Saturday, March 27, 2010

(Oriente Medio) Una realidad demasiado terrible como para ser admitida (por Occidente) - Jonathan Spyer - Haaretz



El enfoque de la administración Obama sobre el Oriente Medio se caracteriza por un aparente deseo de revivir las ilusiones puestas al sol por el proceso de paz de 1990, pero en una época mucho más incierta y peligrosa. Esto es particularmente notorio en el ámbito israelo-palestino, en el que los Estados Unidos, la potencia dominante del mundo, establece los parámetros del debate. Como resultado, el debate internacional sobre el conflicto está ahora más alejado de la realidad que en cualquier momento de los últimos 40 años.

Existen dos capas en el edificio de irrealidad en el que el debate general sobre la cuestión israelo-palestino está teniendo lugar actualmente. La primera, y más obvia, se refiere al enclave de Hamás en Gaza. Hace ya más de cuatro años de la victoria del movimiento en las elecciones al Consejo Legislativo de Palestina, y casi tres años desde el golpe de estado de Hamas en Gaza. Por lo tanto, ha pasado el momento de pensar en la existencia de un único y unitario movimiento nacional palestino.

Dado que se trata, al parecer, de una realidad demasiado terrible para ser admitida, los EEUU y los europeos han elegido, al menos en público, ignorarlo. La ficción de que la Autoridad Palestina de Cisjordania habla en nombre de todos los palestinos se mantiene educadamente. Detrás de los pasillos, sin embargo, la realidad es ampliamente reconocida. Los medios destinados a hacerla frente (y a negarla) constituyen la segunda capa de la ilusión.

La incapacidad de Fatah, la del propio nacionalismo palestino a la hora de aceptar la partición como resultado final del conflicto ha impedido su resolución dos veces: en 2000 y 2008. Este tipo de nacionalismo entiende el conflicto como una contraposición entre un proyecto colonial y un nacionalismo indígena, y ese es el verdadero nacionalismo palestino.

Desde tal perspectiva, la partición del territorio sólo significa admitir la derrota. Pero el nacionalismo palestino no se siente derrotado. Se caracteriza más bien por un profundo optimismo estratégico. Desde su punto de vista, no es imperativo concluir inmediatamente la lucha: está prohibido ponerla fin. De ahí las infinitas razones de por qué el acuerdo de partición de alguna manera nunca ha podido firmarse.

La solución a este obstáculo Occidente acaba de encontrarla: un nuevo liderazgo palestino, libre de esa perspectiva, debe crearse, potenciarse y defenderse. La manifestación de este enfoque es la meteórica carrera de Salam Fayyad, que entró por primera vez en la política palestina como ministro de Finanzas en el 2002, cuando era secretaria de Estado Condoleezza Rice, y hoy es el primer ministro de la Autoridad Palestina.

Fayyad está trabajando estrechamente con los representantes occidentales para construir las instituciones y la prosperidad económica que supuestamente van a "transformar la cultura política de los palestinos del todo al nada", del estancamiento que ha impedido la resolución del conflicto hasta ahora en una entidad con la que el mundo pueda hacer negocios.

La lógica esencial de todo esto son las mismas ilusiones que condenaron el proceso de paz de la década de 1990: a saber, la idea de que la creación de instituciones y el progreso económico "deben" tener finalmente un efecto transformador sobre la perspectiva política. Esta idea, la experiencia lo ha demostrado, es fundamentalmente errónea.

A Fayyad algunos le comparan a Konrad Adenauer, el canciller alemán que presidió la transformación de la cultura política y el surgimiento de la democracia en su país después de 1945. Pero Adenauer operaba en una época en que las políticas anti-modernidad y los elementos anti-occidentales dentro de la cultura política alemana habían sido derrotados totalmente, por aplastamiento, y Alemania estaba viviendo bajo una ocupación masiva y permanente.

En los territorios palestinos, por el contrario, las políticas anti-occidentales y anti-modernidad están floreciendo, y cuentan con apoyos estatales provenientes de Irán y Siria. Es probable que consuman rápidamente a Fayyad, y deje de ser acunado en los brazos de Occidente.

Al igual que los muy agradables y bien vestidos líderes del movimiento 14 de marzo del Líbano - que ya han sido devorados por Siria y Hezbolá -, Fayyad y su empresa son el producto de una ilusión occidental. Y como los líderes libaneses del 14 de marzo, precisan para sobrevivir que Occidente esté dispuesto a sostenerlos por encima de todo. Y ya no parece ser el caso.

Todo eso estaría bien. El desarrollo económico con la promoción de Fayyad en Cisjordania es en todo momento positivo. El problema es que esta versión de fantasía de la política palestina está siendo "comprada como la realidad por Bruselas y Washington". Hay quienes en Occidente parecen haberse convencido de que tras su creación podrá caminar por sí misma.

La figura agradable de Fayyad permite a los observadores del exterior pretender que las realidades fundamentales de la política palestina ya no existen. A partir de ahí, sólo es necesario un pequeño paso para convencerse de que la única razón de que no haya paz en el Oriente Medio se debe a que el ministro del Interior israelí, Eli Yishai, quiere construir casas para familias ultra-ortodoxos en la zona norte y centro de Jerusalém (en un barrio judío ya existente).

En el caso de la administración de EEUU, no está del todo claro si esta opinión se deriva de una ingenuidad genuina, o se trata de una decisión calculada. Hay quienes sospechan que el presidente Obama quiere encontrar una manera de convertir a Israel en el único responsable de la falta de paz, independientemente de la verdad de la situación, y ello debido a consideraciones más amplias que en su opinión exigen un alejamiento de Washington de Jerusalém.

De cualquier manera, Es difícil discernir qué ventaja tendrá este enfoque de la administración Obama para los intereses occidentales y para la tranquilidad en la región. La impresión principal que se pueden obtener es que Occidente y sus aliados están confundidos, desunidos y fragmentados. Un motivo de celebración para sus enemigos, sin duda, pero difícilmente una impresión de lo que uno podría esperar que Washington desea promover.

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