Saturday, October 12, 2013

El funeral del rabino Ovadia Yosef y los medios de comunicación seculares - Mazal Mualem - Al Monitor





El enorme funeral del rabino Ovadia Yosef fue, bajo muchos aspectos pero sobre todo en la forma en que se reflejó en los medios de comunicación seculares, la imagen especular de la masiva protesta social que estalló en el verano de 2011.

A primera vista, la comparación de estos dos acontecimientos parece infundada. Pero cuando se intenta interpretar el poder demostrado en el mayor funeral en la historia del Estado de Israel, se entiende que lo que sucedió allí supera con creces el profundo duelo desatado por un importante estudioso de la Torah. Fue también una manifestación de poder de la población Mizrahi, para la cual el Partido Shas fue su hogar y su sostén.

Aunque los colonos y los ultraortodoxos asquenazíes también estuvieron presentes en el funeral de Yosef, fue, ante todo, un momento decisivo en la historia de la identidad israelí Mizrahi, inclusive para los Mizrahim seculares.

La protesta del verano de 2011 fue esencialmente una rebelión de la “tribu blanca” (la procedente de las élites asquenazíes). No fue una coincidencia que tras ella se coronaran el líder del Yesh Atid, Yair Lapid, y del HaBait Hayehudi, Naftali Bennett, como sus líderes naturales y ambos ganaran un lugar en el consenso de los medios del establishment. Por otro lado, las protestas sociales de los Mizrahim, inspiradas y aprovechadas por el Shas, siempre han sido vistas por esos mismos medios de comunicación como expresiones quejumbrosas y ridículas, en suma, una protesta de segunda fila. Así también fue siempre visto Ovadia Yosef, alguien con poca visión del futuro, por los hegemónicos medios de comunicación seculares y de la izquierda, ambos mayoritariamente asquenazíes, y que han fracasado durante mucho tiempo a la hora comprender la influencia de Yosef dentro de la opinión pública Mizrahi.

Esta no es la primera vez que los medios de comunicación israelíes han sufrido de ceguera ante el color oriental, y probablemente no será la última. Fue el caso de esa dramática noche de noviembre de 2005, cuando Amir Peretz (líder laborista y sindical de origen sefardí) derrotó a Shimon Peres en las elecciones a la presidencia del Partido Laborista, en contra de todas las predicciones de los analistas y de los encuestadores que fueron víctimas de sus propias fijaciones.

La protesta Rothschild (el nombre del bulevar del centro Tel-Aviv por donde transcurrió) desde sus primeros momentos fue una criatura especialmente querida por los medios del establishment, acicalada y cubierta de simpatía por parte de una prensa que se veía reflejada en sus participantes, como si fueran unas parientes.

Hay pues una buena razón para que en ocasiones se hayan escuchado duras, pero justas acusaciones, por parte de otros participantes que también levantaron tiendas de protesta de manera simultánea pero esta vez en la periferia y en las ciudades de desarrollo. Ellos eran Mizrahim con una elevada conciencia social, pero se sintieron excluidos y fuera del círculo de popularidad del bulevar Rothschild al resultar menos atractivos y aceptables a los ojos de unos medios de comunicación que solo tenían ojos para manifestantes como Daphni Leef y sus amigos.

De acuerdo con estas reglas no escritas, las décadas de actividad de Yosef - primero como una figura religiosa y luego como líder de un movimiento político-social que fue esencialmente moderado en los asuntos de la diplomacia - fueron mancilladas demasiadas veces. De manera consciente ese activismo social fue eclipsado por titulares y artículos de opinión que solo se ocupaban de criticar sus declaraciones anti-liberales, racistas e insultantes. Los que únicamente se dedicaban a criticar a Yosef por sus desafortunadas palabras y maldiciones se sentían perfectamente a gusto en ese papel. Pero dichos medios se perdieron por completo que esas y otras declaraciones no caían en el vacío. Fueron realizadas en una sociedad en la que el racismo hacia los Mizrahim ha sido y sigue siendo una parte indeleble.

Los fieles seguidores de Yosef nunca se sintieron demasiado entusiastas ante cualquiera de esas maldiciones, pero aún así se sentían orgullosos de la autoconfianza de su rabino que se atrevía a criticar a la élite política asquenazí. Algunas de estas personas nunca votaron a favor del Shas, pero en el fondo de sus corazones le dieron las gracias por demostrar su asertividad hacia los Mizrahim, o en un lenguaje más duro, por importarle un comino poner de vuelta y media a los primeros ministros asquenazíes, los cuales se limitaban a aceptar sus insultos y luego peregrinar hacia él.

Los medios de comunicación seculares asquenazíes nunca lograron entender la complejidad de Yosef, quien, por un lado, era un prodigio de la Torah y un poderoso líder político que llevó a cabo una visión moderada, y que por otro lado era un hombre que llevaba un atuendo ridículo y que se burlaba de los ex ministros Yossi Sarid y Shulamit Aloni.

Estos mismos medios de comunicación revelaron la magnitud de su hipocresía cuando ese mismo rabino abrazó y facilitó las políticas que ellos defendían. Ocurrió así, por ejemplo, cuando su influencia política hizo posible la autorización del Acuerdo de Oslo por el gobierno, y también sucedió lo mismo cuando facilitó la selección de Shimon Peres para la presidencia en 2007, salvándole de una segunda derrota en su candidatura, o cuando apoyó la liberación de soldado israelí secuestrado Gilad Shalit en 2011.

Pero cuando sus declaraciones cruzaron la línea de lo respetable o bien mostraban su apoyo a la derecha política, una vez más el rabino Ovadia Yosef se convirtió en un extorsionista, un matón y en el líder de una mafia.

Así resultó fácil para la entonces líder del Partido Kadima, Tzipi Livni, el nuevo héroe de la “tribu blanca” en 2009, convencer a esos mismos medios de comunicación que no logró formar una coalición gubernamental por una sola razón: por resistir y hacer frente a la presión del Shas que exigía, a cambio de su voto, que se restauraran los subsidios infantiles. Livni ni siquiera tuvo que probar sus afirmaciones, ya que estaba muy claro para esos medios de comunicación quienes eran los chicos buenos y los chicos malos, quien era el chantajista y quien se negó a ser chantajeado.

Era posible, por supuesto, ver lo sucedido desde un ángulo diferente. El Shas, que nunca aparentó ser un partido laico, identificó una oportunidad para cancelar los recortes en los subsidios infantiles y trabajó para conseguirlo. En este sentido, no había diferencia entre su política y la del lobby agrícola, por ejemplo, que trabajó en el pasado y trabaja en el presente para asegurar sus propios intereses a través de sus brazos políticos. Ovadia Yosef creó precisamente al Shas para estos fines, y utilizó todo lo que le permitía su poder político para alcanzarlos.

La demostración de poder que logró después de su muerte, impresionante y conmovedora como resultó, nos seguirá enseñando. Pero no será suficiente como para evitar que la próxima vez los medios de comunicación israelíes vuelvan a recaer en su ceguera hacia quienes son diferentes a ellos. Cualquier cosa que no suceda dentro del paradigma asquenazí existente, sea en el ámbito de sus élites, de la derecha o de la izquierda, simplemente no existe.

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