Thursday, November 27, 2008

Cristianos en Tierra Santa - André Dufour - LibertyVox



Es primeramente con pinzas como he abierto este libro editado por Albin Michel. Primeramente a causa del título. Desconfío de esos que, no osando clamar la ilegitimidad de Israel, lo que sin embargo les valdría los favores del clan del lobby pro-palestino, pero temiendo ser rechazados por el campo israelí si llaman a ese país “Palestina”, recurren a la vieja denominación “Tierra Santa”. Y después estaba la aurora: la periodista Catherine Dupeyron, presentada como antigua colaboradora de Le Monde.

De hecho, esperaba leer uno de esos numerosos libros subrepticiamente anti-israelíes de esos periodistas contaminados por su colaboración con Le Monde, por no mencionar Le Monde Diplomatique, y que son su especialidad. Tengo que admitir que al menos, en lo que respecta a Catherine Dupeyron, yo estaba equivocado y he disfrutado con su lectura. Así pues, nosotros también deberíamos desconfiar de nuestros propios prejuicios y generalizaciones.

Se cree conocer ya todo sobre Israel o Palestina, tierra minúscula y dividida que tiene el "privilegio" de batir al menos dos récords mundiales: la depresión del Mar Muerto, con cerca de 400 metros por debajo del nivel del mar, y la mayor densidad por metro cuadrado de periodistas, reporteros, moralistas, corresponsales, escrutadores y otros denunciantes venidos de todo el mundo, cada uno más experto y competente que los demás. Antes de dar un paso por ese país, asegúrense de que no camina sobre un periodista. La más mínima pulgada de terreno es milimetrada, escaneada, disecada. Un incidente, aunque sea el más anodino, es inmediatamente, si no antes de su aparición, relatado, amplificado, interpretado, deconstruído, reconstituido hasta el punto de que uno se pregunte por qué judíos y árabes aún necesitan de sus propios periodistas.

Ahora bien, pesar de esta sobrecarga de información que se transforma en desinformación, se olvida que en este Oriente ya de por sí complicado, existe, además de judíos y musulmanes, un tercer componente que se tiene la tendencia de olvidar, excepto cuando es tomado como rehén por la "causa palestina". Se trata de los cristianos, ciertamente minoritarios (1,4% de la población bajo la Autoridad Palestina, el 2,1% de la población de Israel), pero cuyo papel, por las potencias extranjeras que les “apadrinan”, permanece importante (...). Todo sería relativamente sencillo, en esta región donde todo es tan complicado, si Catherine Dupeyron no nos descubriera que no se trata del cristianismo tal como lo conocemos en Francia, donde con el laicismo republicano ayudando, la mayoría católica tiene una buena relación con la minoría protestante y las escasas iglesias ortodoxas, sino de una abundancia de cristianismos de todos los credos y convicciones que, en el mejor de los casos, se ignoran, aunque por regla general "se detesten”, se odian, se “desgarran” hasta el punto de llegar a las manos y los puños (N.P.: ver el último vídeo).

Pero, ¿cuál es el objeto de “tanto resentimiento”? Sin duda, los "Santos Lugares", que convierten a esta región que en la época de Jesús designaban los romanos como “Judae” (Judea, el "país de los judíos"), en la cuna de los cristianos.

En el plano más estrictamente religioso, todas las obediencias están de acuerdo en una cuestión: la santidad de estos lugares que llevan la impronta del recorrido de Cristo, tal como lo relata la historia sagrada desde su nacimiento hasta su calvario y resurrección. Son una serie de lugares sagrados en un área no más grande que la de un departamento francés, dividido además entre el Estado de Israel y la Autoridad Palestina. Otro récord más de densidad santa.

Sin embargo, esta minúscula región también es un concentrado de todos los odios y antagonismos que oponen a católicos "latinos”, ortodoxos griegos y rusos, etíopes, coptos, melkitas y qué se yo, que se disputan la custodia de los santos lugares. Eso da lugar a una gran cantidad de odio entre las iglesias, no sin las intervenciones e injerencias constantes en la historia de algunas potencias, principalmente Francia, Alemania, Rusia, Italia y, por supuesto, el Vaticano. En realidad, fueron los otomanos, los amos del país hasta 1917, quienes en 1757 introdujeron un "statu quo" que fue revisado por la firma en 1852 de un reglamento que ha regulado hasta hoy el reparto de la "topografía" de cada lugar santo, más singularmente, y de forma más compleja, el Santo Sepulcro de Jerusalém y la Natividad de Belén. Allí no es cuestión de una gestión colegiada, las distintas "confesiones" se niegan a sentarse a la mesa, especialmente cuando se trata de la Santa Mesa. Todo ha sido "parcelado" por las autoridades otomanas y se mantiene fijado hasta el día de hoy.

Los "griegos", es decir, los ortodoxos, favorecidos por el "statu quo", tienen la custodia de tal parte del edificio, los "latinos", es decir, los católicos romanos, de tal otra, los armenios de tal acceso a la tumba de Cristo, y luego están los abandonados o los poseedores de porciones, como los coptos, los etíopes, los melkitas de obediencia católica pero de rito ortodoxo, y sin duda otros que mi memoria no ha retenido. Entonces sucede que alguno de “estos abandonados” se convierte en ocupante ilegal del techo del Santo Sepulcro. Añadamos a todo esto las divisiones étnicas dentro de la misma obediencia cristiana: árabe, ruso, griego. Es una lastima que Catherine Dupeyron no oriente su pluma hacia la dramaturgia. Ella nos gratificaría con una gran comedia. Pero es cierto que lo que haría reír en París no se percibe de la misma manera en Jerusalém o en Belén.

Si bien en la Iglesia y la Gruta de la Natividad en Belén o en el Santo Sepulcro en Jerusalém, peregrinos y turistas pueden circular libremente, no lo hacen sin ser atraídos a cada paso por los peticionarios de las diversas iglesias, es decir, parada con el pope ortodoxo, con los franciscanos, con el sacerdote armenio que se aventura en los pocos metros cuadrados que le son asignados permanentemente o en una breve ceremonia de alguna obediencia rival, incluso enemiga.

Personalmente, he sido testigo en 1968 y en Belén de lo descrito por Catherine Dupeyron cuarenta años después, lo que demuestra que las cosas no han cambiado. El lugar que la tradición atribuye a la Natividad es una gruta accesible a través de la iglesia construida encima. La iglesia no tiene asientos, sin duda para que los "cismáticos" o "herejes" no puedan sentarse. El coro, ricamente decorado, forma parte del "lote" ortodoxo ruso. Para pedir prestada la escalera que conduce a gruta, el visitante debe pasar previamente ante un monje ortodoxo que le tiende la escudilla. Para evitar este "peaje" a los peregrinos católicos y a otros visitantes, los franciscanos tienen su propia escalera, labrada para sus propias necesidades. La cueva en sí misma está parcelada: ortodoxos y franciscanos comparten el espacio y también el tiempo. Así, tal lapso es reservado para una ceremonia católica, tal otro para una ceremonia ortodoxa. El pope ortodoxo o los franciscanos que permanezcan en el umbral durante la ceremonia de la "otra" religión, se verían severamente rechazados por los religiosos “opuestos”.

Y para arreglar las cosas, una división étnica que reina en cada iglesia. Nosotros tenemos cristianos árabes, griegos, rusos, sirios, católicos romanos, católicos melkitas, armenios, etíopes y coptos orando y comunicándose en sus respectivos idiomas, comprendido, recientemente, el hebreo.

Pero, ¿cuál es la actitud de los cristianos hacia Israel? ¿Y de Israel hacia los cristianos? Es cierto que con la creación o la resurrección del Estado de Israel, los judíos, siempre considerados como intrusos, han trastornado los datos étnicos, religiosos y políticos de la región y han contrariado el proyecto del Vaticano de convertir al distrito de Jerusalém, incluida Belén, en una entidad bajo control internacional separada tanto del estado árabe como del estado judío. De ahí la negativa del Vaticano, hasta el pontificado de Juan Pablo II, a reconocer a Israel, y de donde también la instalación de las embajadas extranjeras no en Jerusalém, la sede del gobierno israelí, sino en Tel Aviv.

La autora, que no pretende ser historiadora, ilumina por fortuna nuestra lectura dándonos a lo largo de su relato, y en un lenguaje sencillo, las referencias y recordatorios históricos más relevantes. Es así que nos recuerda que los cristianos de rito ortodoxo, combinando el antisemitismo congénito de sus iglesias griegas y rusas con el marxismo doctrinario hostil al sionismo, dieron lugar al FPLP de orientación comunista, y después a la escisión del FDLP, los cuales iniciaron y participaron activamente en los actos terroristas contra Israel y su población. La OLP de Yasser Arafat, antiguo maestro en materia de comunicación y propaganda, contaba y aún cuenta con cristianos como Ibrahim Souss o Leila Shahid dentro de su equipo dirigente, especialmente por su imagen seductora en las relaciones con el mundo occidental, mientras utiliza a musulmanes de inequivoca tez para tranquilizar a los países árabes y musulmanes que representaban su apoyo natural. ¿A los cristianos se les pagaba por estos servicios?

Sin embargo, como ya constató en su tiempo Chateaubriand, los cristianos de Tierra Santa, antaño mayoritarios, se habían convertido en una minoría desde la conquista musulmana, seguida de un repoblación árabe que les redujo a la condición de dhimmis, y a la adopción de un perfil bajo antes los musulmanes. Incluso hoy, y a pesar de su proclamación de “arabidad”, o precisamente a causa de ello, se encuentran en una posición poco confortable cuando son víctimas de las vejaciones o violencias por parte de sus "compatriotas" musulmanes, que entienden más bien poco que se pueda ser árabe sin ser musulmán. Ante ello, no pueden reaccionar sin hacerse sospechosos de hacer el juego a Israel. Por lo tanto, mucho más que sus compatriotas musulmanes, las jóvenes generaciones emigran y el número de cristianos disminuye en número y en porcentaje en la entidad palestina, mientras que crece en número y en porcentaje en Israel, donde disfrutan de los beneficios de un estado de derecho, de un régimen democrático, de una libertad absoluta de conciencia y de práctica religiosa, así como de ventajas sociales, todo ello desconocido en la tierra del Islam.

Porque si la Autoridad Palestina se sirve de los cristianos árabes para su propaganda dirigida hacia Occidente y América, esto no significa que respete el carácter sagrado de los lugares santos cristianos como se pudo comprobar en Belén, durante el asedio por parte del ejército israelí de la Iglesia de la Natividad, donde combatientes palestinos perseguidos por actos de terrorismo se refugiaron y encerraron. Israel, mal informado, confiaba en que los milicianos empujados por el hambre no tardarían en entregarse. Sin embargo, Yasser Arafat, que ya lo había previsto, envió bastante antes del desencadenamiento de los combates enormes cantidades de alimentos a fin de que, los israelíes no pudiendo permitirse el lujo de iniciar el asalto de un lugar venerado por los cristianos, el asedio se eternizara propagandísticamente. Así fue que los israelíes tuvieron que resolverlo permitiendo la salida de los palestinos sin capturarlos. Fue sin duda una inteligente maniobra política de Yasser Arafat, de la que extrajo un beneficio político incluso si sus hombres profanaron y ensuciaron un lugar santo cristiano. Al no poder permitirse los cristianos el lujo de denunciar la profanación de su lugar santo, la propaganda anti-israelí podría seguir su curso.

A la luz de lo que está sucediendo en "Palestina", la situación de los cristianos en Israel es diferente. Si bien los católicos de Israel superaban en hostilidad, ayudando el tradicional antisemitismo, la línea ya hostil al sionismo, o por lo menos optaban por la “reserva” del Vaticano, las cosas han cambiado desde el Concilio Vaticano II y, sobre todo, bajo la influencia de Papa Juan Pablo II. Cierto, aún se arrastra una brecha entre las posiciones del Papa Juan Pablo II y las de los cristianos del Oriente Medio, tanto por la dificultad que tienen estos últimos a la hora de deshacerse de su forma de pensar [respecto a los judíos], como por razones de oportunismo en sus relaciones con los musulmanes.

Sin embargo, las relaciones de los cristianos israelíes con la sociedad israelí y su gobierno, que aún no gustando a sus enemigos no tiene nada de una teocracia, parecen orientarse en el buen camino, como se constata entre los cristianos de Nazaret, hasta el punto que sea posible dentro de poco, al menos en lo que respecta al catolicismo, considerar la posibilidad de encarar una "Iglesia de Israel". Si los cristianos podrían desaparecer de los países musulmanes, ese no sería el caso en Israel, donde el cristianismo, que revive, conoce una mutación que debe integrarle armoniosamente dentro de la sociedad israelí.


PD. El enlace con el artículo, aquí

Muy interesante artículo que habla de ciertos aspectos que se destacan muy poco cuando se habla del cristianismo y de su situación en los países musulmanes en los dos últimos siglos.

Un aspecto es la presencia del antijudaísmo y del antisemitismo cristiano entre las minorías cristianas, y que además conformará uno de los tres pilares del antisemitismo musulmán (junto con el antijudaísmo islámico y el odio posterior a Israel, y a los judíos por derivación). La importancia de la difusión inicial de los "clásicos" del antisemitismo europeo en Oriente Medio se debió a las minorías cristianas, como es el caso de los "Prococolos" y de otra literatura similar.

Otro aspecto es la importante labor desempeñada por las élites cristianas en el desarrollo de la "arabidad" y del nacionalismo árabe, junto con una revalorización del Islam como elemento matriz de ese movimiento. Sólo hay que verificar la presencia de dirigentes cristianos dentro de las facciones palestinas, o dentro del partido Baas, sección iraquí o siria.

Finalmente, la potenciación de una especie de alianza, como dhimmis más favorecidos (sobre todo por el patronazgo y control de las potencias europeas), con el sector musulmán e islámico, y que tan pocos resultados les ha ocasionado finalmente, pero que les suponía ciertas ventajas y privilegios, y su distanciamiento de las otras minorías sometidas, como en el caso de los judíos, que además sufrían su antijudaísmo y antisemitismo.

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2 Comments:

Blogger Renton said...

Eso da lugar a una gran cantidad de odio entre las iglesias

Oh Paradox, thy name is Church...

Personalmente, he sido testigo en 1968...

Eingh?
Wow, desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos nos contemplan...

el proyecto del Vaticano de convertir al distrito de Jerusalém, incluida Belén, en una entidad bajo control internacional separada tanto del estado árabe como del estado judío

Vaya, debe ser de las pocas cosas con las que coincido con los católicos.

los cristianos podrían desaparecer de los países musulmanes, ese no sería el caso en Israel, donde el cristianismo, que revive, conoce una mutación que debe integrarle armoniosamente dentro de la sociedad israelí

Y eso sin contar a los judíos mesiánicos.

Finalmente, la potenciación de una especie de alianza, como dhimmis más favorecido

Jeje, es genial, lo musulmanes convencidos de que somos aliados de los judíos y los judíos de que lo somos de los musulmanes...

:D

3:24 AM  
Blogger Iojanan said...

En mis viajes a Israel en estos años pasados, hace dos fue el último, en enero el próximo, siempre detecté esa misma sensación de inestabilidad circunstancial, es decir, todo está así pero podría no estarlo si algo nimio modificase ese status. Las rivalidades cristianas parecen insuperables y la presión musulmana imparable, pero incomprensiblemente la sensación en el clero de occidente de que los malos allí son los judíos es invariable, son pocos sacerdotes cristianos los que opinan que Israel hace bien las cosas, quizá sabedores que Israel las tiene más claras. He tenido la oportunidad de estar en el Patriarcado de Jerusalen, con el Patriarca católico, y estupefacto he escuchado de su boca que Israel es el culpable de la situación cuando basta salir a las calles para percatarte de sea falacia, porque hay que decir que aunque entre tanta confusión sólo unos sean los malos, lo cierto es que sólo Israel busca la solución a una situación que el resto no desea modificar. Y ahora volvemos al principio, no se modifica el statu quo porque así todos permaneceremos en donde estamos, o eso es lo que deben pensar las minorías cristianas mirando lo suyo, mientras los musulmanes piensan exactamente lo contrario, pero, desde luego, mirando, y de qué forma, lo suyo también. Al final, la sensación que tengo es que Israel, que se limita a gestionar estos lugares, queda como en el viejo refrán español " además de cabrón, apaleado". Mientras, los cristianos se rompen la cara, los musulmanes procuran su eliminación e Israel paga los platos rotos de ese convite.

5:51 PM  

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