Sunday, July 27, 2008

El antisemitismo y el "zeitgeist" - Petra Marquardt-Bigman - JPost BlogCentral

(zeitgeist: "espíritu del tiempo"; clima intelectual y cultural de una época)

Cuando un representante de Hamas dijo en abril que su grupo esperaba que Barack Obama ganaría las elecciones presidenciales norteamericanas, sin duda contribuyó considerablemente a la imagen de un Obama como militante musulmán que recientemente fue satirizada en la portada del New Yorker, y que levantó una gran polémica. Aunque Hamas haya cambiado bastante de opinión acerca de Obama, resulta que el grupo todavía hace declaraciones que pueden inspirar a los caricaturistas: por ejemplo, la reciente afirmación de un portavoz de Hamas de que "Obama quiere ir a la Casa Blanca a través de Tel Aviv", ha inspirado a una serie de caricaturistas como pone de manifiesto una muestra de caricaturas publicadas en los medios de comunicación árabes y compiladas por la Liga Antidifamación (ADL).

La ADL ha protestado contra el "directo, o muy cercano, antisemitismo" presente en esas caricaturas que retratan "la presunción de que los candidatos presidenciales de los EE.UU. son lacayos de los judíos y de Israel". Evidentemente, no sólo es Hamas a quien le gusta pensar en un "poder judío" que controla el mundo. Pero si bien exagerar el poder de los judíos es considerado como un barómetro de antisemitismo, la controversia desencadenada por la publicación del libro de Mearsheimer y Walt, "El Lobby Israel", ha puesto de manifiesto lo difícil que es diagnosticar cuando un debate político legítimo se adentra en territorios antisemitas.

En una excelente revisión de "El lobby Israel", Walter Russell Mead argumentó que es "un libro que a los antisemitas les encantará, pero que no es necesariamente un libro antisemita". Mead reconoce que Mearsheimer y Walt "hacen lo que los antisemitas siempre han hecho: exagerar el poder de los judíos [...] La imagen que ellos dibujan apela a algunos de los peores estereotipos antisemitas. El "pulpo o hidra" sionista que evocan, desde la guerra de Irak, la manipulación de los EEUU, tanto de los partidos políticos como de los medios de comunicación, y el castigo ejercido sobre la valiente minoría de profesores y políticos que se atreven a decir la verdad, es deprimentemente familiar". Sin embargo, según la evaluación de Mead, estos estereotipos antisemitas no son invocadas intencionalmente, sino que son resultado de unos datos y un análisis viciado y sesgado: "Mearsheimer y Walt se han equivocado honestamente en su entendimiento de la relación entre la actividad política de los pro-Israel, la política de EEUU y sus intereses estratégicos. No es ningún delito estar equivocado, y estar equivocado acerca de los judíos no convierte necesariamente a nadie en un antisemita".

Como he afirmado en otra ocasión, si se acepta la defensa de Mearsheimer y Walt por parte de Mead contra las acusaciones de antisemitismo, uno tendría que concluir que existe algo parecido a un antisemitismo "aceptable" que puede ser excusado como no intencional, que sería producto de un análisis defectuoso, que daría lugar a un razonamiento "honestamente" equivocado y que sólo conllevaría, nada más, que estar "equivocado acerca de los judíos". Si bien hay que reconocer que Mead acierta cuando reflexiona que, si bien es posible equivocarse "acerca de los judíos", los judíos, históricamente, siempre han pagado un enorme precio por estas equivocaciones de los demás.

La cuestión de cuando las acusaciones de antisemitismo son "justificadas" también se aborda en un ensayo publicado recientemente por Anthony Julius, y que está trabajando en un libro sobre el antisemitismo inglés. Julius argumenta que ya que el "antisionismo antisemita forma parte del "zeitgeist", es razonable suponer que muchas de las personas que recurren a sus tropos (lenguaje y expresiones) lo hagan sin reflexión. Si ellos están abiertos a corregirse cuando su lenguaje y razonamientos se desvían hacia allí, no son antisemitas. Antisemitas serían los empecinados en su odio hacia los judíos".

Otra reflexión sobre el mismo tema fue ofrecida recientemente por el periodista y satírico alemán, Henryk Broder, quien habló el mes pasado en una audiencia pública sobre el antisemitismo en el parlamento alemán. Broder sostuvo que el antisemitismo popular entre los neo-nazis es "feo, pero políticamente irrelevante", en lugar de ello, advirtió, que hay un "nuevo fenómeno: un antisemitismo sin antisemitas":

"El moderno antisemita no cree en los Protocolos de los Sabios de Sión. Pero en su lugar fantasea sobre un «lobby Israel" que se supone que controla la política exterior estadounidense y la maneja como el collar de un perro. [...] El moderno antisemita considera como ordinario al viejo antisemitismo vergonzoso. Sin embargo, con él no hay problemas, ya que adoptando el antisionismo, está agradecido por la oportunidad de expresar su resentimiento en una forma políticamente correcta. El antisionismo es una especie de resentimiento al igual que lo es el clásico antisemitismo. El antisionista tiene la misma actitud hacia Israel que el antisemita hacia los judíos. A él no le molesta lo que Israel haga o deje de hacer, sino el hecho de que Israel exista".

El hecho de que Israel exista, por no hablar del hecho de que tenga derecho a existir como un estado judío, es algo que todavía no está verdaderamente aceptado en el Oriente Medio, y el hecho de que esa falta de aceptación a veces también se produzca en Occidente demuestra sin duda que Anthony Julius acierta cuando habla de una "zeitgeist" que alienta una fusión del antisemitismo y del antisionismo. Sin embargo, la pregunta que aún está ahí es el motivo por el cual el antisionismo debe ser considerado como algo de alguna manera más respetable que el antisemitismo: después de todo, el antisionismo distingue a "los judíos como a un pueblo que no se les debería permitir la autodeterminación".

El argumento estándar de que la autodeterminación de los judíos, tal como fue expresada por el sionismo, vino a expensas de otro pueblo, los palestinos, carece de sustancia, porque la palestinos podrían haber establecido un estado propio en el mismo momento en que los sionistas proclamaron su propio estado. El sentimiento de simpatía y de solidaridad con las razones por las cuales los palestinos decidieron no aprovechar esa oportunidad es una cosa, pero la utilización de dicha simpatía para socavar o negar el derecho de Israel a existir es otra muy distinta.

Barack Obama ha dejado perfectamente claro que uno puede aceptar la idea de un estado judío como una ida fundamentalmente justa, incluso si uno no está de acuerdo con cada una de las acciones del estado de Israel, según dijo en una interesante entrevista con Jeffrey Goldberg en mayo:

"Se trata de un gobierno como otros y tiene dirigentes políticos, y como hombre político que también soy, soy profundamente consciente de que todos somos criaturas imperfectas y que no siempre actuamos buscando la justicia superior en nuestras mentes. Pero la premisa fundamental de Israel y la necesidad de preservar un estado judío en seguridad es, en mi opinión, una solución justa y una idea que debe ser apoyada aquí, en los Estados Unidos, y en todo el mundo".

Es una reflexión bastante reveladora decir que en el "zeitgeist", después de las opiniones de Obama sobre Israel, ha disminuido el entusiasmo que por él sentía, no sólo en el mundo árabe, sino incluso en algunos círculos en Europa.

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1 Comments:

Blogger Neguev and me said...

'unshakable commitment' to Israel
Y su seguridad


le tenía que pasar factura a Obama

Y ya se sabe que una manera de que ganen los contrarios, es que los propios se desanimen.
En cuanto a M&W, y su lobito feroz, recuerdo esto-

El lobby feroz
Por Rafael L. Bardají
Reseñas nº 105 | 26 de Noviembre de 2007

(Del libro El Lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, de John Mearsheimer y Stephen Walt. Taurus, Madrid, 2007. Publicado en Suplemento Libros de Libertad Digital, 22 de noviembre de 2007)
Cuando no se puede explicar un fenómeno político, en lugar de reconocer la complejidad de los hechos y las limitaciones intelectuales propias se suele recurrir a la siempre útil teoría conspirativa, donde nada es lo que parece y siempre hay villanos de ocultas y globales ambiciones tramando complots. Y, además, muy frecuentemente se busca un chivo expiatorio de todos los males. Para muchos, y por demasiados años, las conspiraciones y las culpas han sido cosa del pueblo judío. De los judíos, para ser más exactos.

En El lobby israelí, John Mearsheimer y Stephen Walt, dos profesores bien conocidos en el mundillo académico anglosajón, no hacen más que remozar con retazos de actualidad el mito del inmenso, y por supuesto opaco, poder de los judíos en el mundo. Empezando por la política exterior de los Estados Unidos.

Mearsheimer y Walt han escrito un mal libro sobre un tema importante que requiere ser abordado con mucha más profundidad y honestidad. Tal vez lo único bueno de esta obra sea la aparente evolución de sus autores, hasta ahora adalides de la escuela neorrealista y, por tanto, absolutamente despreocupados de las dinámicas internas de la naciones, de sus culturas políticas y de los mecanismos que emplean a la hora de tomar decisiones estratégicas. Para ellos, lo único relevante a la hora de entender y explicar el mundo era la distribución de poder entre las naciones y las relaciones que, en consecuencia, se establecían entre ellas.

Ahora, en cambio, y tal vez porque su universo intelectual no podía dar explicación a cosas tan centrales como la caída de la URSS, o que Alemania no se haya convertido en el IV Reich (eso venía voceando Mearsheimer a principios de los 90), dejan de lado la columna vertebral de su escuela de pensamiento y caen de lleno en factores puramente domésticos para explicar la formulación de toda la política y la acción exterior de los Estados Unidos. Y lo hacen con una argumentación monotemática e inexorablemente simplista.

Las tesis del libro son bien sencillas; a saber: que existe en América un potentísimo lobby judío (en su primer ensayo ponían "Lobby", con la inicial en mayúscula) que, con sus artimañazas, mantiene secuestrados a los legisladores y al Ejecutivo norteamericanos en beneficio directo del Estado de Israel; y, en segundo lugar, que la alianza entre EEUU e Israel, supuestamente nacida de la acción del lobby judío en Washington, es una grave carga y un riesgo estratégico para América.

Hay que decir que esta obra, de forma y tono académicos, es engañosa: en realidad, es casi una teología. No hay demostraciones, sino axiomas y actos de fe en lo que tautológicamente queda registrado en sus páginas. Así, por ejemplo, se dicen como si nada cosas como ésta: "La verdadera razón por la que los políticos americanos son tan sensibles a los intereses de Israel es la fuerza del lobby judío". O se toma o se deja: no hay explicaciones ni, lo que es peor, justificaciones. Las seiscientas páginas que conforman este volumen no son sino una sucesión de frases de la misma naturaleza.

Es más, los ejemplos clave que eligen voluntariamente los autores para exponer el alcance de la influencia del lobby judío sobre los líderes americanos no sólo están pésimamente escogidos, sino que hacen de sus argumentos un ejercicio patético. Tres son los casos que, según Mearsheimer y Walt, vienen a probar la existencia e importancia del lobby judío: el del odio de Ben Laden a América, el de la guerra de 2003 para derrocar a Sadam Husein y el que podría desembocar en un hipotético ataque sobre Irán.

En realidad, los tres juegan a la contra de las tesis de Mearsheimer y Walt, y demuestran la falacia de sus argumentos. Para empezar, si bien es cierto que Ben Laden se ha referido en diversas ocasiones al sufrimiento del pueblo palestino y a Israel, han sido menciones más que tardías, y siempre marginales a sus ideas-fuerza. En contra de Mearsheimer y Walt están las interpretaciones del mundo de Ben Laden tanto del equipo de Clinton como de numerosos expertos en antiterrorismo nada sospechosos de estar trabajando para George W. Bush: ni los objetivos ni la retórica de Al Qaeda se verían afectados por que Israel fuera sacado de la ecuación del Oriente Medio.

Israel ocupa su sitio en la cosmología de Ben Laden, pero cuando se releen sus textos salta a la vista que hay muchos otros elementos más centrales, empezando por el papel de la mujer, los homosexuales o el capitalismo en nuestras sociedades. Si Israel lo fuera todo, como argumentan los autores de El lobby judío, países como España estarían libres de sus amenazas. Y no lo están. No lo estamos.

El segundo ejemplo es aún más claro: Mearsheimer y Walt afirman categóricamente que Estados Unidos invadió Irak en 2003 para servir a los intereses israelíes en la zona. Ahí coinciden con lo que piensan muchos árabes. Pero están equivocados. Si hubo en su día un país que se opuso a la intervención militar, ése fue Israel, que prefería el statu quo a un posible caos provocado por la guerra y a los efectos posteriores que acarrearía la misma. Es más, si ha habido gentes críticas con los planes democratizadores de Bush para el Gran Oriente Medio han sido los dirigentes israelíes, de uno y otro color. Y si no, que pregunten en Jerusalén sobre las elecciones en los territorios palestinos o sobre la inminente conferencia de Annapolis: entonces comprenderán el grado de divergencia que hay en estos puntos entre Washington y Tel Aviv.

Sobre Irán, poco hay que discutir, porque aquí no se aborda el problema más que desde una explicación conspirativa y, por mucho que se argumente en contrario, a los autores siempre les quedará el recurso al ocultismo, la desinformación y el engaño. Pero ésa es una táctica poco analítica, que no cuadra con un supuesto ensayo académico: poco se puede hacer cuando el lector debe creer que la Administración americana ya está preparando un ataque contra Teherán porque los israelíes se lo han pedido.

Lo más gracioso de todo es que Mearsheimer y Walt acaban por reconocer que su utilización del término lobby no se ajusta a la realidad de los judíos americanos y de sus actividades en la esfera pública. Para ellos no es necesario que exista una organización coherente, con unos fines claros y concretos: basta con ser judío para formar parte de ese lobby feroz, aunque amorfo e intangible.

¿Alguien en su sano juicio puede meter en el mismo saco a Richard Perle y a Noam Chomsky? Los judíos, como cualesquiera otras personas, tienen todo el derecho a expresar sus opiniones y a defender sus intereses, seas éstos cuales sean. ¿No lo hacen los pensionistas o los conductores de autobús? Pero, a poco que se conozca al pueblo judío, dentro y fuera de Israel, la idea de un bloque política o ideológicamente compacto es requeterrisible. Opiniones y acciones, haberlas haylas, pero para todos los gustos.

Mearsheimer y Walt hacen una defensa preventiva de su obra: dicen que el lobby judío hará todo cuanto esté en su poder para desprestigiarlos. Y ahí también se equivocan. Es su obra, mal argumentada, falaz, superficial y llena de errores, lo que los desprestigia. Y es una lástima. Cuando yo leía con fruición a Mearsheimer, allá por la mitad de los años 80, merecía la pena. Sus ideas siempre estaban a la vanguardia del análisis estratégico. Pero ésta no es una obra de dos buenos pensadores, sino de dos principiantes ideologizados. No se gasten los 22 euros que piden por ella.

12:05 PM  

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