El bluff del plan de paz saudí - Israel Harel - Haaretz
La "iniciativa de paz árabe" (o, más exactamente, "la iniciativa saudí") nació poco después de los devastadores ataques terroristas del 11-S, cuando el estatus del mundo árabe - y especialmente de los países de origen de los terroristas, en primer lugar Arabia Saudita - estaba en su punto más bajo.
Para cualquiera que tenga ojos en su cara, estaba claro que el plan de paz era un ejercicio de relaciones públicas. Para cualquier persona, es decir, cualquier persona excepto aquellos israelíes que siempre saltan (¿al vacío?), como por un reflejo condicionado, cuando se trata de promover los intereses de aquellos que buscan atraer a su país a una trampa.
Así, por ejemplo, intentaron de diversas maneras encubrir la cláusula del mencionado plan que exigía "una solución justa al problema de los refugiados palestinos que esté en conformidad con la Resolución 194 de la Asamblea General de Naciones Unidas". En otras palabras, trataron de desenfocar una evidente demanda del derecho de retorno palestino.
El derecho de retorno - con todas las implicaciones que conllevaría para el futuro demográfico de Israel - también está consagrado por una cláusula que prohibiría a los estados árabes la concesión de la ciudadanía a aquellos palestinos que huyeron de allí en 1948-49, o a parte de sus descendientes.
Es cierto que Israel no está precisamente entusiasmado con el reconocimiento de un derecho de retorno. Sin embargo, los patrocinadores del plan podrían al menos haber iniciado negociaciones directas con Israel sobre dicha iniciativa. Después de todo, es inconcebible que Israel hubiera rechazado hablar sobre el tema. Y tal vez se debió precisamente a eso por lo qué los patrocinadores declinaron realizar un llamamiento a unas negociaciones.
El Centro Chaim Herzog de la Universidad Ben Gurión del Néguev ha celebrado esta semana una conferencia internacional sobre dicha iniciativa, y ello con la esperanza de devolverla al centro del escenario, si no al escenario político, al menos al académico.
Y la opinión concertada de todos los oradores académicos, naturalmente, fue que Israel era el culpable del fracaso de la iniciativa a la hora de su despegue. Un enfoque original e interesante. Después de todo, es un hecho aceptado, conocido y más que evidente desde los albores de la diplomacia (o de la economía o de la ciencia) que el que propone un plan no tiene ninguna responsabilidad en la cuestión de hacerlo avanzar posteriormente.
Si realmente fuera una paz justa y global, tal como dicen los patrocinadores de la iniciativa, y representaría una "opción estratégica" para los países árabes, ¿por qué, mis sabios y queridos amigos, tendría Israel la responsabilidad y la culpa de no hacerla avanzar? (en lugar de la Liga Árabe que es quién adoptó el documento).
Si ese fuego y deseo de paz realmente crepita en los huesos del rey saudí Abdullah bin Abdul Aziz, patrocinador de la iniciativa, entonces, ¿por qué no viajar a Israel para discutir directamente con los israelíes como hizo Anwar Sadat en 1977? ¿Por qué no presentar la iniciativa en la misma Knesset, y luego hacer una peregrinación a los lugares sagrados y rezar en el Haram al-Sharif (el Monte del Templo)?
¿Por qué no discutir su iniciativa de forma privada con el primer ministro de Israel y reunirse después con algunos de los opositores a ella, con el objeto de convencerles de que el plan no alberga ninguna amenaza para el futuro de Israel? Después de todo, nada podría garantizar mejor la supervivencia de Israel que la paz.
Y entonces los israelíes y los árabes vivirían juntos en paz en esa tierra que Isaac e Ismael, los padres respectivos de sus naciones, pisaron una vez
Arabia Saudita y la Liga Árabe han permanecido en silencio por temor a que Israel realmente quiera llegar a un acuerdo. Y les recuerdo que los acuerdos se alcanzan por medio de negociaciones.
En otras palabras, ellos también tendrían que realizar concesiones, sobre la Resolución 194, por ejemplo. Y también convertir a Jerusalém Este, incluyendo la cuenca del Santo Lugar, en propiedad exclusiva del mundo árabe. Y para esto, los árabes (incluidos los palestinos) no están en absoluto preparados.
Y es que ellos ni siquiera están dispuestos a reconocer el derecho de Israel a establecer y conformar un hogar nacional para el pueblo judío. Así que ya se quedaron satisfechos con anotarse un tanto a nivel de las relaciones públicas, algo que sigue dando beneficios a día de hoy, y ello gracias, entre otras cosas, a conferencias como las de la Universidad Ben-Gurion.
El comportamiento de los saudíes tras hacerse pública la iniciativa demuestra que estaban realmente asustados por la posibilidad de que incluso un gobierno dirigido por el Likud pudiera comenzar las negociaciones (al tiempo que rechaza que de entrada le dicten temas y obligaciones como el derecho de retorno).
Después de todo, incluso Benjamin Netanyahu ha adoptado la fórmula de dos estados para dos pueblos. Y eso es algo que los palestinos y los saudíes no quieren ni desean realmente.
Para cualquiera que tenga ojos en su cara, estaba claro que el plan de paz era un ejercicio de relaciones públicas. Para cualquier persona, es decir, cualquier persona excepto aquellos israelíes que siempre saltan (¿al vacío?), como por un reflejo condicionado, cuando se trata de promover los intereses de aquellos que buscan atraer a su país a una trampa.
Así, por ejemplo, intentaron de diversas maneras encubrir la cláusula del mencionado plan que exigía "una solución justa al problema de los refugiados palestinos que esté en conformidad con la Resolución 194 de la Asamblea General de Naciones Unidas". En otras palabras, trataron de desenfocar una evidente demanda del derecho de retorno palestino.
El derecho de retorno - con todas las implicaciones que conllevaría para el futuro demográfico de Israel - también está consagrado por una cláusula que prohibiría a los estados árabes la concesión de la ciudadanía a aquellos palestinos que huyeron de allí en 1948-49, o a parte de sus descendientes.
Es cierto que Israel no está precisamente entusiasmado con el reconocimiento de un derecho de retorno. Sin embargo, los patrocinadores del plan podrían al menos haber iniciado negociaciones directas con Israel sobre dicha iniciativa. Después de todo, es inconcebible que Israel hubiera rechazado hablar sobre el tema. Y tal vez se debió precisamente a eso por lo qué los patrocinadores declinaron realizar un llamamiento a unas negociaciones.
El Centro Chaim Herzog de la Universidad Ben Gurión del Néguev ha celebrado esta semana una conferencia internacional sobre dicha iniciativa, y ello con la esperanza de devolverla al centro del escenario, si no al escenario político, al menos al académico.
Y la opinión concertada de todos los oradores académicos, naturalmente, fue que Israel era el culpable del fracaso de la iniciativa a la hora de su despegue. Un enfoque original e interesante. Después de todo, es un hecho aceptado, conocido y más que evidente desde los albores de la diplomacia (o de la economía o de la ciencia) que el que propone un plan no tiene ninguna responsabilidad en la cuestión de hacerlo avanzar posteriormente.
Si realmente fuera una paz justa y global, tal como dicen los patrocinadores de la iniciativa, y representaría una "opción estratégica" para los países árabes, ¿por qué, mis sabios y queridos amigos, tendría Israel la responsabilidad y la culpa de no hacerla avanzar? (en lugar de la Liga Árabe que es quién adoptó el documento).
Si ese fuego y deseo de paz realmente crepita en los huesos del rey saudí Abdullah bin Abdul Aziz, patrocinador de la iniciativa, entonces, ¿por qué no viajar a Israel para discutir directamente con los israelíes como hizo Anwar Sadat en 1977? ¿Por qué no presentar la iniciativa en la misma Knesset, y luego hacer una peregrinación a los lugares sagrados y rezar en el Haram al-Sharif (el Monte del Templo)?
¿Por qué no discutir su iniciativa de forma privada con el primer ministro de Israel y reunirse después con algunos de los opositores a ella, con el objeto de convencerles de que el plan no alberga ninguna amenaza para el futuro de Israel? Después de todo, nada podría garantizar mejor la supervivencia de Israel que la paz.
Y entonces los israelíes y los árabes vivirían juntos en paz en esa tierra que Isaac e Ismael, los padres respectivos de sus naciones, pisaron una vez
"¿Qué diríamos nosotros", escribía mi colega Akiva Eldar en el Haaretz del martes, "si los árabes ignoraran una iniciativa de paz de Israel durante más de ocho años?" Sin duda es una excelente pregunta. Pero por lo menos en este caso, la pregunta tendría que formularse al reves:
¿Qué debería decir Israel - y qué han dicho los participantes en esa conferencia en la Universidad Ben Gurión de Beer Sheva, donde ocupó un lugar destacado el propio Akiva Eldar - por el hecho de que durante más de ocho años los árabes se han abstenido, e inclusive han evitado, realizar cualquier cosa que pudiera hacer avanzar la iniciativa de paz que ellos mismos han propuesto?
Arabia Saudita y la Liga Árabe han permanecido en silencio por temor a que Israel realmente quiera llegar a un acuerdo. Y les recuerdo que los acuerdos se alcanzan por medio de negociaciones.
En otras palabras, ellos también tendrían que realizar concesiones, sobre la Resolución 194, por ejemplo. Y también convertir a Jerusalém Este, incluyendo la cuenca del Santo Lugar, en propiedad exclusiva del mundo árabe. Y para esto, los árabes (incluidos los palestinos) no están en absoluto preparados.
Y es que ellos ni siquiera están dispuestos a reconocer el derecho de Israel a establecer y conformar un hogar nacional para el pueblo judío. Así que ya se quedaron satisfechos con anotarse un tanto a nivel de las relaciones públicas, algo que sigue dando beneficios a día de hoy, y ello gracias, entre otras cosas, a conferencias como las de la Universidad Ben-Gurion.
El comportamiento de los saudíes tras hacerse pública la iniciativa demuestra que estaban realmente asustados por la posibilidad de que incluso un gobierno dirigido por el Likud pudiera comenzar las negociaciones (al tiempo que rechaza que de entrada le dicten temas y obligaciones como el derecho de retorno).
Después de todo, incluso Benjamin Netanyahu ha adoptado la fórmula de dos estados para dos pueblos. Y eso es algo que los palestinos y los saudíes no quieren ni desean realmente.
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