El comodín - David Gistau - El Mundo
Ciertos financieros americanos caídos en desgracia por su responsabilidad en la decadencia del capitalismo de pronto han pasado a ser judíos. Es un modo de relacionar la crisis con ese comodín universal de la culpa que lleva funcionando dos mil años y se mantiene latente en la cultura europea hasta que lo agita cualquier pretexto. Ya se trate de las estafas de Madoff o del bombardeo de la franja de Gaza. En cada arrebato de antisemitismo, en cada uso artero de las palabras Holocausto y genocidio asociadas a Israel, es posible identificar el rencor porque Auschwitz obligara, durante apenas un instante histórico, a compadecer a los judíos en vez de odiarlos.
El estigma culpable, el rabioso instinto racista canalizado por las mismas agencias de información que se ponen exquisitas cuando hablan del buen salvaje islámico, es el que permite que estos días hayan sido escritas ciertas cosas sin que nadie se avergüence por ellas. Por ejemplo: que Israel es un elemento desestabilizador que no sabe convivir con sus vecinos, como si Hamas pusiera la música demasiado alta al otro lado del tabique en vez de ser una organización terrorista, inflamada de odio y enemiga de todos los principios de vida occidentales, que ha jurado la destrucción del Estado de Israel y para ello ha convertido su territorio ganado a balazos contra Al Fatah en una lanzadera de misiles. Toma ya modelo de convivencia.
Por ejemplo: que, como un monstruo bíblico, como un ente de maldad natural, Israel está perpetrando en diciembre una nueva matanza de «santos inocentes». Hace falta una inmensa apetencia de simpatizar con Hamas para concluir que sus militantes, los que arrojaron sobre el sur de Israel unos quinientos misiles en los últimos tres meses, los que utilizan a sus propios niños como escudos humanos para revolver contra el judío el asco del televidente europeo, los que han sido abatidos en una operación selectiva en la que la inteligencia israelí controló cuanto pudo los daños a civiles, son nada menos que «santos inocentes», como el niño que está en la cuna. Como hace falta mucho cinismo para haber fingido ignorar todo este tiempo que los niños del sur de Israel -y sí: en Israel hay niños, además de carros Merkava- tienen incorporado, como si se tratara de una asignatura más, el aprendizaje de lo que hay que hacer para no morir cuando suenan las sirenas. Y suenan todos los días.
Por ejemplo: que el ataque de Israel es desmedido, intempestivo, vehemente, como si no llevara meses conteniéndose a pesar de la renuencia de Hamas a renovar o cumplir la tregua y del abandono de la opinión pública occidental cuando era bombardeada. En realidad, cualquier iniciativa defensiva de Israel siempre será considerada un abuso, puesto que lo que se espera de esa nación es que renuncie a la protección de sus ciudadanos y de su derecho a la existencia como nación. Todo lo que no sea eso sirve para agitar el milenario comodín de la culpa.
Tomado de e-pesimo
El estigma culpable, el rabioso instinto racista canalizado por las mismas agencias de información que se ponen exquisitas cuando hablan del buen salvaje islámico, es el que permite que estos días hayan sido escritas ciertas cosas sin que nadie se avergüence por ellas. Por ejemplo: que Israel es un elemento desestabilizador que no sabe convivir con sus vecinos, como si Hamas pusiera la música demasiado alta al otro lado del tabique en vez de ser una organización terrorista, inflamada de odio y enemiga de todos los principios de vida occidentales, que ha jurado la destrucción del Estado de Israel y para ello ha convertido su territorio ganado a balazos contra Al Fatah en una lanzadera de misiles. Toma ya modelo de convivencia.
Por ejemplo: que, como un monstruo bíblico, como un ente de maldad natural, Israel está perpetrando en diciembre una nueva matanza de «santos inocentes». Hace falta una inmensa apetencia de simpatizar con Hamas para concluir que sus militantes, los que arrojaron sobre el sur de Israel unos quinientos misiles en los últimos tres meses, los que utilizan a sus propios niños como escudos humanos para revolver contra el judío el asco del televidente europeo, los que han sido abatidos en una operación selectiva en la que la inteligencia israelí controló cuanto pudo los daños a civiles, son nada menos que «santos inocentes», como el niño que está en la cuna. Como hace falta mucho cinismo para haber fingido ignorar todo este tiempo que los niños del sur de Israel -y sí: en Israel hay niños, además de carros Merkava- tienen incorporado, como si se tratara de una asignatura más, el aprendizaje de lo que hay que hacer para no morir cuando suenan las sirenas. Y suenan todos los días.
Por ejemplo: que el ataque de Israel es desmedido, intempestivo, vehemente, como si no llevara meses conteniéndose a pesar de la renuencia de Hamas a renovar o cumplir la tregua y del abandono de la opinión pública occidental cuando era bombardeada. En realidad, cualquier iniciativa defensiva de Israel siempre será considerada un abuso, puesto que lo que se espera de esa nación es que renuncie a la protección de sus ciudadanos y de su derecho a la existencia como nación. Todo lo que no sea eso sirve para agitar el milenario comodín de la culpa.
Tomado de e-pesimo
Labels: Antisemitismo, Antisionismo, Israel
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