Sunday, February 17, 2008

No necesitamos a otro mesías - Uzi Silber - Haaretz


Firma de Schlomo Molkho


Shabbtai Tzvi


Jacob Frank


Menachem Mendel Schneerson

El 2 de febrero de 1524, un pequeño y misterioso hombre llamado David Reubeni llegó a Venecia. Allí comunicó a sus anfitriones que era el hermano de un cierto Joseph, rey de la tribu perdida de Reuben, que residía a lo largo del fabuloso río Sambatyon, en Arabia. Llegaba con la misión de obtener la ayuda de los reyes europeos para arrancar la tierra de Israel a los musulmanes otomanos.

Los judíos de Venecia, entusiasmados, le proporcionaron los medios para proseguir su viaje, en el curso del cual logró encontrar al Papa Clemente VII, a los reyes de España y Portugal y al Santo Emperador Romano.

Las proezas de Reubeni finalmente tomaron un aire mesiánico, estimulando un entusiasmo considerable dentro del mundo judío. Inspirado por él, un joven y noble marrano volvería a su religión ancestral, se circuncidaría, y asumiría el nombre de Shlomo Molkho, declarándose finalmente Mesías por propio derecho.

Molkho y Reubeni forjarían una complicada relación trans-mediterránea hasta que finalmente los encantadores potentados europeos dieron la vuelta a la situación. Al final, Molkho fue quemado en la hoguera por la Inquisición, mientras que Reubeni murió en prisión. Muchos de sus admiradores judíos sufrieron destinos similares.

Estos dos personajes singulares formaron parte de una ignominiosa procesión de dos docenas de aspirantes a mesías judíos que se extendieron a lo largo de 20 siglos.

La noción de Mesías, que significa el "ungido", se aplicaba inicial y estrictamente a sacerdotes y reyes. Después de la destrucción del reino de Israel en el 722 a.C., la definición de Mesías fue ampliada por Isaiah para pasar a significar "el salvador", y fue desarrollada posteriormente, tras la destrucción del Primer Templo en el 586 a.C., por el segundo Isaiah y por Jeremiah, llegando a significar una especie de superhéroe que nos conduciría a una era utópica centrada en un Templo reconstruido. Sentado a orillas de los ríos de Babilonia, Ezekiel nos describe un aterrador y pre-mesiánico "Fin de los Tiempos" y la resurrección de los muertos.

Las primeras atribuciones al título mesiánico llegaron a incluir a Ciro, rey de Persia (por lo visto no es obligatorio ser judío para ejercer de Mesías), Zerubabel, el gobernador judío de Judea, y los Macabeos.

Con la llegada del primer siglo de la era común, la creencia en el Mesías se había convertido en un pilar fundamental de la fe judía, a pesar de que ninguna mención a un Mesías como salvador se puede hallar dentro la Torah.

Durante los 2.000 años siguientes, el gran incremento de la expectativa mesiánica se relacionó directamente con el nivel de desgracias que tuvo que soportar el pueblo judío. La opresión romana, las cruzadas, las inquisiciones, las guerras religiosas, los cosacos, los pogromos, y hasta el Holocausto, dieron lugar inevitablemente a la aparición de alguna figura mística y carismática que se encubrió con la capa del Mesías, ofreciendo un consuelo evasivo a una comunidad judía destrozada. Muchos dejaron un rastro de calamidades que a veces duraron siglos.

La lista es tristemente larga; entre sus manifestaciones durante el primer siglo se contabilizan al muy olvidado Simón, Athronges, Judas el Galileo, Theudas, y Menahem Ben Judah. Aún así, uno de sus contemporáneos, Jesús, dejaría un rastro que atormentaría a su propia gente durante muchos de los siglos siguientes.

En el siglo segundo, algunas décadas después de la destrucción del Segundo Templo por parte de los romanos, el rabino Akiva declararía Mesías a Bar Kokhba. Uno de los resultados particularmente proféticos de su desastrosa rebelión contra Roma sería el cambio de nombre de Judea por el de Palestina, una pesadilla que aún padecemos hasta este misma día.

Con las Cruzadas, desatándose un milenio más tarde, David Alroy se declararía Mesías, e impulsaría a los judíos a rebelarse contra el Sultán musulmán, con la promesa de una regreso triunfante a Jerusalén donde reinaría como rey. Los miles de judíos que siguieron a Alroy fallecerían como él a manos de los musulmanes.

La sangrienta Inquisición, tres siglos más tarde, espoleó la aparición de visionarios cabalísticos y de mesías. En uno de los casos, una muchacha marrana de 15 años, que aseguraba poseer visiones mesiánicas, indujo a la rebelión a otros marranos sólo para conseguir que junto a ella acabaran en la hoguera.

El camino estaba preparado para Shabbtai Tzvi, quién se proclamó Mesías en 1648. En un ataque de histeria internacional, muchos miles de confusos judíos, así como gentiles obsesionados con el Fin de los Tiempos, recurrieron a largos e incesantes ayunos, a laceraciones y azotamientos, y llegado el invierno y la nieve, a sumergirse en mares helados.

Las multitudes procedieron a vender sus negocios, en previsión de un inminente regreso a Sion. Aquellos que dudaron y cuestionaron las señales fueron atacados por la muchedumbre. Muchos judíos dejaron de guardar las leyes judías, esperando que en poco tiempo la necesidad de su cumplimiento sería superada.

Pero cuando más tarde Shabbtai Tzvi fue encarcelado en Turquía y se convirtió bajo presión al Islam, la masiva locura mesiánica se convirtió en un irrefrenable sentimiento de vergüenza. Unos asumieron que su apostasía fue una especie de broma mesiánica, y otros muchos miles continuaron creyendo en él, durante más de tres siglos tras su muerte, convirtiéndose, como su Mesías, al Islam.

Shabbtai Tzvi tuvo como sucesor, un siglo más tarde, a Jacob Frank, un galitziano al que podría definirse como un mesiánico por antonomasia. Frank enseñaba que todos los mesías anteriores habían sido verdaderos: Jesús, Mohammed, e inclusive Shabbtai Tzvi, quién poseyó un alma mesiánica que ahora había transmigrado al propio Frank. Finalmente, Frank se deslizó hacia el catolicismo, llevándose con él a miles de sus seguidores judíos.

Y ahora tenemos el desafortunado espectáculo de los discípulos de Menachem Mendel Schneerson. Considerando nuestra terrible experiencia nacional con el mesianismo, es desconcertante que algún sabio no haya considerado durante tantos años la posibilidad de suspender la idea mesiánica, sobre todo a la vista de las semejanzas de las expectativas mesiánicas judías y cristianas.

¿Pero podría darse el caso de que el Mesías hubiera llegado ya ante nuestras narices? Un Mesías verdadero debería ser juzgado por sus logros. Si así fuera, nuestra corta lista de candidatos incluiría a Herzl y a Ben Gurion, dos judíos no religiosos. Ellos posibilitaron la existencia de un tercera comunidad judía, un asombroso logro nunca alcanzado por cualquier otro aspirante a Mesías.

Algunos podrán sostener, con cierto grado de justificación, que la idea mesiánica ha sostenido al pueblo judío durante su larga estancia en la Diáspora. De todos modos, las tragedias desencadenadas por el mesianismo sobre nuestros antepasados han sido demasiado dolorosas de soportar, y en cualquier caso, ahora mismo, la vida en la Diáspora puede finalizar con un vuelo de varias horas de duración.

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