerir que la Corte debería ser "arrasada". Mientras que algunos políticos israelíes de la derecha adoptan un enfoque más pragmático y gradual para desarmar las tendencias relativamente liberales y próximas hacia posiciones de la izquierda de la Corte, hoy existe un acuerdo general en la derecha de que los jueces no electos de la Corte han inclinado demasiado la balanza a favor de las libertades civiles y los derechos humanos sobre los "derechos nacionales".  Se han hecho afirmaciones similares en Polonia, donde el partido gobernante de extrema derecha Ley y Justicia purgó recientemente a un tercio de los jueces de la Corte Suprema.

Jabotinsky, que promovió una concepción igualitaria de la ciudadanía en la que "si uno es judío, árabe, armenio o alemán no tiene nada que ver con la ley", no tendría un hogar en el Likud de hoy [N.P.: la típica visión desde la izquierda de un recuperado Jabotinsky, al que anteriormente despreciaban, solamente para atacar a la derecha], a pesar de su firme compromiso con un "Gran Israel" que habría abarcado cada centímetro de Cisjordania y Gaza. Esto se debe en parte a que la derecha ya no busca el control total de todos los territorios. Veinticinco años después de que los Acuerdos de Oslo crearan la Autoridad Palestina, hay poco interés en enviar a adolescentes israelíes a realizar tareas diarias de policía en Ramallah, Jericó y Nablus, y mucho menos incluir a los residentes de esas ciudades en el sistema de gobierno israelí. Incluso Naftali Bennett, el líder de Hogar Judío, el partido históricamente asociado con los colonos nacional-religiosos, no quiere que Israel asuma el control de las áreas actualmente gobernadas por la Autoridad Palestina.

Es este confuso universo ideológico al que Micah Goodman, un filósofo estadounidense-israelí y miembro principal del Shalom Hartman Institute, intenta darle sentido en su libro Catch-67 (2017), publicada en inglés el mes pasado por Yale University Press. El libro fue criticado principalmente por el centro-izquierda (particularmente por el ex primer ministro Ehud Barak) por crear una "simetría" entre las calamidades predichas por la derecha y la izquierda . Estoy de acuerdo en que Goodman está demasiado ansioso por aceptar las aseveraciones de la derecha al pie de la letra. Sin embargo, Catch-67 es una hoja de ruta útil y erudita para ubicar la posición del centro israelí en la solución de dos estados.

La tesis aparentemente divertida de Goodman es que tanto los partidarios como los oponentes de la ocupación de Israel tienen razón, y por lo tanto ambos están equivocados. La ocupación no es un problema en busca de una solución o una injusticia que necesita una corrección, sino una "trampa" de la que "escapar". En opinión de Goodman, Israel no puede simplemente retirarse de los territorios ocupados porque pondría al país en peligro existencial; del mismo modo, Israel no puede permanecer en los territorios sin arriesgar su mayoría judía, una amenaza existencial a una visión democrática del sionismo.

Para reforzar su argumento, Goodman proporciona un relato conciso de la evolución del sionismo y del pensamiento político israelí, y afirma que tanto los ideales de la derecha como los de la izquierda han fracasado frente a las realidades del Oriente Medio. Para la derecha, la Primera Intifada destrozó el sueño de Jabotinsky de un Gran Israel unido en el que judíos y árabes vivirían en un solo estado judío en toda la Tierra de Israel; para la izquierda, fue la Segunda Intifada, mucho más violenta y que siguió a los fallidos esfuerzos de negociación en Camp David, la que desacreditó su visión de un "Nuevo Oriente Medio" con la paz israelo-palestina en su centro.

Goodman no cree que haya una solución al conflicto como resultado de lo que él considera la existencia de unas fuerzas indomables: la falta de voluntad de los judíos para confiar en otros su seguridad y la falta de voluntad palestina de ceder a la reclamación de un estado judío desde 1948. Si el libro tiene un severo punto débil, es la comparación digresiva de Goodman entre la Halajá, que él cree que es compatible con la entrega de tierras judías para la paz, y la ley islámica, que él cree que prohíbe ceder tierras musulmanas a no musulmanes en casi todos los casos. El análisis, que no tiene en cuenta el legado no insignificante de la política secular palestina, es una monstruosidad invasiva en lo que es, por otro lado, un libro conciso e inteligente.

En respuesta al abrupto respaldo del presidente Trump a la solución de dos estados de esta semana, Netanyahu reiteró su apoyo a lo que se llama un "estado menor" para los palestinos, en el que Israel controlaría la seguridad "al oeste de Jordania". Si bien es inconcebible que los palestinos aceptarían un "estado" en el que un ejército extranjero o una oficina de policía tengan jurisdicción o libertad de movimiento, también es inconcebible que Israel acepte las supuestas garantías palestinas de evitar que su territorio se convierta en una plataforma de lanzamiento para atacar a Israel.

Goodman aclara dos propuestas para escapar del Catch-67. En su primer plan, que se parece mucho a la solución de dos estados, Goodman sugiere una versión actualizada de lo que el entonces ministro de defensa Yigal Allon propuso después de la Guerra de los Seis Días, donde Israel "renunciaría a las áreas pobladas [de Cisjordania] mientras conserva el control de las áreas que necesita para su propia defensa, pero especialmente el Valle del Jordán". "Bajo el Plan Allon", escribe Goodman, "Israel ya no se extendería desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán, pero su frontera de seguridad seguiría siendo el río Jordán". Goodman enfatiza que esto es factible porque no requeriría que los palestinos aceptaran todas las reclamaciones Representaría un alto el fuego a largo plazo a cambio de "un estado soberano con contigüidad territorial".

En otras palabras, el plan de escape de Goodman implica romper un poderoso hechizo: separar el futuro de los territorios del futuro del conflicto, una divergencia significativa sobre el precedente del proceso de paz. Si hay una idea radical que podría destronar al sagrado y empeorado statu quo de Netanyahu, sería este. Mientras que Goodman mantiene una postura centrista, el grado de aceptación de la derecha de éste pensamiento pragmático ha disminuido fuertemente desde el trauma interno de la desconexión de Gaza.

Micah Goodman ha escrito un plan convincente para que el centro-izquierda busque activamente una salida para Israel, y Avi Gabbay, Tzipi Livni y Yair Lapid harían bien en inspirarse en él.

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